EMMANUEL LÉVINAS

El primer Lévinas y el tema de la intuición.

Lévinas (1905-1995) tendió un puente crítico entre el legado de Bergson y la fenomenología francesa. En Friburgo hacia 1928 entró en contacto con las Investigaciones lógicas y las Ideas de Husserl. Su tesis doctoral de 1930 versó sobre la intuición fenomenológica en confrontación con la bergsoniana, y sentó las bases de la recepción francesa de la fenomenología. Lévinas define la intuitición como el acto que nos pone en contacto con el ser. En tal concepto ve un modo de conciliar lo mejor del idealismo con el realismo del XX. Para Lévinas, la intuición fenomenológica nos permite el conocimiento que involucra a nuestra existencia, nos permite conocer el mundo y a nosotros mismos sin convertirnos para ello en objetos. De ahí la importancia de la intuición incluso para su proyecto ėtico.

La fenomenología es para Lévinas una actitud filosófica que nos permite llevar la verdad al mundo de la vida que habitamos. Adoptó para sí el concepto de horizonte fenomenológico donador de sentido del objeto que si es aprehendido aislado no nos dice nada. La evolución de su pensamiento tiene tres etapas:

1. De 1930 a 1949. Consagrada a la fenomenología alemana. Comprendida entre su Tesis sobre Husserl y su obra Descubriendo la existencia con Husserl y Heidegger. Asimila a Husserl y se separa de él para construir su propia filosofía. Del 40 al 45 cae prisionero en campos de concentración alemanes. Allí concibe la ėtica como filosofía primera.

2. De 1951 a 1974. Comienza con ¿Es fundamental la filosofía? y acaba con De otro modo de ser, o más allá de la esencia. En esta etapa se distancia de Heidegger al comprender que lo principal no es la diferencia ontológica, sino la diferencia ética, o la no indiferencia ante el Otro. Es la etapa del giro de la ontologia a la ética de la existencia. Pareciéndole pobre y escaso el planteamiento husserliano de la conciencia del ser, se plantea una transfenomenología que destruya la fenomenología del aparecer y de saber y la sustituya por otra fenomenología de la alteridad radical, la dimensión de la experiencia del Otro.

3. De 1976 a 1991, los últimos años del filósofo. Su última obra es Entre nosotros, ensayos para pensar al otro. Descubre a un Dios no metafísico sino ético.

Lévinas emprende muy pronto su crítica al psicologismo existencialista. Le preocupa la relación del yo con la existencia, como una carga que debemos asumir. Para ello pretende renovar la ontología.

La renovación de la ontologia en la filosofía contemporánea no tiene ya nada en común con el realismo. La investigación no supone una afirmación de la realidad del mundo exterior y de su primacía en relación con el conocimiento. Afirma que el hecho esencial de la espiritualidad humana no reside en nuestra relación con las cosas que componen el mundo, sino que está determinada por una relación que, a través de nuestra existencia, mantenemos ya de entrada con el hecho mismo de que hay ser con la desnudez de ese simple hecho. (De la existencia a lo existente, Lévinas)

A diferencia de Heidegger el existente (el ente) no debe ser rescatado de la nada, sino del ser. Tras ello emerge como existente de un "hay" impersonal y anónimo. Y para salir de ese anonimato es preciso primero abandonar la mismidad del ser y segundo, transformarse en responsabilidad para el otro. Hablar de futuro exige sacar al sujeto de su mismidad.

Se existe como alteridad abriéndose a lo otro, y esa apertura desvela que la intencionalidad es hospitalidad, no tematización de un objeto por un sujeto. En la hospitalidad descansa la nueva relación entre sujetos. Se trata de una relación asimėtrica, pues no puedo esperar reciprocidad. Lo que me hace sujeto es esa responsabilidad hacia el otro, que me hace aceptar la desgracia ajena o su fin como sí yo mismo fuera culpable.

El tiempo y el cuerpo para Lévinas

La esencia del tiempo es justamente esa libertad humana para aplazar la muerte en el tiempo. La ética es la filosofía primera porque rompe la soledad ontológica del ser humano. El rostro del otro es la mejor evidencia de que no estoy sólo, y a diferencia de en Sartre, el otro no es una amenaza para mi yo, sino alteridad que precede al yo y hace que éste se reconozca a la vez que se responsabiliza del otro. El cuerpo es la condición ontológica mediadora entre interioridad y exterioridad, por lo que la corporalidad no es lo opuesto de la espiritualidad, sino que siempre van unidas. Es el cuerpo lo que permite la compasión por el otro.

Por tanto el punto primero de la filosofía de Lévinas no es el conocimiento, sino el reconocimiento, así como la inseparabilidad entre pensamiento y vida. En Husserl por el contrario prevalece lo teórico, la esencia; subordinando a ello todo lo personal. Para Lévinas la vida implica alteridad, pluralidad y diferencia. De ahí deriva un humanismo más preocupado por la miseria ajena que por el interés propio, la autonomía o la libertad. Se muestra aquí un Lévinas antiilustrado.

El tiempo no es para Lévinas, duración, como lo es para Bergson. El tiempo para él es dinamismo que nos lleva en dirección distinta a las cosas que poseemos y conocemos. El tiempo nos coloca en una relación de alteridad. Lévinas defiende el instante exento de duración, que contacta con el ser humano al mismo tiempo que se desprende de él. Ello es una forma de revaloración del presente.

No hay que tomar la duración como medida de la existencia y negarle al presente la plenitud del contacto con el ser. La evanescencia del instante constituye su presencia misma; condiciona la plenitud de un contacto con el ser que no es, en absoluto, hábito, que no es heredado de un pasado, que precisamente es presente. De la existencia al existente. Lévinas.

El sentido de la vida

Aunque se impresionó por Heidegger, discípulo de Husserl, pronto se opuso a ambos. De Heidegger le atrajo su concepto del Dasein, que se fundaba en lo concreto en la existencia, en lo temporal; escapando así del estrecho intelectualismo husserliano. Pero nunca estuvo de acuerdo con el tono trágico de Heidegger o de Sartre. No compartió ni la angustia heideggeriana ni la náusea sartreana. En su lugar, Lévinas habla de gozo y disfrute. La soledad se convierte en solidez del existente.

El hombre no es un ser para la muerte, sino un ser para los otros, soy responsable del otro en la medida en que es mortal. El sentido de la existencia no es la asunción de la finitud sin más (como en Heidegger), sino la búsqueda de un sentido ėtico en la finitud como responsabilidad.

Para dar con este sentido, no basta la fenomenología, hay también dimensiones escondidas tras los fenómenos. No hay que confundir todo sentido con lo manifiesto, porque hay que atender a lo no-presente, a lo no-presentable. Reivindica para ello la metáfora, no como figura retórica sino como visión de lo ausente. El sentido no es sino la aproximación a la vida desde el contexto pre-reflexivo en el que surge el sentido como una revelación.

Hay en el hombre una direccionalidad hacia el sentido, gracias a un élan, que no es producto de la voluntad, sino atracción por algo enigmático. Ese impulso se desarrollará en el hombre en tres niveles:

1. Impulso que va hacia el otro (el mundo, los otros) para después volver a sí mismo, al cogito, al sujeto, al ser.

2. Impulso a estar expuesto en el ir hacia, implica compromiso en el movimiento vital de la gratuidad total de la acción, es una orientación radicalmente ética hacia los otros.

3. Impulso trascendente con el infinito, con Dios.

La ética de Lévinas

Lévinas no era francés, pero vivió en Francia prácticamente toda su vida. Se formó en el magma discursivo alemán. Había sido discípulo de Husserl (en el período final de su vida, cuando tiene grandes inquietudes por la dimensión práxica de la fenomenología tras una vida dedicada a la dimensión dóxica de la misma) y de Heidegger en el interior del movimiento fenomenológico. Lévinas asiste al último período de la vida intelectual de Husserl, como decimos. La propia realidad de los noemas y del propio individuo formaba parte de la reducción trascendental, en la que aparecen las esencias ideales, el sentido de las cosas que pugnan por aparecer. Esas esencias tienen una finalidad que pugna por su realización práctica. Recordemos que dijimos que había una contradicción interna en este aspecto de la fenomenología, pues hacíamos epojé del mundo de la vida para volver al mundo de la vida. Lévinas asiste al drama del último Husserl: si Husserl en vez de haber partido del análisis de la verdad hubiera partido de la praxis, de la ética, no hubiera elaborado el método fenomenológico, y no hubiera podido haber hablado de epojé. El problema de Lévinas será la corrección de este asunto. Para Lévinas la ética es la filosofía primera, no última. Así, no acepta la reducción trascendental de Husserl; la ética nos coloca ante los fenómenos más originarios de la existencia. Husserl no lo pudo ver así. Si uno parte de la ética, el fenómeno de la intencionalidad se transforma en el fenómeno de la responsabilidad.

En la intencionalidad yo (mi noesis) tiende intencionalmente a la cosa; la noesis tiene la iniciativa hacia el noema, el sujeto tiende al objeto. Si en vez de hacer este análisis partimos de la ética, sucede exactamente lo contrario: yo me encuentro con otras cosas que me piden responsabilidad: la iniciativa viene de los demás que se me echan encima. Así, la teoría de la intencionalidad de Husserl es cambiada en Lévinas por la teoría de la responsabilidad. Cuando la intencionalidad sale de los límites de la reducción, se convierte en responsabilidad. El paso de la intencionalidad a la responsabilidad pasa con entender que la intencionalidad husserliana es extraordinariamente solipsista, y los intentos de Husserl de corregir esto fueron muy tímidos. Hay que empezar al revés: yo no salgo a buscar al otro, sino que es el otro quien me solicita, me lo encuentro sin querer, me invade. El otro me está dado de modo primario, sin que yo salga al otro. No hay un fenómeno intencional que tenga por fenómeno al otro, sino que el otro es una aparición ante mí. Lévinas es un pensador judío, influido por su propia tradición judía, por eso para él el otro es un milagro, una aparición que me constituye en tanto que yo. Ese vínculo primario es lo que Lévinas llama responsabilidad.

Toda la teoría de la responsabilidad de Lévinas parte del hecho de que el otro viene a mi. Es lo contrario a Fichte, en el que el yo pone la realidad, la filosofía del siglo XX ha dado un gran cambio: cuando yo quiero ver algo, poner algo, tomar una iniciativa, es ya muy tarde, pues inicialmente se me imponen cosas (Heidegger, Zubiri, Sartre, Lévinas, etc). En Lévinas lo que se impone no es, como en Zubiri, la realidad, sino el otro. El otro es aquello que no se puede poner entre paréntesis, es aquello de lo que no se puede hacer epojé. La aparición del rostro del otro no es un simple y puro fenómeno, es una verdadera epifanía. El otro exige responsabilidades al mí mismo, me constituye en responsable, me hace capaz de responder. El otro y yo no estamos al mismo nivel, pues el otro tiene la iniciativa respecto de mí, me liga y me obliga.

Lévinas no habla del mismo concepto de responsabilidad que Sartre, no se trata ya del enfrentamiento del en sí con el para sí para constituirme yo a mí mismo en libertad, en la ética la responsabilidad hacia los demás nos encontramos con una responsabilidad para con los otros obsesionante, hasta dudar de nuestro en sí y de nuestro para sí. Mi responsabilidad, para Lévinas, está en un orden distinto, porque yo no tengo la iniciativas, como la tiene el para sí, como iniciativa que parte del sujeto.