LA ARGUMENTACIÓN A TRAVÉS DEL ESPEJO DE LAS FALACIAS

(Recensión del siguiente artículo del profesor Luis Vega Reñón : http://www.filosoficas.unam.mx/~Tdl/11-1/0407Vega.pdf )

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Entenderemos por falaz el discurso que pasa, o se quiere hacer pasar, por una buena argumentación –al menos por mejor de lo que es–, y en esa medida se presta o induce a error pues en realidad se trata de un pseudoargumento o de una argumentación fallida o fraudulenta. Representa una quiebra o un abuso de la confianza discursiva, comunicativa y cognitiva sobre la que descansan nuestras prácticas argumentativas.

1. La noción de argumentación falaz

Debemos diferenciar falacia, paralogismos y sofisma: un sofisma es un ardid o una argucia dolosa, mientras que un paralogismo es más bien un error o un fallo involuntario. La dualidad de sofismas y paralogismos presenta una curiosa correlación: el éxito de un sofisma cometido por un emisor trae aparejada la comisión de un paralogismo por parte de un receptor.

Los casos más interesantes de paralogismos son los que tienen lugar como vicios discursivos o cognitivos que pueden contraerse con la misma práctica de una pauta de razonamiento fiable en principio.

Los casos más relevantes de falacia son los que tienden al polo de los sofismas efectivos y con éxito, es decir las estrategias capciosas que consiguen confundir o engañar al receptor.

Al respecto de las clasificaciones taxonómicas de falacias, en el mejor de los casos esas taxonomías no logran evitar los casos de solapamiento, identificación arbitraria e indiscriminación; y en el peor de los casos inducen a errores de juicio y a incomprensión de la pragmática del discurso. No reconocen, sin ir más lejos, la existencia de ejemplares de –digamos– “una misma clase” de argumentos que resultan falaces o no según su uso en diversos contextos; por ejemplo, en un marco discursivo dado M1 puede haber usos legítimos de lo que en otro marco M2 sería una falacia de petición de principio.

En realidad, como denuncia Gamblin: “No tenemos en absoluto teoría de la falacia en el sentido en que tenemos teorías del razonamiento o de la inferencia correcta”. Ante este estado de cosas, una opción tentadora ha sido definir las falacias como formas de mal argumentar debidas al incumplimiento de los criterios, condiciones o reglas que determinan el bueno. Según esto, una teoría adecuada de la argumentación falaz presupone una teoría adecuada de la argumentación correcta, con arreglo a estos supuestos:

a) toda falacia consiste en una falta o una transgresión.

b) cada falacia cuenta con un correlato correcto o un remedio corrector.

c) las falacias y sus correlatos están asociados de modo que el motivo de la incorrección de la falacia como mala argumentación guarda una relación directa con la razón de la corrección de su reverso como buena argumentación

Partiremos de una definición provisional:

Entenderemos por falacia una acción discursiva que pasa, o se quiere hacer pasar, por una buena argumentación –al menos por mejor de lo que es– y en esa medida se presta o induce a error pues en realidad se trata de un falso argumento o de una argumentación fallida o fraudulenta.

2. Las ideas tradicionales sobre la argumentación falaz

2.1. El llamado “tratamiento estándar”.

Según Hamblin se cifra en esta definición: “un argumento falaz es un argumento que parece válido pero no lo es” Conforme a esta noción, las falacias tienen tres características básicas: son

1) argumentos, que

2) aparentan ser válidos, pero

3) no lo son en realidad.

Esta caracterización se ha visto descalificada en varios puntos y por diversos motivos.

1. Las condiciones de validez de un argumento sólo están claras en un ambiente inferencial deductivo formal, demasiado estrecho para la amplia variedad del mundo de las falacias.

2. Es difícil distinguir una práctica argumentaría de una que no lo es. ¿Es una falacia algo que parece ser un argumento pero no lo es? Para empezar, las falacias son acciones o interacciones discursivas, de modo que no toda maniobra que bloquee o eluda la comunicación en el marco de una discusión será falaz: no es una falacia de evasión de la carga de prueba el hecho de poner la música a todo volumen y volver la espalda a quien nos pide que justifiquemos nuestra posición.

3. La apelación a apariencias es psicologista e insatisfactoria.

2.2 ¿Hay falacias formales?

Otro punto discutible e instructivo de la tradición escolar es la distinción entre falacias formales y materiales.

Serían formales las falacias detectables por su propia forma o estructura lógica (e.g. unos argumentos que pasan por concluyentes pero descansan en una inferencia ilegítima o en el uso erróneo de los operadores lógicos).

Serían materiales, en cambio, las diagnosticables por vicios del contenido o la materia tratada, más allá o al margen de la forma.

La llamada Escuela de Búffalo diferencia a este respecto dos planos, y maneja tres ideas: forma, cogencia y prueba. Vayamos primerocon los planos:

1. Un plano óntico-semántico, dominado por el principio de la forma, que considera argumento como sistema bipartito compuesto por un conjunto de proposiciones (premisas) y una proposición (conclusión). Principio de la forma: DOS ARGUMENTACIONES CON LA MISMA FORMA SON AMBAS VÁLIDAS O NO LO ES NINGUNA DE LAS DOS.

2. Un plano epistémico, dominado por el principio de cogencia o de coerción lógico-epistémica, con la idea de argumentación como sistema tripartito compuesto por un conjunto de premisas, una conclusión y una cadena de razonamiento entre ellas. Principio de cogencia: DOS ARGUMENTACIONES DE LA MISMA FORMA SON AMBAS COGENTES, O NO LO ES NINGUNA DE LAS DOS.

Vayamos con la idea de prueba. Una prueba es una deducción cuyas premisas se reconocen o asumen como verdaderas, esta definición introduce en la prueba componentes no formales (e.g. conjeturas, datos o, en suma, proposiciones o contenidos “materiales”), de donde se deriva un corolario divergente de los principios anteriores, el corolario C1: NO TODA ARGUMENTACIÓN DE LA MISMA FORMA QUE UNA PRUEBA CONSTITUYE A SU VEZ UNA PRUEBA. Esto es así porque una argumentación con la misma forma lógica que una prueba puede no tener premisas con el mismo grado de aceptabilidad o reconocimiento,

La invalidez lógica de un argumento es una condición suficiente para determinar el carácter falaz de la argumentación correspondiente, pero no es una condición necesaria: pueden concurrir otros errores o faltas relativas a los componentes no formales de las pruebas, como la falsedad encubierta de alguna de sus premisas.

Pero del corolario anterior C1 se desprende otro corolario C2: NO TODA ARGUMENTACIÓN DE LA MISMA FORMA QUE UNA PRUEBA FALLIDA ES UNA PRUEBA FALLIDA. Así que, a la luz de las consideraciones precedentes, resulta en conclusión el corolario C3: NO TODA ARGUMENTADION DE LA MISMA FORMA QUE UNA FALACIA ES UNA FALACIA.

De donde se sigue que la circunstancia o la propiedad de ser falaz no se preserva a través de la forma lógica y, en consecuencia, se presta a serios equívocos su calificación o consideración como formal.

3. Perspectivas actuales

Las últimas décadas del siglo XX nos han legado la reanimación de tres perspectivas clásicas sobre la argumentación: lógica, dialéctica y retórica. El punto de vista lógico estaría representado por la metáfora de la construcción de argumentos y nociones asociadas (solidez, fundamentación, etc.); el dialéctico, por la visión de la argumentación como un combate, con sus armas, vicisitudes y leyes de la guerra; el retórico, por la imagen de la presentación o representación de un caso en un escenario ante un auditorio.

3.1 La perspectiva lógica.

En este contexto, una falacia viene a ser sustancialmente una prueba o un intento de justificación epistémica fallidos por seguir un procedimiento viciado, de modo que se trata de un error o un fallo relativamente sistemático y, por lo regular, encubierto o disimulado al ampararse en recursos retóricos o emotivos para compensar la carencia o la insuficiencia de medios de persuasión racional. Un modelo arquetípico de falacia en este sentido epistémico es la petición de principio.

Esta perspectiva tiene una ventaja y un conjunto de inconvenientes. La ventaja es la existencia de criterios finos y precisos para determinar la calidad constitutiva del argumento. Los inconvenientes derivan del hecho de que en esta perspectiva una argumentación se dirige principalmente a probar algo, lo cual remite a una calidad epistémica, al margen de los contextos efectivos de uso del argumento y de los marcos de interacción de los agentes discursivos.

En suma, en esta perspectiva prima el propósito cognitivo o informativo de la argumentación, toma la demostración como paradigma y se limita a considerar los argumentos como productos textuales autónomos y monológicos. Pero en la argumentación hay más cosas: interacciones dialógicas, discusiones y procedimientos de dar y pedir razones de lo que alguien sostiene ante algún otro... por eso son necesarias otras perspectivas.

3.2 La perspectiva dialéctica

Un enfoque dialéctico se centra en la interacción discursiva, entre unos agentes que desempeñan papeles opuestos y complementarios en el curso de un debate.

Propósito: conducir la discusión a buen puerto. Normativa del debate: dicta las condiciones y normas para una buena argumentación. Por contraste, el bloqueo de la resolución racional del conflicto o la violación de las reglas de juego definen la mala argumentación en general.

En consecuencia, será falaz la intervención argumentativa que atente contra las condiciones o las reglas que gobiernan el buen curso y el buen fin cooperativo de la discusión.

Cabría resumir este código normativo en un decálogo presidido por dos mandamientos y tres directrices.:

Mandamientos: (i) guardarás por encima de todo una actitud razonable, cooperativa con el buen fin de la discusión, y (ii) tratarás las alegaciones de tu contrincante con el respeto debido a las tuyas propias.

Directrices: ((1) el juego limpio, (2) la pertinencia de las alegaciones cruzadas, y (3) su suficiencia y efectividad en orden a la resolución de la cuestión o con miras a un buen fin del debate.

Consideraremos falaz a toda argumentación que incumple alguna de las normas de procedimiento correcto, en un determinado marco de diálogo o contexto de discusión, pero simula o reviste una apariencia de corrección y constituye un serio obstáculo para la realización de los fines propios de la discusión o diálogo.

3.3 La perspectiva retórica

Una perspectiva retórica centra la mirada en los procesos de argumentación que discurren sobre la base de relaciones interpersonales de comunicación y de inducción y en sus eventuales efectos persuasivos, ya sean suasorios o disuasorios.

En esta perspectiva cobran relieve ciertos aspectos pragmáticos y contextuales descuidados por las perspectivas lógica y dialéctica complementarias:

1. El ethos, el talante y la personalidad del argumentador o del orador –amén de su “imagen”, su “encanto” y su actuación–;

2. El pathos, la disposición receptiva de los interlocutores o del auditorio;

3. La oportunidad, kairós, de una intervención con arreglo al marco, la situación y el momento del discurso.

Del inductor lo que cuenta es ante todo su intención persuasiva. Esta intención persuasiva puede ser recta e ingenua cuando el propio argumentador incurre en un paralogismo que, inadvertidamente, trata de transmitir al receptor. O puede ocurrir que el agente es consciente de emplear un recurso capcioso para inducir al receptor a adoptar una creencia o una decisión.

Ateniéndonos al presente caso de las falacias, importa reparar en la existencia de estrategias y estratagemas falaces. Son falaces, en esta línea, la estrategia escénica y la estratagema discursiva deliberadamente capciosas del inductor que logran engañar o enredar al receptor y consiguen en definitiva hacer efectivo su propósito suasorio o disuasorio.

Una estrategia falaz viene a ser entonces un recurso planeado y deliberado de introducir sesgos, condiciones, obstáculos o impedimentos al proceso de interrelación discursiva, entre el inductor y el receptor, a expensas de la simetría que cabría suponer en una interacción franca entre los agentes involucrados; pero conlleva además, cuando no resulta fallida, una distorsión de la comunicación y de la interacción equitativa e inteligente entre esos agentes.

Tenemos una tríada de distorsiones:

1. Opacidad, no transparencia discursiva del inductor: en la ocultación o el disfraz de sus intenciones y en la utilización de recursos argumentativos especiosos

2. Asimetría, el inductor se erige a sí mismo en autoridad, él sabe bien lo que conviene o se debe hacer en tal situación, y condena al receptor a la condición de sujeto pasivo

3. Heteronomía. El receptor viene a quedar al servicio de los fines del inductor, sea en orden a lo que éste pretende hacer creer, sea en orden a lo que pretende decidir o efectuar.

4. La nueva perspectiva de la “lógica del discurso civil”.

Según algunas presentaciones de las perspectivas clásicas: lógica, dialéctica y retórica, las tres en conjunto se suponen suficientes para cubrir solidariamente el amplio espectro de la argumentación. No obstante, quedan muchos puntos oscuros, uno de ellos es la manera de articular las tres perspectivas en una visión unitaria. Cabe aún una pregunta terrible: Como la buena argumentación no implica el efecto pretendido, puede ocurrir que las peores razones y las más engañosas resulten las más eficaces, ¿por qué debatir con franqueza y honestidad en vez de reducir al contrario con sofismas?

Todo esto apunta hacia un nuevo programa de exploración y de investigación en teoría de la argumentación que llamaremos “lógica del discurso civil”, una perspectiva argumentativa irreductible a las anteriores en la medida en que tienen problemas propios, falacias peculiares y no pueden considerarse una mera prolongación o proyección de las perspectivas clásicas al espacio público. Dentro de este ámbito toma relevancia el concepto de deliberación.

Definimos deliberación como una interacción argumentativa entre agentes que tratan, gestionan y ponderan información, opciones y preferencias, en orden a tomar de modo responsable y reflexivo una decisión o resolución práctica sobre un asunto de interés común y debatible, al menos en principio, mediante los recursos del discurso público, e.g. mediante razones comunicables y compartibles más allá de los dominios personales o puramente profesionales de argumentación.

El éxito puede consistir en un resultado satisfactorio para el colectivo aunque no sea el mejor o el más satisfactorio para cada uno de los individuos, de modo de que ese resultado no se obtendría si cada cual se empeñara en seguir el dictado de su razón práctica personal.

Las deliberaciones también discurren sobre bases pragmáticas y conversacionales de entendimiento y pueden seguir pautas parecidas de procedimiento; por ejemplo, la compuesta por estas fases o movimientos:

1) planteamiento del asunto y apertura;

2) distribución de información;

3) avance de propuestas y contrapropuestas;

4) ajustes y revisiones;

5) adopción de una resolución, y

6) confirmación de la resolución tomada y cierre.

Pero la deliberación, en el sentido práctico y público relevante aquí, se distingue por la importancia que cobran ciertos rasgos como los siguientes:

(i*) Se parte del reconocimiento de una cuestión de interés público, pendiente de resolución que incluye conflictos o alternativas entre varias opciones posibles o entre varias partes concurrentes.

(ii*) La discusión envuelve no solo proposiciones, sino propuestas.

(iii*) Las propuestas envuelven estimaciones y preferencias que descansan, a su vez, en consideraciones contrapuestas mixtilíneas y pluridimensionales, aunque la confrontación responda a un propósito común o apunte al mismo objetivo.

(iv*) Las propuestas, alegaciones y razones puestas en juego tratan de inducir al logro consensuado de resultados de interés general.

Todo ello hace de la deliberación un proceso sumamente complejo, del que destacaremos urnas condiciones deseables para su calidad, y unas maniobras falaces contra las mismas.

1. Las condiciones intentarán facilitar el flujo de la información y la participación, y buscar neutralizar unos factores de distorsión:

(a*) Publicidad, o accesibilidad e inteligibilidad de las razones en juego.

(b*) Igualdad de las oportunidades de todos los participantes para intervenir en el proceso;

(c*) Autonomía del proceso: negativa, como exclusión de coacciones o de injerencias externas, y positiva, en el sentido de mantener abierta la posibilidad de que cualquier participante se vea reflejado en el curso o en el resultado.

2. En consonancia con estos supuestos, serán falaces las maniobras discursivas torpes o deliberadas que vengan a bloquear la comunicación entre los agentes deliberativos, a reprimir su participación libre e igualitaria o a sesgar de cualquier otro modo el curso o el desenlace de la deliberación en contra del interés común y en favor de intereses “siniestros”. Son falacias nacidas del trato social y que han crecido y madurado con el desarrollo del discurso civil, y no debe extrañar que sean inmunes a los tratamientos e intentos de clasificacion ordinarios.

Esta nueva y compleja perspectiva, al mejorar nuestra lucidez, no solo nos depara nuevas vistas, sino nuevos problemas que vienen a añadirse a los antes visibles en las perspectivas clásicas. Mencionaremos dos posicionamientos al respecto, de distinto tipo.

1. Un maquiavelismo preventivo como el propuesto por Schopenhauer para salir bien librado de las malas artes de un antagonista en una discusión.

Si existieran la lealtad y la buena fe, las cosas serían distintas. Pero como no se puede esperar esto de los demás, uno no debe practicarlas pues no sería recompensado. Lo mismo sucede en las controversias. Si doy al adversario la razón en el momento en que éste parezca tenerla, no es probable que él haga lo mismo en caso contrario. Más bien acudirá a medios ilícitos. Por tanto, yo debo hacerlo también”

2. Los problemas de correlación y ajuste entre dos tipos de criterios:

1. Criterios epistémico-discursivos, relativos a la calidad interna y al poder de convicción racional de los alegatos, las consideraciones y las propuestas aducidas. Son criterios de calidad discursiva.

2. Criterios ético-políticos, relativos a la conformación del marco social de interacción discursiva. Son criterios de calidad democrática.

¿Cómo se relacionan ambos planos?

No es sencillo responder a esta pregunta. Vayan unos apuntes por delante:

A) 2 no implica 1. Puede darse un discurso democráticamente respetuoso pero sin calidad argumentativa.

B) Mantenemos dudas sobre si no-1 implica no-2. ¿Toda estrategia falaz supone o comporta la violación de alguna de las condiciones [2], como la transparencia o la reciprocidad de la interacción discursiva?

C) El cumplimiento parcial de 1 no implica el cumplimiento parcial de 2. Cualquier forma de despotismo ilustrado sirve como ejemplo.

D) No obstante pudiera ser que

D1: El cumplimiento de [2] tendiera a favorecer el cumplimiento de [1] en la práctica de la razón y la deliberación públicas;

D2: El cumplimiento de [1], su adopción e implantación como forma de uso público de la razón, podría favorecer a su vez la implantación de las condiciones [2].

Pero, a fin de cuentas, ¿no sería esto una suerte de pensamiento desiderativo o, peor aún, una variante del desesperado recurso del Barón de Münchhausen para salir del pantano en el que se había hundido tirando hacia arriba de su propia coleta?

Parece ser que aun siendo planos independientes, no dejan de ser solidarios. Consideración que nos remite a un nuevo problema de comprensión e integración que se añadiría al antes planteado por las tres perspectivas clásicas sobre la argumentación. Hoy, en fin, es una agenda teórica y crítica muy cargada la que las falacias nos endosan.