SÉNECA: Consolación a Marcia
Puesto que todos en un momento u otro hemos perdido algún ser querido, amigo o pariente, me ha parecido bien recordar una de las obras de Séneca: “La consolación a Marcia”.
Es una obra de carácter práctico, porque, a través de esta obra, trata de llevar consuelo y disminuir el dolor por la muerte o infortunio de algún ser querido.
Séneca escribió tres “consolaciones”: consolación a Marcia, consolación a su madre Helvia y consolación a Polibio.
Este tipo de obras fue continuado en el siglo VI d. de C. por el filósofo y poeta romano Boecio, que compaginó su faceta de estadista, con la de traductor de filosofía griega y autor de tratados sobre distintas disciplinas como la música, la aritmética o la astronomía.
Fue una especie de primer ministro del rey ostrogodo Teodorico el Grande. La acumulación de tanto poder despertó los celos del partido filogótico, por lo que fue acusado de conspirar a favor del imperio bizantino por un miembro de ese partido. Fue encarcelado, torturado y decapitado.
Mientras estuvo en la cárcel escribió una de sus obras más conocidas, la “Consolación de la filosofía”, que es un diálogo entre el propio Boecio y “Filosofía”, personaje alegórico femenino que se le aparece a Boecio para aclararle el problema del Destino y de por qué los malvados logran recompensa y los justos no. (Wikipedia).
Aquí voy a mostrar unos textos traducidos, entresacados de la “Consolación a Marcia”.
La “Consolación a Marcia” fue escrita por Séneca en torno al año 50 d. de C. para consolar a esta mujer por la muerte de su hijo, por el que mantuvo el luto durante más de tres años.
En ella muestra su filosofía estoica al reconocer e incluso esperar la muerte como algo natural e inevitable que puede sobrevenirnos en cualquier momento.
Séneca trata de convencer a Marcia de que el destino de su hijo, aunque trágico, no debería causar asombro o sorpresa, dado que es parte del orden de la naturaleza el que la vida dé siempre paso a la muerte.
En la obra, Séneca compara las dos formas de afrontar el duelo por la muerte de un hijo, de dos mujeres: Octavia, la hermana de Augusto, y Livia, la esposa de Augusto.
Habla también en la obra de la fragilidad del ser humano y de la muerte.
“… Sé que todos los que pretenden aconsejar a alguien empiezan por las normas y terminan con los ejemplos. Conviene, a veces, cambiar esta costumbre, pues con cada uno hay que obrar de manera distinta: a unos les convencen los razonamientos, a otros, que se quedan fascinados ante hechos espectaculares, hay que presentarles unos nombres ilustres y una autoridad tal que no les dejen libre el espíritu.
A ti te pondré delante de los ojos dos ejemplos preclaros de tu mismo sexo y época: el de una mujer que se dejó arrastrar por el dolor y el de otra que, aun alcanzada por un infortunio similar, pero por una pérdida más grave, no permitió, con todo, que sus desgracias la dominaran mucho tiempo, sino que prontamente restableció su espíritu a su estado normal.
Octavia y Livia, la una hermana de Augusto, la segunda su mujer, perdieron un hijo en plena juventud, cuando cada una tenía fundadas esperanzas de que llegaran a príncipes: Octavia a Marcelo. Éste, sobrino de Augusto, que le dio en matrimonio a su hija Julia, por lo que era considerado su sucesor, hasta el momento de su muerte temprana, tres años más tarde, en Bayas, supuestamente envenenado por Livia, la cual empezaba así a despejar para sus hijos el camino al trono.
En Marcelo su tío y a la vez suegro empezaba a apoyarse, a descargar en él el peso del poder, un joven de espíritu despierto y gran talento, pero de una sobriedad y moderación no poco admirables, considerando tanto su edad como sus riquezas, trabajador, desafecto a los placeres, capaz de soportar todo lo que su tío hubiera querido imponerle y, por así decirlo, edificar sobre él: había escogido atinadamente unos cimientos que no cederían bajo peso alguno.
Ella (Octavia) durante toda su vida no dejó de llorar y lamentarse, y no admitió palabra alguna que le ofreciera algún consuelo, ni siquiera permitió que la distrajeran… Estuvo toda su vida como en un funeral.
Livia había perdido a su hijo Druso.
Cuando Livia se divorció de su primer marido, Tiberio Claudio Nerón, para casarse con Octavio, luego Augusto, ya tenía un hijo, Tiberio, y estaba en cinta de otro. Éste se llamó Claudio Nerón Druso, y andando el tiempo se ganó el sobrenombre de “Germánico” por sus campañas con esas gentes, en una de las cuales halló la muerte (9 a. de C.), tan lamentada porque Druso no había ocultado su intención, si alcanzaba el poder, de restaurar la República.
Estaba destinado a ser un gran príncipe y ya era un gran general: había plantado su enseña allí donde apenas se tenían noticias de que hubiera romanos.
Había muerto en campaña, mientras sus propios enemigos lo honraban durante su enfermedad con un respetuoso armisticio, sin atreverse a desear lo que más les convenía…
A su madre no le había sido posible alcanzar los últimos besos de su hijo ni las palabras imborrables de su aliento postrero. Largo trecho fue acompañando los restos de su Druso, molesta con tantas piras que ardían por toda Italia, como si otras tantas veces lo perdiera; pero, en cuanto lo dejó en su tumba, a la vez enterró a él y a su dolor, y no se dolió más de lo que era correcto o justo considerando que César (Octavio Augusto) seguía con vida.
En fin, no dejó de mencionar el nombre de Druso, de evocarlo en todo lugar, privado o público, de hablar gustosamente sobre él, de oír sobre él: vivió con el recuerdo, que no puede conservar ni frecuentar nadie que se lo haya hecho penoso.
Decide, pues, cuál de los dos ejemplos consideras más adecuado y no te voy a inducir a normas tan estrictas que te aconseje sobrellevar lo humano de manera sobrehumana y quisiera secar los ojos de una madre el día mismo del funeral.
Livia, en el primer acceso, cuando las desdichas se muestran más impetuosas y desgobernadas, se dejó consolar por Areo, filósofo de su marido, y reconoció que esta acción le fue de gran provecho.
He aquí algunos consejos que le dio Areo a Livia:
… “Te solicito y suplico, además, que no te muestres huraña e intratable con tus amigos, pues nada hay que te impida advertir que todos ellos no saben cómo comportarse, si deben o no hablar de Druso en tu presencia, no sea que el olvido de tan notable joven resulte ofensivo para él, o su mención para ti.
Por tanto, tolera, o mejor dicho, provoca conversaciones que traten de él y presta atento oído al nombre o al recuerdo de tu hijo; y no lo lleves a mal, según la costumbre de otros que en un infortunio similar consideran que escuchar palabras de consuelo forma parte de su desgracia…
No anheles, te lo suplico, la gloria más depravada: la de parecer la más desventurada.
Al mismo tiempo piensa que no tiene mérito mostrarse valiente en la prosperidad, cuando la vida transcurre con viento favorable: tampoco una mar calmada y un viento complaciente demuestran la habilidad del timonel, es preciso que sobrevenga alguna contrariedad para poner a prueba su ánimo.
Por consiguiente, no te abatas, antes bien asienta firmemente tus pies y aguanta toda la carga que te ha caído encima, por más aterrada que estés con el estruendo primero.
Con nada se le hace mayor desplante a la suerte que con un espíritu ecuánime. Tras esto le hizo ver al hijo sano (Tiberio) y le hizo ver a los nietos del que había perdido”.
“De todos modos, la añoranza de los seres queridos es natural. ¿Quién lo niega, mientras que es mesurada?
En efecto, con el alejamiento, no sólo con la pérdida, de los seres más queridos se produce una dentellada ineludible, un encogimiento de los más firmes espíritus.
Pero lo que la imaginación le ha añadido es más de lo que la naturaleza ha ordenado.
Mira qué violentas son las añoranzas de los animales y, sin embargo, qué efímeras: el mugido de la vaca se oye un día o dos y no duran más esos correteos sin rumbo ni razón de las yeguas. Las fieras cuando ya han rastreado las huellas de sus crías y recorrido completamente los bosques, cuando ya han vuelto varias veces a sus guaridas saqueadas apagan su rabia con el tiempo. Los pájaros, aunque han estado haciendo un terrible estrépito alrededor de sus nidos vacíos, al momento reemprenden, ya calmados, sus vuelos. Ningún animal padece una larga añoranza de su cría, excepto el hombre, que colabora con su dolor y sufre no en la medida de sus sentimientos sino en la de sus convenciones…”
Si los Hados (el Destino) se dejan derrotar por las lágrimas, derramémoslas; que se pase entre lamentos entero el día, que la noche sin sueño la tristeza la consuma; que las manos se lancen sobre el pecho desgarrado e incluso ataquen el rostro y que esta aflicción tan poderosa se ejercite en todo tipo de crueldades. Pero si ningún llanto resucita a los muertos, si el destino inmutable y fijado para siempre no se altera ante la angustia y la muerte retiene todo lo que se ha llevado, que concluya el dolor que de nada sirve.
Dominémonos, por tanto, y que no se saque de quicio esta violencia.
Este es el error que nos engaña y debilita, cuando sufrimos lo que nunca hemos supuesto que podríamos sufrir.
Quita fuerza a sus desgracias quien ha previsto que llegarían.
Sea lo que sea, Marcia, lo que por casualidad brilla a nuestro alrededor, hijos, dignidades, riquezas, amplios atrios y vestíbulos rebosantes de multitud de “clientes” que no hemos podido recibir, un nombre ilustre, una esposa noble o bella, y lo demás expuesto a una suerte incierta y variable, son pompas que otros nos han dejado: nada de esto se da de regalo… Así pues, no hay que envanecerse como si estuviéramos situados entre posesiones nuestras: las hemos recibido en depósito. Nuestro es el usufructo, por un tiempo que regula el autor de la donación…
A menudo hay que recordar al espíritu que ame las cosas tal como si fueran a desaparecer, mejor dicho, como ya desapareciendo. Todo cuanto la suerte te ha dado poséelo como algo carente de garantía…
Tú, Marcia, habías criado cuatro hijos – pero la suerte fue más injusta, puesto que no sólo me arrebató hijos, sino que los seleccionó – Pero no califiques nunca de injusticia el reparto por igual con uno más poderoso: te dejó dos hijas y los nietos que ten han dado; e incluso al que más lloras, olvidándote del primero, no te lo quitó del todo: de él tienes dos hijas, grandes cargas si lo llevas a mal, grandes consuelos, si a bien.
La muerte es la liberación de todos los dolores y el límite más allá del cual no pasan nuestras desgracias, la que nos restituye el reposo en que estábamos antes de nacer.
Todo lo humano es fugaz y perecedero, ocupante de una ínfima porción del tiempo sin fin…
(Séneca, “Consolaciones”. Trad. Juan Mariné Isidro. Edit. Gredos.)
Como vemos, Séneca, después de las desgracias ocurridas, nos aconseja fijarnos en lo que tenemos alrededor nuestro y que todavía permanece con nosotros, y que nos conformemos con lo que el Destino nos ha asignado a cada uno.
Segovia, 20 de diciembre de 2025
Juan Barquilla Cadenas.