"Mi Sacramentado Señor,... sepultado bajo las piedras"

(bajo las piedras de terremotos)

"Mi suerte Sacramental es tal vez menos infeliz, menos nauseante bajo los escombros que en los tabernáculos"

De los escritos de la S. D. Luisa PiccarretaVol. 8, cap. 59 enero 2, 1909

Continúa hablando de los terremotos


Con suma repugnancia y sólo por obedecer continúo diciendo lo que ha pasado desde el día 28 de diciembre en relación con el terremoto.

Estaba pensando entre mí en la suerte de tanta pobre gente viva bajo los escombros, y en la suerte de mi Sacramentado Señor, vivo también Él, sepultado bajo las piedras y decía entre mí, parece que el Señor dice a esos pueblos:

“He sufrido vuestra misma suerte por vuestros pecados, estoy junto con ustedes para ayudaros, para daros fuerza; os amo tanto que estoy esperando un último acto de amor para salvaros a todos, no teniendo cuenta de todo el mal que habéis hecho en el pasado”.

¡Ah! mi bien, mi vida y mi todo, te mando mis adoraciones bajo los escombros, dondequiera que Tú te encuentres te envío mis abrazos, mis besos y todas mis potencias para hacerte continua compañía, ¡oh, cómo quisiera ir a desenterrarte para ponerte en un lugar más cómodo y más digno de Ti! Mientras estaba en esto, mi adorable Jesús me ha dicho en mi interior:

“Hija mía, en algún modo has interpretado mis excesos de amor, que aun mientras castigo tengo hacia los pueblos, pero no es todo, hay más, pero debes saber que mi suerte Sacramental es tal vez menos infeliz, menos nauseante bajo los escombros que en los tabernáculos; es tal y tanto el número de los sacrilegios que cometen los sacerdotes y también el pueblo, que estaba cansado de descender en sus manos y en sus corazones, y me obligan a destruirlos casi a todos. Además, qué decirte de las ambiciones, de los escándalos de los sacerdotes, todo es tiniebla en ellos, no más luz como deben ser, y cuando los sacerdotes llegan a no dar luz, los pueblos llegan a los excesos y mi justicia es obligada a destruirlos”.

Estaba también pensando en sus privaciones, y sentía un temor, como si fuera a suceder también aquí un fuerte terremoto. Viéndome tan sola, sin Jesús, me sentía tan oprimida que me sentía morir. Entonces, teniendo compasión de mí, el buen Jesús ha venido como una sombra y me ha dicho:

“Hija mía, no te aflijas tanto, en consideración tuya evitaré graves daños a esta ciudad. Mira si Yo no debo continuar castigando, en lugar de convertirse, de rendirse, al oír las destrucciones de las otras provincias dicen que allá son los lugares, los terrenos los que hacen que esto suceda, y continúan ofendiéndome. ¡Cómo son ciegos y tontos! ¿No está toda la tierra en mi propio puño? ¿Tal vez no puedo Yo abrir las vorágines de la tierra y hacer que se trague a todos aun en otros lugares? Y para hacérselos ver haré que haya terremotos en otros lugares, donde no es costumbre que tiemble”.

Mientras esto decía, parecía que ponía su mano en el centro de la tierra, de ahí tomaba fuego y lo acercaba a la superficie, y la tierra se sacudía y se sentía el terremoto, dónde más fuerte y dónde menos, y ha agregado:

“Esto no es más que el principio de los castigos; ¿qué será el fin?”

Fiat