Jesús nos dice:

“Sí, sí, te contentaré, ¿cuándo te he faltado? Quiero tu buena voluntad, y cualquier ayuda que quieras te la daré”.


“Qué quieres, si tú estás pronta a hacer lo que quiero, también Yo haré lo que quieras tú”






Vol. 1 (75-84)


De los escritos de la S. D. Luisa PiccarretaVol. 1 (75-84)

Modo de triunfar en las pruebas


Siguiendo con lo que había comenzado, me lo sentía dentro de mí, lo abrazaba, me lo estrechaba, le decía: “Amado Bien, mira cuán amarga me ha resultado nuestra separación”. Y Él me decía:

“Es nada lo que has pasado, prepárate a pruebas más duras;

por esto he venido, para disponer tu corazón y fortalecerlo.

Ahora me dirás todo lo que has pasado, tus dudas y temores, todas tus dificultades para poderte enseñar el modo de cómo comportarte en mi ausencia”.

Entonces le hacía la narración de mis penas diciéndole: “Señor, mira, sin Ti no he podido hacer nada bien, la meditación la he hecho toda distraída, fea, tanto que no tenía ánimo de ofrecértela. En la comunión no he podido estar las horas enteras como cuando te sentía, me veía sola, no tenía con quien entenderme, me sentía toda vacía, la pena de tu ausencia me hacía probar agonías mortales, mi naturaleza quería despacharse pronto para huir de esa pena, mucho más que me parecía que no hacía otra cosa que perder el tiempo, y el temor de que al regresar Tú me castigaras por no haber sido fiel, entonces no sabía qué hacer. Además, la pena de que Tú eres continuamente ofendido, y que yo no sabiendo cuando, como antes me enseñabas, hacer esos actos de reparación, esas visitas al Santísimo Sacramento por las ofensas que Tú recibes. Entonces dime, ¿cómo debo hacer?” Y Él, instruyéndome benignamente me decía:

1º.- “Has hecho mal al estarte tan turbada, ¿no sabes tú que Yo soy Espíritu de paz?,

y la primera cosa que te recomiendo es no disturbar la paz del corazón; cuando en la oración no puedes recogerte, no quiero que pienses en esto o aquello, cómo es o cómo no es, haciendo así tú misma llamas a la distracción. Más bien, cuando te encuentres en ese estado, la primera cosa es que te humilles, confesándote merecedora de esas penas, poniéndote como un humilde corderillo en manos del verdugo, que mientras lo mata le lame las manos; así tú, mientras te ves golpeada, abatida, sola, te resignarás a mis santas disposiciones, me agradecerás de todo corazón, besarás la mano que te golpea, reconociéndote indigna de esas penas, después me ofrecerás aquellas amarguras, angustias y tedios, pidiéndome que los acepte como un sacrificio de alabanza, de satisfacción por tus culpas, de reparación por las ofensas que me hacen. Haciendo así, tu oración subirá ante mi trono como incienso olorosísimo, herirá mi corazón y atraerá sobre ti nuevas gracias y nuevos carismas; el demonio viéndote humilde y resignada, toda abismada en tu nada, no tendrá fuerza de acercarse.

He aquí que donde tú creías perder, harás grandes adquisiciones.

2º.- Respecto a la Comunión no quiero que te aflijas de que no sabes estar, debes saber que es una sombra de las penas que sufrí en el Getsemaní, ¿qué será cuando te haga partícipe de los flagelos, de las espinas y de los clavos?

El pensamiento de las penas mayores te hará sufrir con más ánimo las penas menores, por tanto, cuando en la Comunión te encuentres sola, agonizante, piensa que te quiero un poco en mi compañía en la agonía del huerto.

Por tanto ponte junto a Mí y haz una comparación entre tus penas y las mías, mira, tú sola y privada de Mí, y Yo también solo, abandonado por mis más fieles amigos que están adormilados, dejado solo hasta por mi Divino Padre, y además en medio de penas acerbísimas, rodeado de serpientes, de víboras y de perros enfurecidos, los cuales eran los pecados de los hombres, y donde estaban también los tuyos, que hacían su parte, que me parecía que me querían devorar vivo, mi corazón sintió tanta opresión que me lo sentí como si estuviera bajo una prensa, tanto que sudé viva sangre. Dime, tú ¿cuándo has llegado a sufrir tanto? Entonces, cuando te encuentres privada de Mí, afligida, vacía de todo consuelo, llena de tristezas, de afanes, de penas, ven junto a Mí, límpiame esa sangre, ofréceme esas penas como alivio de mi amarguísima agonía. Haciendo así encontrarás el modo de entretenerte Conmigo después de la Comunión; no que no sufras, porque la pena más amarga que puedo dar a mis almas queridas es el privarlas de Mí, pero tú, pensando que con tu sufrir me das consuelo, estarás contenta.

3º.- En cuanto a las visitas y actos de reparación, tú debes saber que todo lo que hice en el curso de los treinta y tres años, desde que nací hasta que morí, lo continúo en el sacramento del altar, por eso

quiero que me visites treinta y tres veces al día, honrando todos mis años y uniéndote Conmigo en el Sacramento, con mis mismas intenciones, esto es, de reparación, de adoración.

Esto lo harás en todos los momentos del día: El primer pensamiento de la mañana de inmediato vuele ante el sagrario donde estoy por amor tuyo, y me visites, el último pensamiento de la tarde, mientras duermes por la noche, antes y después de comer, al principio de cada acción tuya, caminando, trabajando”.

Mientras así me decía, me sentía toda confundida, y no sabiendo si podría lograr hacerlo le dije: “Señor, te pido que estés junto a mí hasta que tenga la costumbre de hacerlo, porque conozco que Contigo todo puedo, pero sin Ti, ¿qué puedo hacer yo, miserable?” Y Él benignamente agregaba:

“Sí, sí, te contentaré, ¿cuándo te he faltado? Quiero tu buena voluntad, y cualquier ayuda que quieras te la daré”.

Y así lo hacía. Después de que hubo pasado algún tiempo, a veces con Él, a veces privada de Él, un día, después de la Comunión me sentí más íntimamente unida a Él, me hacía varias preguntas, como por ejemplo: Si lo quería, si estaba dispuesta a hacer lo que Él quería, aun el sacrificio de la vida por amor suyo; y me decía:

“Y tú dime qué quieres, si tú estás pronta a hacer lo que quiero, también Yo haré lo que quieras tú”.

Fiat Divina Voluntad