"Cuando veas que mi justicia se arma contra las gentes..."


Para Desarmar Mi Brazo Armado

De los escritos de la S. D. Luisa PiccarretaVol. 2 cap. 82 (1-7) octubre 14, 1899

Jesús dice cómo son necesarios los castigos, y habla en modo conmovedor de la esperanza


Esta mañana me sentía un poco turbada y toda aniquilada en mí misma. Me veía como si el Señor me quisiera arrojar de Sí. ¡Oh Dios, qué pena tan desgarradora es esta! Mientras me encontraba en tal estado, el bendito Jesús ha venido con una cuerdita en la mano y golpeando mi corazón tres veces, me ha dicho:

“Paz, paz, paz, ¿no sabes tú que el reino de la esperanza es reino de paz, y el derecho de esta esperanza es la justicia?

Tú, cuando veas que mi justicia se arma contra las gentes, entra en el reino de la esperanza, e invistiéndote de las cualidades más potentes que ella posee, sube hasta mi trono y haz cuanto puedas para desarmar mi brazo armado; y esto lo harás con las voces más elocuentes, más tiernas, más piadosas, con las razones más poderosas, con las oraciones más ardientes, que la misma esperanza te dictará.

Pero cuando veas que la misma esperanza está por sostener ciertos derechos de justicia que son absolutamente necesarios, y que quererlos ceder sería un querer hacer afrenta a sí misma, lo que no puede ser jamás, entonces confórmate a Mí y cede a la justicia”.

Y yo, más aterrada que nunca, porque debía ceder a la justicia le he dicho: “Ah Señor, ¿cómo puedo hacer esto? Me parece imposible, el solo pensamiento de que debes castigar a las gentes, siendo tus imágenes, no puedo tolerarlo, si al menos fueran criaturas que no te pertenecieran. Sin embargo, esto es nada, lo que más me desgarra es que te debo ver a Ti, casi estoy por decir, golpeado por Ti mismo, abofeteado, flagelado, afligido, porque los castigos caerán sobre tus mismos miembros, no sobre los otros, y por eso Tú mismo vendrás a sufrir. Dime, mi solo y único Bien, ¿cómo podrá resistir mi corazón el verte sufrir, golpeado por Ti mismo? Que te hagan sufrir las criaturas, son siempre criaturas y es más tolerable, pero esto es tan duro, que no puedo aceptarlo, por eso no puedo conformarme Contigo, ni ceder”.

Y Él, apiadándose y enterneciéndose todo por este hablar mío, tomando un aspecto afligido y benigno me ha dicho:

“Hija mía, tú tienes razón en que quedaré golpeado en mis mismos miembros, tanto que al oírte hablar, todas mis entrañas me las siento conmovidas y mover a misericordia y el corazón me lo siento destrozar de ternura. Pero créeme a Mí que son necesarios los castigos, y si tú no quieres verme golpeado ahora un poco, me verás golpeado después más terriblemente, porque más me ofenderán, ¿y esto no te disgustaría más? Por eso confórmate Conmigo, de otra manera me obligarás, para no verte disgustada, a no decirte ya nada, y con esto vendrás a negarme el alivio que siento al conversar contigo. ¡Ah! sí, me reducirás al silencio sin tener con quién desahogar mis penas”.

¿Quién puede decir cómo he quedado amargada por su hablar? Y Jesús como si me quisiera distraer de mi aflicción, continuó hablando sobre la esperanza diciéndome:

“Hija mía, no te turbes, la esperanza es paz, y así como Yo, en el momento mismo de hacer justicia estoy en la más perfecta paz, así tú, sumergiéndote en la esperanza estate en paz. El alma que está en la esperanza, al quererse afligir, turbar, desconfiar, incurriría en la desventura de aquella que, mientras posee millones y millones de monedas y es reina de varios reinos, va imaginando y dando lamentos diciendo: “¿De qué voy a vivir? ¿Cómo me vestiré? ¡Ay, me muero por el hambre! ¡Soy muy infeliz! ¡Me reduciré a la más estrecha miseria y terminaré con perecer!” Y al decir esto llora, suspira y pasa sus días triste, escuálida, inmersa en la más grande tristeza. Y esto no es todo, lo que es peor es que si ve sus tesoros, si camina por sus propiedades, en vez de alegrarse se aflige más pensando en su fin próximo y viendo el alimento no lo quiere tocar para sostenerse, y si alguno quiere persuadirla haciéndole tocar con la mano sus riquezas mostrándoselas y diciéndole que no puede ser que se reduzca a la más estrecha miseria, ella no se convence, queda aturdida y llora todavía más su triste suerte. Ahora, ¿qué diría la gente de ella? Que está loca, que se ve que no tiene razón, que ha perdido el cerebro; la razón está clara, no puede ser de otra manera. No obstante, puede darse el que esta tal pueda caer en la desventura que se imagina, ¿pero de qué modo? Saliendo de sus reinos, abandonando todas sus riquezas y yendo a tierras extranjeras, en medio de gente bárbara, donde nadie se digne darle ni una migaja de pan. Y he aquí que su fantasía se ha hecho realidad; lo que era falso ahora es verdad. ¿Pero quién ha sido la causa? ¿A quién se culparía de un cambio de estado tan triste? A su pérfida y obstinada voluntad. Precisamente así es un alma que se encuentra en posesión de la esperanza: el quererse turbar, desanimar, es ya la más grande locura”.


Fiat Divina Voluntad