“El otro discípulo al que Jesús amaba…” (Jn: 20, 2)


De lo escritos de la S. D. Luisa Piccarreta

vol.; Octubre 16, 1906


“Sólo el amor es el que está sobre todo, y todo queda detrás de él”



Me parecía encontrarme fuera de mí misma y que en el Cielo se hacía una fiesta especial, y yo estaba invitada a esta fiesta, y parecía que cantaba junto con los bienaventurados, porque allá no hay necesidad de aprender, sino que se siente como una infusión en el interior, y lo que cantan o hacen los demás lo sabe hacer uno mismo. Ahora, me parecía que cada beato fuera una tecla, o sea que él mismo fuera una música, pero todos concordes entre ellos, una distinta de la otra; quien canta las notas de la alabanza, quien las notas de la gloria, quien las del agradecimiento, quien las de las bendiciones, pero todas estas notas van a reunirse en una sola nota, y ésta nota es amor.

Parece que una sola voz reúne todas aquellas voces y termina con la palabra amor. Es un resonar tan dulce y fuerte este grito, “amor”, que todas las otras voces quedan como apagadas en este canto, “amor.” Parecía que todos los bienaventurados quedaban por este canto – alto, armonioso, bello del “amor”, que ensordecía todo el Cielo, – estáticos, embelesados, avivados, arrobados, participaban, se puede decir, de un paraíso de más; ¿pero quienes eran los afortunados que gritaban de más y que hacían resonar en todo esta nota, “amor”, y que aportaban tanta felicidad al Cielo?

Eran aquellos que habían amado más al Señor cuando vivían sobre la tierra, ¡ah!, no eran aquellos que habían hecho cosas grandes, penitencias, milagros, ¡ah, no, jamás! Sólo el amor es el que está sobre todo, y todo queda detrás de él; así que quien ama mucho y no quien hace mucho, será más agradable al Señor.