DENOTACIÓN Y SIGNIFICADO, CUESTIONES ABIERTAS

Jesús M. Landart Ercilla

"Es realmente una buena teoría. El único defecto que creo que tiene es, probablemente, común a todas las teorías filosóficas. Está mal" S. Kripke. Nombrar y necesidad

INDICE

1. INTRODUCCIÓN

2. LAS DIFICULTADES DE UNA TEORÍA DEL SIGNIFICADO

2.1. La teoría de Frege de la identidad y del significado

2.2. Problemas para la teoría de Frege

3. RECUSACIONES A LA TEORIA FREGEANA DEL SIGNIFICADO

3.1. La opción de B. Russell

3.2. La opción de W.O. Quine

3.3. La opción de Saul Kripke

3.3.1. La semántica de mundos posibles

3.4. La opción de Hilary Putnam

4. COMPARATIVA ENTRE LAS TEORÍAS DESCRIPTIVA Y CAUSAL DE LA REFERENCIA

4.1. Implicaciones de la teoría de Kripke

4.2. Reacción de Quine a la filosofía de Kripke

4.3. La discusión en la actualidad

5. CONCLUSIONES

6. BIBLIOGRAFÍA

1. INTRODUCCION

Toda teoría ingenua[1] del significado que postule una referencia directa entre el término y el objeto termina por presentar una serie de problemas de difícil solución: la naturaleza esquiva del concepto de identidad, la existencia de sustituciones de términos y descripciones definidas correferenciales que alteran los valores de verdad de las proposiciones o la correcta explicación de la presencia de expresiones referenciales vacías en proposiciones con pleno sentido son tres de dichos problemas que claman por una solución satisfactoria.

En este trabajo se comienza por presentar la teoría de Frege como un intento de sortear los citados problemas basándose principalmente en la distinción entre sentido y referencia. La teoría de Gottlob Frege (1848-1925) se convirtió en el punto de referencia de las investigaciones subsiguientes en Filosofía del Lenguaje y en Teoría de la Referencia y de la Denotación. No obstante no satisfizo a todo el mundo, y no tardaron en aparecer alternativas. Dado que a su vez la teoría de Frege no estaba exenta de problemas, se produjo una bifurcación entre los partidarios de una concepción directa y los partidarios de una concepción mediada de la referencia. A lo largo del siglo XX se produjeron innumerables trabajos sobre la denotación, la referencia y el significado, pudiéndose agrupar en dos grupos que tendrían sus representantes canónicos en John Stuart Mill (1806-1873) y en el citado Frege. Mill, anterior a Frege, defendería que un nombre propio es poco más que una etiqueta adosada a un objeto, que no describe ninguna propiedad del mismo y que su función lingüística se agota en hacer referencia a dicho objeto. El segundo por el contrario defenderá que en esencia los nombres propios son descripciones abreviadas, y que el significado tenía, como se ha mencionado más arriba, dos dimensiones: un sentido y una referencia.

Desde posiciones no muy enfrentadas con Frege, Bertrand Russell (1872-1970) defendería una teoría con matices diferentes, pero también de referencia mediada, como se verá a continuación. Las opciones de W.O. Quine (1908-2000) y de Saul Kripke (1940- ) son especialmente interesantes, y este trabajo se detiene principalmente en ellas porque dan pie a las discusiones más actuales sobre el tema de la denotación y la referencia.

Veremos que la opción de Kripke, expresada en su Teoría Causal de la Referencia, conlleva unos compromisos ontológicos difíciles de asumir, derivados de un esencialismo de tipo aristotélico muy fuerte. Se mostrarán ejemplos de ello en los trabajos de Jaime Nubiola (Nubiola, 1991), que alcanza a la ética médica de pleno. Sin embargo a estas tesis se contraponen otras que no implican esos compromisos ontológicos; como la mantenida por A. Díez (Díez, 1988), que defiende que a la postre una teoría del tipo fregeano, que contemple el significado mediado por el sentido como la mejor manera de dar cuenta de cómo se produce la interrelación entre el lenguaje y el mundo.

2. LAS DIFICULTADES DE UNA TEORIA DEL SIGNIFICADO

En las teorías de referencia directa los nombres significan exactamente aquello que refieren. Por lo tanto un enunciado de identidad sólo tiene dos posibilidades: ser falso o ser trivial. En cualquiera de las dos formas, el enunciado no comporta información. Sin embargo existen, o es muy difícil afirmar que no existan, enunciados de identidad informativos. Por ejemplo: "El manco de Lepanto es el autor que escribió el Quijote"[2] nos aporta un contenido informativo que no aporta "El manco de Lepanto es el manco de Lepanto" a pesar de que en la segunda se ha sustituido la descripción definida “el autor que escribió el Quijote” por otra correferencial, a saber, “el manco de Lepanto”. Llamaremos a esta aparente paradoja el problema de la identidad.

Paralelamente a este problema existen al menos otros dos: la ausencia de sustituibilidad salva veritate en ciertos contextos y el problema de las expresiones referenciales vacías. Dado que en las teorías de referencia directa los nombres propios se relacionan directamente con los objetos que denotan sin mediación de conceptos, ideas, estados mentales o compromisos pragmáticos de la comunidad de hablantes u otras variables, debería funcionar en todo caso el llamado Principio de sustituibilidad: si en una proposición se sustituyen idénticos por idénticos, no cambiará el valor de verdad de la proposición. Es obvio que este principio, que funciona bien en contextos asertivos generales, falla en contextos de creencia, epistémicos, y modales. Por ejemplo, en "Juan no sabe que Cervantes es el autor del Quijote" no se puede sustituir la descripción definida "el autor de El Quijote" por "Cervantes", porque "Juan no sabe que Cervantes es Cervantes" es falso aunque la inicial sea verdadera. Estos contextos de no aplicación del principio de sustituibilidad se denominan contextos opacos.

El problema de las expresiones referenciales vacías consiste en que enunciados con términos referencialmente vacíos, como “Pegaso”, o “Darth Vader” pueden estar dotados de sentido. En el seno de una teoría que sólo admita la referencia como significado, esto no admite explicación. En efecto, todo hablante entiende que enunciados como “Pegaso es un caballo alado de la mitología griega”, o “Pegaso no existe” son enunciados plenos de sentido.

Por todo ello, en opinión de Frege es necesario construir una teoría más elaborada que cualquier teoría de referencia directa. La teoría de Frege sobre el significado es uno de los intentos más importantes en crear una teoría del significado que queda a salvo de los dos problemas anteriores.

2.1. La teoría de Frege de la identidad y del significado

Frege considera que no es posible dar una definición de identidad. Se apoya en el hecho de que toda definición es una identificación, de modo que intentar definir la identidad exige presuponerla previamente. No por ello dejó de dedicarle profundas reflexiones pues aunque indefinible, pensaba que era principio básico no reducible a principios anteriores pero de importancia crucial en toda teoría semántica.

Para Frege (Frege, 1892) existen afirmaciones de identidad que son informativas (esto es, que son sintéticas, no analíticas) pero cuando esto ocurre la afirmación no es relativa a objetos, ni tampoco una relación entre los nombres de dichos objetos. Lo argumenta así:

1. En el caso de que una relación de identidad fuera una relación entre objetos, si sólo hubiera referencia y no sentido, tendríamos dos posibilidades nada más:

1. (a = b) dice lo mismo que (a = a).

2. (a = b) es falso

Es decir, aceptando que sólo hay referencia y no sentido, aceptar que las relaciones de identidad son relaciones entre objetos implica aceptar que toda relación de identidad verdadera no es sino una reformulación del principio lógico más básico: el de autoidentidad de todo objeto consigo mismo. Por lo tanto no serían realmente informativas sino tautológicas, analíticas.

2. Por el contrario, si la identidad es sólo una relación entre nombres, (a = b) sólo nos informaría de que disponemos de dos nombres para un mismo objeto. Sería por tanto una información relativa al lenguaje y no al mundo. Tampoco nos aportarían información sobre el mundo.

Dado que existen enunciados de identidad que son portadores de información no lingüística (que enuncian algo más que "hay dos nombres a y b para el objeto o" o que “el objeto referido por a es autoidéntico a sí mismo”), debemos concluir, siempre en opinión de Frege, que el significado de un nombre propio no se agota en hacer referencia a un objeto. Y si no se agota, es que:

1. en el significado de un término hay algo más que el hacer referencia a un objeto,

2. ese algo más es lo que permite la existencia de enunciados de identidad informativos.

Lo que en opinión de Frege hace un enunciado de identidad realmente es identificar de varias maneras diferentes el mismo objeto. Así, cuando se enuncia que "El manco de Lepanto escribió el Quijote", se está aportando una información no lingüística; que consiste en afirmar que las descripciones definidas "el manco de Lepanto" y "el escritor que escribió el Quijote" tienen la misma referencia: el objeto Miguel de Cervantes. Es decir, nos están informando de hechos del mundo ya que las descripciones definidas anteriores se refieren a Miguel de Cervantes sólo porque en el mundo actual se dieron dos hechos concretos: que el citado ser humano perdiera la funcionalidad de un brazo en la Batalla de Lepanto, y que dedicara un considerable tiempo de su vida a escribir una obra cumbre de la Literatura Universal que se conoce coloquialmente como El Quijote. Para aquellas personas desconocedoras de alguno de dichos hechos, diría Frege, el enunciado de identidad contiene información factual que no conocía. Por lo tanto, la noción de la identidad para Frege no es una noción relativa a la lengua sino absoluta.

Para Frege por lo tanto en un enunciado no trivial de identidad siempre existe algo idéntico y algo distinto. Lo idéntico (que para Frege es la referencia) es lo que hace verdadera la afirmación de identidad, y lo distinto (que para Frege es el sentido) es lo que la hace informativa. Dicho de otra manera: una identidad no trivial pone en juego dos conceptos diferentes y afirma que son coextensivos.

Eso que existe de diferente en un enunciado de identidad, ese no referirse meramente a un objeto sino referirse de una manera concreta y no de otra, es el sentido. Por lo tanto, para Frege el significado de un término tiene dos componentes: su referencia y su sentido. Sin embargo, Frege no se limitará a estudiar el significado de los términos en las proposiciones, sino que extenderá la noción de significado a las proposiciones mismas afirmando que también ellas tienen un sentido y una referencia. El sentido de una proposición es, según Frege, el pensamiento que enuncia, y su referencia es su valor de verdad. Es decir, todas las proposiciones verdaderas tienen la misma referencia: el objeto (evidentemente abstracto) de la verdad, o Lo Verdadero, y todas las proposiciones falsas tienen también la misma referencia, Lo Falso.

Con estas herramientas conceptuales Frege pretende sortear las paradojas arriba mencionadas. La de la identidad cae por su propio peso y ya ha sido explicada. La cuestión de los contextos opacos es algo más espinosa, y Frege solventa matizando la afirmación de que toda proposición tiene como referencia su valor de verdad: sólo lo tendrían las proposiciones no subordinadas.

Esto no es difícil de demostrar. Fijémonos en las dos proposiciones siguientes:

"Reyes cree que las ballenas son mamíferos" (1)

"Reyes no cree que las mariposas son insectos" (2)

Si las oraciones subordinadas tuvieran como referencia su valor de verdad, tanto “las ballenas son mamíferos” como “las mariposas son insectos” denotarían el mismo objeto: Lo Verdadero. Pero entonces nos encontraríamos con la insalvable contradicción de que dicho objeto, referencia de ambas proposiciones, es portador de dos propiedades contradictorias: la de ser creído y la de no ser creído por Reyes. Dado que esto no puede ser así, es evidente que las oraciones subordinadas no se refieren a su valor de verdad. Para Frege las oraciones subordinadas se refieren al pensamiento que transmiten. Como consecuencia, para Frege, el Principio de sustitución salva veritate de correferenciales se mantiene incólume ante dichos ejemplos ya que la sustitución que hemos realizado en ellos no es de correferenciales, y ése es el motivo de que no sea salva veritate.

En suma, Frege sortea las dificultades por una triple vía:

1. Distinguir entre sentido y referencia. Distintos sentidos pueden determinar distintas referencias o no, pero no hay manera de hacer referencia a algo sin mediar un sentido.

2. Afirmar que la función referencial de las expresiones está mediada por el sentido.

3. Distinguir los discursos directos de los indirectos.

2.2. Problemas para la teoría de Frege

La teoría de Frege, que parece clarificadora para las descripciones definidas, tiene problemas con los nombres propios. La diferencia estriba en que los segundos, a diferencia de las primeras, al no estar relacionados en el caso general con propiedades de los objetos que denotan, no iluminan ni siquiera parcialmente al objeto designado. Utilizando un ejemplo clásico de la Filosofía del Lenguaje y de la Referencia, si llamamos Héspero al lucero de la tarde (la estrella que se ve al lado del sol a los atardeceres, llamada por Frege der Abendstern) y Véspero al lucero de la mañana (la estrella que se ve al lado del sol a los amaneceres, llamada por Frege der Morgenstern), difícilmente podremos utilizar la teoría de Frege del sentido y de la referencia para distinguir entre “Héspero es Héspero” y “Héspero es Fósforo”, puesto que “Héspero” y “Fósforo” no tienen relación con las propiedades del objeto que designan. Más aún, el sentido de un nombre propio puede variar de un hablante a otro. Frege fue consciente de esta dificultad, proponiendo en una nota a pie de página una solución que ha constituido el germen de multitud de discusiones posteriores sobre la semántica de los nombres propios:

«En el caso de un verdadero nombre propio como 'Aristóteles', naturalmente pueden dividirse las opiniones en cuanto a su sentido. Por ejemplo, se podría suponer que ese sentido es: el discípulo de Platón y maestro de Alejandro Magno. Quien suponga esto, atribuirá al enunciado 'Aristóteles era originario de Estagira' un sentido distinto de aquél para quien el sentido de este nombre fuera: el maestro de Alejandro Magno originario de Estagira. Mientras la referencia siga siendo la misma, pueden tolerarse estas oscilaciones de sentido, a pesar de que deben evitarse en el edificio conceptual de una ciencia demostrativa y de que no deberían aparecer en un lenguaje perfecto» (Frege, Estudios sobre semántica, págs. 51-52).

Estas oscilaciones de sentido, como las llamaba Frege, son bastante problemáticas porque no permiten ni siquiera asegurar que una proposición sea analítica o sintética. Para una persona que atribuya a “Aristóteles” el sentido de “Filósofo de la antigua Grecia nacido en Estagira”, el enunciado “Aristóteles nació en Estagira” sería analítico (y por lo tanto exento de información); no así para otra persona que atribuyera a “Aristóteles” el sentido de “maestro de Alejandro Magno y discípulo de Platón”. Habría que tener en cuenta el estado de conocimiento de los hablantes para poder pronunciarse sobre la analiticidad de una proposición.

Frege entendía que se daba la situación ideal cuando a un signo le correspondiera un sentido y a éste una referencia, que podría determinarse mediante otros sentidos, o signos. Pero en el lenguaje natural no se da siempre ese límpido panorama; y la relación entre sentido y referencia es habitualmente más complicada. Aparte de las oscilaciones de sentido en un mismo signo, hay que tener en cuenta que a éste no siempre le corresponde una referencia. Sin embargo a un signo que tenga referencia le ha de corresponder siempre un sentido (al menos). Dicho brevemente, que un signo tenga sentido es una condición necesaria, pero no suficiente, para que posea referencia. Vemos por tanto que la teoría de Frege no está exenta de problemas, ante los cuales los sucesivos pensadores adoptaron posiciones contrapuestas.

La teoría de Frege se opone fuertemente a teorías anteriores que hemos englobado en el epígrafe de Teorías de Referencia Directa, como la de John Stuart Mill. Para Mill la referencia de los nombres se da sin intermediación alguna de sentido. De hecho el propio Kripke, al plantear sus diferencias con la teoría de Frege, en su célebre artículo “Un enigma sobre la creencia” (Kripke, 1979) distingue entre dos grupos de teorías sobre los Nombres Propios (NP):

- Las teorías milleanas, que afirman que un nombre propio es simplemente un nombre; una etiqueta adosada a un portador. Es decir: su función lingüística se agota en referirse al portador de tal nombre propio, los nombres propios nombran, no describen ninguna propiedad que pueda poseer su portador.

- Las teorías fregeanas, para las cuales el hablante asocia a cada nombre propio una propiedad o conjunto de ellas que determinan a su poseedor como el único portador de las mismas. Ese conjunto de propiedades constituye en sentido del nombre propio, que podrá ser diferente para hablantes diferentes, aunque todos ellos entiendan la misma referencia a escuchar el nombre propio. Esencialmente para Frege (y para Russell) los nombres propios son descripciones abreviadas.

Pues bien, sin que suponga una vuelta exacta a posturas milleanas, la teoría del sentido y la referencia de Frege recibió contestación de todos los frentes. Algunos como Russell, matizando detalles y adoptando posturas bastante similares, otros, como el propio Kripke, desde posicionamientos más cercanos a Stuart Mill aunque mucho más elaborados. En el fondo del asunto gravitaba la constatación de que la teoría de Frege tampoco estaba a salvo de problemas, como veremos a continuación.

3. RECUSACIONES A LA TEORIA FREGEANA DEL SIGNIFICADO

Sin pretender realizar un repaso exhaustivo de las diversas teorías del significado, efectuaremos un repaso a las principales para nuestros fines, que son las de Bertrand Russell, W. O. Quine, S. Kripke y H. Putnam.

3.1. La opción de B. Russell (Russell, 1905)

La teoría de Russell sobre el tema que tratamos aparece en su obra "Sobre la denotación", de 1905. La de Russell no es una oposición frontal al trabajo de Frege, dado que es también una teoría de designación mediada (ver nota 1). En ella Russell rechaza que las descripciones definidas y que los nombres propios sean equivalentes. Para Russell el nombre propio denota sin connotar, es decir: tiene referencia (si la tiene), pero no sentido. No es sino una etiqueta que se pone sobre un objeto; y en ello se parece algo a las teorías de referencia directa. Por el contrario, las descripciones definidas para Russell tienen sentido y referencia. "Cervantes escribió el Quijote" equivaldría para Russell a "Uno y sólo un escritor escribió El Quijote, y esa persona fue Cervantes”. Russell pretende con ello que términos sin referencia puedan ser parte de parte de oraciones con pleno sentido, como "El actual rey de Francia es calvo", que sería falsa, pero con sentido. (Russell, 1905). Es falsa, pero (siempre según Russell) no por ello “El actual rey de Francia no es calvo” es verdadera. No hay aquí ninguna violación del Tercio Excluso porque que la proposición original es para Russell una conjunción de tres afirmaciones:

1. Existe un objeto, un ser humano, que es rey de Francia en la actualidad,

2. Dicho objeto es único en el sentido de que no existe otro objeto que sea un ser humano rey de Francia en la actualidad,

3. Es calvo.

La falsedad de la conjunción se produce por ser falsa alguna de sus proposiciones nucleares. En suma, la distancia entre Frege y Russell no es muy grande. Russell cree que la semántica fregeana no sirve para las negaciones de existencia; son embargo en su teoría "el actual rey de Francia no existe" significa "no es cierto que haya ahora un rey (único) de Francia". Pero Frege podría estar de acuerdo con lo afirmado por Russell; que más bien matiza que recusa a Frege. Las soluciones de uno y otro son diferentes, pero ninguno tiene argumentos en contra del otro (Díez, 2009; 105)

En definitiva, la sutil diferencia entre ambos es la siguiente:

1. Para Frege al enunciar una proposición estamos afirmando que un objeto cae bajo un concepto determinado. Cuando hacemos tal cosa no estamos afirmando la existencia del objeto. Sin enunciado de existencia adicional, la afirmación de que un objeto cae bajo un concepto permanece sin valor de verdad definido. Es decir: el enunciado de existencia adicional es condición necesaria para que lo afirmado pueda ser verdadero

2. Para Russell hemos de asegurarnos el valor de verdad de todo enunciado. Un enunciado que contiene un nombre propio a, o una descripción definida “el x tal que tiene la propiedad F”, en la que se afirma además que tiene alguna propiedad P, no está afirmando meramente Pa o PιxFx [3] sino que realmente implica que existe un objeto a, o el objeto ιxFx, que posee la propiedad P

Así, para la teoría de Russell (que se conoce como Teoría Descriptiva de la Referencia, a diferencia de la Teoría Causal defendida, entre otros por Kripke como veremos a continuación) los nombres propios y las descripciones definidas no serían sino meras abreviaturas de enunciados de existencia, si no fuera por ciertas diferencias:

A) Los nombres propios y las descripciones definidas no comportan un valor de verdad; y los enunciados son portadores de verdad.

B) Tanto nombres propios como descripciones definidas ocupan lugares argumentales de predicados de primer nivel, cosa que nos enunciados no pueden hacer.

C) No admiten negación, y los enunciados sí,

D) No pueden ser conclusión de un argumento.

Para este trabajo nos interesa más las recusaciones de Quine y de Kripke a la teoría del significado de Frege. Frente al problema de la identidad es notoria la diferencia entre los dos: Kripke defiende un tratamiento metafísico muy esencialista (la identidad para él es mismidad ontológica), mientras que Quine aborda un tratamiento extensional. Veamos ambas opciones:

3.2. La opción de W.O. Quine

La filosofía de Quine es heredera directa de la tradición analítica de G. Frege y B. Russell. Las notas indentificativas más importantes de su concepción general son su monismo, el materialismo y el empirismo. Por su monismo ontológico se opone a toda visión dualista heredera de la tradición cartesiana. Respecto a su materialismo, su ontología se refiere a los objetos físicos, que son para él lo único que existe. De ahí deriva su visión naturalista de la teoría del conocimiento. Quine se ha centrado en el problema de la referencia y del significado.

Desde su filosofía monista, empirista y materialista Quine concibe el significado como un conjunto de estímulos de aceptación o de rechazo en el uso social del término, la suya es una teoría conductual del significado. Estas conductas lingüísticas provocan aquiescencia por el buen uso y rechazo por el mal uso del término. En términos wittgensteinianos diríamos que entiende el significado del término quien sabe cuándo toca usarlo según las reglas del juego del lenguaje.

Consecuencia de todo ello es la tesis de la inescrutabilidad de la referencia: la imposibilidad de llegar a conclusiones absolutamente seguras cuando se traducen términos de lenguas cuyo aparato de individuación puede ser muy diferente del propio. Esta tesis tiene su otra cara en la tesis hermana de la indeterminación en la traducción. La identidad (de referencia, de significado) es siempre, para Quine, relativa a un sistema de coordenadas. En el caso de la traducción radical, el sistema de coordenadas es el aparato lingüístico de individuación perteneciente a nuestra lengua. Este matiz aporta un relativismo a la ontología de Quine con cierto sabor a la Tesis de Sapir-Worff, sea en su versión fuerte o débil: nuestra lengua nos aporta una teoría sobre el mundo porque discriminamos entre objetos del mundo utilizando los recursos expresivos de nuestro lenguaje.

Sin embargo Quine considera que la distinción entre significado y denotación es crucial. Gracias a dicha distinción podemos dotar de sentido a nombres de entes posibles, no sólo actuales (Quine, 1984). Como tales entes posibles pero no actuales no tienen referencia de la misma manera que tampoco lo tienen aquellos nombres de objetos que no existen en enunciados de no existencia. La pregunta es cómo un enunciado de no existencia o un enunciado que involucre a entes posibles puede tener sentido; y la respuesta de Quine es que este problema es una falsa aporía: no nos comprometemos con una ontología en la que existen determinados objetos cuando utilizamos términos que se refieren a ellos, porque una cosa es significar y otra diferente nombrar.

Podemos usar significativamente términos singulares en enunciados sin que ello implique que aceptamos que en el mundo actual entidades nombradas por dichos términos, incluso podemos utilizar términos generales como predicados sin comprometernos en la existencia de determinadas entidades abstractas, porque podemos considerar los usos lingüísticos como significantes sin exigir la actualidad de las entidades que nombramos.

"No entity without identity", dice uno de los lemas quineanos. Para Quine todo lo que existe exige un criterio de identidad. Particularmente, la condición suficiente y necesaria para que dos proposiciones sean idénticas es que sean sinónimas. El problema es que la sinonimia sólo puede explicarse apelando a la conducta de los hablantes; y no existen pruebas suficientes de conducta para tal cosa. Como conclusión, es imposible dar un criterio de identidad para las proposiciones, y debemos aceptar que las proposiciones no existen, se trata de un concepto superfluo. (González, 1996; 77-78.)

3.3. La opción de Kripke

La teoría de Frege supuso un hito fundamental en la reflexión filosófica sobre la denotación y la referencia. Mientras ciertos autores como Russell o Quine mantuvieron en cierto modo una orientación fregeana, otros desecharon esta bidimensionalidad del significado en base a sentido y referencia. La obra de S. Kripke pretende, al igual que la de L. Wittgenstein en el Tractatus, volver a considerar la orientación de J. S. Mill, pero ahora en el contexto de una teoría de la referencia más elaborada y argumentada. Entender la teoría de Kripke exige sumergirse en su semántica de los mundos posibles. Se trata de una semántica que no es veritativo-funcional, no atiende meramente a los valores de verdad, sino a los distintos modos de ser en relación con la verdad: necesidad, contingencia, posibilidad o imposibilidad. Lo hace atendiendo al valor veritativo de los enunciados en todos los mundos posibles, no solo en el mundo actual. Para entenderla cabalmente debemos primero definir brevemente algunos elementos de dicha semántica.

3.3.1. La semántica de mundos posibles.

En el mundo actual determinados enunciados tienen un valor veritativo Verdadero y otros Falso. Por ejemplo, “César cruzó el Rubicón” es verdadero y “Hitler ganó la Segunda Guerra Mundial” es falso. Sea P es el conjunto de todos los portadores de verdad considerados en un determinado contexto, cada una de las asignaciones de los elementos de P al conjunto {V,F} sin contradicciones lógicas determina un mundo posible (los mundos en los que no se cumplieran las mínimas reglas de la lógica son sencillamente mundos imposibles en los que habría entidades imposibles que tienen y a la vez no tienen una determinada característica). Así, los mundos posibles no son descubiertos con potentes telescopios, sino que son estipulados [4]. Son especificados mediante proposiciones y asignaciones de valores veritativos a las mismas. El mundo actual M0 es el mundo que observamos empíricamente, nuestro mundo. Cada proposición simple será verdadera o falsa en cada mundo posible, y en cada mundo posible las conectivas lógicas funcionan al modo de la lógica clásica.

Consideraremos el conjunto de mundos posibles {Mi} relacionados entre sí de alguna manera, donde el subíndice i recorre valores arbitrarios en un conjunto I de posibles valores para dicho índice. Diremos que una proposición p es posible, y lo denotaremos p, cuando exista al menos un i tal que p es verdadera en Mi. Si no existe tal i, diremos que p es imposible (¬ p). Diremos que p es necesario, y lo denotaremos ☐p cuando p sea verdadero en Mi, para todo índice i de I. Si p no es necesario (¬ ☐ p); es decir, si no tiene valor veritativo de Verdad en todo mundo posible, diremos que p es contingente.

Es muy sencillo demostrar la relación entre ambos operadores lógicos: si p es necesario (si ☐p), por definición, p es verdadero en todo mundo posible; es decir, no es posible que p sea falso en ningún mundo posible, por tanto ☐ p = ¬♢¬p. De la misma manera es igual de sencillo probar que ♢ p = ¬ ☐¬p

Con estos elementos, Kripke acomete una semántica modal y una Teoría Causal de la referencia.

Para Kripke, nombres propios y descripciones definidas no son asimilables. Si definimos el objeto a por medio de una descripción definida (“el x tal que tiene las propiedades P,Q,R,…”) en cualquier otro mundo posible la misma descripción definida se referirá a otro objeto (o quizás a ninguno); pero no necesariamente al mismo, pues por definición de mundo posible, los enunciados que afirman Pa, Qa, Ra, etc pueden tener en principio valores veritativos diferentes en otros mundos posibles. Sin embargo, un nombre propio a en dichos mundos seguirá señalando al objeto que en el mundo actual tiene las propiedades P, Q, R,…Los defensores de la teoría Causal de la referencia disponen de una batería de tres argumentos (Díez, 2009;106-107):

1. Los nombres propios señalan el mismo objeto en toda situación contrafáctica en la que existe el objeto, son por tanto designadores rígidos. (Oswald es Oswald, haya asesinado a Kennedy o no)

2. La asociación de un nombre a una descripción definida puede ser hecha (y de hecho es una circunstancia relativamente habitual) incluso si la descripción aporta información errónea. Y sin embargo logramos señalar con tal descripción el objeto en cuestión. (Asociamos Oswald con "el hombre que asesinó a Kennedy", sin problema alguno aunque pudiera darse el caso de que el enunciado "Oswald mató a Kennedy" fuera realmente falso en el mundo actual.) Tal cosa sólo es posible, en opinión de Kripke, si los nombres son designadotes rígidos.

3. El significado de un nombre NO es su descripción. Si lo fuera, el objeto portador de tal descripción tendría necesariamente las propiedades que la descripción asocia, y toda afirmación del tipo "a es ιxFx" sería o analítica o contradictoria.

La afirmación de Kripke de que los nombres propios son designadores rígidos tiene implicaciones:

1. Podemos hablar de lo que podría haberle ocurrido a a si no hubiera tenido las propiedades P, Q,...

2. Podemos por tanto designar el mismo individuo en todo mundo posible, aunque no conserve los predicados que comúnmente le asociamos.

3. Conocer el significado de dos nombres propios, a y b, se reduce a conocer su referencia. Un enunciado de identidad no portaría más información que la lingüística: que existen dos signos para nombrar el mismo objeto.

Para Russell todo nombre propio es una descripción definida camuflada, o al menos abreviada. Para Kripke, todo el conocimiento proporcionado por las descripciones definidas podría ser perfectamente falso conservando sin embargo la referencia adecuada. Por eso según Kripke nombres propios y descripciones no tienen el mismo poder semántico y el nombre propio no es una descripción disfrazada (contra la opinión de Russell).

Para Kripke un nombre propio está asociado directamente con el objeto mientras que una descripción definida nos indica el modo en el que señalamos el objeto. Las descripciones definidas no serían designadores rígidos: "el autor de El Quijote" será uno u otro en otro mundo posible, pero Cervantes será Cervantes en todo mundo posible en el que Cervantes exista, escribiera o no El Quijote. Esto es así, una vez más, porque en otro mundo posible los objetos podrían exhibir otras propiedades diferentes de las que exhiben en el mundo actual.

Una descripción definida puede servir para introducir el nombre propio de un objeto, pero una vez introducido ya ha cumplido su misión; no juega ningún papel a la hora de usar ese nombre para señalar el objeto. Por ello podemos negar cada descripción definida asociada a un objeto, dichas descripciones no median en el uso referencial de un nombre propio. Kripke parece presuponer que ya que podemos negar una descripción definida, podemos negarlas todas a la vez. Searle lleva al absurdo esta idea[5] para demostrar su incorrección, con el nombre de Aristóteles: si negáramos todas las creencias asociadas al nombre no podríamos seguir refiriéndonos a él, por tanto concluye Searle que un nombre no tiene ningún poder mágico para referirse a un objeto con independencia de todo sentido.

Si las descripciones pueden, siempre según Kripke, introducir un nombre, pero nada más, ¿cómo se produce la ligazón entre el nombre y el objeto? En palabras del propio Kripke:

«Una formulación tosca de una teoría puede ser la siguiente: tiene lugar un 'bautismo' inicial. En este caso se puede nombrar al objeto por ostensión, o se puede fijar la referencia del nombre mediante una descripción. Cuando el nombre 'pasa de eslabón en eslabón', creo que el receptor del nombre ha de tratar, cuando lo aprende, de utilizarlo con la misma referencia que el individuo al cual se lo ha oído» ( Saul Kripke, Naming and necessity, pág. 96).

El “bautismo” inicial marca el inicio de una cadena causal. Dicha cadena casual va difundiendo el nombre en la comunidad de hablantes, de modo que el nombre pasa de unos a otros y se difunde. Hay ahí una actividad de aprendizaje: cada miembro aprende a utilizarlo al modo en el que se aprenden las reglas de un juego que se juega. Se trata de una transmisión no exenta de ruido, con el consiguiente peligro de pérdida de la referencia. Las descripciones son, defiende Kripke, herramientas que sirven para fijar la referencia, pero en ello se agota su labor: no son sustitutos de los nombres, porque estos son rígidos y aquellas, contingentes.

En resumen, el núcleo de la teoría semántica de Kripke consiste en la tesis de la rigidez de los nombres propios y la concepción causal de su referencia. La necesidad de los enunciados de identidad entre nombres propios y su posible carácter epistemológico de a posteriori son consecuencias directas de su teoría.

3.4. La opción de Hilary Putnam

Hilary Putnam (1926-2016) es junto a Kripke uno de los máximos representantes de la Teoría Causal de la Referencia. Elaboró una teoría del significado aplicado a las clases naturales. Niega dos concepciones clásicas de la referencia:

1- Que el conjunto de propiedades determine el significado del término,

2- Que el significado consista en la consecución de un determinado estado mental o psicológico. Según la teoría tradicional, el significado de un término es "algo" privado y mental. Es decir, la regla que vincula el término a la referencia ni depende de cómo es el mundo, ni depende de los usos de la comunidad de hablantes. (Zuloaga, 1995)

Putnam propone la opción denominada externalismo semántico, según la cual el significado de los términos en una proposición no viene dictado por un concepto que posee el hablante individual, sino que depende toda la historia causal. Sustenta su tesis en un experimento mental muy famoso en teoría del lenguaje, denominado "Tierra Gemela" (Putnam, 1975). “Tierra gemela” postula la existencia de una tierra idéntica a la nuestra, con incluso un análogo a cada uno de nosotros. La única diferencia es que en lugar de agua H2O existe un líquido con otra molécula de propiedades indistinguibles a las del agua, que denomina XYZ, y que sus habitantes denominan igualmente “agua”. Según este experimento, los estados mentales de los habitantes de la tierra y de su gemela al respecto de lo que ambos denominan "agua" sería el mismo, a pesar de que los referentes son diferentes: H2O y XYZ respectivamente.

En palabras de Mauricio Zuloaga (Zuloaga, 1995):

Según Putnam, dos hablantes pueden encontrarse en el mismo estado psicológico sin necesidad de que se estén refiriendo al mismo objeto o, en términos de descripciones identificantes, dos hablantes pueden tener como significado de un nombre una idéntica familia de descripciones identificantes y, con todo, referirse a objetos distintos

Lo que sí admite Putnam (Putnam, 1975) es que el significado de un término determina su extensión. Pero lo admite trivialmente, porque para Putnam el significado es un vector de cuatro componentes; Sgdo (t)= [Ext (t), {Prop(t)}, IndSINT, IndSEM], una de las cuales (la primera) es la extensión o conjunto de objetos del mundo a los que se extiende o aplica el término (su referencia), la segunda no es el conjunto de propiedades comunes a los individuos que pertenecen a Ext(t), pues en general este conjunto es desconocido por los hablantes, siendo fijado socialmente por los especialistas (zoólogos cuando se habla de animales, botánicos cuando se habla de plantas, etc). En lugar de ello, Prop(t) es el conjunto de propiedades del estereotipo, tal estereotipo no es sino un constructo social, perfectamente conocido por la comunidad de hablantes, que pudiera incluir propiedades falsas sin perjuicio para la teoría. Los dos componentes restantes son los marcadores sintácticos y semánticos. IndSINT indica si se trata de un sustantivo, adjetivo, etc, e IndSEM su clase semántica: si se trata de un mamífero, un mueble o un árbol, por ejemplo. (Herrera, 1987)

La visión de Putnam se denomina, como hemos dicho, externalismo semántico porque afirma que el significado de los términos no es determinado por estados mentales internos de los hablantes, sino que depende de la historia causal de los mismos. Es pues una variante de la Teoría Causal de la Referencia, y por lo tanto, tiene puntos en común con la propuesta de S. Kripke.

4. COMPARATIVA ENTRE LAS TEORÍAS DESCRIPTIVA Y CAUSAL DE LA REFERENCIA

La teoría descriptiva de Russell es más pragmática y menos esencialista que la causal. Defiende que las consecuencias prácticas son lo importante (en referencia al experimento mental de la tierra gemela de Putnam en el que el agua no es H2O, sino XYZ). Por lo tanto no se entiende qué significa decir que dos entes materiales son distintos, a menos que encontremos alguna descripción que los distinga.

La teoría causal rechaza el holismo semántico[6], tanto en su versión débil como radical:

1. Holismo semántico débil: el significado de una expresión en un lenguaje L depende del significado de otras expresiones en L, aunque no de todas. Hay contextos de uso que dan significado a una expresión x y hay otros contextos que dependen del significado que ya tiene x.

2. Holismo semántico radical: el significado de cada expresión en un lenguaje L depende del significado de todas las demás expresiones en L.

La teoría causal busca una explicación última de la referencia que relacione algunas palabras directamente con el mundo, que la referencia no sea dependiente del significado de las palabras.

4.1. Implicaciones de la teoría de Kripke

Aceptar la teoría de Kripke trae consecuencias. Y no son leves, como intentaremos mostrar a continuación. Las consecuencias inmediatas son:

1. No sería correcta la consideración que Frege realiza al tomar los nombres propios como descripciones definidas abreviadas. Unos (los nombres propios) son designadores rígidos, las otras (las descripciones definidas) no lo son.

2. Un enunciado de identidad puede ser verdadero o falso, pero si es verdadero, entonces es necesariamente verdadero, pues los nombres refieren sus objetos de manera rígida.

3. No es posible enunciar una identidad entre un nombre propio y una descripción definida ya que el primero, por ser rígido, refiere necesariamente un objeto, pero la segunda es contingente ya que toda descripción definida hace uso de propiedades que en diferentes mundos posibles pueden darse o no darse, con lo que el enunciado de identidad sería contingente, en contra del punto 2.

4. No podemos usar una descripción definida para fijar el referente de un nombre. Se deduce inmediatamente del punto 3. En la teoría de Frege era no sólo posible, sino esencial el poder hacerlo.

5. La teoría de la referencia causal de Kripke tiene consecuencias ontológicas importantes, de corte esencialista. Estas consecuencias derivan directamente de la tesis de que todo enunciado de identidad es necesario en caso de ser verdadero. No hay espacio para las identidades contingentes, de modo que en la teoría de Kripke surge de un modo natural un esencialismo muy fuerte. Ahondemos algo más en el motivo: las clases naturales poseen términos (nombres propios) que los designan. Dado que en la teoría de Kripke los designan rígidamente, los designan en cualquier mundo posible, por lo tanto las entidades de dicha clase pertenecen a la misma en todo mundo posible. Es decir: una entidad, por el hecho de pertenecer a una clase natural contiene necesariamente la esencia que le hace pertenecer a dicha clase. Esta consecuencia, de aspecto sumamente abstracto tiene consecuencias prácticas y concretas inmediatas, no exentas de aplicaciones incluso en el campo de la ética, como veremos seguidamente.

4.2. Reacción de Quine a la filosofía de Kripke

W.O. Quine se mostrará muy crítico con la lógica modal, principalmente por no aceptar sus fuertes conclusiones ontológicas: a Quine le parece inaceptable el esencialismo que emana de la teoría de Kripke. También rechazará las explicaciones psicologistas que pretenden que los significados son entidades o acontecimientos mentales.

En su obra Referencia y Modalidad (Quine, 1984) intenta evitar los problemas de opacidad referencial sin hacer uso de la lógica modal. Dado que la opacidad referencial depende en parte de la ontología aceptada, un camino aparentemente factible (en opinión de Quine) sería la eliminación de los objetos denotables por varios nombres no intercambiables en contextos modales. Para cada nombre consideraríamos un objeto. Así Venus, el lucero vespertino y el lucero matutino serían los nombres de tres objetos diferentes. En un mundo así un objeto con dos nombres implicaría que ambos nombres son exactamente sinónimos. Esto implica dos cosas:

1. Que denotan la misma cosa

2. Que la afirmación de su identidad es analítica.

Con tal "depuración" no se admitirían clases, ni números, sino ciertos conceptos relacionados con números mediante una aplicación no inyectiva (de muchos a uno). No se admitirían objetos concretos sino sentidos de los nombres de dichos objetos (al modo de Frege) o conceptos individuales (al modo de Carnap y Church).

Aún así podríamos mantener los conceptos modales de posibilidad y necesidad sin necesidad de apelar a la semántica ni a la ontología de los mundos posibles atendiendo a la analiticidad de las proposiciones, de la siguiente manera:

"Necesariamente p" es verdadero si y solo si p es analítico.

"Posiblemente p" es falso si y solo si ¬p es analítico.

Pero así, dice Quine, no se resuelve realmente el problema original. En este reino de los objetos intensionales seguimos teniendo ejemplos intratables. Quine lo demuestra de modo demoledor en Referencia y Modalidad (Quine, 1984-2):

Sea A un objeto intensional cualquiera (es decir, un objeto cuya identidad es relativa a una determinada descripción). Sea p un enunciado verdadero cualquiera (que no tiene porqué tener relación alguna con el objeto A).

A= (ιx)[p^ (x=A)] [7] es verdadero pues A es el único objeto que es igual a sí mismo, y p es verdadero. Sin embargo p, al no ser analítico (no hemos hecho ninguna suposición inicial sobre p aparte de su veracidad, de modo que no podemos asegurar su analiticidad), toda la expresión de la que forma parte es no analítica. Por lo tanto la intercambiabilidad de sus miembros en contextos modales tiene tantos problemas como cualquier ejemplo que hayamos visto anteriormente.

Quine concluye que sólo se puede mantener una lógica modal cuantificada ignorando estas objeciones. Sin embargo califica esta postura (exactamente la postura mantenida por Kripke) de regreso al esencialismo aristotélico en virtud del cual un objeto debe poseer necesariamente unos ciertos rasgos en virtud de sí mismo y otros rasgos de manera contingente. Los rasgos necesarios se siguen de ciertas maneras de especificar el objeto y los contingentes igualmente, pero de otras maneras. ¿Cómo explicar este favoritismo de unos rasgos sobre otros? En su opinión este favoritismo es consustancial a cualquier lógica modal cuantificada.

Este esencialismo se aparta completamente de la idea de explicar la necesidad a partir de la analiticidad que acabamos de ver; y conviene detenerse en la explicación de por qué esto es así: la analiticidad diferencia rasgos esenciales y rasgos accidentales en función de cómo queda especificado el objeto, no de modo absoluto. Por todo ello para Quine aceptar una lógica modal cuantificada supone aceptar un esencialismo aristotélico, paso que no está dispuesto a dar de ninguna manera.

Hay un contraste entre la concepción milliana y la fregeana, derivado de la noción de contenido proposicional. Si la concepción milliana es correcta, la función lingüística del nombre propio se agota en la referencia. Si esto es así, dos nombres propios de la misma cosa son perfectamente intercambiables, salva veritate e incluso salva significatione, al menos mientras los nombres propios sean usados, y no mencionados. Y aún tendríamos otras consecuencias en contextos intensionales: que una oración exprese una verdad contingente o necesaria dependería de la frase en cuestión, y no de las palabras empleadas en ella. "Es necesario que X...“ o "es necesario que Y ..." serán verdad o no con independencia de que usemos X o Y, si son nombres propios del mismo objeto. Lo mismo ocurriría con los contextos epistémicos, de creencia o modales en general.

Todo esto, que valdría para los nombres propios bajo la tesis milliana, contrasta con el caso de las descripciones definidas pues es bien sabido que la sustitución de descripciones definidas correferenciales en general no es salva veritate en contextos de creencia, modales o epistėmicos. "El menor de los número meros primos es par" expresa una verdad necesaria, y "el número preferido de Juan es par" expresa una verdad contingente aunque ambas descripciones definidas se refieran al mismo número, a saber, al dos.

Distinguiremos a este respecto entre dos tipos de lectura de esta frase:

1. La lectura "de re", o de alcance largo. Está construida tal que debe sujetarse necesariamente a la sustitución salva veritate: "Un número y sólo uno es admirado por Juan por encima de todos, y ese número es necesariamente par"

2. La lectura "de dicto" o de alcance corto.

Lo veremos detalladamente con un ejemplo: podemos afirmar que

"nueve se necesariamente mayor que siete" (1).

Es decir, que "nueve es mayor que siete" expresa una verdad necesaria. Sin embargo, no es una verdad necesaria que el número de planetas excede a siete, aunque dicho número de planetas sea precisamente nueve, pues

"el número de planetas excede a siete" (2)

expresa un enunciado verdadero, pero contingente; podría haber sido de otra manera. Por lo tanto,

"el número de planetas excede necesariamente a siete" (3)

no se sigue de (1) y de

"el número de planetas del sistema solar es nueve" (4).

Estamos por lo tanto ante un contexto referencialmente opaco. La proposición (3) en alguna versión restringida sí puede verse como resultado de (1) y de (4). En dicha lectura diríamos: "el número que de hecho es el número de planetas es mayor que siete", es decir:

∃x [x= el número de planetas y ☐ (x>7)] (5)

Sin embargo, si de (3) hacemos la siguiente lectura: "en toda situación posible el número de planetas será mayor que siete", es decir,

☐ ∃x [x= el número de planetas y (x>7)] (6)

entonces (6), a diferencia de (5), no se sigue de (1) y (4).

A la lectura de (3) reflejada en (5) la llamaremos lectura de re, y a la reflejada en (6) la llamaremos lectura de dicto. La diferencia entre las lecturas de re y de dicto se pueden expresar en términos del alcance del operador modal de necesidad: la lectura de re se denomina de alcance largo porque dentro del alcance del operador modal ☐ existe alguna variable libre (no ligada al cuantificador), como en (5); mientras que en la lectura de dicto las variables que pertenecen al alcance del operador modal ☐ están ligadas, como en (6).

La justificación de los nombres a ambas lecturas estriba en que la lectura de dicto es vista como una atribución de verdad necesaria a un dictum (proposición), mientras que la lectura de re atiende a la entidad de la que se habla, no a la proposición, el alcance de la modalidad llega hasta la entidad, representada por una variable libre. En nuestro ejemplo, al aseverar (6) afirmamos que la proposición “

∃ x [x= el número de planetas y (x>7)]” es necesaria. Por el contrario, al aseverar (5) estamos afirmando la existencia de una entidad extralingüística que es necesariamente mayor que siete.

Por ello, Quine no acepta las modalidades in re en el lenguaje lógico, porque piensa que la lógica modal cuantificada está comprometida con un esencialismo aristotélico; es decir, con la tesis de que las cosas tienen propiedades que son necesarias y suficientes; y para él la necesidad y suficiencia son modalidades de las proposiciones, no de las cosas. Recordemos que para Quine una proposición es necesaria cuando es analítica, y es no posible cuando su negación es analítica.

Quine restringe el sentido de los enunciados modales, reduciéndolos a modos particulares de designar los objetos referidos. Así,

"El número de planetas es necesariamente mayor que 7" y

"La proposición de que el número de planetas es mayor que siete es necesaria"

no deben ser confundidas. La primera expresa una modalidad in re, y la segunda de dicto. Quine renuncia a la modalidad in re para evitar la violación del principio de sustituibilidad de los idénticos. Se queda con la necesidad lógica y abandona la necesidad ontológica, cosa que no hace Kripke.

4.3. La discusión en la actualidad

Las dos maneras de enfocar la cuestión son irreconciliables; y ambas tienen sus seguidores y detractores. Expondremos el estado de la cuestión apoyándonos en los trabajos de Jaime Nubiola, adscrito a la teoría Causal de la referencia de Kripke y de Amparo Díez, partidaria de la concepción una concepción renovada de la teoría de Frege, como alternativa a la dicotomía a la que nos avocan Kripke y Quine; una alternativa que no efectúe compromisos ontológicos de corte esencialista “a la Kripke”, pero que proporcione en cambio el puente deseado entre lenguaje y realidad (Díez, 1988;143)

En suma, para Frege la identidad ni expresa una relación entre nombres ni expresa una mismidad ontológica. Ahora bien, si admitimos con Kripke que los nombres propios son designadores rígidos, entonces debemos concluir que no existen enunciados de identidad que sean informativos porque la identidad no sería otra cosa que una relación de un objeto consigo mismo (A = A), y por lo tanto sería analítica y no informativa. Así pues, no podrían existir enunciaciones de identidad contingentes. Si un enunciado de identidad es verdadero, entonces es necesariamente verdadero.

Para Frege por el contrario (a = b) puede ser informativo porque aunque a y b sean correferenciales de un mismo objeto denominado una vez usando "a" y otra vez usando "b", "a" y "b" no tienen el mismo sentido. La identidad (a = b) está relacionando una cosa bajo un aspecto con la misma cosa, pero bajo otro aspecto; y esa enunciación puede ser perfectamente informativa. La importancia no recae meramente en la cosa, sino también en la forma que tiene la cosa de darse. Así, mientras que Kripke no es capaz de explicar la diferencia entre (a = b) y (a = a). Frege no tiene ese problema porque admite que el significado no se agota con la referencia; por lo que puede afirmar que "a" y "b" tienen diferentes significados. Para Frege, dado que el significado tiene como componentes la referencia y el sentido, el enunciado (a = b) consta de dos términos de diferencie significado, y por eso la identidad aporta valor cognoscitivo no trivial.

J. Nubiola, defensor de la teoría de Kripke, opina que "los enunciados de identidad entre descripciones definidas son necesarios de re, pero contingentes de dicto" (Díez, 1998; 141). Para ello, debe admitir que el sentido de la descripción no está contenido en el modo de darse la cosa.

La necesidad de re consiste en que Venus como objeto es idéntico a Venus como objeto: es autoidéntico consigo mismo. Sin embargo, A. Díez afirma que eso no es enfrentarse con los enunciados del tipo (a = b), sino eludirlos. (Díez, 1998; 141)

¿El enunciado "Hespero es Fósforo" da exactamente la misma información que "Venus es Venus"? Desde luego, el segundo enunciado habla de la mismidad ontológica de un objeto (el planeta que conocemos con el nombre de "Venus") consigo mismo. El primero tiene dos términos diferentes, uno a cada lado de la igualdad; si ambos son designadores rígidos, ambos (cada uno de ellos) designan el mismo objeto en todos los mundos posibles, luego la identidad, si es cierta, será necesaria, porque ambos nombres serán correferenciales en todos los mundos posibles. Si no fueran designadores rígidos, serían correferenciales de modo contingente. Esto es; si la identidad es cierta, lo sería en nuestro mundo, pero no en todo mundo posible.

El intento de sortear el embrollo desde la teoría kripkeana pasa por admitir:

1. Que la correferencialidad de las descripciones definidas (designadores rígidos) es la que garantiza el valor de verdad del enunciado de identidad. ("El manco de Lepanto es el autor del Quijote" es verdadero porque tanto "El manco de Lepanto" como "el autor de El Quijote" son descripciones definidas del objeto- ser humano Miguel de Cervantes)

2. Que dicha correferencialidad se da en el mundo efectivo, pero pudiera no darse en otro mundo. En otro mundo posible el manco de Lepanto podría seguir siendo don Miguel de Cervantes y el Quijote lo podría haber escrito Lope de Vega. En ese mundo posible la identidad anterior sería falsa.

3. A pesar de 2. no diremos que la identidad "El manco de Lepanto es el autor del Quijote", es contingente; sino que la contingencia reside en la correferencialidad entre ambas descripciones definidas, correferencialidad que puede darse en un mundo posible y no en otro, haciendo el enunciado de identidad verdadero o falso.

Asimismo, admitir la teoría kripkeana del designador rígido implica abandonar la noción de que aunque un nombre propio o una descripción definida no tengan referencia ("Pegaso", "El capitán Kirk"), tengan sentido. Es una consecuencia lógicamente impecable del hecho de que para Kripke la referencia agote el sentido. Por todo lo hasta aquí explicado sabemos que no es exacto decir que un designador rígido designa el mismo objeto en todo mundo posible. Lo correcto (dentro de la teoría kripkeana) es decir que un designador rígido designa al mismo objeto en todos los mundos posibles en los que dicho objeto existe, no designando absolutamente nada en el resto de mundos posibles. Esto, evidentemente, choca con la teoría de la referencia de Russell, en la que los designadores de objetos no existentes podrían formar perfectamente parte de enunciados dotados de pleno sentido como "Pegaso es un ser mitológico", o incluso "Pegaso no existe"). Por tanto, para Kripke (y para Nubiola) el designador se agota en su referencia, poco importa la manera de darse el objeto.

Esa negativa de Kripke y sus seguidores a admitir que el sentido de un término corresponde al modo de darse la cosa parece ser una precaución para no admitir que la esencia de la cosa esté determinada por su manera de darse. Sin embargo, en opinión de A. Díez (Díez, 1988; 142) esto no tiene porqué ser así: si bien admitiendo la teoría del significado de Frege admitimos que el sentido de un término corresponde al modo de darse la cosa, y que dicho sentido junto con la referencia constituyen el significado del término, no por ello estamos obligados a admitir que dicho sentido determine la esencia de la cosa.

Para Kripke y sus seguidores lo único que queda incólume es la necesidad de la identidad. Pero esa necesidad no refleja sino la autoidentidad de toda cosa consigo mismo; y esta autoidentidad es simplemente uno de los presupuestos de toda lógica que merezca tal nombre. Si el problema de la referencia consiste en determinar cómo es que las expresiones se refieren al mundo, es decir, cuál es el mecanismo por el cual refieren a objetos del mundo, la raíz del problema estará en encontrar un puente entre el lenguaje y la realidad.

Dado que tratamos de fundamentar un enunciado de identidad (a=b), que deseamos sea informativo, pero sin reducirlo a la autoidentidad. Queremos además evitar las paradojas de no sustituibilidad salva veritate. Para hacerlo, Quine y Kripke nos ofrecen dos vías alternativas:

- La opción de Quine es restringir el lenguaje a lo puramente extensional, evitando el uso de operadores modales. Este camino nos lleva a una lógica desconectada de la realidad.

- La opción de Kripke es negar que las descripciones den sentido a los nombres. A diferencia de la vía de Quine, esta vía nos lleva a lo contrario, a una realidad sin logos.

En ambos casos parece que los puentes entre el leguaje y el mundo se ven comprometidos, de una manera o de otra. Por eso A. Díez afirma que esta tarea no puede ser llevada a cabo al margen del diálogo que el hombre mantiene con su entorno (Díez, 1988; 142). Mediante dicho diálogo con la realidad, el hombre se refiere a las cosas con designadores que, obviamente, tienen su referencia en el mundo, pero portan además un sentido. Separar lenguaje y realidad, al modo de Kripke, nos llevaría a quedarnos únicamente con los enunciados de identidad desnudos, necesarios, tautológicos, que no afirman otra cosa que un principio lógico insuperable: la autoidentidad de toda cosa consigo misma.

5. CONCLUSIONES

Hemos mencionado que la adopción de los puntos de vista de la Teoría Causal de la Referencia tiene consecuencias importantes, derivadas del fuerte esencialismo que implica. Este esencialismo llega a provocar incluso planteamientos éticos importantes (y sorprendentes), como vamos a mostrar a continuación, presentado por J. Nubiola (1991).

Lloyd Reinhardt, profesor titular del departamento de Filosofía Tradicional y Moderna de la Universidad de Sydney, presentó en la reunión anual de la American Philosophical Association un trabajo titulado Naming and Aborting en el que llegaba a la conclusión de que si la semántica de Kripke y Putnam era correcta, entonces el feto debe considerarse un ser humano desde su concepción:

"si las tesis acerca de los nombres de clases naturales (natural kind words) que tienen su origen en el trabajo de Saul Kripke y Hilary Putnam son verdaderas, de ahí se sigue claramente que el aborto es, en la mayor parte de los casos, la destrucción deliberada de un ser humano por la propia conveniencia" (Reinhardt, 1977)

La defensa de tal posición era realizada mostrando que “ser humano” es un nombre de una clase natural, y que según la Teoría Causal de la Referencia los nombres se aplican rígidamente a las entidades que nombran. En este caso la entidad nombrada no es un individuo, sino una clase a la que individuos pertenecen. La pertenencia o no de un individuo a una determinada clase depende de que exhiba el conjunto de propiedades definitorio de la clase. Dicho de otro modo: depende de que el individuo posea en sí mismo la esencia de la clase. Afirmar que Juan es un hombre o que Marte es un planeta equivale a afirmar que Juan tiene aquello que constituye la esencia humana y que Marte reúne las propiedades que definen a los planetas. Poco importa que no seamos capaces de dilucidar con precisión en qué consiste dicha esencia: eso es una tarea de especialistas (antropólogos en el caso humano, minerálogos en el caso de piedras y minerales, entomólogos en el caso de insectos).

Según esto, afirma Nubiola, no es posible mantener desde una aceptación de la Teoría Causal de la Referencia la opinión de que la humanidad de un feto se produce a partir de un momento de su desarrollo embriológico:

Si 'hombre' designa rígidamente a la clase de los hombres en todo mundo posible, no puede haber un momento de la historia de dichas entidades en que, siendo ellas mismas, no pertenezcan a esa clase, esto es, no posean la naturaleza humana. (Nubiola, 1991; 161)

Aunque las afirmaciones efectuadas por J. Nubiola hasta aquí son meramente expositivas y condicionales (si la Teoría Causal de la Referencia es cierta, entonces…), poco más adelante en el mismo artículo expresa su opinión personal, coincidente con dicha teoría:

La Teoría Causal de la Referencia es el marco semántico que proporciona actualmente, desde un punto de vista filosófico, la mejor imagen de la interpenetración de lenguaje y mundo. (Nubiola, 1991; 163)

No obstante, no estamos obligados a asumir ese esencialismo; otras posturas son posibles, como la defendida por A. Díez, que afirma que la concepción fregeana de sentido nos proporciona en cambio la conexión entre lenguaje y realidad. Para Frege la relación entre lenguaje y realidad es una relación indirecta, no inmediata, sino mediatizada por el sentido. La función del sentido es para Frege la de apoyar la referencia, iluminarla parcialmente. Así, la mediación del sentido es esencial en la determinación del significado del término, que no se agota en denotar al objeto. Abrazar la Teoría Causal de la Referencia es abrazar la idea de que las cosas tienen una esencia necesaria; pero el puente entre la lógica y la realidad hemos de buscarlo en la noción fregeana de sentido (Díez, A. 1988, 143)

6. BIBLIOGRAFIA

Díez, A. (1988). Enunciados de identidad. Quine y Kripke: una alternativa? Anuario Filosófico, 21(2), 135-143.

Díez, A. (2008) Formas lógicas. Guía para el estudio de la Lógica. Madrid: UNED

Díez, A. (2009) Introducción a la Filosofía de la Lógica. Madrid: UNED

Moyano, N. (2004) Frege y "Frege", problemas de identidad y referencia indirecta. Agora Philosophica, Año V, Nº 10, diciembre 2004. Disponible en http://www.agoraphilosophica.com/Agora10/agora10-Moyano%20Loza.pdf

Frege, G. (1892). Sobre el sentido y la referencia. En: Valdés, L. (Ed.) (1991). La búsqueda del significado, Murcia: Tecnos.

González, W. J. (1986) La teoría de la referencia. Ediciones Universidad de Salamanca.

Herrera, A. (1987) La teoría social del significado de Putnam. Comunicación en el Foro Multidisciplinario sobre el lenguaje, UNAM, Mexico. Disponible en http://cdigital.uv.mx/bitstream/123456789/36477/1/1988469.pdf

Kripke, S. (1971) Identidad y necesidad. En: Valdés, L. (Ed.) (1991). La búsqueda del significado, Murcia: Tecnos. pp 98-131.

Kripke, Saul: (1979) "Un enigma sobre la creencia”, en M. Valdéss (ed.): Pensamiento y lenguaje. Problemas en la atribución de actitudes proposicionales, UNAM, México, 1996: 163-218.

Nubiola, J. (1991) Filosofía desde la teoría causal de la referencia. Anuario filosófico, XXIV/1 (1991), pp. 153-163. Disponible en la web en http://www.unav.es/users/FilosofiaTeoriaReferencia.html

Putnam, H. (1975) El significado de "significado" Teorema, vol. XIV/3-4 (1984). Madrid: Editorial de la Universidad Complutense.

Quine, W.O. (1953) Dos dogmas del empirismo. En: Valdés, L. (Ed.) (1991). La búsqueda del significado, Murcia: Tecnos, pp.220-144.

Quine, W.O. (1984) Acerca de lo que hay. En: Desde un punto de vista lógico, Orbis, Barcelona, 1985, pp. 25-47

Quine, W.O. (1984): “Referencia y modalidad En: Desde un punto de vista lógico, Orbis, Barcelona, 1985, pp. 201-224

Reinhardt, L. (1977) "Naming and Aborting", Journal of Philosophy, 1977 (74), 636.

Russell, B. (1905) Sobre la denotación. En B. Russell, Lógica y conocimiento. 2ª Ed. Madrid: Taurus

Zuluaga, M. (1995) Putnam y la teoría causal de la referencia. lDEAS y VALORES No. 96-97 ABRIL 1995 Bogotá: Colombia. Disponible en

http://www.bdigital.unal.edu.co/21895/1/18427-59752-1-PB.pdf

[1] Añadimos el adjetivo calificativo de “ingenua” para referirnos a cualquier teoría del significado anterior a Frege que no contemple otra componente en el significado de los nombres propios y descripciones definidas que la de referirse a su referencia. La teoría fregeana trata de solventar dificultades que aparecen en estas teorías y que se explican en este texto a continuación; pero a posteriormente a Frege otros pensadores no precisamente ingenuos, como Kripke, Quine, Putnam o Strawson, etc retomaron teorías que contradecían en todo o en parte las tesis de Frege. A ellas no alcanza el calificativo de “ingenuas”. Para no confundir entre las teorías previas a Frege que no contemplaban el sentido de los términos, y las posteriores que recusaban dicho sentido, a las primeras llamaremos simplemente Teorías de referencia directa; y Teorías de designación rígida a las posteriores. Llamaremos Teorías de designación mediada a las teorías, como la de Frege, Russell o Quine que afirman que los términos designan sus referentes con la mediación de algún conocimiento factual (verdadero o no) expresado como una descripción definida.

[2] Se ha intentado mostrar proposiciones originales que ejemplifiquen los asertos que se hacen en el texto; no obstante existen multitud de proposiciones que han tenido gran aceptación en la literatura filosófica sobre la Teoría de la Referencia y la Filosofía de la Lógica y del Lenguaje, tales como las alusiones a “el actual rey de Francia”, “Héspero y Fósforo”, “el autor de Waverley”, etc. En ciertos casos se ha acudido a ellas aunque no era complicado en absoluto buscar nuevas, por entender que son lugar común en la reflexión filosófica y aportan el poso acumulado de todas las reflexiones realizadas por los diversos pensadores que las han citado en el pasado.

[3] El descriptor ι (iota) se lee “el único que…”. Así, ιxFx denota un término: el único x que tiene la propiedad F; mientras que PιxFx es una fórmula, que expresa que el único x que tiene la propiedad F tiene asimismo la propiedad P. Véase en (Diez, 2008;161)

[4] KRIPKE, S. (1984): Naming and necessity, BasilBlackwell Oxford.

[5] Díez, 2009;107

[6] Ibid, 111

[7] Ver la explicación del descriptor ι (iota) en la nota 2.