LA NECESIDAD DE UNA LÓGICA INFORMAL

INDICE

1. Introducción

2. La lógica informal

2.1. Qué es la lógica informal

2.2. Los tres enfoques de la Teoría del razonamiento.

2.2.1. El enfoque lógico

2.2.2. El enfoque dialéctico

Propuesta "pragma-dialéctica" de F.H. van Eemeren y R. Grootendorst.

2.2.3. El enfoque retórico

3. La importancia de las consideraciones pragmáticas.

3.1. Pragmadialéctica

3.2. El principio de cooperación de Grice

3.3. El modelo de Toulmin

4. Bibliografía

1. INTRODUCCIÓN

El presente trabajo trata de ajustarse a su título: explicar a qué se debe la necesidad de una lógica informal. Evidentemente, a nivel superficial la respuesta es fácil de adivinar: no es suficiente la lógica formal para dar cuenta de todos los vericuetos del razonamiento humano. Sin embargo, en cuanto intentamos profundizar un poco más en los motivos de que esto sea así, nos vemos inmersos en una sorprendente complejidad filosófica, teórica, analítica, empírica y práctica. Por todo ello, tras una breve definición de lo que es lógica informal y de la necesidad de enfrentarse al chauvinismo deductivo imperante en la lógica formal, pasaremos a explicar los puntos importantes que son desatendidos por la lógica estándar, que se convertirán en focos de atención de la lógica informal.

Para ello necesitamos un bagaje conceptual mínimo que pasa por diferenciar los tres enfoques desde los que se puede estudiar el proceso argumentativo humano: el lógico, el dialéctico y el retórico. No haremos mención de los procesos deliberativos por considerar que exceden del ámbito de este trabajo.

Cerraremos este estudio con las importantes consideraciones pragmadialécticas, centradas en los trabajos de van Eemeren y Grootendorst por un lado y de Stephen Toulmin por otro, mostrando la importancia de atender a la comunicación como acción humana entre interlocutores en su aspecto pragmático. Para ello revisaremos también los principios de cooperación de Grice y de cortesía y educación de Leech, como principios de máxima generalidad que deben darse siempre para facilitar la comunicación. Obviamente, nada de ello es abordable desde una perspectiva lógico-formal, con lo que la respuesta a la pregunta implícita en el título de este trabajo se responde satisfactoriamente.

2. LA LÓGICA INFORMAL

2.1. Qué es lógica informal

La lógica informal es una rama de la lógica, integrada a su vez en la Teoría de la Argumentación, entendida como estudio analítico y normativo del lenguaje y del pensamiento discursivos. Como explican Vega Reñón, L & Olmos Gómez, P. (2013), la lógica informal da sus primeros pasos en los años sesenta del XX. Aparece al público en el Informal Logic Newsletter de Canadá, que acoge de aquellas publicaciones que se hacen cargo de las visiones teóricas y normativas comunes al razonar de la gente, pero que por su difícil o imposible formalización que no pueden ser presentadas en el The Journal of Symbolic Logic.

La lógica informal estudia aspectos normativos del pensamiento, y actualmente está en abierta colaboración la lógica formal. A pesar de su novedad, sus movimientos previos son vetustos, como el órganon aristotélico, los Tópicos y las Refutaciones sofísticas. Por su parte, en el XV ya Jean Gerson distinguía dos lógicas, estando la primera al servicio de la ciencia y de la matemática y la segunda al servicio de las ciencias morales, políticas y cívicas. Leibniz también estudió el tema, y uno de los tópicos más importantes de la lógica informal, el de las falacias, está siendo atendido desde antiguo.

El nombre específico de lógica informal no aparece hasta 1953 con Ryle. Sin embargo incluso hoy en día aparece como un oxímoron (¿cómo puede haber una lógica que no sea formal?). Tres motivos se han aducido para su actual importancia:

1. Movimientos críticos de carácter académico que buscan la aplicación de la lógica al discurso usual sobre el mundo actual (conflictos étnicos, guerras, política, etc)

2. Crítica filosófica de las pretensiones de la lógica formal como canon de la racionalidad discursiva. Críticas fundadas, por ejemplo, en la importancia de la pragmática o el estudio de las falacias.

3. Críticas que proceden de la psicología o estudios de comunicación.

Tenemos también contribuciones teóricas cruciales, como las de Stephen E. Thoulmin o Charles Hamblin. Entre todos ellos han logrado configurar la lógica informal como la rama de la lógica cuyo propósito consiste en proponer y desarrollar modelos, criterios o procedimientos no formales de análisis, interpretación, evaluación, crítica o construcción de argumentos en el discurso usual, común o especializado.

En cuanto al apelativo informal, conviene destacar que se opone a formal en cuanto a formalización estándar del razonamiento, a lo que J. Alberto Coffa ha dado en llamar chauvisnismo deductivo. Según los críticos informales, el análisis estándar de la argumentación daba por sentado que todo razonamiento digno de consideración debía adquirir una forma deductiva más o menos evidente. A esta presunción se añadía otra de no menor calibre, a saber: que todo argumento válido tiene una forma lógica determinante de dicha validez. A las acusaciones de excesivo formalismo y deductivismo se les añade la de utilización por parte de la lógica formal del corolario de que los buenos argumentos se reducen a pruebas determinantes, a textos nomológicos.

Pese a ello, la lógica informal no se resume en una alternativa informe ni en una desestructuración sistemática del análisis de la argumentación. Es más bien la propuesta de avanzar en terrenos no formalizados o no siquiera formalizables, en la medida en que una formalizado comportaría la deformación del argumento original o la alteración de su marco de discurso.

Otra forma de presentar la lógica informal frente a la lógica formal consiste en atender a los respectivos focos de atención, alegando por ejemplo que:

1. La lógica formal sólo considera el argumento como producto textual, al margen del proceso y del propósito mientras que la lógica informal lo considera como acción.

2. La lógica formal se desentiende del contexto pragmático e interactivo de la argumentación.

3. La lógica formal se centra meramente en la relación de consecuencia lógica y las relaciones semánticas entre proposiciones.

Según lo anterior, debe quedar claro que para la lógica informal los análisis de la lógica formal son necesarios, aunque no suficientes. Existen aspectos muy importantes de la argumentación que la lógica formal ha ignorado y que no puede atender dentro de sus esquemas clásicos.

Respecto a los contenidos de la lógica informal, ésta se centra habitualmente en cuatro importantes apartados:

1. La base pragmática de la argumentación (teoría de los actos del habla).

2. La identificación y construcción de argumentos en el discurso ordinario común.

3. La evaluación de argumentos en virtud de la acreditación de las premisas o la fuerza del nexo inferencial

4. La detección y el análisis de las falacias.

En su agenda tenemos dos focos de interés:

A) Análisis de argumentos en el discurso usual. Este análisis lo podemos desglosar en tres subapartados:

A1. Determinación de la naturaleza del argumento, detección identificacion y representación de las micro y macroestructuras discursivas.

A2. Valores argumentativos: bondad y fuerza, usos de argumentos: persuasión, información explicación.

A3: Cuestiones interpretativas, como el principio de caridad (entre las diversas interpretaciones aceptables de un texto argumentativo, opta por la que mejor concilie la calidad del argumento con las intenciones del argumentador en el contexto dado de argumentación).

B) Evaluación de argumentos en el discurso usual. Toda evaluación implica unos criterios medibles en algún modo, aunque no sean numerizables, como son:

B1. Criterios de calidad (corrección, bondad, fuerza).

B2. Normatividad, criterios de acreditación de la bondad/maldad del argumento. Relación con la eficacia pretendida.

B3. Falacias y su uso en el discurso

Además de todo ello, existen nuevos caminos aún casi sin recorrer, como la noción de coalescencia (Gilbert, 1997) según la cual en cada razonamiento subyace un rizoma de actitudes, creencias, emociones e intuiciones del argumentador, de modo que cualquier intercambio de argumentos produce una coalescencia de motivos e impulsos, emociones y deseos. Otro aspecto reciente es la presentación física (gráficos, composiciones de imágenes, arquetipos visuales, publicidad, asociados a los argumentos)

La lógica informal está integrada en un complejo multidisciplinario, pero con intereses propios. Se distingue del pensamiento crítico (estudio y forman de disposiciones y habilidades discursivas). Por otro lado, tiene conexiones con la filosofía, en la que a menudo las argumentaciones no tienen carácter formal ni deductivo, sino que se someten a pruebas y refutaciones más bien discursivas, más o menos acreditadas y convincentes. Además, la propia lógica informal tiene proyecciones filosóficas interesantes por sí mismas, por ejemplo en la elaboración de una completa teoría de la racionalidad, en filosofía de la mente, en teoría del razonamiento etc.

Es importante recalcar que en todo momento nos referimos a la lógica informal no en una acepción débil, sino fuerte, en virtud de la cual es diferente de la lógica formal, aunque deudora y complementaria de ella, una lógica que estudia aspectos de los razonamientos (semánticos o pragmáticos, relacionados con el contenido y el contexto o con el ethos del argumentador y el pathos del auditorio así como con los supuestos que comparten ambos) que no son y tal vez nunca podrán ser tratados convenientemente por medio de la lógica formal. Para ello, el enfoque dialéctico y retórico de los razonamientos serán las visiones privilegiadas. Lo entenderemos mejor repasando los tres enfoques de la Teoría del razonamiento.

2.2. Los tres enfoques de la Teoría del razonamiento.

¿Por qué decimos que la lógica informal privilegia el punto de vista retórico y dialéctico? ¿Cuántos enfoques posibles hay a la hora de analizar y valorar un razonamiento? Vega Reñón (2003) explica que tales enfoques son tres: el lógico, el dialéctico y el retórico. El primero es el tema por antonomasia de la lógica formal, siendo los otros dos tratados por la lógica informal.

2.2.1. Punto de vista lógico

Atendiendo al criterio lógico tenemos ciertos conceptos de enorme importancia en lógica formal: la corrección formal y material, la solidez y el argumento concluyente.

Un argumento es formalmente correcto si el nexo que vincula sus premisas a su conclusión consiste en una relación de consecuencia lógica reconocida o reconocible, es decir, convalidable.

Un argumento es materialmente correcto si el nexo que vincula sus premisas a su conclusión, aunque no consista en una relación de consecuencia lógica, se atiene a los criterios metodológicos de adecuación inferencial que sean aplicables en su caso, según se trate de una implicación analítica, una inducción, una abducción, un razonamiento por defecto, un razonamiento práctico, etc.

Un argumento se considera sólido si, además de ser correcto formal o materialmente, sus premisas se saben verdaderas o están suficientemente acreditadas. Al argumento sólido formalmente correcto y lógicamente válido, podemos llamarlo concluyente, de modo que toda demostración propiamente dicha sería una prueba deductiva concluyente. En una perspectiva lógica, esta solidez es una condición necesaria para tener un buen argumento. Incluso a veces se considera que es una condición suficiente.

2.2.2. Punto de vista dialéctico.

Al cambiar al punto de vista dialéctico, no ponemos foco en el razonamiento como producción argumentativa de un individuo tratando de justificar una proposición por medio de otras, sino en el hecho de tener uno o más individuos involucrados en el proceso de convencerse, persuadirse o llegar a un acuerdo. Más que de inferencias o razonamientos, la visión dialéctica se ocupa de argumentos, los cuales no sólo establecen relaciones entre proposiciones sino sobre todo entre personas. Por eso, el foco de atención se dirige ahora a los procedimientos de interacción argumentativa y, allí, las miradas se centran en los papeles correspondientes a los participantes, las convenciones y normas que rigen su confrontación, los recursos disponibles, el curso seguido por el debate, etc.

Desde una perspectiva dialéctica lo que indicará la calidad relativamente buena o mala de un argumento dado será su valor como respuesta a un argumento opuesto y el sentido de su contribución a la suerte de la argumentación. Podremos incluso hablar de argumentos falaces por consideraciones dialécticas, por muy impecables que parezcan a la luz de su forma lógica. Desde un punto de vista dialéctico podemos diferenciar, por ejemplo asunciones, aserciones, presunciones y presuposiciones. Gracias el punto de vista dialéctico podremos hablar de argumentaciones plausibles. El punto de vista formal era demasiado grueso para estas importantes distinciones.

Una asunción es una suposición táctica o provisional, en todo caso explícita, como la introducida por "supongamos que ... " o un análogo, para invitar a un punto de partida o a un escenario posible; no comporta responsabilidad de prueba, de modo que por lo regular carecería de sentido pedir una justificación u oponerle otra suposición opuesta.

Una aserción es, en cambio, una proposición o una propuesta decidida que trae consigo un compromiso expreso con lo propuesto, así que corresponde al proponente la carga de la prueba:

Una presunción es a su vez una proposición o una propuesta avanzada por el proponente como una suerte de compromiso común o como una proposición digna en principio de crédito; si no es rechazada por el oponente, se supone aceptada por ambas partes en el curso de la argumentación; si el oponente la rechaza, entonces sobre él cae la carga o la responsabilidad de probar o justificar su oposición. Ejemplo: la presunción jurídica de inocencia.

Una presuposición es un supuesto previo e implícito que el proponente también considera compartido y liberado del peso de la prueba, como la asunción, pero no invita ni apunta a un curso futuro de la argumentación, sino que obra desde el pasado y como un antecedente tácito que forma parte del marco dado de discusión. La asunción y la presuposición no llevan carga de la prueba, sí la llevan la aserción (para el proponente) y la presunción (para el oponente).

Las argumentaciones plausibles son herederas del concepto aristotélico de las éndoxa (ἔνδοξα), las que así se lo parecen a todo el mundo, o a la mayoría de la gente o al menos a unas pocas acreditadas y dignas de crédito. Las éndoxa son más estables que las meras opiniones (δóξα), porque han sido testadas en los debates de la polis y han salido fruto del consenso intersubjetivo en el ágora. No es sino una atribución pragmática: es plausible aquello que cuenta con cierto respaldo social o cierta acreditación pública. Estamos ya muy lejos del discurso monológico contemplado en la perspectiva lógica, que era el único atendido por la lógica formal.

Argüir es, dentro de este marco, entrar en un proceso de confrontación discursiva acerca de una cuestión debatible sobre la base de proposiciones plausibles, en el que las actitudes básicas a favor y en contra de los participantes están representadas por dos personajes, un proponente y un oponente, cuyos papeles traen consigo la organización y distribución de los recursos, las tareas y las responsabilidades de ambas partes. Con este nuevo arsenal conceptual en nuestras manos, la perspectiva dialéctica nos habilita para caracterizar una buena argumentación de modos inéditos:

En general, argumentará bien el que obtenga su conclusión de las premisas más familiares y plausibles o, al menos, de las que sean tan plausibles como el caso permita.

En términos más pendientes de los papeles proponente / oponente que toca desempeñar a los agentes discursivos, cabe decir que argumenta bien el oponente que sabe poner en dificultades al proponente hasta llevarlo a desdecirse o contradecirse, y lo hace bien el proponente que sabe sostener su posición sin incurrir en estas suertes de inconsistencia interna.

Llegamos así al criterio aristotélico de corrección:

el que argumenta correctamente trata la cuestión debatida sobre la base de premisas que no son menos plausibles que la conclusión pretendida; en otro caso procederá de modo incorrecto. [1]

Vega Reñón (2003) propone mejorar este criterio de la siguiente manera: la plausibilidad global del argumento utilizado por el argumentador que actúa correctamente no es menor que la plausibilidad que tenía lo que se prueba antes de efectuar dicho razonamiento. Es decir: para que un argumento de premisas a1,a2,...,a(n-1) y conclusión an sea correcto y eficiente, es preciso que su plausibilidad o su poder de acreditación sean mayores, en el marco discursivo dado, que la plausibilidad o el crédito que la mera presunción que an hubiera podido merecer inicialmente en dicho marco.

Propuesta "pragma-dialéctica" de F.H. van Eemeren y R. Grootendorst.

Parte de un supuesto mínimo difícilmente recusable: el propósito de una discusión consiste en la resolución de la cuestión planteada. De ahí se desprenden dos directrices primordiales:

(a) La conducta discursiva de los participantes en la discusión será cooperativa en tal sentido; lo cual, sin ir más lejos, implica velar por el éxito de la conversación: hacer que las contribuciones sean oportunas y congruentes con el sentido de la conversación, y regirse por ciertas máximas como las de ser veraz, ser claro y no decir sino lo pertinente.

(b) Cada una de las partes adoptará una disposición razonable hacia el curso y la suerte de la argumentación, es decir, estará dispuesta a reconocer no sólo la fuerza, sino la debilidad relativa de sus argumentos frente a los argumentos contrarios y a renunciar a su posición cuando se vea indefensa ante ellos.

Estas dos directrices cristalizan en un decálogo del buen razonamiento:

I. Ningún participante debe impedir a otro tomar su propia posición, positiva o negativa, con respecto a los puntos o tesis en discusión.

II. Quien sostenga una tesis, está obligado a defenderla y responder de ella cuando su interlocutor se lo demande.

III. La crítica de una tesis debe versar sobre la tesis realmente sostenida por el interlocutor.

IV. Una tesis sólo puede defenderse con argumentos referidos justamente a ella.

V. Todo interlocutor puede verse obligado a reconocer sus supuestos o premisas tácitas y las implicaciones implícitas en su posición, debidamente explicitadas, así como verse obligado a responder de ellas.

VI. Debe considerarse que una tesis o una posición ha sido defendida de modo concluyente si su defensa ha consistido en argumentos derivados de un punto de partida común (esto es: de supuestos compartidos por ambos contendientes).

VII. Debe considerarse que una tesis o una posición ha sido defendida de modo concluyente si su defensa ha consistido en argumentos correctos o resultantes de la oportuna aplicación de esquemas o pautas de argumentación comúnmente admitidas. Es paralelo al anterior, si aquel atendía a puntos sustantivos, éste lo hace a los procedimientos empleados. El matiz de pautas comúnmente admitidas es peligroso, pues una falacia común sigue siendo una falacia.

VIII. Los argumentos (deductivos) utilizados en el curso de la discusión deben ser válidos o convalidables mediante la explicitación de todas las premisas tácitas codeterminantes de la conclusión. Está es una cláusula de buena argumentación lógica dentro de las normas de buena argumentación dialéctica.

IX. El fracaso en la defensa de una tesis debe llevar al proponente a retractarse de ella y, por el contrario, el éxito en su defensa debe llevar al oponente a retirar sus dudas acerca de la tesis en cuestión. Esta es una regla de final del proceso.

X. Las proposiciones no deben ser vagas e incomprensibles, ni los enunciados deben ser confusos o ambiguos, sino ser objeto de la interpretación más precisa posible.

Con notable ironía Vega Reñón (2003) afirma que es tentador resumir estos diez mandamientos del buen argumentador, conforme al famoso ejemplo veterotestamentario, en dos:

(1*) Guardarás por encima de todo una actitud razonable, cooperativa con el buen fin de la discusión;

(2*) Tratarás las alegaciones de tu contrincante con el respeto debido a las tuyas propias.

Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. Cabe apreciar tres núcleos normativos presididos por tres directrices capitales básicas o subyacentes, a saber:

(i) El juego limpio, por el que velarían ante todo las reglas I, II,V, IX y X;

(ii) La pertinencia de las alegaciones o los argumentos a favor de una posición, conforme a la regla IV, y de las objeciones o los argumentos en contra, conforme a la regla III;

(iii) La suficiencia y efectividad de la argumentación en orden a la resolución de la cuestión o al buen fin del debate, con arreglo a VI, Vil, VIII y IX.

Sin embargo, los supuestos a y b proporcionan dudas:

Respecto al supuesto cooperativo (a). ¿Por qué una discusión crítica, presunto paradigma de buena argumentación, ha de descansar únicamente en intervenciones cooperativas? ¿No pueden ser parejamente razonables y críticas las confrontaciones en las que cada parte procura preservar su posición? ¿No suelen resultar tanto o más eficaces el juego sucio o la "lucha libre", o los trucos y argucias del "listillo?

Y respecto al supuesto (b), ¿acaso no son desenlaces legítimos de una discusión crítica la franca declaración de los motivos de disentimiento o la suspensión del debate hasta mejor ocasión? ¿No son legítimas las confrontaciones entre escuelas filosóficas, con diferencias de principio, en las que nunca se cumple IX?

En resumen:

Una discusión crítica, debidamente mantenida y resuelta, es un paradigma de buena argumentación. Diríamos que la bondad de la argumentación viene a descansar en el buen curso y el buen fin de una discusión. Se desplaza el foco de atención y evaluación desde las buenas cosas (argumentos, argumentaciones o, en el presente caso, discusiones), hasta el hacer las cosas bien. Un agente discursivo empeñado en una discusión lo hará bien, argumentará bien, sólo si se atiene:

1. A ciertas máximas o convenciones básicas de conversación, que velan por la fluidez y el éxito de la comunicación, y están impregnadas de espíritu cooperativo: haz que tu contribución sea oportuna y congruente con el sentido de la conversación; sé veraz; exprésate con claridad y en los términos apropiados; ve al grano; no bloquees o cortes de modo unilateral el curso de la conversación.

2. A un cuerpo normativo de directrices y reglas específicas de interacción discursiva: el compuesto por las directrices (i)-(iii) y por las reglas I-X, ya comentadas.

2.2.3. Punto de vista retórico

Una diferencia entre esta perspectiva y la dialéctica es que mientras la dialéctica se refiere a personajes (el proponente, el oponente), la retórica se refiere a personas con sus actitudes, emociones y disposiciones.

En esta perspectiva el discurso más relevante es la argumentación suasoria dirigida a mover el ánimo de un auditorio en la dirección pretendida por un orador.

Hablar de "nueva retórica" es hablar de Perelman y su Escuela de Bruselas. Para esta escuela la idea de auditorio hace aquí un papel fundamental de parámetro para juzgar sobre la índole y el alcance de la argumentación. Atendiendo a dicho auditorio, una argumentación será:

Meramente eficaz si tiene éxito dirigiéndose a un auditorio concreto y obrando conforme a lo considerado normal en este marco;

Válida si tiene éxito dirigiéndose a un auditorio universal, formado por un tipo de gente que se supone inteligente, competente y razonable, y obrando conforme a lo normal en este marco idealizado, normalidad que, en virtud de las características del auditorio, se elevaría a la categoría de norma general de razonabilidad.

Meramente persuasiva si sólo alcanza a influir en un auditorio particular. (La apelación a un auditorio universal por Perelman da una dimensión no ya intersubjetiva, sino transubjetividad a su teoría)

Convincente si logra triunfar ante un auditorio universal.

Para esta "nueva retórica", el valor más importante de una argumentación es su fuerza. Ésta es relativa, y depende de tres cosas:

1. De la intensidad de la adhesión del auditorio a las razones, conclusiones o propuestas.

2. De la adecuación de los argumentos esgrimidos y procedimientos empleados.

3. De las dificultades que envuelva su refutación.

Para el estudio de esta nueva retórica partimos de dos supuestos, el primero antiguo y el segundo moderno:

1. Las relaciones entre decir y hacer cosas con palabras.

2. La consideración de la persuasión como el objetivo propio de la retórica.

Para la pragmática teórica de Perelman la retórica es una dimensión que acompaña a toda actuación lingüística en su calidad de forma de hacer algo con palabras. En un acto de habla se distingue, como sabemos, entre el acto locutivo, el ilocutivo y el perlocutivo. En general, la intención y fuerza de lo que se le dice al auditorio (que el oyente debe inferir de lo que se le dice) no implican por su parte la acción correspondiente: el aludido puede perfectamente ignorar el mensaje. Por otro lado, algunas expresiones de nuestro lenguaje son realizativas (yo prometo, os declaro marido y mujer, etc). La retórica discursiva cuenta con usos de este tipo (te aseguro que...). Sin embargo, el poder realizativo no puede ser trasladado a expresiones tales como (te persuado que..., te convenzo de...). Desde estas consideraciones retóricas se puede, con Perelman, afinar las siguientes precisiones que eran inaccesibles tanto desde la perspectiva lógica como desde la dialéctica:

a) Tenemos las diferentes fuerzas ilocutivas correspondientes a diferentes modulaciones. Explicaremos esto: los actos del habla suelen clasificarse de acuerdo con ciertos prototipos: las aserciones son de tipo declarativo, las preguntas, de tipo interrogativo, las órdenes, de tipo imperativo, etc. Supongamos la expresión neutral siguiente, propuesta en Vega Reñón (2003);

Jaime dice a Nacho:

E0: "Baja de ahí"

E1: "¿No podrías ya bajarte de ahí?"

E2: "Nacho, te me bajas de ahí"

E3:"Eh, tú, enano, bájate de ahí"

Todas estas modulaciones son retóricas, y todas ellas tienen una diferente efectividad ilocutiva. A veces el poder efectivo de estas modulaciones está más allá de toda duda: nadie tomará "¿Cuánto dinero se ha embolsado usted de nuestra comunidad?" por una simple pregunta.

b) Para continuar, los apóstrofes (interpelaciones en vocativo) son muy utilizadas en retórica ("¿Quosque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?"), otros usos son verdaderamente impactantes: ¿Cómo puede saberlo USTED? Estas interpelaciones tienen la curiosa propiedad de quedar totalmente neutralizada al ser parafraseadas, por ejemplo: “Cicerón empleó un apóstrofe al dirigirse a Catilina, preguntándole...”

c) Ahora bien, una despersonalización, por medio por ejemplo de paráfrasis como las anteriores, NO implica su des-retorización. Véase por ejemplo en la retórica científica, siempre impersonal. Esto es así porque la retórica incluye otras modalidades de acción además de la personalización, como son

1. La construcción de un escenario y una puesta en escena de un marco discursivo particular.

2. La inducción retórica de actitudes, creencias o actuaciones en función de la perlocución lingüística en general.

d) Atendamos ahora a la peculiar eficacia de la inducción retórica, que no debe confundirse con la función perlocutiva. La dimensión ilocutiva de una expresión se refiere a la intención del hablante, y una inferencia congruente con ella por parte del oyente. La función perlocutiva, se cumpla o no, deberá atenerse a dicha inferencia. Sin embargo, la inducción retórica no funciona por ese camino: el oyente no se limita a escuchar y responder, sino que empieza a discurrir por su cuenta. Es labor del orador inducir más allá de la fuerza ilocutiva de su expresión, mediante alusiones, creando predisposiciones receptivas, insinuaciones levadas... que el escuchante asume y toma como propias.

e) La vocación suasoria de la retórica. El propio Aristóteles (2001) define: "será la retórica la facultad de considerar teóricamente lo que cabe hacer en cada caso para persuadir". Todas las técnicas suasorias de la retórica se emplean en el discurso, que es puntual, cronológicamente situado, a diferencia del texto. Diferenciaremos entre el hecho retórico y el discurso retórico, así como entre retórica y propaganda. La propaganda es un ejercicio asimétrico (por unidireccional) y opaco (por la no transparencia discursiva del propagandista y en la ocultación o el disfraz de sus intenciones y en la utilización de recursos argumentativos especiosos), una manipulación para inducir actitudes, actuaciones o creencias sobre una audiencia que no tiene posibilidad de réplica, que es pasiva y que exhibe comportamientos medios con certeza estadística. Toda propaganda es falaz, por principio; en cambio, la persuasión retórica tiene como condición la comunicación entre personas, en la que el receptor no sólo activo, sino relativamente autónomo y responsable de sus propios actos de aprobación. Por eso nos dice Vega Reñón (2003): La argumentación convincente es a la retórica lo que la discusión crítica era a la dialéctica: un paradigma modélico. Vemos aquí de forma muy nítida la insuficiencia de las perspectivas lógica y dialéctica: no es suficiente con transmitir la información que cumpla ciertos requerimientos formales (perspectiva lógica), ni atenerse a las reglas del juego discursivo (perspectiva dialéctica); se trata de comunicar ciertas actitudes, disposiciones o expectativas con el fin de extender a los demás un compromiso.

Según esto, la perspectiva retórica se viene a sumar a las dos anteriores, no es ni enemiga ni ajena a ellas, sino su sustento personal. Podemos así acabar de definir una buena argumentación como: aquella que además de ser lógicamente concluyente y de atenerse a las directrices y reglas del juego dialéctico, resulta efectivamente convincente, tiene éxito.

3. LA IMPORTANCIA DE LAS CONSIDERACIONES PRAGMÁTICAS

3.1. Pragmadialéctica

En el Compendio de Lógica, Argumentación y Retórica, Vega Reñón, L & Olmos Gómez, P. (2013) definen la pragmadialéctica como una perspectiva de la argumentación que combina una concepción dialéctica de la razonabilidad argumentativa con una concepción pragmática de los movimientos realizados en el discurso. Se materializa en un modelo ideal pragmático-dialéctico. La parte pragmática se basa en la Teoría de los actos del habla de los analíticos Austin y Searle, y en la Teoría de la razonabilidad conversacional de Grice.

Se centra en cuatro puntos:

1. Atiende a los actos lingüísticos y no lingüísticos que tienen una función comunicativa concreta.

2. Se atiende a los compromisos públicos que se asume al realizar los actos del habla, y a las consecuencias que de ello se deriva. Hay en ello una externalización de la argumentación.

3. Los actos del habla no ocurren en un vacío social, hay que atender al proceso interactivo entre los hablantes.

4. Hay que explicar los cánones críticos a los que apelan los argumentadores razonables cuando se comprometen en un proceso regulado para resolver una diferencia de opinión.

La obra fundacional de la pragmadialéctica es obra de van Eemeren y Grootendorst. Ellos señalan cuatro fases: confrontación, apertura, argumentación y conclusión. Cada fase tiene sus reglas, y el no respeto de las mismas ocasiona obstrucción y hace que el argumento sea calificado de falaz. De este modo muchas falacias tradicionales se pueden caracterizar de una forma más clara y convincente.

En la pragmadialéctica se observan al menos cinco niveles:

1. En el nivel filosófico, se pone en juego la pregunta por la relación entre argumentación y razonabilidad. ¿Qué es ser razonable? Siguiendo a Toulmin, habría tres perspectivas sobre la razonabilidad: geométrica (de base lógica formal), crítica (de base dialéctica) y antropológica (de base retórica).

2. En el nivel teórico, se plantea un modelo particular de lo que es ser razonable en un discurso argumentativo. Naess, Perelman y Toulmin son tres autores que han reflexionado sobre ello.

3. En el nivel analítico la pregunta es cómo construir un discurso argumentativo para que destaquen aquellos y sólo aquellos aspectos relevantes según el modelo ideal elegido.

4. En el nivel empírico se describen procesos reales de reproducción, identificación y evaluación de fragmentos de discurso, atendiendo a los contextos en los que se produjeron.

5. En el nivel práctico se examina cómo se puede incrementar de forma metódica las destrezas y habilidades comunicativas.

3.2. El principio de cooperación de Grice

El llamado Principio de cooperación de Grice es un principio de máxima generalidad que trata de recoger las actitudes que se esperan de unos interlocutores que por acuerdo mutuo se entregan colaborativamente a la tarea de comunicarse. Parte del principio no normativo siguiente:

Trata de hacer que su contribución a la conversación sea, en cada momento, la requerida por el propósito comunicativo en el que está involucrado.

Aceptarlo implica aceptar cuatro máximas:

Máxima de Cantidad: El emisor debe dar tanta información como sea necesaria, ni más ni menos.

Máxima de Calidad: El comunicante tiene que regirse por la veracidad.

Máxima de Relevancia: El emisor debe centrarse en el asunto sobre el cual se está comunicando.

Máxima de Modalidad: El comunicador debe ser claro y ordenado en sus expresiones.

Junto con dicho principio, se han postulado otros dos:

Principio de Comunicación: Es un principio retórico postulado por Eemeren y Grootendorst: sė honesto, claro y eficaz y ve al grano. Dado que la Retórica (arte de efectuar el discurso) es la otra cara de la Hermenéutica, (arte de interpretar el discurso), el Principio de Comunicación tiene la contrapartida hermenéutica del

Principio de Caridad: es un principio hermenéutico que anima a efectuar la interpretación más benévola. Ambos prescriben un comportamiento razonable para hacerse entender, uno para el hablante y otro para el oyente.

Y aún por encima de ellos, como un principio marco que debe prevalecer en todo acto comunicativo-argumentativo:

Principio de Leech de cortesía y educación: Sé cortes y muéstrate educado en tus contribuciones. Leech muestra casos en los que se cumplen los requisitos de Grice y a pesar de ello la contribución no es ni cortés ni educada, con lo que dificulta el flujo informativo entre los argumentadores. Como en el ejemplo siguiente propuesto por Nikleva, D.G (2011):

A: La película me encantó

B: Puf, ¡menudo rollo!

La contribución de B respeta todas las máximas de Grice, y sin embargo no es cortés ni educada, con lo que dificulta la comunicación. Por ello Leech da a su principio la categoría de principio marco.

3.3. El modelo de Toulmin

Mencionaremos en este momento los trabajos de Stephen Toulmin como un ejemplo más de la necesidad de ir más allá de lo que nos permite la perspectiva formal y adentrarnos en la lógica informal desde una orientación pragmática. Toulmin (2007) plantea, desde un punto de vista pragmático, el desarrollo de un modelo para el análisis de argumentos del lenguaje natural más adecuado que los de la lógica formal a la hora de buscar las fuentes de validez.

Parte para ello, como explican Vega Reñón, L & Olmos Gómez, P. (2013), de un punto de partida pragmático: los argumentos que nos damos unos a otros surgen como intentos de responder al cuestionamiento de nuestras aseveraciones, por medio de una razón. Elementos esenciales son por lo tanto la aseveración cuya corrección queremos establecer, y las razones que aducimos para ello. El tercer elemento es la garantía. Las garantías son vínculos en virtud de los cuales ciertos datos se convierten en razones para la corrección de nuestras aseveraciones. Con estos elementos Toulmin establece el concepto de inferencia sustantiva, centro de su crítica a la lógica formal y al ideal deductivista de justificación.

Toulmin caracteriza las garantías como reglas, principios, la ciencias para inferir enunciados generales o hipotéticos que puedan actuar como puentes y autorizan el tipo de paso a que nuestro argumento compromete. En su teoría, una garantía toma siempre la forma de un condicional en el que el antecedente es la razón y el consecuente es la aseveración del argumento. Sin embargo, las garantías no son un tipo de premisa. Se diferencian de las razones en que son reglas, y son implícitas.

Otra propiedad de las garantías es el respaldo (backing) del argumento. Los respaldos se definen como otras garantías que están tras las garantías para mostrar su legitimidad, son la forma del hablante de dar respuesta a las recusaciones sobre la aceptabilidad de las garantías que usa para inferir. No los considera elementos necesarios de los argumentos. Toulmin explica la diferencia entre garantía y respaldo con un ejemplo en el silogismo:

Premisa menor: Petersen es sueco

Premisa mayor: Ningún sueco es católico

Conclusión: Petersen no es católico

Aquí podemos entenderlo de dos modos:

1. Entender la premisa mayor como una afirmación categórica, y entonces la información de que ningún sueco es católico sería un respaldo para nuestra inferencia de que Petersen no es católico a partir del hecho de que sea sueco.

2. Entender la premisa mayor como una garantía, que autoriza a la inferencia como una regla que establece que si alguien es sueco, entonces es no católico.

Según Toulmin, que lo entendamos de una u otra manera dependerá de la función que se supone debe cumplir la aseveración en el argumento. Toulmin enriquece su modelo con los conceptos de calificador y de reserva.

Los calificadores son una referencia al grado de fuerza que nuestras razones confieren a nuestra aseveración en virtud de nuestra garantía.

Las reservas son circunstancias en las cuales la autoridad general de la garantía habría de dejarse a un lado.

4. BIBLIOGRAFÍA

Aristóteles (2001). Retórica. Clásicos de Grecia y Roma. Madrid: Alianza editores, 2001. p. 316

Nikleva, D.G (2011).Consideraciones pragmáticas sobre la cortesia. Tejuelo, nº 11 (2011), págs. 64-84. Consultado en https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/ 3719577.pdf el 02-01-2017.

Toulmin, S. (2007) Los usos de la argumentación. Barcelona. Ed. Península

Vega Reñón, L. (2003) Si de argumentar se trata. Barcelona. Ed. Montesinos

Vega Reñón, L & Olmos Gómez, P. (2013) Compendio de lógica, argumentación y retórica. Madrid. Ed. TROTTA

[1] Aristóteles, Tópicos 160ª 19-21, 161b19ss. Citado en Vega Reñón, L. (2003), p.119