Tentaciones

Ha pasado más de una hora en el infierno. 

"La paciencia, la humillación, el ofrecimiento a Dios de lo que se sufre en tiempo de tentación, 

es un pan sustancioso que se da a Nuestro Señor y que Él acepta con mucho gusto". 

Vol. 2, cap. 78 Septiembre 30, 1899 

Cómo la paciencia en sufrir las tentaciones es como un alimento sustancioso 

Primero debo decir que he pasado una hora de infierno. Luego, rápidamente he mirado una imagen del niño Jesús, y un pensamiento como rayo ha dicho al niño: “¡Cómo eres feo!” 

He tratado de no darle importancia ni turbarme 

para evitar cualquier juego con el demonio, 

pero a pesar de esto aquel rayo diabólico me ha penetrado en el corazón, y sentía que mi pobre corazón odiaba a Jesús. ¡Ah sí, me sentía en el infierno haciendo compañía a los condenados, sentía el amor cambiado en odio! ¡Oh Dios, qué pena el no poderte amar! Decía: “Señor, es verdad que no soy digna de amarte, pero al menos acepta esta pena, que quisiera amarte y no puedo”. 

Después de haber pasado en el infierno más de una hora, parece que he salido, gracias a Dios, 

¿pero quién puede decir cuán afligido ha quedado mi pobre corazón, débil por la guerra sostenida entre el odio y el amor? Sentía tal postración de fuerzas que me parecía no tener más vida. Entonces fui sorprendida por mi habitual estado, pero oh, cómo estaba decaída, 

mi corazón y todas las potencias interiores, 

que con ansia inenarrable desean y van en busca de su sumo y único Bien y sólo se detienen cuando lo han encontrado, y con sumo contento se lo gozan, esta vez no se atrevían a moverse, estaban tan aniquiladas, confundidas y abismadas en su propia nada, que no se hacían sentir. ¡Oh Dios, qué golpe cruel ha tenido que sufrir mi pobre corazón! 

Con todo esto mi siempre benigno Jesús ha venido y su vista consoladora me ha hecho olvidar rápidamente el haber estado en el infierno, tanto, que ni siquiera he pedido perdón a Jesús. 

Las potencias interiores, humilladas, cansadas como estaban, 

parecía que se REPOSABAN en Él; todo era silencio, 

por ambas partes no había más que alguna mirada amorosa con la que nos heríamos el corazón uno al otro. Después de haber estado por algún tiempo es este profundo silencio, Jesús me ha dicho: 

“Hija mía, 

tengo hambre, dame alguna cosa”. 

Y yo: “No tengo nada que darte”. Pero en ese mismo instante he visto un pan y se lo he dado, y parecía que Él con todo gusto se lo comía. Ahora, en mi interior iba diciendo: “Hace ya algunos días que no me dice nada”. Y Jesús ha respondido a mi pensamiento: 

“A veces el esposo se complace en tratar con su esposa, confiarle sus más íntimos secretos; otras veces se deleita con más gusto en descansar y en contemplarse mutuamente su belleza, mientras que 

el hablar impide el reposarse, 

y el solo pensamiento de lo que se debe decir o de qué cosa se debe tratar, no deja poner atención en ver la belleza del esposo y de la esposa, pero sin embargo esto sirve, porque después de haberse reposado y comprendido de más su belleza, vienen a amarse más y con mayor fuerza salen para trabajar, tratar y defender sus intereses. Así estoy haciendo contigo, ¿no estás contenta?” 

Después de esto, un pensamiento me ha relampagueado en la mente, acerca de la hora pasada en el infierno y súbito he dicho: “Señor, perdóname cuantas ofensas te he hecho”. 

Y Él: 

“No quieras afligirte ni turbarte, 

soy Yo quien conduce al alma hasta en lo profundo del abismo, 

para poder después conducirla más rápido al Cielo”. 

Después me hizo comprender que aquel pan que encontré en mí no era otra cosa que

 la paciencia con la cual había soportado esa hora de sangrienta batalla, así que 

la paciencia, la humillación, el ofrecimiento a Dios de lo que se sufre en tiempo de tentación, 

es un pan sustancioso que se da a Nuestro Señor y que Él acepta con mucho gusto. 

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