63. Franciscanos

Nos adentramos en el ocaso de la Edad Media, si bien antes de ello hay que ver en qué forma el siglo XIII culmina en dos grandes corrientes que responden a tensiones intencionales, artefactos pensados para ejercitar un objetivo preciso. La creación de las órdenes mendicantes eran un reflejo de un momento que ya no es el de la expansión del cristianismo, sino un ajuste de cuentas de sus tensiones internas, mucho más allá de cuáles fueran las intenciones de sus fundadores. Hacer frente a las herejías y controlar el desarrollo de la vida intelectual en las universidades serán esos dos objetivos ineludibles.

Las Facultades de Artes reivindican, y consiguen, una autonomía desconocida en el mundo musulmán o bizantino. Aquí el control no es ni Iglesia ni del Imperio, de modo que las órdenes mendicantes tendrán un papel fundamental en el intento de que las Facultades dejen de estar dominadas por las instancias más o menos autónomas de las mismas. Los dos productos más elaborados de estas tendencias son las dos órdenes mendicantes que configuran el artefacto ideológico para la armonización cristiana de la vida intelectual: los franciscanos y los dominicos.

Los franciscanos

Lo que animó la fundación franciscana y el instrumento en el que devino por la política papal son dos cosas totalmente diferentes. La única determinación histórica de su fundación fue el sentimiento sea posibilidad de vivir el cristianismo de una forma más intensa y auténtica. El fundador, Francisco de Asís, con un pequeño armazón de obras escritas y un inmenso espiritual tiene la capacidad de revolucionar en un sentido inesperado. A su vez, existe una condición de posibilidad de poner ese franciscanismo al servicio de los intereses eclesiales en las Universidades.

El franciscanismo fundamentalmente es una apelación al sentimiento. El sentimiento puede ser un atributo del hombre, pero no lo es de la cultura. La mayor novedad del franciscanismo es que eleva el sentimiento a un plano cultural en el que estaba ausente. San Francisco experimenta cosas tales como la ternura, la vivencia sentimental, el descubrimiento de las criaturas que tiene a su alrededor, como novedad histórica. Esta afloración del sentimiento será el germen de todo un fenómeno cultural que llevará al siglo XIV. Con todo, existe una idea profunda cuya novedad es perceptible sólo a la luz de ese sentimentalismo, y que dará lugar a la novedad del mensaje franciscano en dos vertientes. El énfasis en el valor de la tristeza, de la melancolía, de la ternura y del sentimiento dará lugar a dos vertientes:

1. La reivindicación del todo de lo real. La pugna entre los analíticos, que quieren reivindicar como Abelardo una racionalidad autónomas o bien al servicio de la teología, y los dogmáticos, llevará a la videncia del todo de lo real por parte de los franciscanos: la idea de que el análisis no es un instrumento adecuado, y que debe prevalecer una visión (diríamos hoy) holística, es animada por el fuerte sentimentalismo y lleva a la convicción de que no hay fugas ni diferencias, de que finalmente todo reside en Dios en la medida en que Dios habita ese Todo. Bastará eliminar aquí la palabra "Dios" para que el "Todo" tome protagonismo como experiencia fundamental.

2. El comunitarismo. A esa experiencia del todo, por la que uno se siente penetrado por la totalidad de lo real se une la imposibilidad de la división entre individuos. La comunidad será el polo de referencia del pensamiento franciscano. El comunitarismo dio lugar en el propio siglo XIII a la necesidad de variar la regla de san Francisco. La idea principal es que si lo real es Uno, la humanidad también es Uno, y si la experiencia religiosa es la visión del Uno tampoco puede hacer divisiones en el seno de la comunidad. No se puede tener nada en propio, pero ni siquiera se puede tener nada en común: hay una idea de total solidaridad universal que preso e la posibilidad de una organización que los papas perciben como proclive para dar una respuesta ortodoxa a las herejías que apelan a la pobreza evangélica tales como los valdenses. Los valdenses señalan la pobreza como una virtud evangélica, y el franciscanismo responde a esto adecuadamente desde el punto de un respeto a la jerarquía eclesiástica: ellos defenderán la pobreza como virtud, viviendo la vida mendicante de la desaparición del yo en lo comunitario.

La orden franciscana se dividió ente los rigoristas y los relajados. En la propia vida de Francisco se producen las tensiones iniciales, que a la postre dará lugar a la creación de una orden fortísima que combinará la sensibilidad religiosa profunda con gran sentimiento místico y que además está ordenada regularmente como orden capaz de asaltar las facultades de filosofía e imponer fórmulas que equilibren la vida intelectual contra la herejía, imponiendo la teología sobre la filosofía. El hombre que es capaz de hacer todo esto y que lleva a la orden a su plenitud de equilibrio racional es un franciscano de segunda generación: san Buenaventura.

San Buenaventura (1221-1274)

Con él se recogen todas las herencias anteriores. Se trata de uno de los filósofos grandes en todo el sentido de la palabra. Representará el polo platónico del pensamiento cristiano, mientras que San Tomas será el polo aristotélico. Llega a ser general della orden en 1257. Es profesor de teología en París durante siete años. Fue discípulo de Alejandro de Hales, franciscano de primera hornada. Reelabora el agustinismo medieval para adecuarlo a la orden franciscana. Este agustinismo va a ser tomado de modo muy particular: ya no será su posición frente a los Universales, la novedad del agustinismo franciscano viene de la elección voluntaria no para oponerse al aristotelismo, sino para subordinar el aristotelismo a la teología. La obra de san Agustín servirá para reivindicar la superioridad de la teología frente a la filosofía, se asume con completa voluntad el aristotelismo con el objetivo específico de no aceptar que haya un equilibrio entre razón y fe, sino una dependencia de la razón respecto a la fe.

Esto, que parece una versión más de algo repetido hasta la saciedad, comporta aquí tintes nuevos, pues porta en su seno el mecanismo de disolución del propio movimiento que lo ha creado. Buenaventura señala que la posición aristotélica supone la negación de las Ideas platónicas. La tradición medieval ha supuesto que las Ideas son los paradigmas de la creación del mundo ex nihilo por Dios. Las Ideas serían los pensamientos de Dios. Así, las Ideas platónicas no pueden ser eliminadas pues nos quedaríamos sino intermediación entre Dios y sus obras. Esto lo encontramos en san Buenaventura intacto. Es un realista en la cuestión de los Universales: los abstractos son constitutivos de las esencial y son reales, existen. Hasta ahí no hay ninguna diferenciación respecto de la tradición, pero está misma teoría revoluciona la tradición porque está recusación del aristotelismo se hace para reconocer una verdad parcial en el aristotelismo, pese a la deficiencia denunciada. Un aristotelismo depurado será incorporado al pensamiento agustiniano platonizante: se sustenta la forma de diversidad no desde una visión emanantista, sino que tenemos que pensar que la realidad fragmentada y jerarquizada de los entes creados forma parte de un todo simultáneo, no emanativo. Es posible concebir el Todo y las partes simultáneamente. La forma de razonar este punto que da prioridad al todo, pero haciendo justicia a las partes es tan genial que no puede dejar de causar admiración: las partes son signos, y son signos de lo significado. Cada uno de los entes que forman el mundo es pensado no como una entidad sin más sino como un signo del Todo. El Todo se manifiesta en esos signos, particulares y diferenciados de una todo común. Exactamente como en Espinoza, los modos van a ser modos del atributo, y los atributos a su vez atributos de la substancia. Podemos reconocer la multiplicidad son renunciar a la idea del Todo.

¿Para qué sirve esto? Si el Todo es siempre prioritario, dado que el Todo es la imagen de Dios, entonces la filosofía está subordinada a la teología. Encontramos una explicación sencilla de por qué la racionalidad debe estar siempre supeditada a la teología. La segunda parte del argumento es que como los signos de todas maneras son autónomos, el Todo no es nombrado de la misma manera en cada uno de sus signos, entonces está prioridad des teología es tal que convierte a la teología en un artefacto racional. No es ya que la racionalidad esté supeditada a la teología, es mucho más: la tensión entre ciencia mundana y ciencia sagrada no tiene ninguna razón de ser. ¿Qué otro reconocimiento de lo divino podría darse si no es a través de los signos de lo divino, que son los entes mundanos? Está es la intuición fundamental de san Buenaventura: es posible la construcción de una teología racional que incorpora y subordina a la filosofía, y finalmente pensar es encontrar los motivos racionales que nos llevan a la experiencia de lo divino, para cuya comprensión es necesario apelar a instrumentos en los que sólo funciona la racionalidad.

El todo no es una substancia o una materialidad: el Todo es aquello que está en todas las formas. Si el Todo lo concebimos como vida, los significados no serán sino diferentes formas de vida. Es la precedencia de la síntesis sobre el análisis, pero que sólo se hace clara en virtud del análisis. Este es el núcleo ontológico exacto del pensamiento de san Buenaventura: ¿cómo el análisis hace claridad sobre esa síntesis que debe ser pensada como prioritaria? Pues cuando el análisis nos muestra que fue cada uno de los seres que pueden ser distinguidos están constituidas por formas diferenciadas del Todo. Hay formas inorgánicas (una piedra), vegetativas (que comprende la forma inorgánica pero la trasciende). La forma inorgánica es substrato de la forma orgánica, etc. Son formas de un mismo Todo que bajo el signo de la tierra nutre las formas vegetales, y éstas las animales, hasta que llegamos a la forma racional. En el Todo persiste porque cada una de las formas está constituida sobre las anteriores. Así, la experiencia de la multiplicidad nos lleva al Uno. El alma y el cuerpo también son formas, ambas enteras y substantivas. Esto suena a Descartes, evidentemente.

Habrá tantas formas como mecanismo vitales hay. Finalmente la vida es el resultado de esta división en formas. Es la prioridad del Todo de modo sincrónico, sin pensar en la emanación.

Dos grandes constructos más hay en san Buenaventura:

1. El itinerario de la mente hacia Dios. Desde el punto de vista epistemológico, marca el recorrido teórico del intelecto que va abriéndose hasta el encuentro con el Todo. La razón lo único que puede hacer es mirar los vestigios, las huellas, los vestigios que se notan en el mundo. Son vestigios sensibles en los que reconocimos su comunidad ontológicos común. Los vestigia mundi nos dirige el entendimiento hacia una unidad profunda, que puede ser llamada divina. Esta idea es muy franciscana, con su aprecio por los animales, por la naturaleza, desde los que se descubre a Dios. Podemos aislar lo que ya no conviene llamar divino, sino directamente Dios. dios es lo que es común a todo, desde un punto de vista totalmente racional. Spinoza hará posteriormente algo similar. Luego ocurre una intuición del carácter vivo que para la inteligencia se presenta como lo común a todo que llamamos Dios. Se trata de descubrir el carácter personal de Dios, es el paso de la teología a la religión en un gesto totalmente místico. Si ese Dios personal desaparece (como ocurre en Spinoza) desaparecería el carácter religioso de san Buenaventura, que es lo que ocurre en Spinoza, pero se sostendría todo el edificio conceptual (como se sostenía en Spinoza). El último momento por tanto ya no es especulativo: es vivencial y místico.

2. La metafísica de la luz. En san Buenaventura hay un momento ontológico, que es el descubrimiento del Todo, asignado en las partes, y un momento teológico, que es la explicación de ese Todo. Para explicarlo san Buenaventura echa mano de una metáfora: la de la metafísica de la luz. Debajo de la luz no hay ninguna entidad mística, sino física. Se creía en tiempos de san Buenaventura que no era un cuerpo, sino una forma, aunque totalmente física. Esta idea de luz que unifica y diferencia grados intensivos de una unidad metafísica como es la luz, marca la coronación de esta metafísica. Todo ente es un concentrado de ese material que es luz, a medida que la materia va haciéndose sutil va siendo más una pura forma. A final del proceso las almas son concentraciones sutiles de luz. Puesto que hay una comunidad física, tanto desde las almas hasta los cuerpos, resulta que el mundo entero es físico. Es una explicación que a pesar de ser muy espiritual es de base totalmente materialista. Dios mismo no puede desprenderse de la cosicidad en la que consiste el Todo. Dios no puede ser pensado de otro modo que físicamente, es la luz de la creación.

Contra Aristóteles, creerá que la materia no es eterna: hay un momento de creación ex nihilo. Pero coincide con él en la necesidad de construir una física del mundo. Hay un orden natural que recorremos con los sentidos, con el análisis y con el intelecto, y llegamos al discernimiento de lo que hay de Uno y de múltiplo, hasta llegar a la intuición última de la presencia de Dios en la base de la vivencia del Todo. Se recupera el argumento ontológico de san Anselmo, pero con otro espíritu: el argumento ontológico hay que sostenerlo,pero no desde la noción lógica de Dios, sino desde el pensamiento del Todo, que es una idea que no puede provenir de nosotros (nuevamente Descartes). En realidad el pensamiento de Descartes será un pensamiento menor que el de Buenaventura: Descartes diría "yo puedo pensar en la idea infinita de Dios, luego alguien ha tenido que ponerla en mí", Buenaventura dice: " la noción lógica de Dios no existe, Dios es la condición de que haya siquiera nociones lógicas, la lógico dado es la estructura del Todo. Si somos capaces de pensar ese todo quiere decir que nosotros formamos parte de ese Todos, formamos parte de lo divino". Esto puede ser pensado religiosamente, a la Buenaventura o no religiosamente, a la Spinoza. Poco importa, se sostiene como una de las síntesis más grandiosas que ha sido pensada por el hombre en la cultura occidental.