30. Escepticismo

El escepticismo es la tercera de las grandes respuestas del pensamiento filosófico a la quiebra de la ciudad del mundo clásico. Trataremos de restaurar un desenfoque histórico al respecto de Pirrón, el fundador de la misma. La irrupción de la monarquía Macedonia, y particularmente de Alejandro, acaba con los esquemas clásicos, y entonces surge el escepticismo, que aparece como una rebelión contra la sabiduría filosófica, y que no termina de cuajar hasta el siglo I. Se debe comprende que más importante que la obra de Pirrón es el legado de su escuela y no sus producciones en sí, que se han perdido completamente. El pirronismo es un movimiento que infunde tópicos contra las soluciones que proponía el epicureismo y el estoicismo, pero que no tiene un legado directo ni determinado, sino que sufre muchas transformaciones. A la muerte de Pirrón quedaba poco del pirronismo. Tenemos tres fuentes sobre ello:

1. Aristocles, un aristotélico que da cuenta de la recusaciones de Aristóteles sobre las aporías que planteaba Pirrón

2. Timón de Fliunte, alumno directo de Pirrón.

3. Numenio, de quien toma la información Cicerón, y el propio Cicerón.

El contexto de estos testimonios forman el legado pirrónico, tomado por aquellos que querían oponerse a las otras dos escuelas, y que conformaron una línea directa del llamado escepticismo pirrónico. Así, cuando hablamos de escepticismo pirrónico no estamos hablando de las producciones de un autor, sino de un amalgama de muchos autores que se aúnan sólo en la discusión frente al estoicismo y al epicureismo.

Aristocles, un peripatético tardío, refleja el ambiente de la polémica entre Pirrón y Aristóteles. Entre los elementos del legado pirrónico se ponen de manifiesto en este enfrentamiento, que aparece en la Metafísica, diversos elementos:

A) La indiferencia de las cosas. No se trata de un problema del razonamiento humano, según Pirrón, sino de la naturaleza propia de las cosas lo que hace imposible que el lenguaje humano pueda referirse a cosas estables, que no existen en sí mismas, porque la variación, la inestabilidad y la confusión son inherentes a las cosas. Por ello no es posible otorgar confianza a ninguna de las proposiciones que pretenden hacerse cargo de las cosas.

B) Por eso la αφασία y la αδοχία son las únicas actitudes razonables (etimológicamente, no hablar y no tener opiniones). No hablar significa no comprometerse con la verdad de las proposiciones, y por ello ni siquiera emitirlas. Aristóteles arguye contra Pirrón que el lenguaje comunicacional era el eje de la vida comunitaria, como si Pirrón hubiera negado el propio uso del lenguaje, cuando no es así. Lo que negaba Pirrón es la capacidad del lenguaje para hacer proposiciones que capturen la verdad de las cosas mediante el carácter denotativo y referencial. La αγασια no propone que no hablemos, sino que no tenemos la capacidad de acceso a la verdad y al conocimiento por medio del lenguaje, y que nos abstengamos del λογος αποφαντικός. La αδοχία supone no comprometerse con las opiniones más allá de lo que el lenguaje comunitario impone por motivos de convivencia práctica, que no se cuestionan. Se trata de no conceder al lenguaje otro valor que el comunitario, no de negarle todo valor. En este sentido, las críticas de Aristóteles son falaces.

C) La imperturbabilidad, αταραχια, es el beneficio buscado: un reencuentro con la felicidad para los escépticos.

Los testimonios de Timón de Fliunte son parecidos, aunque no concede demasiada importancia al legado de Pirrón. Enfatiza que no se puede afirmar ni la verdad ni la falsedad de los asertos, y no por una carencia de la razón humana, sino por un defecto que está en el íntimo modo de ser de las cosas. Son las cosas las que no son constantes ni homogéneas, hay una variabilidad que se refleja en el mundo de los enunciados: cada comunidad humana refleja de modo distinto las cosas. Ello es así porque son las cosas mismas las que no permanecen iguales a sí mismas. Es toda una declaración antieleática: no cabe hablar del ser, sólo cabe hablar del aparecer. Este enfoque puede mostrar una cierta conexión entre el pirronismo y la sofística. Como corolario, las cosas de los hombres no forman un mundo que pueda ofrecer tampoco ninguna garantía para el conocimiento ni para la acción. Como corolario, es necesario dirigir los ojos a lo divino, lo totalmente otro, como aquello que puede darnos un sentimiento de confianza en el que se establece la sabiduría.

Desde esta óptica, el pirronismo sería una especie de misticismo negativo, una vez puesto entre paréntesis el mundo de las cosas y de los hombres, lo único que nos quedaría. Aquí acaba el trabajo de Pirrón, que habría pasado desapercibido sin la transmisión de su discípulo Timón de Fliunte.

Un gran acontecimiento marca este momento de reflexión que determina la constitución de la figura del escepticismo: el golpe de mano de Arcesilao, a finales del IV y principio del III a la Academia. Los motivos profundos de la constitución de la ideas muchas veces son ajenos a la búsqueda de la verdad, y son más mundanos. El éxito del estoicismo, que tenía a su favor la predicación del cosmopolitismo y con ello la justificación de la existencia de cortes muy distantes, era un problema para la academia, que se agosta muy rápidamente hacia finales de siglo. A final, y como reacción Arcesilao da un giro que enfrenta la Academia al mundo del estoicismo, y lo hace con el recuerdo del pirronismo, reconstruyendo la figura de lo que entendemos por escepticismo.

Lo que hace Arcesilao es dirigir su crítica al núcleo de identidad del estoicismo: la posibilidad de establecer un criterio riguroso de verdad. El estoico lo hacía a través de la φαντασία καταληπτική distinguiendo entre percepciones sensibles y el punto de asentimiento de las mismas. La φαντασία καταληπτική es una afirmación que cubre, que determina la misma diferencialidad de procesos sensitivos que en su mayor parte son siempre los mismos, por lo que proporcionan percepciones constantes. Aquí Arcesilao coloca un argumento pirrónico: no otorgar confianza a las percepciones. La catalepsia supone que hay un elemento de realidad en la afirmación cuando el juicio da su asentimiento, otorgando validez al conjunto de coincidencias, y el estoico supone que este asentimiento se hace cuando de una información sensorial hay un filtro que ejerce la imaginación, sin añadir nada nuevo a la percepción. Ahí es exactamente donde Arcesilao echa mano de Pirrón, diciendo que el mundo de las apariencias nos lleva al reconocimiento de la diferencia, no a lo común, por lo que la καταληπτική no es operativa, y es necesario instalarse en la αφασία y en la αδοχία.

La φαντασία καταληπτική no es un criterio de verdad, sólo nos lleva al modo en el que actúan las comunidades humanas concretas. El propio estoico añadía que allí donde no se puede reconocer por sentimiento un esquema común, había que adoptar la epojé. El escepticismo estará de acuerdo con esta idea, pero como no Arcesilao no da poder alguno a la φαντασία καταληπτική la εποχή es necesaria en todo caso: hay que suspender la pretensión de un acceso seguro a la verdad. Conclusión de todo ello es que los hombres debemos de acostumbrarnos a vivir en el interior de comunidades concretas donde haya discursos adoptados comúnmente por criterios de razonabilidad, no de verdad. Diferentes comunidades tendrán diferentes estructuras de pensamiento. No se renuncia al juicio ni a lo inteligible, pero ahora hay un cálculo de lo que es más y menos razonable, renunciando a la pretensión de verdad absoluta. Se trata de la εύλογία, en el nivel del mero razonamiento persuasivo por razones de utilidad. Se trata de aceptar que se ha perdido el criterio de la tradición cultural única, sin necesidad de caer en un relativismo, pues sí se compromete con el criterio de la razonabilidad. Es el criterio de los deberes en el seno de la comunidad lo que determina la balanza entre lo elegible y lo no elegible. Arcesilao está hablando de φρόνεσις como un a priori moral. Puesto que se ha renunciado a la verdad, se seleccionarán las acciones que produzcan mayor utilidad y bien allá donde se efectúen. La φρόνεσις será la brújula que indica el camino de la acción.

Carnéades es el sucesor de Arcesilao. Añadirá varios aspectos importantes a la tendencia escéptica de la Academia:

1. Determina qué significa la producción mayor de bien que reivindicaba Arcesilao: es lo más susceptible de creencia, o más probable, como se ha traducido. Es lo que produce más adhesión, más confianza, se trata de lo que puede representarse de manera más persuasiva. Es al sabio al que corresponde elaborar esa representación más persuasiva, y debe luego trasladarlo a la comunidad.

2. El criterio de actuación del sabio es nunca ceder a la investigación: siempre seguir investigando, dedicando la vida al estudio aunque sepamos que nunca llegaremos al conocimiento completo. El estoicismo ha la de cumplir los deberes en virtud de un criterio de verdad, mientras que la Academia propone lo contrario: saber que no es posible alcanzar la verdad, y con todo postular el deber de alcanzarla. Es algo que no podemos dejar de hacer para ser felices, como criterio moral.

El pirronismo se ha puesto así al servicio de una educación en la que el filósofo al menos sigue teniendo algo que decir: la búsqueda de lo razonable. La ausencia de la verdad no paraliza el programa activo de la educación, de modo que se reconstruye en alguna manera el construir comunitario a través de la educación filosófica.

Enesidemo es un pensador de la talla de un Aristóteles o un Platón, pero desgraciadamente hemos perdido su producción. Lo que Enesidemo hace es enfatizar algo que Pirrón ya había enunciado: una cosa es el mundo de las cosas, y otra el mundo de los signos o enunciados. Nosotros vivimos en el mundo de los signos, con lo que queda colapsado el intento. Quien asegure que existe un puente entre ambos mundos deberá sortear diez argumentos propios de Enesidemo, recogidos por Diógenes Laercio; y que quedan reducidos a tres familias de argumentos:

1. El tropo del diadelo: cuando para un asunto tenemos muchas opiniones nada nos indica que una de ellas es más razonable que las demás. La razonabilidad es inherente a la comunidad en la que se emite, y todas son persuasivas en su comunidad.

2. El tropo de las diferencias. Si tenemos diferentes sensaciones para los mismos fenómenos, o si hay distintos fenómenos para el mismo asunto, diferentes modos de receptividad y de sensibilidad hace que no sea posible contrastar el nivel de verdad de los asertos. Además, algunos asertos, como los morales, están exentos de sustrato sensible, lo que es peor.

3. El tropo de la diáfora. Es un argumento irrefutable y paralizador. Cuando emitimos juicios y razonamientos hacemos uso de principios generales de la racionalidad, tales como el del tercio excluso, el principio de identidad o el de no contradicción. Sin embargo esos principios no son principios de las cosas, sino sólo principios lógicos. Incluso si llegáramos a una comunidad de juicios, no podríamos de ninguna manera asegurar que estos induzcan principios análogos en la real constitución de las cosas. En el fondo es la misma crítica que la que Hume haría siglos después sobre la conexión causal.

Enesidemo asegurará que sigue la tradición pirrónico, desligándose de la Academia. El escepticismo es el enfrentamiento radical con la idea de Parménides de identidad entre ser y pensar, y llega a sus últimas consecuencias, haciendo que dicha imposibilidad de identidad sea normativa. Sin embargo, no lleva a ningún relativismo, porque cae sobre nosotros la obligación de construir el mundo de los signos de una forma presidida por la sabiduría. Esas normas son la anulación de las confrontaciones y respetar las diferencias, sabiendo que son constitutivas, practicar la ataraxia, etc. Enesidemo, contrariamente a la prescripción de φάρμακον estoico, el φάρμακον escéptico propondrá una terapia consistente en la eliminación de los elementos perturbadores, ambiciones desmedidas, y oposiciones, conflictos y luchas entre los hombres. Renunciar al mundo de la verdad no significa renunciar al mundo de lo humano, lo que hay que evitar es el choque entre formas diferentes de representarse la realidad, porque no hay una que sea fiel reflejo de la verdad, en favor de una convivencia razonable, no interesada, centrada en la αταραχια.

A modo de resumen, tres maneras de sabiduría se han formulado tras la caída del mundo clásico:

1. La propuesta epicúrea, de la marcha de la ciudad y de lo político, y la construcción de una comunidad apartada, a la media de nuestros cuerpos.

2. La propuesta estoica, de pensar en el entorno del mundo entero construyendo muestra vida en torno a nuestros deberes. La sabiduría es el reconocimiento y el recuerdo constante del deber, como aquello que es el oficio de ser humano.

3. La propuesta escéptica, consistente en reescribir un elemento normativo que no está ni en la constitución de los cuerpos ni en la constitución de la sociedad: está en el resto pe que favorece el aprecio de la diferencial que hizo que los escépticos fueran, entre otras cosas, grandes médicos. La interpretación del escepticismo como una terapia que concede tranquilidad de espíritu. Lo que queda del escepticismo no es la zona de negaciones, sino la de la confrontación en estricta soledad con el mundo del lenguaje, identificado como el mundo humano en general.