A los Sacerdotes

De los escritos de la S. D. Luisa Piccarreta


Las siguientes son enseñanzas de Jesús dadas a la S. D. Luisa Piccarreta, la Pequeña Hija de la Divina Voluntad.  Son excesos del amor de Jesús para que volvamos al orden para el cual hemos sido creados.


Demos la Gloria al Padre atendiendo y siendo fieles a su Palabra, practicando la caridad en el pensamiento, con  respeto, ...por la conversión, salvación y santificación de todos y pidiendo que venga el Reino de Dios a nuestra alma con los frutos del Don de su Divina Voluntad. 

Bendito Bendito Bendito el Señor

Indice

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A los sacerdotes. Los profetas. Reino de la Redención y del Fiat  25-21 

Vol. 6-36 (1-8) 

El hábito no hace al monje

¿Quiénes son los que más te ofenden? 6-164 

Iglesias desiertas y sin ministros  vol. 12-34

Símbolo:  Yo, el padre y tú    (vol.4, cap. 24) 

Apego del sacerdote  (vol. 6, cap. 54)


Las siguientes enseñanzas están en esta misma página en la parte de abajo

·  1(89)  Quiero que te pongas ciegamente en las manos del confesor.

·  1(124) Se mandó llamar al confesor para confesarme. 

·  1(126) Tu confianza debe estar sólo en Mí, estate resignada.

·  1(127) Llamar algún sacerdote, pero ninguno quiso venir. 

·  1(131) Mis obras las manifiesto por medio de los sacerdotes.

·  2-79(5) Me siento herir por todos, por sacerdotes, por devotos, por seglares, especialmente por el abuso de los sacramentos.

·  10-18  Ruega por las necesidades de la Iglesia.

·  29-19 (5, 6) Es nuestro derecho que no cederemos a ninguno, el ser los dirigentes de ellas. 


Página en desarrollo.

La quiere purificar de todo mínimo defecto.  Modo como la purifica del todo 

Inicia en el Vol. 1 párr. 85, atendamos el párr. 89 


“No te aflijas tanto, debes saber que jamás permitiré que te tienten más allá de tus fuerzas, si esto lo permito es para tu bien, jamás pongo a las almas en la batalla para hacer que perezcan, primero mido sus fuerzas, les doy mi gracia y después las introduzco, y si alguna alma se precipita, es porque no se mantiene unida a Mí con la oración, no sintiendo más la sensibilidad de mi Amor van mendigando amor de las criaturas, mientras que sólo Yo puedo saciar el corazón humano, no se dejan guiar por el camino seguro de la obediencia, creyendo más en el juicio propio que en quien las guía en mi lugar, entonces, ¿qué maravilla si se precipitan? Por eso lo que te recomiendo es la oración, aunque debieras sufrir penas de muerte, jamás debes descuidar lo que acostumbras hacer, es más, cuanto más te veas en el precipicio, tanto más invocarás la ayuda de quien puede liberarte. Además, 

quiero que te pongas ciegamente en las manos del confesor, 

sin examinar lo que te viene dicho, tú estarás circundada de tinieblas y serás como uno que no tiene ojos y 

que necesita de una mano que lo guíe, 

el ojo para ti será la voz del confesor que como luz te iluminará las tinieblas, la mano será la obediencia que te será guía y sostén para hacerte llegar a puerto seguro. 

La última cosa que te recomiendo es el valor, quiero que con intrepidez entres en la batalla, la cosa que más hace temer a un ejército enemigo es ver el coraje, la fortaleza, el modo con el cual desafían los más peligrosos combates, sin temer nada. Así son los demonios, nada temen más que a un alma valerosa, toda apoyada en Mí, que con ánimo fuerte va en medio a ellos no para ser herida, sino con la resolución de herirlos y exterminarlos; los demonios quedan espantados, aterrados y quisieran huir, pero no pueden, porque atados por mi Voluntad, están obligados a estarse para su mayor tormento. Así que no temas de ellos, que nada pueden hacerte sin mi Querer. Y además, cuando te vea que no puedes resistir más y estés a punto de desfallecer, si me eres fiel inmediatamente vendré y pondré a todos en fuga y te daré gracia y fortaleza. ¡Ánimo, ánimo!”. ...


Fiat Divina Voluntad!

Luisa es escogida como víctima. Confesores 

Inicia en Vol. 1, párr. 103  atendamos el párr. 124


Después de que pasé algún tiempo en este estado descrito arriba, cerca de seis o siete meses, los sufrimientos se acrecentaron más, tanto que me vi obligada a estarme en la cama, frecuentemente se multiplicaba aquel estado de perder los sentidos, y casi no tenía ni siquiera una hora libre, me reduje a un estado de extrema debilidad, la boca se apretaba de tal modo que no la podía abrir y en algún momento libre que tenía apenas algunas gotas de algún líquido podía tomar, si es que lo conseguía, y después era obligada a devolverlo por los continuos vómitos que he tenido siempre. Después de que estuve como dieciocho días en este estado continuo, 

se mandó llamar al confesor para confesarme. 

Cuando vino el confesor me encontró en ese estado de letargo. Cuando me recuperé me preguntó qué cosa tenía, solamente le dije, callando todo el resto, y como continuaban las molestias de los demonios y las visitas de Nuestro Señor, entonces le dije: “Padre, es el demonio”. Él me dijo que no tuviera miedo, porque no es el demonio, y si es él, el sacerdote te libera. Así dándome la obediencia y persignándome con la cruz y ayudándome a mover los brazos, porque sentía todo el cuerpo petrificado como si se hubiera convertido todo en una sola pieza, logró que los brazos recobraran el movimiento, logró hacer que la boca se abriera luego de que estaba inmóvil para todo. 

Esto lo atribuí a la santidad de mi confesor, que en verdad era un santo sacerdote, 

lo consideré casi un milagro, tanto que decía entre mí misma: “Mira, estabas a punto de morir”. Porque en realidad me sentía mal, y si hubiese durado aquel estado, yo creo que habría dejado la vida. Si bien recuerdo que estaba resignada y cuando me vi liberada sentí un cierto pesar porque no había muerto. 

(125) Después de que el confesor se fue, y yo quedé libre volví al mismo estado de antes, y así sucedía que pasaba, a veces semanas, a veces quince días y hasta meses en que era sorprendida de vez en cuando por aquel estado durante el día, pero por mí misma lograba liberarme; después cuando era sorprendida con más frecuencia, como dije más arriba, entonces los familiares mandaban llamar al confesor, pues habían visto que la primera vez había quedado liberada por él, cuando todos creían que no me habría de recuperar más de aquel estado, y en cambio hasta pude ir a la iglesia, debido a esto llamaban al confesor y entonces quedaba libre. Nunca me pasó por la mente que para tal estado se necesitara el sacerdote para liberarme, ni que mi mal fuera una cosa extraordinaria; es cierto que 

cuando perdía los sentidos veía a Jesucristo, 

pero esto lo atribuía a la bondad de Nuestro Señor y decía para mí misma: “Mira cuán bueno es el Señor hacia mí, que en este estado de sufrimientos viene a darme la fuerza, de otra manera ¿cómo podría sostenerme, quién me daría la fuerza?” También es cierto que cuando debía caer en ese estado, en la mañana en la Comunión Jesús me lo decía, y cayendo en ese estado de Él mismo me venían los sufrimientos, pero no le daba importancia a nada. Con sólo pensar alguna vez en decirlo al confesor yo creía ser el alma más soberbia que existiera en el mundo si me atrevía a hablar de estas cosas de ver a Jesucristo; y sentía tal vergüenza que fue imposible decir algo a ese confesor a pesar de lo bueno y santo que era. Tan es verdad, que no creía que se necesitara al sacerdote para liberarme y que esto sucedía por la santidad del confesor, que cuando llegó el tiempo, él se fue al campo, entonces una mañana, después de la Comunión el Señor me hizo entender que debía ser sorprendida por ese estado, me invitó a hacerle compañía con participar en sus penas, pero yo súbito le dije: “Señor, ¿cómo haré? El confesor no está, ¿quién me debe liberar? ¿Quieres acaso hacerme morir?” Y el Señor me dijo solamente:  

“Tu confianza debe estar sólo en Mí, estate resignada, 

pues la resignación hace al alma luminosa, hace estar en su lugar a las pasiones, de modo que Yo, atraído por esos rayos de luz, voy al alma y la uniformo toda en Mí, y la hago vivir de mi misma Vida”. 

Yo me resigné a su Santa Voluntad, ofrecí aquella Comunión como la última de mi vida, le di el último adiós a Jesús en el Sacramento, y si bien estaba resignada, pero mi naturaleza lo sentía tanto, que todo aquel día no hice otra cosa que llorar y pedir al Señor que me diese la fuerza. En verdad me resultó demasiado amargo todo ese hecho, y sin pensarlo ni saberlo me encontré con una nueva y pesada cruz que creo que haya sido la más pesada que he tenido en mi vida. Mientras estaba en aquel estado de sufrimientos, yo no pensaba en otra cosa más que en morir y en hacer la Voluntad de Dios. Los familiares, que también sufrían al verme en aquel estado, 

trataron de llamar algún sacerdote, pero ninguno quiso venir, 

uno por una cosa, y otro por otra; después de diez días vino el sacerdote que me confesaba cuando era pequeña, y sucedió que también él me hizo salir de ese estado, y entonces me di cuenta de la red en la que el Señor me había envuelto. 

De aquí me vino 

una guerra por parte de los sacerdotes, 

quién decía que era fingimiento, quién que se necesitaban los palos, otros que quería pasar por santa, quién agregaba que estaba endemoniada y muchas otras cosas, que decirlas todas sería hacer demasiado larga la historia. Con estas ideas en sus mentes, cuando sucedían los sufrimientos y la familia mandaba llamar a alguno, no querían venir, diciendo todas aquellas cosas, y la pobre familia ha sufrido mucho, especialmente mi pobre mamá, cuántas lágrimas ha derramado por mí. ¡Ah! Señor, recompénsala Tú. ¡Oh mi buen Señor, cuánto he sufrido desde entonces, sólo Tú sabes todo! 

Quién puede decir cuán amargo me resultó este hecho, que para liberarme de ese estado de sufrimientos se necesitaba al sacerdote ¡Cuántas veces he pedido derramando lágrimas amarguísimas, que me libere de esto! Muchas veces hice positivas resistencias al Señor cuando Él quería que me ofreciera como víctima, y aceptara las penas, y le decía: “Señor, prométeme que Tú mismo me liberarás, y entonces acepto todo, de otra manera no, no quiero aceptar”. Y resistía el primer día, el segundo, el tercero, ¿pero quién puede resistir a Dios? Me insistía tanto que al fin me veía obligada a someterme a la cruz. Otras veces le decía de corazón y con confianza: “Señor, ¿cómo es que haces esto? 

¿Cómo es que entre Tú y yo, has querido poner a un tercero? Y este tercero no quiere prestarse. 

Mira, podríamos estar muy contentos Tú y yo solos. Cuando me querías para sufrir, yo inmediatamente aceptaba, porque sabía que Tú mismo me debías liberar, pero ahora no, se necesita otra mano, Te ruego, libérame, pues así estaremos ambos más contentos”. 

A veces fingía no escucharme y no me decía nada, otras veces me decía: 

“No temas, Yo soy quien da las tinieblas y la luz, vendrá el tiempo de la luz, es mi costumbre que 

mis obras las manifiesto por medio de los sacerdotes”.  


Fiat Divina Voluntad!

De los escritos de la S. D. Luisa PiccarretaVol. 2, cap. 79  Octubre 1, 1899

Jesús habla con amargura de los abusos de los sacramentos.

Esta mañana Jesús seguía haciéndose ver en silencio, pero con un aspecto afligidísimo, y tenía clavada en la cabeza una tupida corona de espinas; mis potencias interiores las sentía en silencio y no se atrevían a decir una sola palabra; viendo que sufría mucho en la cabeza he extendido mis manos y poco a poco le he quitado la corona, pero, ¡qué acerbo espasmo sufría, cómo se abrían las heridas y la sangre corría a ríos! A decir verdad era cosa que desgarraba el alma. Después de haberle quitado la corona de espinas la he puesto sobre mi cabeza, y Él mismo ayudaba a que penetrara bien, pero todo era silencio por ambas partes. Pero cuál ha sido mi asombro, porque poco después lo he mirado de nuevo y 

le estaban poniendo otra corona de espinas con las ofensas que le hacían.

¡Oh perfidia humana! ¡Oh incomparable paciencia de mi Jesús, cuán grande eres! 

Y Jesús callaba y casi no los veía para no saber quiénes eran sus ofensores.

 Entonces de nuevo se la he quitado, y avivándose todas mis potencias interiores por una tierna compasión, le he dicho:

“Amado Bien mío, dulce vida mía, ¿dime por qué no me dices nada? No ha sido jamás tu costumbre esconderme tus secretos. ¡Ah!, hablemos un poco, así desahogaremos un poco el dolor y el amor que nos oprime”.

Y Él: 

“Hija mía, tú eres el alivio en mis penas. 

Sin embargo debes saber que no te digo nada porque tú me obligas siempre a no castigar a las gentes, quieres oponerte a mi justicia, y si no hago como tú quieres quedas descontenta y Yo siento una pena de más, o sea el no tenerte contenta, 

así que para evitar disgustos por ambas partes mejor hago silencio”.

Y yo: “Mi buen Jesús, ¿acaso has olvidado cuánto sufres Tú mismo después de que has usado la justicia? El verte sufrir en las criaturas es lo que me decide a forzarte para que no castigues a la gente. Y además, ese ver a las mismas criaturas volverse contra Ti como tantas víboras venenosas, que si estuviera en su poder ya te hubieran quitado la vida, porque se ven bajo tus flagelos, y así irritan más tu justicia, no me da valor para decir Fiat Voluntas Tua”.

Y Él: “Mi justicia no puede seguir más allá; me siento herir por todos, por sacerdotes, por devotos, por seglares, especialmente por 

el abuso de los sacramentos: 

Quién no les presta ninguna atención, agregando los desprecios; 

quienes frecuentándolos, de ellos hacen una plática de placer, 

y quién no estando satisfecho en sus caprichos, llega por esto a ofenderme. ¡Oh! cómo queda desgarrado mi corazón al ver reducidos los sacramentos como aquellas cuadros pintados, o como aquellas estatuas de piedra que de lejos parecen vivas, pero si se acerca uno se comienza a descubrir el engaño; y entonces si se hace por tocarlas, ¿qué cosa se encuentra? Papel, piedra, madera, objetos inanimados, y se queda desengañado del todo. Así son reducidos los sacramentos, para la mayor parte no hay otra cosa que la sola apariencia y quedan más sucios que limpios. Y además, 

el espíritu de interés que reina en los religiosos, 

es para llorar, ¿no te parece que son todo ojos ahí donde hay una miserable ganancia, hasta llegar a envilecer su dignidad? Pero donde no está el interés no tienen manos ni pies para moverse ni siquiera un poquito. Este espíritu de interés les llena tanto el interior, que desborda al exterior y hasta los mismos seglares sienten la peste, 

y escandalizados no tienen fe en sus palabras. ¡Ah sí, ninguno deja de ofenderme!; 

hay quien me ofende directamente, y quien, pudiendo impedir tanto mal, no se preocupa en hacerlo, así que no tengo a quién dirigirme. Pero 

Yo los castigaré de manera de hacerlos inútiles, y a quién destruiré perfectamente, llegarán a tanto, que quedarán desiertas las iglesias, sin tener quién administre los sacramentos”.

Interrumpiendo su decir, toda espantada he dicho: “Señor, ¿qué dices? Si hay quienes abusan de los sacramentos, también hay muchas hijas buenas que los reciben con las debidas disposiciones y sufren mucho si no los frecuentan”.

Y Él: “Demasiado escaso es su número, y además 

su pena por no poder recibirlos, servirá como una reparación a Mí y para ser víctimas por aquellos que abusan”.

¿Quién puede decir cómo he quedado herida por este hablar de Jesús bendito? Pero espero que quiera aplacarse por su infinita misericordia.


Fiat Divina Voluntad

De los escritos de la S. D. Luisa PiccarretaVol. 10, cap. 18  Marzo 24, 1911 

Ruega por las necesidades de la Iglesia 

Continuando mi habitual estado, mi siempre amable Jesús ha venido, y yo le rogaba por ciertas necesidades de la Iglesia y por un cierto B. que ha editado libros de infierno, y me ha dicho: 

“Hija mía, no ha hecho otra cosa que arrojarse mayormente en el fango; una mente de sano criterio pronto verá cómo es necio y cómo Yo lo he cegado, pues no ha puesto fuera ninguna verdadera fuerza de razón en lo que él afirma. No quiero que los sacerdotes se den premura de leerlo, volviéndose demasiado viles si lo hacen, y pasarán los límites de su dignidad, como si quisieran poner atención al disparate de un niño, y por eso le darán campo para que haga otros disparates, pero si no le prestan atención, al menos le darán el dolor de que nadie tome en serio lo que él hace, y de que ninguno lo aprecie. Responderán con obras dignas de su ministerio, esta es la más bella respuesta. ¡Ah! a aquél le sucederá que caerá en la trampa que prepara para los demás”. 


Fiat Divina Voluntad!

"Es nuestro derecho que  

no cederemos a ninguno el ser los dirigentes de ellas" 




De los escritos de la S. D. Luisa Piccarreta29-19 (5, 6)  Mayo 31, 1931 

"…Después de esto continuaba mis actos en el Fiat Divino, y mi pobre mente se ha detenido en la pequeña casa de Nazaret, donde la Reina del Cielo, el Celestial Rey Jesús, y San José, estaban en posesión y vivían en el reino de la Divina Voluntad, así que este reino no es extraño a la tierra, la casa de Nazaret, la pequeña familia que vivía en Ella, pertenecían a este reino y lo tenían en pleno vigor; pero mientras esto pensaba, mi gran Rey Jesús me ha dicho:

“Hija mía, cierto que el reino de mi Divina Voluntad ha existido sobre la tierra, y por eso 

hay la esperanza cierta que regrese de nuevo en su pleno vigor; 

nuestra casa de Nazaret era su verdadero reino, pero estábamos sin pueblo.

Ahora tú debes saber que CADA CRIATURA ES UN REINO, por eso quien  hace reinar mi Voluntad en ella se puede llamar un pequeño reino del Fiat Supremo, así que es una pequeña casita de Nazaret que tenemos sobre la tierra, y por cuan pequeña, estando en ella nuestra Voluntad reinante, el Cielo no está cerrado para ella, observa las mismas leyes de la patria celestial, ama con el mismo amor, se alimenta con los alimentos de allá arriba, y es incorporada en el reino de nuestras regiones interminables.  

Ahora para formar el gran reino de nuestra Voluntad sobre la tierra, haremos primero las tantas casitas de Nazaret, esto es las almas que la querrán conocer para hacerla reinar en ellas.

  

Yo y la Soberana Reina estaremos a la cabeza de estas pequeñas casitas, porque habiendo sido Nosotros los primeros que hemos poseído este reino en la tierra, 

es nuestro derecho que 

no cederemos a ninguno 

el ser los dirigentes de ellas. 

Entonces 

estas pequeñas casitas, repetidoras de nuestra casa de Nazaret, 

formarán tantos pequeños estados nuestros, tantas provincias, que después de que se hayan formado bien, y ordenadas como tantos pequeños reinos de nuestra Voluntad, 

se fundirán juntos y formarán un solo reino y un gran pueblo.  


Por eso PARA TENER NUESTRAS OBRAS MÁS GRANDES, nuestro modo de actuar es el de 

comenzar primero solos, al tú por tú con una sola criatura; 

cuando hemos formado a ésta, 

la hacemos canal para encerrar en nuestra obra otras dos, tres criaturas, después agrandamos formando un pequeño núcleo, y después lo agrandamos tanto de tomar todo el mundo entero; 

nuestras obras comienzan en el aislamiento de Dios y el alma, 

y terminan continuando su vida en medio a pueblos enteros.  


Y cuando está el principio de una obra nuestra, es señal cierta que no morirá al nacer, a lo más podrá vivir escondida por algún tiempo, pero después saldrá y tendrá su vida perenne.  Por eso siempre adelante te quiero en mi Divina Voluntad”.


Fiat Divina Voluntad!

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