70. Marsilio de Padua

Los acontecimientos históricos que acabaron con la pretensión del papado de mantener la potestas civilis había terminado con el dramático pontificado de Bonifacio VIII. La sucesión de papas en su estancia de Aviñón demostraba ya el sometimiento real de los mismos al poder civil. El papa Juan XXII y el emperador Ludovico IV mantuvieron una dialéctica de enfrentamiento que tuvo ya mucho de farsa, porque la posición del Papa implicaba ya el sometimiento al poder de Francia. En el Manifiesto de Sachsenhausen, que se muestra contrario a las pretensiones papales, aparece además la referencia oblicua a un acontecimiento desplazado: la lucha entre Alemania y Francia.

Aún cuando el enfrentamiento de poder en Juan XXII y Ludovico IV ya no hay la autenticidad del debate, sino una especie de impostura histórica, es en ese momento en el que se produce el movimiento filosófico más importante y profundo: el tiempo de la filosofía es un tiempo del anochecer, como diría Hegel. Cuando la historia está ya encubriendo otros fenómenos y haciéndose eco de una realidad diferente, es cuando arranca el pensamiento filosófico para proponer un nuevo modo de ver las cosas.

Marsilio de Padua (1275-1342) es un pensador en el que vemos ya claramente las tendencias que en dante sólo eran un atisbo. Dante era simultáneamente un güelfo y apoya la posición gibelina: puna religiosidad muy sincera le hace creer que la liberación del poder político hará de la Iglesia un poder espiritual más grande. Marsilio de Padua es un pensador extraño y fronterizo. En él confluyen muchas líneas. Sin embargo, su pensamiento no es original, sino derivado. Tanto en el Defensor Pacis como en sus escritos más maduros, Defensor Minor o Translación imperii, hay pocas cosas realmente originales: ni el conciliarismo, ni el desgajamiento del poder papal, ni el aristotelismo son originales suyos. Su grandeza no consiste en una originalidad indiscutible, sino en llevar a la cumbre de una síntesis genial esos gérmenes inconexos que toma de los pensadores del pasado, formando con ellas el pensamiento nuevo que llamaremos La Modernidad.

Sabemos poco de su vida. Tenemos dos fuentes indirectas: las tres cartas que cruza con de Albertino Mosato, y otras con Pedro Habano. Pertenecía a una familia de juristas, y su formación estaba orientada hacia el derecho y la jurisprudencia. Se formó en la Francia de Felipe el hermoso, en al universidad de París donde entró en contacto con el averroísmo latino. En la segunda generación de averroístas (Marsilio no conoce ni a Siger de Brabante ni a Boecio de Dacia) ha incorporado a la escucha de Aristóteles las teorías san Agustín. El pensamiento aristotélico se inviste de las doctrinas de La Ciudad de Dios, así, se aprende a diferenciar entre la ciudad política y la ciudad divina. Juan de Jandún es el primer escritor que hace hincapié en una posición individual de apropiación de la inteligencia, que se concilia bien con el franciscanismo espiritual. Hay todo un grupo de intelectuales italianos procedentes del Véneto que hablarán en la misma clave. En Marsilio de Padua convergen todas estas tendencias de principios del siglo XIV.

Marsilio fue bien recibido por la Facultad de Artes de la Universidad de París hacia 1313, de la que fue rector, y por el Papa. Dos años después, en 1315 está ya situado en Padua. El traslado tendría relación con las actividades que empezó a ejercitar como médico. Cuando pierde el favor papal, será recordado sobre todo como un médico especializado en filosofía natural. Parece ser que en Padua entró en contacto con el partido gibelino, lo que nos coloca en el marco de la actividad política de los que apoyan la idea del Imperio en detrimento del poder temporal de los Papas. Hacia 1320 regresa a París, donde mantiene su actividad docente hasta 1326. La publicación de Defensor Pacis es de 1324. La posición doctrinal es ya completamente contraria al papado, y defensora del poder temporal absoluto del Imperio. Una tesis totalmente anti papal puede ser defendida en París porque el papado es rehén de la corte, lo que crea una ambigüedad intrínseca en el momento. Esto hace que la obra pueda se publicada en 1324, aunque en 1327 es condenada como herética. Esta condena se ajusta a cinco tesis cruciales para lo que luego veremos. Son cinco tesis que expresan las signos de temor que provoca la obra en el papado. Las tesis condenadas son:

1. Cristo acata pagar impuestos al imperio, porque se considera deudor también del poder temporal.

2: Marsilio niega que Cristo instituyera una autoridad de Pedro sobre los otros apóstoles y príncipes de la Iglesia. El Defensor Pacis, al megáricos esto, niega la legitimidad de la sucesión papal.

3. Marsilio atribuye al Emperador el poder de corregir y sustituir al Papa. Esto está mucho más allá del conciliarismo, como puede entenderse.

4. Se atribuye la misma autoridad espiritual a todos los sacerdotes sin atender a las jerarquías, pues éstas son un reflejo del poder temporal.

5. Se niega el poder coercitivo del Papa y de la Iglesia si no media una autoridad imperial.

Las cinco tesis de Marsilio son condenadas por el papado, como es evidente. El español Álvaro Pelayo razonará estas cinco tesis desde la perspectiva papal, atendiendo a normativas y doctrinas totalmente anacrónicas que ya no se sostienen en el momento en que son formuladas. Al final Marsilio recala en el gabinete de crisis de Ludovico IV. En Roma el Emperador se inviste como emperador con una fórmula que está completamente explicada en el Defensor Pacis: la aclamación desaparece ya con CarloMagno, cuando el papa lo corona sin la citada aclamación del pueblo. Ludovico IV se hace coronar tras una aclamación del pueblo, como en los viejos tiempos. Esto tiene un valor simbólico importantísimo. A final Ludovico IV es coronado por dos cardenales después de ser aclamado por el pueblo. El maestro de ceremonias es el propio Marsilio de Padua, lo que da una idea de su influencia en ese importante momento. Tras ello, se condena al Papa Juan XXII y en 1328 se nombra un concilio y se pasó a nombrar a Nicolás V, nuevo Papa que perdería su papado tras la caída de Ludovico IV, siendo repuesto Juan XXII en el Papado. Al final, todo lo que parecía que era un enfrentamiento entre Imperio y papado estalla la realidad: la contienda entre unas monarquías que ya no reconocen el valor supremo del Imperio, y que por el lado francés consideran al papado como un artefacto de su propiedad.

Lo cierto es que Ludovico IV debe regresar a Baviera, lugar en el que se constituye en verdadero gabinete de crisis en el que Ubertino de Casale, Marsilio de Padua, Guillermo de Ockham y otros prestarán sus mejores servicios al poder temporal del imperio. El emperador tiene que prescindir de su política, y el rey de Francia exige su deposición. A la postre el Imperio quedará muy mermado, y hasta el español Carlos V no volverá a conocer el esplendor de antaño. Las polémicas entre el Papado y el Imperio pasarán a la historia: el Imperio se ha transformado en una monarquía nacional y el papado ya no tiene poder independiente. En los momentos finales del conflicto la figura de Marsilio de Padua se diluye en la niebla de la Historia.

La doctrina de Marsilio de Padua

Lo primero que vemos en el Defensor Pacis es: hay que desvincular al estado de los objetivos éticos y religiosos. El estado no tiene que ver con los fines éticos ni religiosos de la humanidad, pues procede de la naturaleza humana, que única,te a través de la formación de comunidades pone las condiciones para dar satisfacción a las necesidades de la vida, su función no es religioso, sino de satisfacción de necesidades materiales. Marsilio justifica esto apelando a Aristóteles:

decimos pues de acuerdo con la verdad y la opiniones e Aristóteles, que el legislador o la causa eficiente y primer a de la ley es el pueblo, que manda que algo sea hecho u omitido bajo la amenaza de una pena o castigo temporal.

Sin embargo, hay comunidades que no son el a estado: hay comunidades de vecinos, familiares, etc. El Estado no es sino el pueblo en función constituyente, creando unas institucionalizar de las que surge la ley con su fuerza coercitiva. Marsilio define al pueblo como sociedad civil, formada por la totalidad de los ciudadanos. Implícito en todo esto está que sólo el pueblo puede dictar leyes.

La segunda tesis de Marsilio dice que dado que el pueblo es un hecho natural substantivo, formado por los ciudadanos, el modo en el aue un conjunto de individuos puede ser pensado como un hecho natural es que sea pensado como un organismo donde hay partes que cumplen funciones sin las cuales el hecho mismo de la sociedad civil no existiría. Estas funciones son seis: sacerdotal, militar, judicial, agrícola, artesana y financiera. Esta ya no es la sociedad feudal rígidamente establecida en tres estamentos. El tercer estadio está diferenciado a su vez en cuatro, lo que casa bien con la idea de organismo de partes. Bajo esta noción de sociedad civil, el estado no funciona ya como algo que procede de Dios, sino que coordina las funciones y da a cada una lo sipuyo: el Estado es quién establece la regulación de las partes, haciendo posible la vida de la comunidad civil. Aquí no hay ninguna relación con Dios, se trata de una regulación mediante la Ley. Si el corazón del organismo es la Ley, el gobierno no será más que el legislador. No hay voluntad soberana, al igual que se elimina la noción de voluntad divina, desaparece igualmente la noción de soberanía personal del monarca, recayendo ahora sobre el legislador. Todo el asunto del gobierno gravita en torno a la ley, su formulación y su ejecutividad, siendo el pueblo el sujeto sustantivo. Toda la duda queda en la encarnación de la figura del legislador. Es el pueblo el que tiene que elegir al legislador, con lo cual es necesaria una institución que tenga a su cargo dicha elección, mediante un artefacto totalmente nuevo.

Está es la idea de Concilio: el concilio no es otra cosa que la asamblea del pueblo. No todo el pueblo puede estar en el concilio, pero debe ser una representación del mismo. Están excluidos naturalmente los niños, los esclavos, los extranjeros y las mujeres (todo ello muy aristotélico). La siguiente exclusión es la de aquellos que no tengan estudios y discernimiento suficiente, ahora evitar que sean manipulados por intereses demagógicos. Los que están en el concilio no son nada diferente del pueblo, son su parte más valiosa: su pars valentium. Estamos ya ante unas ideas de gran radicalidad y novedad.

Las funciones del Concilium son tres: dictar las leyes, elegir al gobernante, y vigilancia y control del gobernante. Al gobernante pues sólo le queda la vigilancia y cumplimiento de una ley que no dicta él. Las demás obras de Marsilio de Padua no hacen sino completar lo afirmado en el Defensor Pacis. La segunda parte de la doctrina de Marsilio se refiere al estatus de la Iglesia: Se llama Iglesia al conjunto de los fieles creyentes que invocan el nombre de Crisro, y de todas las instituciones que deriven de ello. Es decir: no cabe ni pensar que la iglesia se imponga al pueblo. La comunidad de la Iglesia sobrepasa la función de los funcionarios estatales, y acoge una comunidad de los fieles. Esto impone dos consecuencias:

1. Pudiera ser que la comunidad del pueblo fuera más amplia que la de los fieles.

2. El Estado ampara a la sociedad civil en su conjunto, fieles y no fieles.

Si todos los ciudadanos son religiosos, habrá una coincidencia entre iglesia y pueblo, pero será una coincidencia de hecho, no de derecho. la Iglesia no es sino un cuerpo especializado de funcionarios del estado! luego es el estado quien dicta las jerarquías eclesiales. El propio Papa no será sino un alto funcionario del estado al cargo de una importante función: llevar ese artefacto estatal que es la iglesia. La elección de los cargos debe ser refrendada por el pueblo (Concilium), incluso si es el gobernante quien lo dicta. En esa subordinación de la Iglesia al estado es donde encuentra la posibilidad de la paz.

Las funciones de la iglesia en el Defensor Pacis son, en opinión de Marsilio muy altas: las espirituales, sacramentales, litúrgicas, las funciones de predicación, de esa predicación sale lo único que el estado tolerará como institución de la. Iglesia: la enseñanza. La raíz religiosa de la educación a erá reconocida, pero no como imposición sino como consecuencia del contenido magisterial de la predicación. El Estado es el verdadero Defensor Pacis. No hay paz al margen del Estado. La Europa de los pueblos hace su aparición en el horizonte, pues ya no existe ni la figura soberana del imperio ni de la Iglesia, y la idea de unidad reposa ahora en el vago concepto de cristiandad.