Es nuestra Voluntad que

debe estar llena toda del Ser Divino, y si esto no hace ...


Es nuestro decreto que ninguno entra al Cielo si

su alma no está llena hasta el borde, toda de nuestra Voluntad y de nuestro amor, basta un pequeño vacío de esto, para que el Cielo no se abra para ella,

he aquí la necesidad del Purgatorio

Vol. 33-34



De los escritos de la S. D. Luisa PiccarretaVol. 33-34 Marzo 10, 1935

Todo lo que se hace en la Divina Voluntad,

no queda en lo bajo de la tierra,

sino que parte para el Cielo para tomar su puesto real en la patria celestial



Estoy siempre de regreso en el mar interminable de la Divina Voluntad, para tomar sus gotitas que alimentan, conservan y hacen crecer la Vida de la Divina Voluntad que siento en mí, así que cada verdad que le pertenece, es una comida que Jesús me da, toda celestial y divina, para alimentarme a mí y al Fiat Supremo, cada verdad es una nube de Cielo que desciende en mí, y circundándome espera hasta que yo cumpla mis actos para llevárselos a la patria celestial.

Después, mientras me perdía en su luz divina, mi amado Bien Jesús, repitiendo su breve visita me ha dicho:

“Hija mía bendita, el Cielo está siempre abierto para quien vive en mi Voluntad, Ella se abaja y hace junto con la criatura lo que ella hace: Ama junto, obra, ruega, sufre, adora, repara, y ama tanto estos actos hechos junto con Ella, que no los deja en lo bajo de la tierra, sino que se los lleva a la morada celestial, para hacerlos tomar su puesto real como conquistas hechas en el bajo mundo, que pertenecen a Ella y a su amada criatura.

Lo que se hace en mi Querer pertenece al Cielo, la tierra no es digna de poseerlo, y ¡oh! la seguridad, la felicidad que adquiere la criatura, pensando que sus actos están en poder del Fiat Divino y se encuentran en el Cielo como su propiedad, no humana sino divina, los cuales la esperan porque quieren cortejarla y formar su trono de gloria.

Es tanto el amor, su celo, la unión que siente con estos actos hechos en su Querer, que no los deja ni siquiera en la criatura, sino que se los tiene Consigo, como partes de su Vida y partes de la criatura, para gozárselos y sentir el gusto de ser amado, y como un anticipo que debe darle de la gloria en la patria celestial.

Estos actos hechos en mi Querer hacen de narradores de la historia de amor que hay entre el Creador y la criatura, y no hay gusto mayor que oír narrar cuánto he amado, cómo mi amor llega al exceso, hasta abajarme a querer hacer junto con ella lo que hace, y no sólo esto, sino que me narra su amor porque ha recibido mi acto en el suyo, por eso se forma un amor recíproco entre uno y otro, que nos felicita mutuamente.

¡Oh! cómo es bello ver que mientras ella todavía vive en el exilio, sus actos están en el Cielo,

como conquistas mías que he hecho en la voluntad humana, y ellos toman cada uno su oficio,

quién me ama como Yo sé amar,

quién me adora con adoraciones divinas,

y quién me forma las músicas celestiales para alabarme, elogiarme y agradecerme por el gran portento del obrar de mi Voluntad. Por eso sé atenta y no dejes escapar nada en lo que no llames a la mía, a fin de que lo que hagas quede animado por mi Divina Voluntad”.


(3) Luego seguía pensando en el Fiat Supremo, y miles de pensamientos se agolpaban en mi mente, y mi amable Jesús ha agregado:


(4) “Hija mía, la criatura fue creada por Nosotros toda en orden a Nosotros, por eso es su deber sacrosanto, que en cada acto que hace, llame a Aquél que la ha creado para darle el dominio y el puesto real en su acto que por derecho le corresponde,

y así el acto de la criatura recibiría el honor de poseer en su acto

una fuerza, una luz, un acto divino.


Es nuestra Voluntad que debe estar llena toda del Ser Divino,


y si esto no hace nos niega un derecho nuestro,

nos pone fuera de sus actos,

y sus actos quedan actos humanos,

vacíos de fuerza y de luz divina,

con unas tinieblas tan densas, que su inteligencia ve tantas sombras negras, que a tientas da algún paso; justa pena de quien puede encender la luz y no la enciende, de quien puede llamar la fuerza y no la llama, y mientras se sirve del acto y de la obra conservadora y actuante de Dios, lo pone fuera de su acto.


Ahora, es nuestro decreto que ninguno entra al Cielo si su alma no está llena hasta el borde, toda de nuestra Voluntad y de nuestro amor, basta un pequeño vacío de esto, para que el Cielo no se abra para ella,


he aquí la necesidad del Purgatorio,

para vaciarse por vía de penas y de fuego de todo lo que es humano, y llenarse por vía de ansias, de suspiros y de martirios, de puro amor y de Divina Voluntad, para poder entrar en la patria celestial, y sin adquirir con tantas penas, ni mérito, ni gloria mayor, sino sólo las condiciones que se necesitan para ser admitido en la morada Celestial.


En cambio, si lo hubieran hecho en la tierra con llamar nuestra Vida en sus actos, cada acto sería una gloria mayor, una belleza de más, sellado por las obras de su Creador. ¡Oh! con cuánto amor son recibidas estas almas que en sus actos han dado lugar al acto divino, al encontrarse con Nosotros, Nosotros nos reconocemos en ella y ella se reconoce en Nosotros, y reconociéndonos mutuamente es tal y tanta la felicidad de ambas partes, que todo el Cielo queda sorprendido al ver las alegrías, la gloria, las bienaventuranzas que el Ente Supremo derrama sobre esta afortunada criatura.

Por eso siempre te quiero en mi Voluntad y en mi amor, a fin de que el amor consuma todo lo que a Mí no pertenece, y mi Voluntad con su pincel de luz forme nuestro acto en tu acto”.


Fiat Divina Voluntad