VIRGILIO: GEÓRGICAS. PASAJES VARIOS
Ahora que nos damos cuenta, cada vez más, de la importancia del campo y de la agricultura para la subsistencia de la vida en la tierra, y ahora que, también, hay cada día una mayor conciencia ecológica y somos conscientes de la necesidad de conservar la flora y la fauna que existe en la tierra y, al mismo tiempo, que se va produciendo una mayor sensibilidad hacia el mundo de los animales, me ha parecido bien recordar la sensibilidad que el gran poeta Virgilio muestra hacia el mundo del campo y al mundo de los animales en su obra las “Geórgicas”.
Virgilio (70 a. de C. -19 a. de C.) es uno de los más grandes, si no el más importante poeta de Roma. Y, aunque es, sobre todo, conocido por su obra de carácter épico, la “Eneida”, también escribió poesía lírica, las “Bucólicas”, y poesía didáctica, las “Geórgicas”.
Aquí nos vamos a centrar en las “Geórgicas”, nombre que significa el “trabajo de la tierra”. Esta obra inspirada en “Los trabajos y los días” de Hesíodo, y en los tratados latinos de agricultura escritos por Catón y Varrón, según Alfred Gudeman (Historia de la literatura latina) es “la obra maestra de Virgilio y uno de los productos artísticamente más importantes de la literatura latina”.
La obra la escribió Virgilio a los 33 años de edad, habiéndole sido sugerida la idea por su protector Mecenas, con la intención de enaltecer, a los ojos de los romanos, la agricultura, que ellos habían tenido siempre en mucha estima, y que en aquellos momentos se hallaba en decadencia.
“Voy, ¡oh Mecenas! a cantar las mieses y a decir en qué meses el cielo nos aconseja desgarrar la tierra con la reja; y uncir la vid al olmo, y qué cuidado nos merezcan el rebaño y el ganado, como también la diligente abeja”.
“Pues nuestros campos ¡ay! faltos de brazos palidecen eriazos (baldíos, sin cultivar) y es el arado objeto de disgusto, y yace sin honor; y de las hoces forjan para guerrear armas atroces”.
(Traducción de Juan de Arona).
Virgilio, hijo de campesinos estaba íntimamente familiarizado con la materia, poseía la experiencia práctica de la misma, conocimiento que además ahondó y enriqueció con la utilización de fuentes literarias que en gran abundancia se ofrecían a su disposición: Hesíodo, Teofrasto, Arato, Eratóstenes, Nicandro y, entre los romanos, Catón, Varrón e Higino. (Alfred Gudeman. Op. cit.).
La obra dividida en cuatro libros aparece distribuida de este modo:
Libro I: “El cultivo de la tierra”
Tras invocar a los dioses protectores de la agricultura y también a Augusto, expone el calendario campesino, con los trabajos propios de cada estación; métodos de cultivo, lucha contra las plagas; aperos agrícolas; meteorología y formas de pronosticar el tiempo.
Libro II: “El cultivo de los árboles y de la viña”
Comienza con una invocación a Baco (dios del vino) y luego expone los cuidados que necesitan los árboles, el modo de mejorar las especies, la influencia del terreno y el clima; elogio de Italia como gran madre de los frutos; cultivo específico de la viña y los cuidados que exige.
Libro III: “Los rebaños”
Invocación a los dioses de los rebaños y ofrecimiento a Augusto; el ganado mayor (bueyes y caballos), su selección, cuidados que exigen las hembras preñadas y las crías en su crecimiento; ganado menor (cabras y ovejas), los establos, los productos (lana y queso), los perros guardianes y las enfermedades del ganado, con la descripción de una peste que recuerda la descripción de la peste de Atenas con que se cierra el poema de Lucrecio.
Libro IV: “La apicultura”
Invocación a Mecenas; emplazamiento de las colmenas y sus cuidados; organización del trabajo entre las abejas; prescripciones diversas sobre la recogida de la miel, las enfermedades de las abejas, etc.; episodio de Aristeo, en el que se inserta el de Orfeo y Eurídice. (A. Holgado – C. Morcillo. Latín COU. Edit. Santillana).
Por falta, sin duda, de espacio, el poeta dejó para sus sucesores el importante capítulo de los jardines y frutales, invitación a la que respondieron Sabinio Tirón, miembro del círculo de Mecenas, y más tarde Columela y Gargilio Marcial (siglo III).
Virgilio desgranó los numerosos detalles y preceptos no sólo con la profundidad de un técnico, sino estilizándolos con arte asombrosa, y, a fin de prevenir todo asomo de aburrimiento en el lector, trazando graciosos cuadros, llenos de vida y fantasía, al principio y al final de los varios libros, así como numerosas digresiones.
Citaremos aquí solamente la espléndida descripción de la Edad de Oro, el elogio de Italia, candente de patriotismo, y la descripción del despertar de la Naturaleza en primavera: episodios sobre los que se cierne la influencia de Lucrecio, especialmente perceptible en las Geórgicas.
Como pocos poetas de la Antigüedad, manifiesta Virgilio ante la Naturaleza viva y la inanimada una sensibilidad tiernísima, de la que este poema ofrece multitud de encantadores ejemplos. De singular interés es el mito de Orfeo y Eurídice, que con hábil fundamentación se enlaza, al final del libro IV, con el episodio de Aristeo y Proteo, pues tiene con éste relación especial.
Se sabe, por fuentes fidedignas, que las “Geórgicas”, originariamente, concluían con un panegírico del amigo y protector de Virgilio, Cornelio Galo (también poeta). Pero éste, caído en desgracia ante Augusto, se había suicidado, y Virgilio, por deseo u orden superior, sustituyó dicho panegírico por el final actual, con lo que el arte ganó sin duda, aunque por ello se hayan perdido algunas noticias sobre el poeta Galo. (Alfred Gudeman. op. cit.).
Las “Geórgicas” constituyen para muchos autores la cumbre de la poesía virgiliana en cuanto a perfección formal.
Se ha dicho que en ellas “nada puede quitarse ni añadirse” y se la ha llamado también “la epopeya del campesino”.
Virgilio ha sabido captar esta simbiosis o comunión del hombre con la tierra y expresarla en un poema insuperable por la profundidad del sentimiento, la arrebatada inspiración, el sentido a la vez nacional y universal y la honda dimensión religiosa. (A.Holgado- C. Morcillo.op. cit.).
1. Pasaje “la Edad de Oro” (Libro I,vv.125-147)
“Antes de Jove (Júpiter) labrador ninguno pensó en domar el campo: no era lícito ni repartirlo ni acotarlo; a una buscaban el sustento, y lo gozaban juntos todos: la tierra por sí misma todo lo repartía dadivosa sin que se lo pidiesen.
Les dio Jove su veneno a las sierpes (serpientes); a los lobos él mandó que ejercieran la rapiña, y al mar que se encrespase; de las hojas él la miel sacudió; del don del fuego privó al hombre, y contuvo las corrientes que fluían de vino en todas partes.
Quiso que la experiencia, fecundada por lento meditar, las artes todas fuese sacando a la luz, que el trigo tierno a los surcos pidiese, y a las venas del pedernal herido el fuego oculto.
Entonces vio flotar por vez primera el río en su corriente olmos vaciados; el nauta entonces, agrupando estrellas, nombres les dio: las Híadas y Pléyades, la Osa de Licaón, ¡glorioso hombre!
Entonces se inventó cazar las fieras con lazos o con liga, y en barrancos cercarlas con jaurías (perros); desde entonces fue el lanzar la atarraya (red redonda para pescar en aguas poco profundas= retel) río adentro, o ancha red barredera en mar de fondo; entonces se descubrió el hierro rígido y la hoja de la sierra chirriadora para troncos que a cuña antes partían; y nacieron mil artes. El trabajo en su empeño tenaz lo venció todo, movido del apremio y la indigencia.”
(Virgilio. Obras Completas. Edit. Catedra. Traducción de Aurelio Espinosa Pólit).
2 . Pasaje “Elogio de Italia” (Libro II, vv.136-175)
Mas que la tierra meda rica en selvas, que el Ganges bello, el Hermo (río de Lidia, actual Turquía) turbio en oro, o la Bactra (Afganistán) o la India o la Pancaya (isla en el Océano Índico) con sus arenas que el incienso aroma, en gloria con Italia no compitan.
De Italia las campiñas nunca araron toros de Colquis (mar Negro) vomitando llamas para sembrar en ellas dientes de hidra (serpiente); de ellas nunca brotaron los guerreros mies de erizados yelmos y lanzones.
Lo que las viste son trigales grávidos, es el másico flujo de las cepas (vino), son pasturas (pastos) con espléndida grey (ganado): de ellas provienen entre escarceos (giros o vueltas que dan los caballos cuando están fogosos o cuando los obliga el jinete) el corcel (caballo) guerrero: de ellas blancos rebaños, oh Clitumno (dios-rio), y el noble toro, la soberbia víctima que, tras bañarse en tus sagradas ondas (aguas), tantas veces al templo de los dioses fue encabezando los romanos “triunfos”.
Se logra aquí perenne primavera, y un estío que invade ajenos meses.
Al año das dos crías el ganado, y el árbol dos cosechas. Ni la furia se siente aquí de tigres y leones, ni el acónito engaña al campesino, ni se ve que rastrera sus espiras, inmensa, encoja la escamosa sierpe cubriendo el suelo al deslizarse.
Añade tanta egregia ciudad, que a tanta costa, sobre abruptos peñones enriscada, enhiesta sus bastiones, mientras lamen las vetustas murallas mansos ríos.
¿Y a qué mentar los mares que nos ciñen a un lado y al otro, y los inmensos lagos, el Lario máximo, el Benaco con su oleaje y su fervor marinos?
¿O nuestros puertos y el enorme dique que contiene al Lucrino, y ante el muelle el rugir de las olas indignadas, donde retruena la onda Julia al choque del rechazado ponto (mar), y el Tirreno se encauza al lago Averno borbotando?
Filones hay también de plata y minas de bronce en este suelo, y hasta el oro en él corrió a raudales.
Mas su orgullo son los hombres que cría, recias razas y enérgicas: los Marsos y Sabinos, los Ligures sufridos y los Volscos que empuñan el gorguz (especie de venablo o lanza corta); aquí los Decios, los Marios y Camilos y Escipiones curtidos en la guerra, y, sobre todos, tú, César, que triunfante en los confines últimos de Asia, al Indo sojuzgado por siempre alejas del romano alcázar.
¡Salve, Saturnia tierra, generosa madre de mieses, madre de héroes ínclita (ilustre)!
(Traducción de Aurelio Espinosa Pólit).
3 . Pasaje “Himno a la primavera”(Libro III, vv.323 -346)
“Tiempo es la primavera de favores para el bosque.
Las glebas (terrones) que se esponjan la simiente vivífica reclaman.
Baja entonces el Padre omnipotente, el Éter, al regazo de la esposa en fecundantes lluvias que la alegran, y estrechándola inmenso en magno abrazo, sus gérmenes nacientes vivifica.
A las arpadas aves se oye entonces trinar en la floresta; en días fijos se entrega a sus amores la vacada.
Está de parto el campo; al tibio soplo del Céfiro, la tierra abre su seno; rezuma tierna savia en todas partes, y hacia los soles nuevos ya segura lanza la hierbecilla el tallo airoso; al Austro ya los pámpanos no temen ni al chubasco que cae al golpe recio del fogoso Aquilón; mil yemas brotan y su abundante fronda desparraman.
Tales los días fueron, imagino, en la alborada prístina del mundo, tal su temple constante. Primavera gozó entonces sin duda el universo: y contendría el Euro su invernizo soplo glacial, cuando la luz bebieron los ganados, y el hombre –férrea estirpe- alzó del duro suelo la cabeza, cuando lanzó la mano omnipotente a la selva la fiera, el astro al cielo.
Nunca seres tan frágiles pudieran sufrir en su rigor las estaciones, si el frío y el calor no se templaran, y el cielo, acogedora mansedumbre, no abrigara la tierra”.
(Traducción de Aurelio Espinosa Pólit).
4. Pasaje sobre Aristeo que incluye el de Orfeo y Eurídice (Libro IV,vv. 315 y ss.)
Aristeo era hijo de la ninfa Cirene y del dios Apolo.
Parece que Aristeo fue educado por el centauro Quirón, y las Musas completaron su educación enseñándole las artes de la medicina y de la adivinación.
Le confiaron el cuidado de sus rebaños de carneros, que pacían en la llanura de Ptía (Tesalia). Las ninfas lo adiestraron también en las faenas de la lechería y la apicultura, así como en el cultivo de la vid. Él, a su vez, enseñó a los hombres lo que había aprendido de las diosas.
Virgilio cuenta que un día Aristeo persiguió a Eurídice, esposa de Orfeo, por la orilla de un río. Eurídice, al huir, fue mordida por una serpiente y murió.
Esta muerte provocó la cólera de los dioses contra Aristeo, y lo castigaron enviando una epidemia a sus abejas.
Desesperado, pidió auxilio a su madre, la ninfa Cirene, que habitaba bajo las aguas del río Peneo, en su palacio de cristal. Admitido en su presencia, Aristeo escuchó de labios de su madre valiosos consejos. Le dijo que sólo el dios marino Proteo sabría explicarle la causa de la desgracia que le atribulaba. Aristeo se fue a consultar a Proteo y lo sorprendió descansando sobre una roca, en medio del rebaño de focas que guardaba por cuenta de Poseidón. Entonces lo encadenó fuerte – como le había aconsejado su madre – pues se convertía en distintos tipos de animales, y, al sujetarlo fuerte, recobraba su forma original, y así le obligó a responder. Esta vez reveló a Aristeo que los dioses lo castigaban por la muerte de Eurídice, y le dio consejos sobre la manera de obtener nuevos enjambres de abejas.
Por su parte Orfeo, que es el cantor, músico y poeta por excelencia, sabía entonar cantos tan dulces, que las fieras lo seguían, las plantas y los árboles se inclinaban hacia él, y suavizaba el carácter de los hombres más ariscos.
Al morir su esposa Eurídice por la mordedura de una serpiente cuando intentaba escapar de Aristeo, por amor a su esposa bajó al mundo del Hades. Y con los acentos de su lira encanta no sólo a los monstruos del Tártaro, sino incluso a los dioses infernales (Perséfone y Hades), que acceden a devolver a Eurídice a su marido que da tales pruebas de amor, pero ponen una condición: que Orfeo vuelva a la luz del día (a la tierra), seguido de su esposa, sin volverse a mirarla antes de haber salido del reino del Hades.
Orfeo acepta y emprende el camino. Había llegado casi a la luz del sol, cuando le asalta una terrible duda: ¿No se habrá burlado Perséfone de él? ¿Le sigue realmente Eurídice? Y se vuelve para mirar atrás. Pero en ese momento Eurídice se desvanece y muere por segunda vez.
Orfeo trata de recuperarla nuevamente, pero esta vez Caronte (el barquero que traslada las almas al mundo del Hades) permanece inflexible y le impide el acceso al mundo infernal.
La muerte de Orfeo se debió a las mujeres tracias, pues envidiosas de su fidelidad a la memoria de Eurídice, que la interpretaban como un insulto, despedazaron su cadáver y arrojaron los trozos al río, que los arrastró hasta el mar. La cabeza y la lira del poeta llegaron a la isla de Lesbos, cuyos habitantes tributaron honores fúnebres a Orfeo y le erigieron una tumba. (Pierre Grimal. Diccionario de mitología griega y romana. Edit. Paidós).
…” Y antes que para el sueño compusiera sus miembros el anciano (Proteo), ya lo tiene sujeto con esposas. Él no olvida sus mañas, y al momento se transforma en mil portentos, fuego, fiera y río. Mas al no hallar con todos sus ardides escape alguno, vuelve en sí, vencido y habla con voz humana: “¡Temerario! ¿Quién te mandó venirte a mi morada, o qué quieres de mí?”
Mas Aristeo (dijo): “Ya lo sabes, Proteo, ¿o pudo nadie engañarte jamás? Mas tú desiste de quererme burlar. Aquí me manda orden divina a suplicar remedies mi desgracia fatal con tus oráculos”. No dijo más. Y haciéndose violencia retuerce el vate los ardientes ojos de glaucos visos, y con bronco acento de los hados al fin el velo corre.
“Es un dios quien en ti sus iras vuelca. Grave delito expías. Tu castigo harto más crudo a no impedirlo el Hado, es venganza de Orfeo que escarmienta al criminal que le quitó su esposa. Huyendo ella de ti despavorida por la margen del río, ante sus plantas no vio – y no esquivarla fue su muerte- la sierpe horrenda en el hierbal oculta”.
Lamentaron entonces por las cumbres las Dríades y el Ródope, los Getas, el Hebro y Resia, tierra de Mavorte (Marte), y la ninfa de Atenas, Oritia.
Él, a su amor enfermo, en la dulzura de la cóncava lira hallaba alivio, y a ti, su dulce esposa, por la playa cantaba a solas al rayar el día, a ti, al morir la luz en el poniente.
Más: por las fauces lóbregas del Ténaro, hondo portal de la mansión de Dite (Hades), se atrevió a penetrar por la tiniebla de aquel bosque de espanto hasta los Manes (las almas de los muertos) hasta su rey tremendo, hasta esos pechos que no sabe ablandar humana súplica.
Mas al hechizo de su canto…
En tanto de todo riesgo libre ya, volvía hacia la luz Orfeo con su Eurídice que venía en pos de él (detrás de él) (pues, al donarla, tal fue la ley que Proserpina impuso), cuando un súbito arranque de locura cogió al amante incauto, ¡ay, perdonable, si es que los Manes de perdón supieran!
El pie detuvo, y a la luz llegando, ¡olvido desdichado, ay, en su Eurídice vencido de amor, puso los ojos!
Todo se perdió en aquel mismo punto, fallida su labor, deshecho el pacto con el duro tirano; y por tres veces hizo el Averno rebramar sus aguas.
Ella entonces: “¡Orfeo, ay! ¿Qué delirio nos pierde a mí infeliz y a ti? ¡De nuevo atrás me llaman los crueles Hados, y mis ojos que nadan en las sombras vuelve el sueño a cerrar! ¡Adios! Me llevan… ya me cerca la noche, y arrancada de ti por siempre, a ti tiendo las manos sin poder más.” Y al punto, de sus ojos, cual humo que en el aire se deshace, se desvaneció y ya no vio en su fuga a Orfeo que se aferra a las sombras, con tantas cosas que quiere decirle.
Mas no admite que cruce en nuevo viaje el barquero del Orco la laguna.
… Ella en la barca se iba ya; sombra helada, por la Estige…
Él, sin descanso, siete meses, dicen, al pie de excelso risco, en la ribera de desierto Estrimón llorando estuvo; y en los gélidos antros, con sus trenos, amansaba los tigres y enseñaba su ritmo al robledal.
… Ni amores ni himeneos ya su duelo le consintió jamás.
Cruzaba a solas las nieves hiperbóreas en el Tanais la eterna escarcha en los rifeos llanos, siempre llorando a su raptada Eurídice, siempre a Dite (Hades) enrostrando (echando en cara) la dureza de su frustrado don. Mas las Ciconias (las mujeres tracias) de su desdén cansadas, una noche, en su sagrada orgía de bacantes, despedazado el joven, esparcieron sus restos por los campos. La cabeza, del albo cuello de marfil segada, iba arrastrada entre las turbias ondas (aguas), y la gélida lengua en voz muriente “¡Eurídice! – llamaba - ¡Ay, triste Eurídice!”. Y “¡Eurídice!” los ecos de las márgenes, voz del alma sin vida, repetían”.
.. (Traducción de Aurelio Espinosa Pólit).
Segovia, 12 de octubre del 2024
Juan Barquilla Cadenas.