MITOLOGÍA: APOLO Y LOS HIPERBÓREOS
Apolo, hijo de Zeus y Latona, hermano gemelo de Ártemis (Diana), nació junto al monte Cinto en la isla de Delos.
Su madre, Latona, perseguida por los celos de Hera (esposa de Zeus) vagó errante de un país a otro buscando un lugar seguro para dar a luz. Su recorrido fue largo y arriesgado llegando finalmente a Delos, un peñasco que flotaba en el océano y que desde aquel momento fue fijado en el fondo del mar por el dios Poseidón.
En la nueva isla, junto al monte Cinto, sin ayuda de nadie, la desdichada Latona dio a luz a los dos gemelos, Apolo y Ártemis.
Cuando nació el dios, algunos cisnes sagrados dieron siete vueltas a la isla volando, el séptimo día del mes; luego lo condujeron a su país a orillas del océano, junto a los Hiperbóreos, que vivían en paz y justicia bajo un cielo siempre puro. Con frecuencia Apolo volvía allí para pasar el invierno, de lo cual deriva su sobrenombre de “hiperbóreo”.
Cada diecinueve años, período que necesitan los astros para efectuar una revolución completa y volver a su posición inicial, el dios se traslada nuevamente al país de los hiperbóreos, donde todas las noches entre el equinoccio de primavera y la salida de las pléyades, se le oye cantar sus propios himnos acompañándose con la lira.
Al despuntar la aurora, Apolo montaba en su carro tirado por blancos caballos alados e iniciaba su ascensión hacia el centro del cielo y otorgaba a su paso luz y calor a la tierra.
Era venerado como “Targelo”, por los beneficios que producía en la vegetación y como el destructor de ratones “ Esminteo” y de los saltamontes “Parnoplio”. Como dios de la luz tuvo que enfrentarse con los monstruos de las tinieblas.
Cuando contaba sólo cuatro días de vida, mató en un valle, al pie del Parnaso, a la serpiente Pitón, nacida del limo de la tierra después del diluvio, que Hera había sacado de las tinieblas para que luchara contra él. La serpiente infestaba el lugar sagrado de Delfos, donde debía aparecer el oráculo de Apolo. En conmemoración de esta hazaña, el dios recibió el sobrenombre de “ Pitio”, llamándose también “Pitia” a la sacerdotisa ( sibila), y luego “Píticos” a los juegos que se celebraban en Delfos para recordar la victoria del hijo de Latona.
De la misma manera que conseguía dispersar la tinieblas de la noche, Apolo ahuyentaba la ignorancia con su arte adivinatoria, revelando la voluntad de Zeus; en él se inspiraba la Sibila y los adivinos. Además de Delfos, que fue siempre el lugar más importante, sus oráculos estaban extendidos por muchos países; había uno, por ejemplo, cerca de Colofón, otro junto a Mileto, otros en la región de Troya, en Licia y en diversos lugares del continente helénico.
Los antiguos, además de ocuparse del espíritu, se ocuparon también del cuerpo y consideraron a Apolo como progenitor de los médicos y padre de Asclepio (Esculapio). Éste aprendió el arte de la medicina del centauro Quirón, a quien Apolo lo había confiado después de la muerte de la madre, Corónide. Sin embargo, cuando éste quiso sobrepasar los límites de la naturaleza devolviendo la vida a los muertos, se grangeó las iras de Zeus, que con un rayo lo hundió en el Hades.
Apolo, para vengar a su hijo, mató con sus flechas a los Cíclopes que habían forjado el rayo de Zeus.
Coexisten en Apolo dos aspectos: es el defensor de la salud y del orden, de las leyes y de la justicia, pero provoca también la muerte, la peste y la ruina.
Apolo fue castigado dos veces con el exilio entre los mortales. La primera vez cuando conspiró con Poseidón, Hera y Atenea para encadenar a Zeus y dejarlo suspendido en el centro del cielo. La conjura fracasó y, junto con Poseidón, tuvo que ayudar al rey de Troya, Laomedonte, a construir las murallas de la ciudad. Terminado el trabajo, los dos dioses pidieron una recompensa al rey, pero éste rehusó concedérsela, amenazándoles con cortarles las orejas y venderlos como esclavos si insistían. Más tarde, Apolo se vengó de la ciudad y de la dinastía.
En castigo por haber matado a los cíclopes, Zeus le mandó a trabajar como pastor en casa del buen rey Admeto de Feres, en Tesalia.
Durante un año, Apolo guardó los rebaños del rey, que prosperaron extraordinariamente, llevando la abundancia a la casa del rey. Sin embargo, un día, mientras Apolo guardaba los animales como de costumbre, se durmió a causa del bochorno agobiante. Hermes le robó cincuenta hermosas cabezas de ganado. Para aplacar al dios, que amenazaba con matarlo, Hermes le regaló un caparazón de tortuga en el cual estaban colocadas algunas cuerdas tensas, sujetas con clavijas; fue la primera cítara. Apolo no quiso separarse nunca de ella y llenó de armonía el Olimpo y la tierra.
Al extenderse sus atributos de sanador del cuerpo y de espíritus, Apolo se convirtió en protector de todo cuanto estaba sujeto a las reglas de la proporción y del ritmo en la tierra, y tenía el poder de infundir paz y tranquilidad en los ánimos, es decir, la música, la poesía, el canto, el arte de edificar y el de reproducir las figuras de los dioses.
Dirigía el coro de las musas y residía con ellas en el monte Helicón. De ahí su nombre de “Musageta”.
Fue desafiado como músico por el dios Pan, experto en la flauta fabricada con cañas. Midas, rey de Frigia, hizo de juez y entregó el premio al velloso, al de las patas de cabra (Pan). En venganza, Apolo hizo que le creciesen a Midas orejas de asno.
Otra competición tuvo lugar entre el dios Apolo y el sátiro frigio Marsias, hábil flautista. Marsias resultó vencido y Apolo, implacable, atándolo a un árbol, lo desolló vivo. Con esta leyenda de significado mítico y moral se pretendía atestiguar una supremacía de la música griega sobre la asiática, de la noble cítara sobre la flauta silvestre, mientras que se advertía que no se tenía que intentar lo imposible.
En otra de las primeras aventuras de Apolo, aparece su enfrentamiento con Ticio, un gigante que intentó violar a Latona (su madre) poco después del nacimiento de sus hijos. En ayuda de Latona corrieron Apolo y Ártemis, y lo mataron.
Recibido en el Infierno, Ticio fue condenado a una de las más dolorosas penas: estirado en el suelo y atado, sobre él dos cuervos le roían el hígado, que se regeneraba para que las dos aves volvieran a roerlo. Y así durante toda la eternidad.
Otro de los castigos más conocidos de Apolo y su hermana Ártemis es el infringido contra los hijos de Níobe, siete varones y siete hembras.
El castigo fue motivado por el pecado de “hybris” que cometió Níobe: pretendió que las mujeres tebanas le llevaran a ella las ofrendas en vez de a Latona y que se le erigiesen templos y altares, pues decía que Latona sólo tenía dos hijos y ella catorce.
Apolo mató con sus flechas a los varones y Ártemis a las hembras.
A Níobe, compadecidos los dioses de ella, la transformaron en una roca en el monte Sípilo (Lidia).
Numerosas y generalmente infortunadas son las leyendas sobre los amores de Apolo.
Se enamoró de la ninfa Dafne, transformada en laurel por su padre, un dios río, cuando el dios estaba a punto de poseerla. Desde entonces, el laurel estuvo consagrado a Apolo y con él se coronaba a los héroes y poetas.
Corónides, que concibió a su hijo Asclepio, lo traicionó con un mortal, atrayéndose la venganza de Apolo y la muerte.
Apolo se enamoró también de Casandra, hija del rey de Troya, Príamo, y, para seducirla, se ofreció a enseñarle el arte de la adivinación. Casandra aceptó, pero no cumplió lo pactado, por lo cual Apolo la castigó quitándole el don de la persuasión; profetizaba pero nadie la creía.
Apolo no amó tan sólo a mujeres, sino también a algunos jóvenes entre los cuales los más célebres son Jacinto y Ciparisio, cuya muerte, o mejor aún, cuya metamorfosis – el primero se transformó en la flor del jacinto y el segundo en ciprés- lo afligieron profundamente.
Apolo era representado como un joven bellísimo, de figura atrayente y armoniosa, de rostro sereno e inspirado.
Según sus distintos atributos, aparecía sobre el carro solar, con la cítara y el laurel o junto al trípode en el que se apoyaba la Sibila para profetizar.
Su culto figuró entre los más difundidos en las diversas regiones de Grecia: en Delfos, en el valle del Tempe; en Creta, en Delos y en las costas de Asia Menor era honrado su nombre.
Le estaban dedicados el cisne, la paloma y el laurel.
Los romanos no tardaron en acoger en el panteón de sus dioses al Apolo griego y lo veneraron con el nombre de Febo, una de las mayores divinidades del Olimpo romano, con sus tres atributos de adivino, médico y protector de las musas.
Durante la guerra de Roma contra Cartago se instituyeron los juegos “Apolinares”, inspirados en los juegos “Píticos” de Delfos.
Augusto lo veneró de manera especial porque creía que la victoria de Accio debía atribuirse a su intervención, y mandó construir un templo en su honor sobre el Palatino.
Apolo estaba íntimamente asociado tanto en el mito como en el culto con los “Hiperbóreos”, pueblo mítico que vivía en los confines de la tierra, en las tierras remotas del Norte. Su nombre fue interpretado como los que vivían “más allá del viento del norte” (dado que el Bóreas era el nombre de ese viento en Grecia).
Su conexión con Apolo se estableció incluso antes de su nacimiento, puesto que enviaron mensajeros a Delos con ofrendas que habían prometido para asegurar a Latona un parto fácil.
Era un pueblo equitativo y compasivo que vivía una vida libre de todo esfuerzo y conflicto, que pasaban el tiempo con cantos, danzas y fiestas.
Su presencia era, por tanto, muy apreciada por Apolo, que se decía que abandonaba Delfos durante el invierno para pasar más tiempo en su tierra.
Según el poeta lírico primitivo Alceo, Apolo visitó por primera vez su país poco después de su nacimiento, y viajó en un carro tirado por cisnes que Zeus le había dado para su viaje a Delfos. Sin embargo, tras ordenar a los cisnes que volaran hacia el Norte, permaneció todo un año con los Hiperbóreos para los que creó leyes, hasta que finalmente partió hacia Delfos en el verano del año siguiente.
Según una historia posterior, se refugió más tarde con los Hiperbóreos durante un tiempo para escapar de la furia de Zeus tras haber matado a los Cíclopes, y una sustancia preciosa venida del Norte, el ámbar, se formó de las lágrimas que derramó durante su exilio.
Aunque la tierra de los Hiperbóreos era apenas accesible a los viajeros humanos ordinarios, Píndaro relata que, en días remotos, Perseo encontró el camino para llegar y vio a los Hiperbóreos sacrificando hecatombes de asnos a Apolo, que apreciaba especialmente sus fiestas y alabanzas. ( Enciclopedia de la mitología. J. C. Escobedo. Edit. De Vecchi).
Desde la época clásica, los autores se han complacido en representar el país de los Hiperbóreos como una región ideal, de clima dulce y agradablemente templado, un verdadero país de utopía. El suelo produce dos cosechas al año. Los habitantes tienen costumbres simpáticas, viven al aire libre, en los campos y en los bosques sagrados, y gozan de extrema longevidad.
Cuando los viejos han disfrutado suficientemente de la vida, se arrojan al mar desde lo alto de un acantilado, contentos, con la cabeza coronada de flores, y encuentran en las olas una muerte feliz.
Se atribuía también a los Hiperbóreos el conocimiento de la magia. Podían volar, hallar tesoros, etc. Pitágoras pasaba por ser una encarnación de Apolo hiperbóreo.
( Diccionario de Mitología griega y romana. Pierre Grimal. Edit. Paidós).
Apolo es el dios más propiamente griego de todos en su forma desarrollada, y a causa de la pintoresca belleza con la que el arte y la literatura helenística le dotaron, todavía hoy es ampliamente conocido, quizá más que cualquier otra deidad del Olimpo, como encarnación del espíritu helénico.
Representa los valores helénicos de la razón, la armonía, la lucidez y la moderación.
Es el profeta infalible que conoce la verdad, el derecho y la voluntad de su padre Zeus y la revela a los mortales, aunque a menudo de manera enigmática a través de sus muchos oráculos.
Es un dios de purificación y curación, aunque también el dios arquero que dispara desde lejos e inflige plagas y muerte con sus flechas.
Es el corifeo (el que dirige el coro) de las musas y patrono de la poesía y la música, especialmente de la interpretada con la lira.
Aunque la agricultura no es una de sus principales ocupaciones, actúa como protector del ganado ovino y bovino, y protege el cereal y las cosechas del mal tiempo, plagas y animales dañinos.
Su forma desarrollada en el arte es muy conocida.
Encarna la figura ideal masculina que ha llegado a la plenitud física pero que todavía conserva toda la flexibilidad y vigor de la juventud.
Desde el tiempo de Homero en adelante, Apolo recibe a menudo el nombre de “Febo Apolo” o “Febo”. Este título se interpreta con frecuencia con el significado de “brillante” o “radiante”, pero en ningún caso se conoce con certeza su etimología. Como dios que sin duda estaba asociado con la idea de luminosidad y el brillo, se identifica a Apolo a menudo con el dios del sol, Helios, desde el siglo V a. de C. en adelante.
( El gran libro de la mitología griega. Robin Hard. Edit. La esfera de los libros).
Segovia, 21 de junio del 2025
Juan Barquilla Cadenas.