TIBULO: DOS ELEGÍAS
En Grecia se llamaba primitivamente “elegía” a toda composición poética escrita en el metro elegíaco, es decir, en dísticos formados por un hexámetro + un pentámetro (“el dístico elegiaco”), cualquiera que fuera el contenido temático.
Los poetas alejandrinos del siglo III a. de C., comienzan ya a componer elegías de tema amoroso, pero no personal: cantan generalmente amores de héroes mitológicos, con gran aparato erudito.
Este tipo de poesía pasa a Roma con los “poetas neotéricos”; la “Cabellera de Berenice” de Catulo, adaptación de un poema de Calímaco, escrita en dísticos elegíacos, constituye el modelo exacto de lo que era la elegía alejandrina.
Va a ser en la época de Augusto cuando surgirá la gran elegía romana, con el metro elegíaco tradicional, pero con una característica diferenciadora: es una elegía de tema amoroso personal; y con su último gran representante Ovidio, surgirá la elegía dolorosa, que pasará luego a ser exclusiva en el concepto moderno del género.
Pero tanto la elegía amorosa personal, como la de tipo doloroso, están ya prefiguradas en Catulo.
Puede decirse que Catulo es, además del primer gran lírico, el primer gran elegíaco romano.
Sin embargo, la gran poesía elegíaca florecerá y cristalizará en la época de Augusto con cuatro grandes figuras: Cornelio Galo, Tibulo, Propercio y Ovidio.
TIBULO
Albio Tibulo debió nacer entre el 60 y el 50 a. de C. y murió hacia el 19 a. de C.
Fue un caballero romano de acomodada posición y amigo de Mesala Corvino, que, aunque colaboró con Augusto, seguía manteniendo sus ideas republicanas. Tibulo, que compartía estas ideas, no se integró en el “círculo de Mecenas” ni apoyó tan decisivamente como Virgilio y Horacio (de este último era un gran amigo) la política de Augusto.
Se designa con el nombre de “Corpus Tibulianum” un grupo de tres libros de elegías que la tradición atribuye a Tibulo, pero que no todas son suyas, sino de otros poetas del “círculo de Mesala”, protector, como Mecenas, de las letras.
Se está de acuerdo en que los libros I y II son indudablemente de Tibulo.
Parece que del libro III, sólo fueron compuestas por Tibulo las dos últimas elegías; y, para algunos autores, esa joven desconocida es la cortesana Glícera, de cuyos desvíos intenta consolar a Tibulo su amigo Horacio en una de sus odas (I, 33).
El libro I tiene como musa inspiradora a Delia, en realidad llamada Plania.
Son diez elegías, algunas especialmente destacables:
La 1 contiene, como tema dominante, el elogio de la vida sencilla, en el campo, al lado de la mujer amada, en lo que consistiría, para el poeta, la verdadera felicidad.
La 2 toca el motivo del “paraclausithyron” (“canción ante una puerta cerrada”), la puerta de la amada, a la que suplica que corresponda a su amor.
La 3, considerada por muchos la reina de las elegías tibulianas, la escribió el poeta en la isla de Corfú, donde se hallaba enfermo; en ella despliega Tibulo, como en una melancólica sinfonía, su miedo a la soledad y a la muerte en una tierra extraña, lejos de los suyos y, sobre todo de su amada Delia; pide a Isis, honrada por Delia, que lo ayude; evoca la “edad de oro”, cuando no había navegaciones peligrosas ni guerras, causas de su estancia en Corfú; y termina con un pensamiento de esperanza en su curación y de regreso a los brazos de Delia.
La 5 trata de una ruptura temporal entre el poeta y su amada, por culpa de los malos consejos de una alcahueta; de nuevo aparece un cuadro bucólico, una evocación de la felicidad en el campo en unión de Delia.
En la 10 resuena una vez más el horror y los improperios contra la guerra y el elogio de la paz y de la vida campestre.
El libro II contiene seis elegías, tres de las cuales están dedicadas a una nueva amante del poeta, Némesis, mujer ambiciosa, que lo hizo sufrir y componer versos doloridos y desgarradores.
La elegía 1 de este libro II, de las mejores, es un nuevo himno al campo y a las divinidades campestres, a la vida feliz, sencilla y pacífica de los campesinos.
Los dos temas preferidos de Tibulo en sus elegías son: el amor y la naturaleza, motivos que frecuentemente van imbricados en uno solo: vivir en el campo con la mujer amada.
Esta idílica paz tiene un enemigo sobre todos: la guerra, el azote mayor de la felicidad humana.
Con esta incitación a odiar las guerras y a amar la paz de los campos, Tibulo, aun sin pretenderlo directamente, colabora de manera eficaz a la política de Augusto, como Virgilio con sus “Geórgicas”.
Tibulo es el más delicado y el más humano de los elegíacos latinos. Sus versos carecen de las ampulosidades retóricas de Ovidio y de las erudiciones mitológicas de Propercio.
Su expresión es sencilla y desnuda, pero de simplicidad aparente, ya que sus poemas están trabajados y limados como los de Horacio, aunque contienen a la vez la inmediatez humana y la simpatía de los de Virgilio.
(A. Holgado-C. Morcillo. Latín. Edit. Santillana).
LIBRO I: ELEGÍA 1
“Riquezas de rubio oro otro para sí acapare y posea muchas yugadas de suelo cultivado; ése a quien la proximidad del enemigo asuste con terror incesante y a quien los toques de la trompeta de Marte le impidan conciliar el sueño.
La escasez de medios me procure a mí una vida ociosa, mientras mi hogar resplandezca con un fuego diario.
Yo mismo, como un campesino, plantaré en el mes apropiado tiernas vides y con mano hábil árboles frutales. Esperanza no me traicione, sino que siempre me otorgue mieses abundantes y en mis lagares repletos espeso mosto. Pues presto veneración tanto al tronco (1) solitario en los campos como a la antigua piedra con guirnaldas de flores en la encrucijada de caminos, y cualquier fruto que el nuevo año produce para mí lo deposito como ofrenda ante el dios(2) de los campos.
Rubia Ceres, sea para ti de mis tierras una corona de espigas que cuelgue ante las puertas de tu templo, y un rojo Príapo (3) en mis huertos frutales eríjase en guardián, para que con su terrible hoz asuste a los pájaros. Vosotros también Lares (4), patronos de una tierra feraz un día, ahora empobrecida, recibís vuestras ofrendas. Entonces, el sacrificio de una ternera purificaba novillos sin cuento; ahora, una cordera es la modesta víctima del escaso suelo. Una cordera caerá en vuestro honor; en torno a ella los jóvenes campesinos griten: “Io (5), otorgadnos cosechas y buenos vinos”.
Notas:
(1) Este “tronco” y esta “piedra” son simbolizaciones del dios Término, dios protector de los campos colindantes.
(2) El dios agrícola está aquí citado con una indefinición buscada a propósito. Puede aplicarse tanto a Ceres como a Príapo o a Pales.
(3) Príapo, dios itifálico, hijo de Venus, conocido por su deformidad, consistente en lo desmesurado de su miembro viril. En Roma es un dios agrícola, guardián de huertos y jardines, al que, a veces, se le arma con una hoz para hacer de espantapájaros.
(4) Lares: divinidades de los romanos, que protegían la casa y a sus habitantes. No tenían categoría de dioses, pero eran objeto de culto.
(5) Io: grito de triunfo. En II 5, 118 aparece completa la expresión: io…triumphe.
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Ahora, [solamente] ahora, podría vivir contento con poco y no estar siempre entregado a largos viajes, sino huir del ardiente despertar de la canícula a la sombra de un árbol, junto al arroyo que fluye cerca. Y sin embargo, no lamentaría coger a veces la azada, ni aguijar los lentos bueyes, y no me arrepentiría de llevar a casa en mis brazos una cordera o un cabritillo, abandonado por olvido de su madre. Pero vosotros, ladrones y lobos, respetad mi reducido rebaño: del grande debéis buscar la presa. Del mío suelo purificar a mi pastor todos los años y rociar de leche una Pales (1) complacida.
Asistidme, dioses, y no despreciéis, vosotros, ofrendas de una mesa modesta y de vasos de arcilla pura. De arcilla fue la primera copa que fabricó para sí el labrador antiguo y la moldeó de barro manejable. Yo no busco la riqueza de mis padres ni la ganancia que ocasionó a mis antepasados la cosecha almacenada.
Una modesta siembra me basta; me basta dormir en un lecho y, si es posible, descansar mi cuerpo en su cama habitual. ¡Cómo me gusta oír acostado los furiosos vientos y estrechar a mi amada en tierno abrazo, o, cuando el austro invernal ha derramado sus aguas heladas, prolongar seguro el sueño con la ayuda del gotear de la lluvia! ¡Esto me toque en suerte!: sea rico con toda justicia quien pueda soportar el furor del mar y las sombrías tormentas.
Todo el oro y las esmeraldas piérdanse antes que llore alguna joven por culpa de mis viajes.
Es a ti, Mesala (2), a quien conviene pelear por tierras y mares para que tu casa ostente despojos de enemigos. A mí me sujetan prisionero las cadenas de una hermosa joven y aguardo como un portero ante unas puertas inflexibles.
No me cuido de mi gloria, Delia mía; con tal de estar contigo no me importa que me llamen cobarde y perezoso. Que pueda verte cuando llegue mi última hora y, al morir, tocarte con mi mano, aunque desfallezca. Me llorarás, Delia, colocado en la pira a punto de arder, y me ofrecerás tus besos mezclados de amargas lágrimas. Llorarás: no están tus entrañas encadenadas con duro hierro, ni en tu corazón tierno hay clavado pedernal.
De aquel funeral no habrá joven ni doncella que pueda volver a casa con los ojos secos. Tú no ofendas a mis Manes (3); y respeta tus cabellos sueltos; respeta, Delia, tus tiernas mejillas. Entretanto, mientras el destino lo consiente, amémonos. Ya llegará la Muerte con su cabeza cubierta de tinieblas, ya se deslizará la edad de la pereza; no estará bien visto amar, ni decirnos ternezas con la cabeza canosa. Ahora hay que servir a una Venus alocada, ahora que romper puertas no resulta vergonzoso y andar de peleas gusta. Aquí soy yo un buen jefe y un buen soldado.
Vosotras, banderas y trompetas, alejaos, llevad heridas a los hombres codiciosos, llevadles también riquezas. Yo despreocupado con mi granero provisto, despreciaré a los ricos y despreciaré el hambre”.
Notas:
(1) Pales es una de las más antiguas divinidades romanas, protectora de pastores y rebaños.
(2) Marco Valerio Mesala Corvino (64 a. de C. – 8 d. de C.), orador, político y destacado militar. Fueron famosas sus campañas en las Galias y en Oriente.
Es objeto de cariñosas alabanzas a lo largo de la obra de Tibulo, pues era su protector.
(3) Manes: las almas de los muertos, es decir, las sombras de sus antepasados. Eran también objeto de culto.
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LIBRO I: ELEGÍA 10
“Quién fue el primero que forjó las horribles espadas?
¡Qué salvaje y verdaderamente de hierro fue él!
Nacieron entonces los asesinatos y las guerras para la raza humana; entonces se abrió un camino más corto de muerte cruel. ¿O es que no tiene culpa el infeliz? ¿Nosotros para nuestro mal cambiamos lo que nos dio contra las fieras salvajes?
Este es el defecto del oro opulento: no había guerras cuando una copa de haya se alzaba delante de los platos. No había ciudadelas, ni empalizadas.
Buscaba el sueño, seguro, el pastor en medio del rebaño de ovejas esparcido. Ojalá hubiera vivido entonces, no habría conocido las funestas armas del populacho, ni habría oído la trompeta con el corazón en sobresalto. Ahora me arrastran al combate y quizás ya un enemigo empuña el dardo que ha de clavarse en mi costado.
Pero, vosotros, Lares de mis antepasados, salvadme.
Vosotros mismos me habéis criado cuando, yo, un niño, corría delante de vuestros pies. No os avergoncéis de estar hechos de un añoso tronco: así habéis habitado la antigua morada de mis antepasados.
Entonces conservaron mejor su fe, cuando con culto sencillo en una pequeña capilla se encontraba el dios de madera. Éste era aplacado, ya ofreciéndole un racimo de uvas, ya ciñendo su sagrada cabellera con una corona de espigas, y alguien, para cumplir su promesa, le llevaba personalmente pasteles y le acompañaba rezagada su pequeña hija que le ofrecía miel pura. Pero mantened, Lares, lejos de mí las armas de bronce… y de mi repleta piara (obtendréis) un cerdo, víctima campestre. Le seguiré con ropa blanca y llevaré canastillas ceñidas de mirto, de mirto también ceñida mi misma cabeza.
Que así os agrade: sea otro valiente con las armas y eche por tierra con Marte a su favor a los generales enemigos para que pueda contarme, mientras bebo, sus hazañas el soldado y pintarme con vino el campamento en la mesa (1).
¿Qué locura es llamar con guerras a la espantosa Muerte?
Está próxima y, a escondidas, con silencioso paso se acerca.
No hay cosechas abajo (2), ni viñas cultivadas, sino el osado Cerbero y el vergonzoso barquero (3) de la laguna Estigia. Allí con las mejillas golpeadas y el cabello quemado, vaga errante una pálida muchedumbre a las orillas de la oscura laguna.
Mucho más digno de elogio es éste a quien en medio de una familia servicial le sorprende la perezosa vejez en estrecha cabaña.
Él mismo va siguiendo a sus ovejas, su hijo a los corderos y a él cansado, a la vuelta, le tiene preparada agua caliente su mujer. ¡Así querría ser yo! Que se me conceda que mi cabeza empiece a blanquear por las canas y que cuente, anciano, los hechos del tiempo pasado.
Mientras tanto, la Paz (4) cultive los campos. Por primera vez la Paz radiante condujo a arar los bueyes bajo el curvado yugo. La Paz alimentó las vides y conservó el mosto de la uva para que el ánfora paterna vertiera al hijo buen vino. Con paz la azada y la reja del arado brillan; en cambio, en las tinieblas el orín corroe las tristes armas del feroz soldado. Del bosque sagrado, el mismo campesino, un poco bebido, lleva en una carreta a su mujer y a sus hijos a casa.
Entonces se encienden los combates de Venus y la joven se lamenta de sus cabellos arrancados y de sus puertas rotas. Llora los golpes de sus tiernas mejillas, pero el propio vencedor también llora que sus enloquecidas manos hayan tenido tanta fuerza. Peo Amor lujurioso atiza la pelea con maldiciones, e, indiferente, se sienta entre los dos irritados. ¡Ah!, es de pedernal y de hierro todo el que pega a su joven amante: del cielo derriba él a los dioses. Bástele desgarrar de su cuerpo el ligero vestido; bástele deshacer los adornos de su peinado; bástele haberla hecho llorar. ¡Cuatro veces dichoso aquél por quien puede llorar, a pesar de su ira, una joven enamorada!
Quien sea cruel con sus manos, empuñe escudo y lanza y aléjese de una Venus suave.
Mas ven a mí, Paz (5) bienaventurada, con una espiga en tu mano. Delante de ti deje caer frutas tu blanco regazo”.
Notas:
(1) En Tibulo no hay una condena de la guerra, aunque él sea un espíritu pacifista. La guerra es la ocupación de otros como su amigo Mesala, y él mismo le ha seguido en sus campañas. Al evocar la figura del soldado que cuenta sus triunfos y traza en la mesa con el vino las tácticas militares, Tibulo no hace una caricatura, muy fácil, por otra parte, sino sonríe con simpatía y comprensión.
(2) Para los romanos, los Infiernos se encontraban bajo tierra.
(3) Caronte
(4) La Paz personificada. Aquí asume funciones de Ceres y de Baco.
(5) Aquí la Paz aparece con los atributos propios de Ceres, según la iconografía de la época augustea: una espiga en la mano y frutas que caen de su regazo.
(Tibulo. Elegías. Introducciones de Vicente Cristóbal y Juan Luis Arcaz Pozo. Traducciones y notas de Arturo Soler Ruiz. Edit. Gredos. Madrid. 2000).
Segovia, 6 de julio del 2024
Juan Barquilla Cadenas.