MITOLOGÍA: ERISICTÓN

MITOLOGÍA: ERISICTÓN

Ahora que estamos más concienciados del cuidado de la naturaleza debido al “cambio climático” y los efectos que está produciendo en toda la tierra, me ha parecido bien exponer el “mito de Erisictón”, que narra el poeta Ovidio (43 a. de C. -17 d. de C.) en su obra “Metamorfosis” (VIII,725-847).

Y es que el mundo antiguo se preocupaba más por la naturaleza de lo que hace el mundo actual: conocían mejor que la mayoría de nosotros el mundo de las plantas y de los animales al igual que las estrellas del cielo, que, mediante su observación,  les servían de orientación en los viajes y también para prever las épocas de lluvia tan necesarios para el cultivo del campo.

Eran tan sensibles de la naturaleza que creían que en ríos, montes, campo y en el mar habitaban divinidades, y pusieron nombre a estas divinidades.

[Así “ninfas” eran divinidades menores femeninas, que habitaban en las montañas, los bosques, los ríos, las fuentes y el campo en general. Jóvenes y bellas comprendían varios grupos o categorías: las “ninfas Melias”, nacidas como los Gigantes de la sangre de Urano, eran las ninfas de los fresnos; las “ninfas Dríades o Hamadríades” eran las ninfas de los robles o bien de los árboles en general, cuya vida estaba ligada de algún modo a un árbol determinado cada una; las “Náyades” eran las ninfas de las aguas dulces, sobre todo de los arroyos y fuentes de montaña; las “Oréades” eran las ninfas de los montes; las “Alseides” eran las ninfas que habitaban en las flores; las “Antríades” eran las ninfas de las cuevas.

También las miles de “Océanides”, hijas, como los ríos, en general de Océano y de Tetis y de las cuales hay hasta cuarenta con nombres peculiares. A veces se las llama también “ninfas”.

La diferencia entre las “Oceánides” y las “Náyades” es que las “Oceánides” suelen ser esposas de dioses y las “Náyades” suelen ser esposas de héroes locales.

Las “Híades” eran ninfas hacedoras de lluvia.

Las “Pléyades”, hermanas de las Híades eran  ninfas celestes, tras ser “catasterizadas” y eran ninfas en el cortejo de la diosa  Artemisa, diosa de la caza.]

(Ovidio. Metamorfosis. Texto, notas e índice de nombres de Santiago Segura Ramos. Edit. C.S.I.C).

Las “Hespérides” eran las ninfas que cuidaban el maravilloso jardín de las manzanas de oro de la diosa Hera, que estaba situado en un lejano rincón de Occidente.

En Roma había un dios de origen etrusco, el dios Vertumno, que era protector de la vegetación especialmente de los árboles frutales, de los que también era protectora su amada la diosa Pomona.

Respecto a los animales, en Roma estaba el dios Fauno que era el dios de los campos y los bosques y protector de los rebaños, a los que hacía más fecundos y los defendía de los ataques de las alimañas.

Como puede verse, los griegos y romanos tenían en gran valor los recursos que ofrece la Tierra y los valoraban de un modo distinto a como se hace en  estos tiempos.

Aquí expongo el mito de Erisictón que nos puede advertir de lo que pasa cuando no se cuida la naturaleza.

[“Había terminado su relato, y tanto el suceso como quien lo atestiguaba habían impresionado a todos, especialmente a Teseo. Deseando éste escuchar hechos prodigiosos de los dioses, el río Calidón, apoyándose en el codo, se dirige a él hablándole así: “Hay, oh héroe valerosísimo, gente cuya figura ha cambiado de una sola vez y ha permanecido en ese nuevo estado; hay quienes poseen la facultad de pasar a muchas formas, como la posees tú, habitante del mar que abraza la tierra, Proteo. Pues tan pronto te han visto muchacho como león, ora eras impetuoso jabalí, ora serpiente que hubiera temido tocar, o unos cuernos te hacían toro; con frecuencia podías parecer piedra, con frecuencia también árbol; a veces imitando el aspecto de las aguas cristalinas, eras río, a veces fuego, adversario de las ondas.

Y no tiene menores facultades la esposa de Autólico (Mnestra), hija de Erisictón; el padre de ésta  era un hombre capaz de despreciar la majestad de los dioses y de no quemar perfume alguno en sus altares; de él se dice que llegó a profanar con el hacha el bosque de Ceres, desflorando con el hierro aquel vetusto y sagrado recinto.

En él se alzaba una encina gigantesca de añosa robustez, un bosque ella sola. Su fuste estaba ceñido de lazos, de tablillas de gratitud y de guirnaldas, testimonios de anhelos cumplidos. (ofrendas votivas, en agradecimiento por gracias obtenidas de la divinidad).

Al pie de aquel árbol celebraron muchas veces las “Dríades” (ninfas de los robles) gozosas danzas, y también muchas veces, enlazando en corro sus manos, rodearon la circunferencia del tronco, y la medida de la encina abarcaba quince codos, mientras que, por otra parte, los demás árboles de la selva estaban tan por debajo de éste como la hierba por debajo de todos ellos. Pero no por eso el “Triopeo” (Erisictón, hijo de Tríopas) apartó de ella el hierro, sino que ordenó a su gente que talaran la sagrada encina, y al ver que vacilaban en cumplir la orden recibida, el malvado arrebató a uno de ellos el hacha y profirió estas palabras: “No sólo un árbol favorito de la diosa, sino aunque sea la misma diosa va a tocar ahora mismo la tierra con su frondosa copa”. Dijo, y mientras blande el arma para asestar un golpe lateral, la encina de Deo (otro nombre de Deméter o Ceres)) se estremeció y profirió un gemido, y a la vez empezaron a palidecer las hojas y también las bellotas, así como a tomar un tinte pálido las largas ramas. Y cuando la mano impía hizo mella en el tronco, fluyó sangre por la corteza desgarrada, no de otro modo que como suele derramarse a  chorros de la cerviz destrozada de un enorme toro, cuando como víctima cae ante el altar.

Todos quedaron paralizados, y hubo alguno que se atrevió a disuadirle del crimen y a sujetar la feroz segur (hacha).

El tesalio (Erisictón, tesalio  como nieto de Eolo) lo mira y le dice: “Toma el premio de tu alma piadosa, y aparta del árbol el hierro para dirigirlo contra el hombre, y le cercena (corta)               la cabeza, y contra la encina redobla sus tajos, y del interior de la encina sale una voz que dice: “Yo soy, bajo esta madera, una ninfa muy querida de Ceres, y al morir te profetizo que es inminente el castigo de tu acción, lo que me consuela de mi muerte”.

Él prosigue la ejecución de su crimen, y al fin el árbol, quebrantado por innumerables golpes y del que tiraban con cuerdas, se desploma y con su peso tiende por tierra una gran porción de  selva.

Horrorizadas las Dríades por el menoscabo (merma) del bosque que era a la vez la pérdida de una de las suyas, hermanas todas ellas, acuden a Ceres, lúgubres (tristes) y con ropas de luto, y piden el castigo de Erisictón.

Asintió la diosa bellísima y con el movimiento de su cabeza (nutación o señal de asentimiento de los dioses) produjo una sacudida de los campos cargados de macizas mieses, y prepara un tipo de castigo que produciría la conmiseración si Erisictón no fuese, por sus actos, indigno de producir la conmiseración de nadie, a saber, atormentarlo con perniciosa hambre.

Como la diosa no podría ir en persona a ver al “Hambre” (puesto que la ley del Destino no permite que se reúnan Ceres y el Hambre), se dirige con las siguientes palabras a una Oréade,  (ninfa de los campos), divinidad montaraz: “Hay un lugar en las más apartadas riberas de la helada Escitia (al sur de Rusia), suelo siniestro, tierra estéril, sin cosechas, sin árboles; el frío inerte habita allí y también la Palidez y el Temor y la vacía Hambre; mándale a ella que se introduzca en las criminales entrañas del sacrílego(Erisictón), y que la abundancia de provisiones no la venza y que en la contienda aventaje a mis fuerzas; y para que no te asuste lo largo del camino, toma mi carro, toma mis dragones que por las alturas debes tu gobernar con las riendas.

Y se las dio; ella, conducida por el aire en el carro que se le ha dado, arriba (llega) a la Escitia, y en la cima de una escarpada montaña (Cáucaso la llaman) aligeró los cuellos de las serpientes (dragones) y vio en un pedregoso campo al “Hambre” a quien buscaba, que estaba arrancando con uñas y dientes las escasas hierbas.

 Tenía el cabello hirsuto, hundidos los ojos, palidez en la tez, los labios blanquecinos de mugre, la garganta áspera de costra, reseca la piel, a través de la cual se podían ver las vísceras, por debajo de los arqueados ijares emergían los enjutos (delgados)huesos, en lugar de vientre tenía el sitio del vientre; se hubiera creído que el pecho le colgaba y que sólo estaba sujeto por la armadura de la espina dorsal; la demacración le había aumentado las junturas, tenía hinchado el globo de la rodilla y los tobillos sobresalían en enorme bulto.

Al verla desde lejos (pues no se atrevía a acercársele), le comunica el encargo de la diosa, y tras breves instantes, a pesar de que estaba bien separada, a pesar de que acababa de llegar allí, le pareció sin embargo que notaba hambre, y volviendo las riendas dirigió sus dragones de nuevo a la Hemonia (Tesalia) por las alturas.

El “Hambre”, aun cuando es contraria siempre a la actividad de Ceres, cumple sus órdenes, y a través del aire se traslada, impulsada por el viento, a la mansión que se le ha indicado, entra al punto en la habitación del sacrílego (Erisictón), y, mientras éste se encuentra sumido en profundo sueño (pues era de noche), lo estrecha con ambos brazos y se insinúa en el interior del hombre, sopla en su garganta, pecho y boca, y difunde el ayuno en sus venas vacías; y una vez cumplido el encargo, abandona el mundo productivo y regresa a la indigente morada de sus cuevas habituales.

Aún el blando sueño acariciaba a Erisictón con apacibles alas (el “Sueño” se le representa con alas), y pide él en sueños la comida y mueve vanamente la boca y cansa los dientes unos contra otros, y hace uso de la garganta engañada por un alimento inexistente, y en vez de manjares devora inútilmente el aire sutil; ahora bien, cuando el sueño ha desaparecido, siente locas y abrasadoras ansias de comer que señorean (dominan) en su garganta famélica y sus entrañas que arden. Y en el acto exige cuanto cría el mar, la tierra y el aire, y con la mesa servida se lamenta de inanición, y en medio de un festín pide otro; y lo que hubiera podido bastar para ciudades, para su pueblo, no es suficiente para él solo, y más ansía cuanto más hace descender al interior de su estómago.

Y así como el mar recibe los ríos de la tierra entera y no se sacia de agua y se traga los caudales, que vienen de lejos, y como el fuego devorador jamás rehúsa el pasto y quema innumerables leños y, cuanto mayor cantidad se le da, más pide, y la acumulación misma lo hace aún más insaciable, así la boca del profanador Erisictón al mismo tiempo recibe y pide manjares. Todo alimento es en él causa de nuevo alimento, y comiendo siempre, siempre queda vacío el sitio.

Y ya con su hambre y con el profundo abismo de su vientre había consumido sus recursos patrimoniales, pero aún entonces subsistía intacta su infernal hambre y tenía toda su fuerza la llama de su implacable glotonería.

Al fin, cuando ya su fortuna entera había descendido a sus vísceras, le quedaba una hija (Mnestra), que no merecía aquel padre.

También a ella la pone en venta en su indigencia: rehúsa ella, haciendo honor a su estirpe, tener un dueño, y, tendiendo sus manos sobre las aguas vecinas, dice: “Líbrame de un dueño, tú, que tienes el trofeo de haberme arrebatado mi virginidad”.

Neptuno era quien tenía tal trofeo, y dando oídos a la súplica, a pesar de que hacía un momento el comprador la había visto marchando delante de él, le cambia la forma y la reviste de un rostro de varón y de un atavío propio de los que se dedican a la pesca. El dueño se queda mirándola y dice: “Oh tú que ocultas con un pequeño cebo el bronce colgante, gobernador de la caña, que tengas el mar en calma, que el pez en las olas se te confíe y no note nunca el anzuelo sino cuando ya esté enganchado: dime dónde está la que hace un instante se alzaba en esta playa con ruines ropas y el cabello revuelto, pues yo la he visto en pie en la playa; porque sus huellas no se prolongan más allá”.

Ella se dio cuenta de que el don del dios era eficaz, y, divertida de que le preguntasen por ella misma, replicó con estas palabras a su interlocutor: “Quienquiera que seas, discúlpame; no he apartado mis ojos de esta sima en ninguna dirección, sino que me he mantenido firmemente atento al trabajo en el que me afano, y, para que no tengas dudas, que el dios del mar favorezca este oficio mío como es verdad que desde hace mucho tiempo ningún hombre ha estado en esta playa, siempre que me exceptúes a mí, ni tampoco mujer alguna”.

La creyó el dueño, y volviendo sus pasos pisó la arena y desapareció burlado; a ella se le restituyó su forma.

Mas, cuando el padre se enteró de que su hija tenía el cuerpo transformable, muchas veces enajenó (vendió) a la Triopeide (Mnestra, nieta de Tríope), pero ella se convertía ya en yegua, ya en ave, ora en vaca, ora en cuervo, y proporcionaba a su padre hambriento indigno alimento.

Sin embargo, una vez que la fuerza de aquel mal hubo agotado todas las subsistencias y dado nuevo pábulo a la grave enfermedad, empezó él a despedazar sus propios miembros con desgarradores mordiscos, y consumiendo su cuerpo lo alimentaba el desdichado. “

(Ovidio. Metamorfosis. Texto revisado y traducido por Antonio Ruíz de Elvira. Texto, notas e índice de nombres de Bartolomé Segura Ramos. C.S. I.C. Madrid. 19882).

 

    Segovia, 11 de mayo del 2024

 

        Juan Barquilla Cadenas.