34. Historia doctrinal

Así como hasta ahora hemos visto una historia externa del cristianismo inicial, ahora veremos la historia interna. La función de los mártires, elaborada por la literatura martirial, que no es doctrinal ni discursivo, fue crucial porque supuso un cierre de filas en torno a la Iglesia incipiente, ya que sirve para una doble operación que determina el giro de los acontecimientos: sirve de ejemplo de vida, con premio de la salvación eterna para quienes acepten el martirio, y de advertencia a quienes eludan la profesión de fe, sobre quienes pesar una posible condenación eterna. Se plantea asimismo la necesidad de definir cual debe ser la actuación de los cristianos con respecto al Imperio: si una integración o un enfrentamiento abierto.

En los siglos II y III no faltaron los intelectuales cristianos que rechazaron una integración en el imperio. De progresar, el cristianismo se hubiera convertido en una religión ajena y externa al Imperio, y hubiera terminado languideciendo. Otros por el contrario se mostraban partidarios de la integración, con lo que se planteó un dilema que tardó tiempo en resolverse. Mientras tanto, en la literatura no canónica de finales del siglo I se muestra un interés enorme en definir claramente el cristianismo, en esta literatura encontramos buena parte de los signos que lo identificarían en adelante. Hablamos de Literatura Apostólica, una serie de textos que no alcanzaron la categoría de Literatura Canónica, contemporáneos o inmediatamente posteriores a las producciones textuales del grupo de Patmos.

El primero de estos textos es el Symbolum Apostolicum. Los cristianos poseen desde el inicio la necesidad de establecer cuales son los elementos identitarios del cristianismo, el Symbolum cristiano por excelencia que es el Credo, no se construye hasta el siglo VI, pero los primeros testimonios iniciales pertenecen hacia el año 100. Las fórmulas más antiguas pertenecen a Ignacio de Antioquía, siendo una declaración completamente cristológica, centrada en la transformación de Cristo en Dios. No hay referencias al Espíritu Santo ni a ninguna construcción eclesial.

La segunda versión del Symbolum es lo que se denomina la versión trinitaria, en la Apología de Justino, en torno al 150. Aquí aparece ya el Espíritu Santo: Dios y Cristo están en una conexión anterior al mundo de la que forma parte el Espíritu Santo. El símbolo cristológico y el trinitario están en discordancia, pues el primero, al presentar una elevación de Cristo, es eminentemente helenístico, por tanto se presenta como un símbolo de vocación integrativa con el Imperio y sus tradiciones. La trinitaria por el contrario es una especie de corrección a la excesiva helenización del cristianismo. Hay una tercera tendencia conciliadora de las dos anteriores, con textos de Tertuliano e Hipólito, ambos contrarios a la conversión del Imperio, por lo que lo que tratan en realidad es de buscar una identidad propia al margen tanto del Imperio como de los hebraizantes.

El segundo de los libros que tenemos, redactado en Siria hacia el año 100, posiblemente copia de una edición de los años 50, y por lo tanto contemporáneo a las de cartas de Pablo. Se denomina La Didakhé. En este texto encontramos una configuración de la iglesia anterior a la joánica, una iglesia que no tiene nada que ver con la diseñada en el Apocalipsis, cuando aún no han empezado las persecuciones, en la que existen varios detalles de gran importancia:

1. La aparición de una liturgia, basada en la oración y en la eucaristía. Esto prueba que la adaptación del cristianismo a las religiones mistėricas es una de las posiciones más antiguas de la Iglesia: el Dios se hace presente mediante la ingesta del propio Dios.

2. No encontramos nada del dilema al que el cristianismo debiera enfrentarse en breve al respecto de su situación respecto al imperio.

En otros textos del momento se exponen moralizaciones sobre lo que debería ser una vida cristiana, incidiendo en el sacramentum y en el reparto de bienes, con una gran pobreza conceptual. Son textos importantes en la medida en que ejemplifican la construcción mistérica del cristianismo, demostrando que es en el mecanismo martirial, mucho más humilde y poco intelectual, en el que se centra el debate de la Iglesia al respecto de cómo actuar frente al imperio.

Tras las dos primeras persecuciones el cristianismo se repliega y trata de definirse de manera clara. Había razones absolutamente decisivas para explicar porqué triunfó al opción integradora.

La actitud en contra

El rechazo del imperio genera una reacción muy explicable: si no se acepta que el Cristianismo es una sabiduría capaz de estar a la altura de la sabiduría helénico-romana, una opción obvia es presentarlo como una doctrina radicalmente nueva. El gesto adverso de ruptura tiene a su favor por primera vez a intelectuales de prestigio, no como los de la literatura apostólica antes mencionada. La opción de constituirse como enemigo del Imperio, bien marcada en el círculo joánico; está clara, por ejemplo en Taciano. Taciano establece tres líneas de argumentación:

1. Hacer notar la oposición estricta entre el politeísmo y el monoteísmo, sin posibilidad de conciliar ambas. El paganismo es incomprensible sin el politeísmo, luego hay que romper con él.

2. El argumento de adiafonía. En el politeísmo los dioses aparecen signada de múltiples opiniones y figuras diferenciadas. Por lo tanto no se pueden integrar en la idea de divinidad. Este es un argumento escėptico.

3. El Dios cristiano, en tanto que incompatible con los dioses paganos, no puede convivir con ellos. Ya que no somos compatibles con el paganismo, nosotros los cristianos constituimos una comunidad diferente.

El llamado Hermas Filósofo presenta hacia el 150 una glosa que desarrolla el argumento de la diacronía de manera casuística, mostrando los numerosos lugares en los que el paganismo presenta incoherencias. Es una especie de razonamiento a fortiori de apoyo al argumento de la diafonía de Taciano.

Adversus hereseos de san Ireneo, escrito hacia el 190 abunda en la misma dirección planteando la necesidad explicar de la comunidad a los amigos del paganismo, por no ser merecedores de pertenecer a los círculos eclesiales. Así, el cristianismo va creando una doctrina nítida en medio de una cacofonía imperante en la época. Surge el concepto de herejía, que es expurgada con vehemencia. Se plantea asimismo qué hacer con aquellos que han jurado lealtad al emperador sin haber dado manifestación valiente de fe para evitar el martirio. Donato defenderá que tales traidores no pueden ser de ninguna manera readmitidos, aunque hayan sido admitidos al sacramento penitencial, que se desarrolla por esta época. La posición de san Ireneo, que se irá imponiendo poco a poco, fue la de aceptarlos mientras pasen un determinado tiempo pagando un castigo. Así surgen los sacramentos de la confesión y de la penitencia.

Tertuliano será un gran autor que se manifestará totalmente en contra de la integración con la iglesia. Escribe en latín, llevando a la plenitud la argumentación antipagana y la separación estricta entre el cristianismo y el Imperio. Se diferencia de Taciano en que éste último trata de mostrar las motivaciones argumentales, lógicas y razonadas por las que se debe dar la separación, mientras que el mensaje de Tertuliano es fuertemente irracionalista: el mensaje de actos to no ha sido expresado conforme a las sabiduría helénica, es por lo tanto un mensaje que se mueve en un espectro diferente del nous, su discurso no responde a las conformaciones de la racionalidad humana, sino que se impone a ellas, porque es la Palabra de Dios. La elección entre la racionalidad humana y divina es la misma que la elección entre iglesia e Imperio. La palabra Credo marca la elección: "Creo porque es absurdo, credo quia absurdum", es decir, si fuera racional no tendría la necesidad de creer. Este será un gesto permanente de la iglesia que no acabará en Tertuliano, sino que se reproduce en los siglos IV, V y VI, llegando hasta nuestros días. La fe es un asunto distinto de la razón, lo que marca una separación y rechazo de la racionalidad humana.

Este va a ser un gesto determinante en la Historia de la Iglesia, por que va a marcar la imposición de la fe en siglos posteriores. El Islam tendrá una buena recepción de esta idea de rechazo absoluto del paganismo anterior, con la necesidad de crear ex novo una doctrina nueva. La iglesia apela en esta corriente de pensamiento a la fe ciego, apartada de la razón humana, de la cultura y del mundo. Esto explica la realidad de la no integración cultural de los ermitaños y eremitas. Es un mecanismo netamente cristiano que se termina divorciando de la corriente dominante en el mundo antiguo. No lo fue por cinco razones históricas de gran fuerza, que hicieron que la tendencia dominante fuera la integrativa, si bien siguió teniendo fuerza la idea de expurgar las herejías que surgían en su seno. Esas cinco razones fueron las siguientes:

1. La convicción cristiana de que el futuro del cristianismo sería muy escaso si no lograba integrarse en la educación, que había tenido gran importancia entre los griegos, extendido por la sofística. El testimonio de Plutarco nos habla de las siete artes liberales de las clases sociales romanas que tenían acceso a la educación y que van a formar el esquema medieval de la enseñanza. El cristianismo comprende bien pronto (hacia mediados de siglo segundo, hacia el 150) que si no incide en la educación, no tendrá futuro, y que por lo tanto debe integrarse en el sistema educativo romano. El diálogo con Trifón, de san Justino presenta una combinación entre el helenismo y el crustianismo, en donde se muestra que lo ideal es una educación en los valores helénicos al servicio de la religión. El Martirologio de san Policarpo se manifiesta en el mismo sentido,

2. El temor mutuo que sintieron las escuelas paganas y cristianas al escepticismo. Taciano hace un argumento de diafonía contra el paganismo, pero se reconoce que si se es pábulo a los argumentos escépticos estos acabarán devorando la doctrina igualmente. Es el temor a la argumentación escéptica, que recobra una vigencia extraordinaria gracias a Enesidemo y Sexto Empírico, por lo que las escuelas helénicas intentan acoplarse una a otras, dando lugar al eclecticismo, que toman materiales estoicos, platónicos, aristotélicos y en menor medida epicúreos para conformar la vida cultural del mundo romano de los siglos III y IV. Se trata en todo caso de la convicción de que frente al escepticismo colapsa la sabiduría, algo que no conviene ni a los clásicos ni a los cristianos. La obra maestra de la literatura cristiana de los primeros siglos es el Octavio de Minucio Félix. En esta maravillosa obra se habla de la convivencia entre cristianos y paganos, basada en los ideales de la educación grecolatina desde una requisitoria antiescéptica.

3. La conciencia de la pobreza doctrinal del legado cristiano. Se trata de la misma sensación que Pablo sintió cuando fue puesto en ridículo en el Areópago frente a los doctos griegos. Los cristianos de Alejandría encontraron en Filón de Alejandría una fuente de lo que había que hacer: aceptar la grandeza de la educación griega y tratar de explicar por vía alegórica, transformar la buena nueva a un mensaje y presentarlo de manera compatible con el λόγος y con las doctrinas de la racionalidad. Filón de Alejandría había escogido a Platón para ello.

4. La necesidad de tomar la sabiduría griega para solventar la pobreza doctrinal del punto 3. Existe la constatación de que es absurdo el debate con la fortaleza racional de la filosofía griega, y que ésta debe ser incorporada. La moral que surge de la eucaristía y el compartimento de bienes es tan diminuta para una sociedad avanzada que se necesitaba la construcción de un edificio moral mucho más sutil. El eclecticismo del que hemos hablado, de grandes bases estoicas de un Filón de Larisa, es el aporte que el cristianismo necesita para hacerse respetable y para ponerse a la altura.

5. El cristianismo deja de plantearse como una doctrina nueva, para defender que tiene tanta vetustez como el paganismo, admitiendo esto, se convertirá en una forma de helenismo que cultive al mismo tiempo el sentimiento de una comunidad propia, cristiana, que opta por renunciar a su idiosincrasia propia del origen y convertirse en una comunidad global.