ARTEMIDORO: “La interpretación de los sueños”
La interpretación de los sueños aparece ya desde muy antiguo. Por ejemplo, en la Biblia, en el Antiguo Testamento, en el libro del Génesis, se nos cuenta la historia de José, el hijo favorito de Jacob, que, siendo objeto de envidia por parte de sus hermanos, lo vendieron a unos comerciantes árabes, que lo llevaron a Egipto y lo vendieron a su vez a Putifar, capitán del ejército egipcio. Putifar nombró a José mayordomo de su casa, pero más tarde atendiendo a las mentiras de su mujer cuyos requerimientos amorosos José había resistido, lo mandó meter en la cárcel, en que se guardaban los reos de delitos contra el faraón. Allí en la cárcel coincidió con el copero mayor del faraón y el principal panadero del faraón, que estaban allí por haber ofendido al faraón. Éstos tuvieron un sueño distinto cada uno la misma noche: El copero mayor soñó que veía delante de él una vid, que tenía tres sarmientos y que crecía insensiblemente hasta echar botones y después de salir flores madurar las uvas y la copa del faraón en su mano. Cogió entonces las uvas y las exprimía en la copa que tenía en la mano y servía con ella al faraón.
José lo interpretó diciendo que los tres sarmientos significaban tres días que aún faltaban, después de los cuales el faraón se acordaría de su ministerio y le restablecería en su primer puesto y le serviría la copa conforme a su oficio, como solía hacerlo antes.
Y José le pidió que se acordara de él en el tiempo de su prosperidad sugiriendo al faraón que le sacara de la cárcel.
El jefe de los panaderos le contó también su sueño. Dice que le parecía llevar sobre su cabeza tres canastillos de harina; y en el canastillo de encima había toda clase de viandas hechas por arte de pastelería, y las aves comían de él.
José lo interpretó: los tres canastillos son tres días que aún te restan, al cabo de los cuales el faraón te cortará la cabeza, y te colgará en una cruz, y las aves despedazarán tus carnes.
Y las dos interpretaciones de José se cumplieron: Al primero el faraón le restituyó en su oficio de servirle la copa y al otro le colgó en un patíbulo.
Dos años después tuvo el faraón un sueño que no supieron interpretar ni los sabios ni los adivinos de Egipto.
Entonces el copero del faraón se acordó de José y explicó al faraón lo que había pasado en la cárcel, y lo sacaron de la cárcel y lo llevaron a presencia del faraón.
Éste contó su sueño: Dice que le parecía que estaba sobre la ribera del río y que subían de la orilla de él siete vacas hermosísimas y en extremo gordas, cuando he aquí que salían tras ellas otras siete tan feas y en tanto grado macilentas que nunca las había visto tales en la tierra de Egipto, las cuales después de haber devorado y consumido a las primeras, ningún indicio dieron de hartura, sino al contrario se paraban yertas con la misma flaqueza y morriña de antes.
Vio en sueños también cómo brotaban de una sola caña siete espigas llenas y hermosísimas; al mismo tiempo nacían de otra caña otras siete delgadas y requemadas del viento abrasador, las cuales se tragaron a las primeras con toda su lozanía.
La interpretación de José: las siete vacas hermosas y las siete espigas llenas, significan siete años de abundancia. Y las siete vacas flacas y las siete espigas delgadas quemadas del viento abrasador, significan siete años de hambre que han de venir y que se cumplirán con este orden: vendrán primero siete años de gran fertilidad en toda la tierra de Egipto, a los cuales sucederán otros siete años de tanta esterilidad, que hará olvidar toda la anterior abundancia, por cuanto el hambre ha de asolar toda la tierra, y la extrema carestía se absorberá la extraordinaria abundancia. (Génesis, 39 -41).
Artemidoro de Daldis o de Éfeso vivió en el siglo II d. de C., y fue un intérprete profesional de los sueños con fines científicos y didácticos.
Era natural de Éfeso, pero, dada la notoriedad de su ciudad natal, prefirió proclamarse oriundo de Daldis, pequeña localidad lidia de la que procedía por línea materna.
Galeno cuenta que era hijo de un tal Focas. Vivió entre el 130 y el 200 d. de C., en la época de los Antoninos, época envuelta en un gran misticismo y angustia por las epidemias.
Resultó ser un viajero incansable que llegó a arribar a diversos países del mundo helenístico (Grecia, Asia Menor, Italia, las grandes islas del Mediterráneo) con el fin de reunir interpretaciones y libros de sueños.
Aunque se dedicó a la materia de descifrar sueños y trataba con adivinos, bastante mal vistos por cierto, rehuía llamarse así.
Y, aunque escribió otras obras de esta temática, la obra que se ha conservado es “Libros de interpretación de los sueños” u “Onirocrítica”.
Esta obra está compuesta de cinco libros. El quinto consigna 95 casos de sueños proféticos cumplidos.
Afirma haber consultado toda la bibliografía sobre la materia y cita quince autores de este tipo de obras, aunque Artemidoro se considera a sí mismo más moderno e independiente.
Cita ocasionalmente además a poetas y dramaturgos como Homero, Menandro y Eurípides.
En su obra llegó a reunir más de 3.000 sueños de quienes le consultaban, interesándose no sólo en el contenido onírico, sino también en la psicología humana.
Ante tan cuantiosa información, establecerá para elaborar su tratado diversas clasificaciones, distinguiendo entre sueños verdaderos, oráculos, visiones, fantasías y apariciones.
Del mismo modo también diferenciará entre sueños premonitorios (que predicen hechos futuros) entre los cuales distingue los “teoremáticos” o de cumplimiento inmediato y los “alegóricos”, de cumplimiento más a largo plazo, y aquellos que tienen que ver con el “presente”. Distingue también entre sueños genéricos y específicos, y entre provocados y divinos. Los sueños simbólicos pueden ser personales, ajenos, comunes, públicos y cósmicos.
Según Artemidoro, la clave para entender el funcionamiento y el significado de los sueños es el “simbolismo”, anticipándose con ello y, en cierto modo, a las teorías psicoanalíticas más contemporáneas. (Wikipedia).
En lo que respecta a las figuraciones o imágenes que se representan en la fantasía de alguien mientras duerme, Artemidoro enuncia la siguiente definición: “El sueño es un movimientos o una invención multiforme del alma que señala los bienes y los males venideros”.
Atemidoro mantendrá una división, de corte tradicional, entre las manifestaciones hípnicas.
Homero ya distinguía con claridad dos modalidades contrapuestas y muy significativas. Nos referimos a la conocida escena en la que Penélope le refiere a un mendigo desconocido – que en realidad es su marido- la extraña visión que ha tenido. Al finalizar su relato mostrará su desconfianza porque: “Son los sueños ambiguos y oscuros, y lo en ellos mostrado no todo se cumple en la vida, pues sus tenues visiones se escapan por puertas diversas. De marfil es la una, de cuerno la otra, y aquellos que nos llegan pasando a través del marfil bruñido nos engañan trayendo palabras que no se realizan; los restantes, empero, que cruzan el cuerno pulido se le cumplen de cierto al mortal que los ve”. (Odisea XIX, 560 -567).
Ciertamente, Artemidoro establecerá una neta separación entre los sueños de valor profético (óneiros) y aquellos otros privados de un mensaje premonitorio (enýpnion). Esta palabra (enýpnion) se puede traducir por “ensueño”, entendiendo por tal una representación fantástica del durmiente, basada en una realidad del presente. Tal manifestación es, pues, un indicio de los apetitos que dominan al sujeto momentáneamente y, por tanto, no es portador de un vaticinio significativo.
La obra se convierte en una auténtica preceptiva del mundo onírico. Intenta abarcar, de acuerdo con un criterio sistemático, la totalidad de los casos que se pueden presentar.
En realidad, nos encontramos ante un escritor que se esfuerza por crear un marco lógico y racional para una supuesta disciplina “in nuce” (en esbozo), modelada según unas prácticas tradicionales muy complejas.
El procedimiento seguido en la praxis exegética se fundamenta sobre todo en el principio de la analogía. Artemidoro declara explícitamente: “En última instancia la onirocrítica no es otra cosa que una relación entre elementos analógicos” (II,25).
Es decir, en la mente del profesional debe surgir, por medio de la asociación de ideas, una respuesta que interprete la imagen vista en un sueño por el consultante.
El significado del mensaje premonitorio de un hecho futuro es averiguado mediante la aplicación de criterios tales como la identidad, la continuidad, la inversión, la antítesis, la contigüidad, la semejanza, etc. Aparte de estos recursos existen otros basados en operaciones lingüísticas.
Resultan particularmente interesantes aquellos mecanismos que son de naturaleza verbal. En este apartado habría que incluir el empleo de etimologías, polisemias, homofonías, descomposición y recomposición de términos, juegos de palabras, asociaciones y evocaciones semánticas, etc.
Por último, hay que mencionar la aritmología, disciplina que desempeñó un papel destacado, sobre todo bajo la modalidad de la “isopsefía”, práctica típicamente griega. Se trata de un tipo de escritura criptográfica basada en el valor numérico de las letras, ya que los signos del alfabeto también se usaban como cifras.
Este recurso onirocrítico se fundamenta en el principio de que dos palabras son consideradas equivalentes cuando son iguales las cantidades resultantes de la suma de los signos que integran cada uno de los vocablos.
Este tratado, considerado globalmente, constituye un interesante testimonio de ciertas manifestaciones psíquicas de una colectividad alejada de nosotros por sus hábitos culturales y por el tiempo transcurrido.
Jane E. Harrison definió el mito como el pensamiento onírico de un pueblo, y el sueño, como el mito de cada individuo.
Según esta interpretación, la obra de Artemidoro sería un espléndido catálogo de anónimas aventuras personales.
Sin lugar a dudas, la figura de Sigmund Freud ocupa un puesto estelar en la recepción de este tratado.
El padre del psicoanálisis se sintió especialmente atraído por la cultura griega, como prueban sus escritos.
Es lógico, pues, que recurriera a los veneros clásicos durante la etapa de gestación de sus conocidas teorías sobre el comportamiento humano.
En la obra dedicada al mundo onírico menciona explícitamente a diversos autores helénicos y, entre ellos, a Artemidoro.
Sobre este autor opina lo siguiente:
“En el libro de Artemidoro de Daldis, sobre la interpretación de los sueños hallamos una curiosa variante de este “método descifrador” que corrige en cierto modo su carácter de mera traducción mecánica. Consiste tal variante en atender no sólo al contenido del sueño, sino a la personalidad y circunstancias del sujeto; de manera que el mismo elemento onírico tendrá para el rico, el casado o el orador, diferente significación que para el pobre, el soltero o, por ejemplo, el comerciante.
Lo esencial de este procedimiento es que la labor de interpretación no recae sobre la totalidad del sueño, sino separadamente sobre cada uno de los componentes de su contenido, como si el sueño fuese un conglomerado, en el que cada fragmento exigiera una especial determinación.
Los sueños incoherentes y confusos son con seguridad los que han incitado a la creación del método descifrador”.
Freud marcará una diferencia esencial entre su metodología y la de Artemidoro: a su juicio, la tarea interpretativa no incumbe al profesional, sino al propio sujeto, atendiendo a lo que le sugiere a la persona durmiente cada elemento onírico.
La técnica operativa de Freud consiste en distinguir entre el material recordado del sueño y el resultado obtenido tras el análisis. Al primer estado del fenómeno hípnico lo denomina “contenido latente”, al segundo, “contenido manifiesto”. El proceso de la conversión del uno en el otro es llamado “elaboración del sueño”.
En lo que respecta a la división tipológica de las visiones oníricas, Freud señala la existencia de una modalidad íntimamente vinculada a las vivencias procedentes del mundo de la vigilia. Se trata de los famosos “residuos diurnos”. En este caso la realidad antecede al sueño, por tanto, el proceso es de menor interés desde el punto de vista psíquico. Además, reconoce la existencia de otra variedad de producto hípnico caracterizado por ser incoherente, embrollado y carente de sentido.
En definitiva, ambos estudiosos del sueño coinciden en afirmar que estas segundas visiones oníricas son las que hay que analizar, porque encierran un mensaje verdadero.
Hasta aquí existe un común acuerdo. La discrepancia surge en lo que respecta a la valoración de su contenido.
Artemidoro descubre en ellos la predicción de un futuro objetivo; Freud, el conocimiento de unas realidades subjetivas.
La teoría oniromántica clásica sostiene que el sueño llega a ser inteligible gracias a la intervención de un profesional que desentrañe su enigma. Este paso también es admitido por el doctor vienés con algunas variantes: la descodificación se realiza sobre el llamado “contenido manifiesto”, y es llevada a cabo por el propio paciente con la ayuda del analista.
Respecto del material onírico recogido por el autor griego, conviene señalar que algunos de los sueños por él estudiados responden al grupo de los llamados “típicos” por los psicoanalistas.
Tales son los relacionados con los dientes (I, 31 y II, 67), con la idea de volar (II, 68), andar sobre las aguas (III,16 y IV,34), ser ejecutado (I,35), etc.
También son dignos de destacar los de carácter erótico, incluidos aquellos vinculados con situaciones perversas o incestuosas.
La equivalencia establecida entre una serie de personajes, tales como el progenitor, el gobernante, el maestro, etc., merece ser considerada como un precedente de uno de los factores que conforman el complejo fenómeno psicoanalítico del “transfert” (ideas o sentimientos derivados de una situación anterior que el paciente proyecta sobre su analista durante el tratamiento, del que es parte esencial).
Como es sabido, el desciframiento del sueño se efectúa mediante el examen de los elementos que componen la secuencia latente del mismo. Con mucha frecuencia en el proceso de elaboración de la representación onírica intervienen operaciones lingüísticas de diversa naturaleza. Artemidoro nos ofrece abundantes ejemplos. Pues bien, Freud también recurrirá al empleo de estos recursos con profusión.
Otro de los puntos de contacto reside en la afirmación de que la interpretación no puede hacerse automáticamente en función de un código prestablecido. Un mismo motivo es susceptible de ofrecer diversas explicaciones.
El análisis depende de la personalidad y de las circunstancias del sujeto.
Entre los méritos de Artemidoro cabe señalar, en especial, su intuición acerca de los elementos discernibles en la vida emotiva profunda de un individuo.
Probablemente contribuyó a este descubrimiento su capacidad de observación de su propio mundo interior.
Quizá, como Freud, utilizó las experiencias personales oníricas como materia de su obra. Sin duda llegó a tener un certero conocimiento del comportamiento humano, gracias al ejercicio de su profesión.
En el tratado manifiesta su condición de hombre bien pertrechado, tanto en el campo de la teoría como en el de la práctica.
Estas cualidades también se aprecian en su lejano sucesor.
Se puede afirmar que ambos adoptaron una postura parecida ante el fenómeno onírico: intentaron abarcarlo en su totalidad y descifrar su enigma.
Las diferencias residen en que los procedimientos de interpretación fueron diversos y, asimismo, los objetivos perseguidos.
El legado de Artemidoro discurre en la actualidad por un doble camino: uno, onirológico, es ortodoxo y psicoanalítico; otro, oniromántico, es heterodoxo y paracientífico.
Artemidoro distingue “visión onírica” y “ensueño”.
La “visión onírica” se distingue del “ensueño” en que la primera, cuando se produce, es un indicio de lo que acontecerá, y el segundo, de lo que existe en el presente.
Ciertas pasiones tienen por naturaleza la prerrogativa de aflorar, de imponerse al espíritu y de suscitar determinadas figuraciones. Por ejemplo, el enamorado cree necesariamente durante el sueño que está en compañía de los jóvenes que ama, el atemorizado ve lo que le espanta y, a su vez, el hambriento supone que come, el sediento que bebe e, incluso, el que está repleto de comida que vomita o que respira fatigosamente.
En realidad, cuando actúan las pasiones, sucede que se perciben unas imágenes que no expresan una predicción del futuro, sino una rememoración de la realidad.
Por ser estas representaciones de tal especie, tú puedes experimentar unas figuraciones que afecten exclusivamente al cuerpo, otras al alma o bien comunes a ambos principios: en virtud de ello el enamorado da por cierto que está con los seres que ama, y el enfermo que es curado y tratado por los médicos.
Ciertamente, el cuerpo y el alma toman parte en estas evocaciones. Vomitar, dormir y, a su vez, comer y beber se deben considerar como propias del cuerpo únicamente y, en cambio, estar alegre o apesadumbrado como peculiares del alma.
De lo anterior se deduce con toda certeza que las vivencias de carácter somático están originadas por la necesidad o por el exceso, mientras que las de tipo anímico son producto del temor o de la esperanza.
Por otra parte, “ensueño” su mismo nombre resulta apropiado no porque todos lo perciben mientras que duermen – ya que también la “visión onírica” es una actividad propia de los que realizan esta acción – sino porque tiene vigencia mientras la persona permanece en estado de reposo y deja de existir cuando dicho estado cesa.
En cambio, la “visión onírica” o “sueño” actúa llamando la atención sobre el anuncio de acontecimientos futuros durante el transcurso del período hípnico y, una vez superado éste, influyendo eficazmente en nuestras empresas.
Dicha visión origina de forma natural que el alma esté despierta y alerta.
Desde un principio le fue impuesto este nombre bien debido a tal motivo, bien a causa de que afirma, esto es, dice la realidad, como testimonia el poeta: “Te voy a decir palabras veraces” ( Homero, Odisea XI, 137).
Artemidoro establece en el “Proemio” una importante división entre lo que él denomina “ensueño” – o residuos diurnos- y la “visión onírica” o sueño complejo. Esta segunda variedad es la única que puede ser interpretada mánticamente y, por tanto, será la aquí analizada.
Además de esto, los sueños se dividen en directos y en simbólicos.
Los “directos” son aquellos cuyo efecto se corresponde con la imagen, por ejemplo, un navegante soñó que naufragaba y así sucedió. Tan pronto como se despertó, la nave se fue a pique y él consiguió salvarse a duras penas junto con unos pocos tripulantes.
A su vez otro individuo imaginó, mientras dormía, que era herido por un compañero con el cual había proyectado ir de caza al día siguiente. Pues bien, después de salir ambos, resultó lesionado por dicha persona en el hombro, precisamente en el lugar donde la visión le había indicado.
Los “simbólicos”, en cambio, son unos sueños que indican unas cosas por medio de otras, ya que en ellos el alma expresa algo enigmáticamente en virtud de su propia naturaleza.
La “visión onírica” es un movimiento o una invención multiforme del alma que señala los bienes y los males venideros. Por ser esto así, el alma predice cuanto sucederá en el transcurso del tiempo, tarde o temprano, y todo lo que expresa a través de unas imágenes naturales y apropiadas llamadas “elementos”, por considerar el alma que, en el intervalo temporal, nosotros podremos conocer el futuro, una vez instruidos por medio del razonamiento.
En cambio, el alma nos muestra directamente cuantos acontecimientos no admiten dilación alguna, por no consentir Aquel que nos gobierna – sea quien fuere- un aplazamiento encaminado hacia la intelección de estos hechos, al juzgar que no obtendremos ninguna ventaja con su premonición si somos incapaces de captarlos antes de aprenderlos por la experiencia.
Nuestro espíritu, que no aguarda ninguna ayuda exterior para la revelación de estos mensajes, en cierto modo nos grita: “observa y presta atención, en la mayor medida que sea posible, a lo que has aprendido de mí”.
Nadie, de hecho, se atrevería a afirmar que tales presagios no se realizan inmediatamente después de la visión y que media un intervalo no exiguo; es más, algunos de ellos tienen lugar al tiempo de la percepción, por así decirlo, mientras aún dura el fenómeno onírico. Por tal motivo han sido llamados “directos”, no sin razón, en cuanto que su visión coincide con su realización.
A los “sueños” y “visiones oníricas” acompañan respectivamente: la “aparición”, al sueño desprovisto de premonición y la “representación” y la “respuesta oracular”, a la visión onírica.
Por otra parte, algunos especialistas distinguen hasta cinco clases de sueños “simbólicos”. Pues bien, denominan “propios” a aquellos en los que uno mismo cree ser el sujeto activo o pasivo (los resultados – tanto si son favorables como si son adversos – afectarán exclusivamente a la persona que ha tenido la visión); llaman “ajenos”, cuando se ve en sueños que el sujeto activo o pasivo es otra persona, ciertamente, sólo a ésta le incumbirán los efectos, bien sean positivos o lo contrario, siempre que el individuo que experimente el fenómeno onírico tenga en alguna medida una determinada relación con ella; llaman “comunes”, como su nombre indica, a aquellos en los que las acciones se realizan con una persona conocida, sea quien fuere; llaman “públicos” a los que se encuentran vinculados con puertos, murallas, plazas, gimnasios y monumentos de la ciudad que están al servicio de la comunidad; por último, la desaparición parcial del sol, la luna y de los restantes astros o su eclipse total y los movimientos anormales de la tierra y del mar auguran fenómenos del universo y, en consecuencia, estos sueños son llamados “cósmicos” con toda propiedad.
Pero esta clasificación general no es así de simple, puesto que se han dado casos en los que sueños propios no tuvieron consecuencias exclusivamente para los interesados: muchos afectaron también a seres próximos.
…. Además de lo precedente, los expertos en este campo mantienen que es preciso considerar como favorables las imágenes oníricas vinculadas a la naturaleza, la ley, la práctica cotidiana, la profesión, los nombres y el tiempo, sin darse cuenta de que para los sujetos del sueño son más peligrosas las cosas vistas que concuerdan con la naturaleza que las que son discordantes, a no ser que resulten beneficiosas por causas de las realidades concretas que sirven de fundamento a los hechos.
( Artemidoro. La interpretación de los sueños. Introducción, traducción y notas por Elisa Ruiz García. Alianza Editorial).
Como vemos, los sueños, que siguen siendo objeto de estudio en la actualidad por los psicoanalistas, ya fueron objeto de preocupación y de estudio en la antigüedad y, como en muchos otros aspectos de la realidad humana, sobre todo fueron objeto de un estudio sistemático por los griegos, en este caso por Artemidoro.
Segovia, 26 de julio del 2025
Juan Barquilla Cadenas.