Aspectos informales de la argumentación: falacias y emociones

INDICE

  1. INTRODUCCION

  2. LAS FALACIAS A LA LUZ DE LA LOGICA INFORMAL

2.1. Qué es una argumentación falaz

2.2. Acercamiento tradicional a las falacias

2.2.1. El llamado “tratamiento estándar”

2.2.2 ¿Hay falacias formales?

2.3. Perspectivas actuales en el estudio de las falacias

2.3.1. Perspectiva lógica

2.3.2. Perspectiva dialéctica

2.3.3. Perspectiva retórica

2.3.4. La nueva perspectiva de la “lógica del discurso civil”.

  1. LAS EMOCIONES EN LA ARGUMENTACIÓN

3.1. Planteamiento de la cuestión

3.2. El acercamiento de la lógica informal

3.2.1 Aceptabilidad

3.2.2. Relevancia

3.2.3. Suficiencia

3.3. Conclusión

4. BIBLIOGRAFIA

1. INTRODUCCIÓN

La lógica informal es necesaria porque atiende a aspectos importantes del proceso argumentativo humano que no son recogidos por la lógica formal; no por no estar aún formalizados, sino sencillamente por no poder ser formalizados. El presente trabajo recoge el panorama actual en dos de dichos aspectos. Uno de ellos, el de las falacias, es de gran importancia en la lógica formal, toda vez que muchas falacias son precisamente malos usos deductivos, como la falacia de afirmación del consecuente. Son las llamadas falacias formales. Sin embargo, como veremos, un argumento puede ser falaz a pesar de tener una forma deductiva impecable.

El estudio de las falacias se revela mucho más profundo que una clasificación taxonómica con propósitos escolares, y para abordarlo es necesario, como se verá, utilizar el arsenal que la lógica informal pone en nuestras manos. El presente trabajo sigue el desarrollo de Vega Reñón (2008) al respecto, porque recoge muy oportunamente las insuficiencias del tratamiento estándar de las falacias. Efectuaremos también una extensión del estudio de las falacias a la perspectiva del discurso civil, argumentando que tiene un nicho dentro de la Teoría de la Argumentación que no es cubierto por las perspectivas lógica, dialéctica y retórica habituales. En particular llegaremos al resultado de que no toda argumentación de la misma forma que una falacia es una falacia, con lo que la insuficiencia de una perspectiva meramente formal quedará claramente probada.

El segundo aspecto que trataremos será el de la emoción en los procesos argumentativos, siguiendo el trabajo de Gilbert, M. (2010), y defendiendo que incluso la lógica informal ha descuidado el asunto de la importancia de las emociones en la argumentación. El descuido es realmente grave, como veremos, pues la emoción es inherente en nuestras deliberaciones, y si queremos atender a los procesos argumentativos tal y como se dan en la realidad, no lo podemos obviar de ninguna manera.

II LAS FALACIAS A LA LUZ DE LA LOGICA INFORMAL

En el curso argumentativo entre seres humanos hay veces que se presentan ciertas argumentaciones como buenas, cuando en realidad son falsas argumentaciones, pseudoargumentos que cometen errores de algún tipo. Vega Reñón (2008) explica que tales pseudoargumentos representan una quiebra o un abuso de la confianza discursiva, comunicativa y cognitiva sobre la que descansan nuestras prácticas argumentativas. Dicho abuso tiene dos aspectos diferentes pero complementarios:

1. Por un lado atenta contra las expectativas de toda genuina interacción discursiva, tales como las recogidas por el Principio de Cooperación de Grice, recogido en el siguiente principio general:

Trata de hacer que su contribución a la conversación sea, en cada momento, la requerida por el propósito comunicativo en el que está involucrado.

Aceptarlo implica aceptar cuatro máximas, cuyo respeto dificulta la comisión de una falacia:

Máxima de Cantidad: El emisor debe dar tanta información como sea necesaria, ni más ni menos.

Máxima de Calidad: El comunicante tiene que regirse por la veracidad.

Máxima de Relevancia: El emisor debe centrarse en el asunto sobre el cual se está comunicando.

Máxima de Modalidad: El comunicador debe ser claro y ordenado en sus expresiones.

2. Por otro lado, puede tratarse de un intento de engaño, de convencer mediante un argumentación falsa de una conclusión que no se sigue de las argumentación. De ahí que el discurso falaz sea objeto no solo de corrección, sino de censura y sanción normativa: se trata de una mala acción.

1. Qué es una argumentación falaz

Debemos diferenciar falacia, paralogismos y sofisma: un sofisma es un ardid o una argucia maliciosa e intencionada, mientras que un paralogismo es más bien un error o un fallo involuntario. No es la calidad del error argumentativo, sino la intencionalidad del mismo la que marca en este caso la diferencia. La dualidad de sofismas y paralogismos presenta una curiosa correlación: el éxito de un sofisma cometido por un emisor trae aparejada la comisión de un paralogismo por parte de un receptor.

Los casos más interesantes de paralogismos son los que tienen lugar como vicios discursivos o cognitivos que pueden contraerse con la misma práctica de una pauta de razonamiento fiable en principio, mientras que los casos más relevantes de falacias son los que tienden al polo de los sofismas efectivos y con éxito, es decir las estrategias capciosas que consiguen confundir o engañar al receptor.

Al respecto de las clasificaciones taxonómicas de las falacias, en el mejor de los casos esas taxonomías no cumplen los requisitos mínimos para ser consideradas particiones verdaderas del conjunto de las posibles falacias, y no son por ello una taxonomía verdadera: no logran evitar los casos de solapamiento, identificación arbitraria e indiscriminación; y en el peor de los casos inducen a errores de juicio y a incomprensión de la pragmática del discurso. Tan solo las visiones pragmáticas, atentas a los contextos, son capaces de reconocer la existencia de ejemplares de una misma clase de argumentos que resultan falaces o no según su uso en diversos contextos; por ejemplo, en un marco discursivo dado puede haber usos legítimos de lo que en otro marco sería una falacia de petición de principio, ad baculum o de cualquier otro tipo.

En realidad, como denuncia Gamblin: “No tenemos en absoluto teoría de la falacia en el sentido en que tenemos teorías del razonamiento o de la inferencia correcta”. Ante este estado de cosas, una opción tentadora ha sido definir las falacias como formas de mal argumentar debidas al incumplimiento de los criterios, condiciones o reglas que determinan el bueno. Según esto, una teoría adecuada de la argumentación falaz presupone una teoría adecuada de la argumentación correcta, con arreglo a estos supuestos:

a) Toda falacia consiste en una falta o una transgresión.

b) Cada falacia cuenta con un correlato correcto o un remedio corrector.

c) Las falacias y sus correlatos están asociados de modo que el motivo de la incorrección de la falacia como mala argumentación guarda una relación directa con la razón de la corrección de su reverso como buena argumentación

En nuestra búsqueda de una profundización superior al del tratamiento estándar, partiremos de una definición provisional:

Entenderemos por falacia una acción discursiva que pasa, o se quiere hacer pasar, por una buena argumentación – al menos por mejor de lo que es – y en esa medida se presta o induce a error pues en realidad se trata de un falso argumento o de una argumentación fallida o fraudulenta. Vega Reñón (2008)

2. Acercamiento tradicional a las falacias

2.1. El llamado “tratamiento estándar”.

Según Hamblin existe un tratamiento tradicional, que tiende a la clasificación taxonómica y que no tiene mayor profundidad que una introducción meramente escolar, denominada tratamiento estándar, que podemos condensar en esta definición: “un argumento falaz es un argumento que parece válido pero no lo es”

Conforme a esta noción, las falacias tienen tres características básicas:

1) Son argumentos,

2) aparentan ser válidos, pero

3) no lo son en realidad.

Esta caracterización se ha visto descalificada en varios puntos y por diversos motivos.

1. Se apela a la validez, pero las condiciones de validez de un argumento sólo están claras en un ambiente inferencial deductivo formal, y es demasiado estrecho para la amplia variedad del mundo de las falacias.

2. Es difícil distinguir una práctica argumentaría de una que no lo es. ¿Es una falacia algo que parece ser un argumento pero no lo es? Para empezar, las falacias son acciones o interacciones discursivas, de modo que no toda maniobra que bloquee o eluda la comunicación en el marco de una discusión será falaz: no es una falacia de evasión de la carga de prueba el hecho de poner la música a todo volumen y volver la espalda a quien nos pide que justifiquemos nuestra posición.

3. La apelación a apariencias es psicologista e insatisfactoria.

En particular el punto 1 es una crítica al acercamiento tradicional por partir de un punto de vista que ignora la lógica informal, capaz de proporcionar visiones más ricas y necesarias.

2.2 ¿Hay falacias formales?

Otro punto discutible e instructivo de la tradición escolar es la distinción entre falacias formales y materiales. Responder a esta pregunta necesita una serie de conceptos que aún no tenemos. Las definiciones serían las siguientes:

Falacias formales serían las detectables por su propia forma o estructura lógica (e.g. unos argumentos que pasan por concluyentes pero descansan en una inferencia ilegítima o en el uso erróneo de los operadores lógicos).

Falacias materiales, en cambio, serían las diagnosticables por vicios del contenido o la materia tratada, más allá o al margen de la forma.

John Corconan y su grupo de estudio de Lógica de la Universidad de Buffalo, Nueva York diferencian a este respecto dos planos, cada uno dominado por un principio; y maneja tres ideas: forma, cogencia y prueba. Cogencia es la propiedad de un argumento de ser debidamente convincente. Vayamos con los planos:

1. Un plano óntico-semántico, dominado por el principio de la forma, que considera que un argumento es un sistema bipartito compuesto por un conjunto de proposiciones (premisas) y una proposición (conclusión).

Principio de la forma: dos argumentaciones con la misma forma son ambas válidas o no lo es ninguna de las dos.

2. Un plano epistémico, dominado por el principio de cogencia o de coerción lógico-epistémica, con la idea de argumentación como sistema tripartito compuesto por un conjunto de premisas, una conclusión y una cadena de razonamiento entre ellas.

Principio de cogencia: dos argumentaciones con la misma forma son ambas cogentes o no lo es ninguna de las dos.

Vayamos con la idea de prueba. Una prueba es una deducción cuyas premisas se reconocen o asumen como verdaderas. Esta definición introduce en la prueba componentes no formales tales como conjeturas, datos o, en suma, proposiciones o contenidos “materiales”, de donde se deriva un corolario divergente de los principios anteriores, el

COROLARIO C1: No toda argumentación de la misma forma que una prueba constituye a su vez una prueba.

Esto es así porque una argumentación con la misma forma lógica que una prueba puede no tener premisas con el mismo grado de aceptabilidad o reconocimiento.

La invalidez lógica de un argumento es una condición suficiente para determinar el carácter falaz de la argumentación correspondiente, pero no es una condición necesaria: pueden concurrir otros errores o faltas relativas a los componentes no formales de las pruebas, como la falsedad encubierta de alguna de sus premisas.

Pero del corolario anterior C1 se desprende otro

COROLARIO C2: No toda argumentación de la misma forma que una prueba fallida es una prueba fallida.

Así que, a la luz de las consideraciones precedentes, resulta en conclusión el

COROLARIO C3: No toda argumentación de la misma forma que una falacia es una falacia.

De donde se sigue que la circunstancia o la propiedad de ser falaz no se preserva a través de la forma lógica y, en consecuencia, se presta a serios equívocos su calificación o consideración como formal, con lo que queda respondida la pregunta que abre este epígrafe.

3. Perspectivas actuales en el estudio de las falacias

Las últimas décadas del siglo XX nos han legado la reanimación de tres perspectivas clásicas sobre la argumentación: lógica, dialéctica y retórica. Cada uno de los tres está dominado por una metáfora: el punto de vista lógico estaría representado por la metáfora de la construcción de argumentos y nociones asociadas (solidez, fundamentación, etc.); el dialéctico, por la visión de la argumentación como un combate, con sus armas, vicisitudes y leyes de la guerra; el retórico, por la imagen de la presentación o representación de un caso en un escenario ante un auditorio.

3.1 La perspectiva lógica.

En este contexto, una falacia viene a ser sustancialmente una prueba o un intento de justificación epistémica fallidos por seguir un procedimiento viciado, de modo que se trata de un error o un fallo relativamente sistemático y, por lo regular, encubierto o disimulado al ampararse en recursos retóricos o emotivos para compensar la carencia o la insuficiencia de medios de persuasión racional. Un modelo arquetípico de falacia en este sentido epistémico es la petición de principio.

Esta perspectiva tiene una ventaja y un conjunto de inconvenientes. La ventaja es la existencia de criterios finos y precisos para determinar la calidad constitutiva del argumento. Los inconvenientes derivan del hecho de que en esta perspectiva una argumentación se dirige principalmente a probar algo, lo cual remite a una calidad epistémica, al margen de los contextos efectivos de uso del argumento y de los marcos de interacción de los agentes discursivos.

En suma, en esta perspectiva prima el propósito cognitivo o informativo de la argumentación, toma la demostración como paradigma y se limita a considerar los argumentos como productos textuales autónomos y monológicos. Pero en la argumentación hay más cosas: interacciones dialógicas, discusiones y procedimientos de dar y pedir razones de lo que alguien sostiene ante algún otro... por eso son necesarias otras perspectivas.

3.2 La perspectiva dialéctica

Un enfoque dialéctico se centra en la interacción discursiva, entre unos agentes que desempeñan papeles opuestos y complementarios en el curso de un debate.

El propósito es conducir la discusión a buen puerto; y la normativa del debate dicta las condiciones y normas para una buena argumentación. Por contraste, el bloqueo de la resolución racional del conflicto o la violación de las reglas de juego definen la mala argumentación en general. En consecuencia, será falaz la intervención argumentativa que atente contra las condiciones o las reglas que gobiernan el buen curso y el buen fin cooperativo de la discusión. Cabría resumir este código normativo en un decálogo presidido por dos mandamientos y tres directrices:

Mandamientos: (i) guardarás por encima de todo una actitud razonable, cooperativa con el buen fin de la discusión, y (ii) tratarás las alegaciones de tu contrincante con el respeto debido a las tuyas propias.

Directrices: (1) el juego limpio, (2) la pertinencia de las alegaciones cruzadas, y (3) su suficiencia y efectividad en orden a la resolución de la cuestión o con miras a un buen fin del debate.

Consideraremos falaz a toda argumentación que incumple alguna de las normas de procedimiento correcto, en un determinado marco de diálogo o contexto de discusión, pero simula o reviste una apariencia de corrección y constituye un serio obstáculo para la realización de los fines propios de la discusión o diálogo.

3.3 La perspectiva retórica

Una perspectiva retórica centra la mirada en los procesos de argumentación que discurren sobre la base de relaciones interpersonales de comunicación y de inducción y en sus eventuales efectos persuasivos, ya sean suasorios o disuasorios.

En esta perspectiva cobran relieve ciertos aspectos pragmáticos y contextuales descuidados por las perspectivas lógica y dialéctica complementarias:

1. El ethos, el talante y la personalidad del argumentador o del orador –amén de su “imagen”, su “encanto” y su actuación–;

2. El pathos, la disposición receptiva de los interlocutores o del auditorio;

3. La oportunidad, kairós, de una intervención con arreglo al marco, la situación y el momento del discurso.

Del inductor lo que cuenta es ante todo su intención persuasiva. Esta intención persuasiva puede ser recta e ingenua cuando el propio argumentador incurre en un paralogismo que, inadvertidamente, trata de transmitir al receptor. O puede ocurrir que el agente es consciente de emplear un recurso capcioso para inducir al receptor a adoptar una creencia o una decisión.

Ateniéndonos al presente caso de las falacias, importa reparar en la existencia de estrategias y estratagemas falaces. Aquellas estrategias discursivas en las que el inductor trata de confundir, “llevarse el gato al agua” engañando al receptor, son estrategias falaces aunque no cometan ningún error deductivo.

Por lo tanto, la introducción de sesgos cognitivos, el obstaculizar la propia acción discursiva para conseguir réditos en la discusión, o la ruptura interesada de la simetría que debe presidir toda discusión correcta constituyen ejemplos de estrategias falaces.

Tres son las principales distorsiones que se pueden introducir falazmente en un proceso argumentativo:

1. Opacidad: se trata de la no transparencia discursiva del inductor, es decir, de la ocultación o el disfraz de sus intenciones y en la utilización de recursos argumentativos aparentemente lógicos, pero que contienen engaño.

2. Asimetría: el inductor se erige a sí mismo en autoridad, él sabe bien lo que conviene o se debe hacer en tal situación, y condena al receptor a la condición de sujeto pasivo

3. Heteronomía. El receptor viene a quedar al servicio de los fines del inductor, sea en orden a lo que éste pretende hacer creer, sea en orden a lo que pretende decidir o efectuar.

4. La nueva perspectiva de la “lógica del discurso civil”.

Las perspectivas dialéctica y retórica, lo hemos dicho varias veces, recogen los vericuetos de la argumentación que no eran recogidos por la aproximación formal, lógica. La triple visión constituye un buen arsenal para el estudio del proceso argumentativo, pero cabe la pregunta de si será suficiente, o existen aspectos, situaciones y contextos argumentativos no cubiertos por las tres perspectivas. No obstante, quedan muchos puntos oscuros, uno de ellos es la manera de articular las tres perspectivas en una visión unitaria. Cabe aún una pregunta terrible: cuando la buena argumentación no implica el efecto pretendido, puede ocurrir que las peores razones y las más engañosas resulten las más eficaces, ¿por qué debatir con franqueza y honestidad en vez de reducir al contrario con sofismas?

Todo esto apunta hacia un nuevo programa de exploración y de investigación en teoría de la argumentación que llamaremos “lógica del discurso civil”, una perspectiva argumentativa irreductible a las anteriores en la medida en que tienen problemas propios, falacias peculiares y no pueden considerarse una mera prolongación o proyección de las perspectivas clásicas al espacio público. Dentro de este ámbito toma relevancia el concepto de deliberación.

Definimos deliberación como una interacción argumentativa entre agentes que tratan, gestionan y ponderan información, opciones y preferencias, en orden a tomar de modo responsable y reflexivo una decisión o resolución práctica sobre un asunto de interés común y debatible, al menos en principio, mediante los recursos del discurso público, e.g. mediante razones comunicables y compartibles más allá de los dominios personales o puramente profesionales de argumentación. (Vega Reñón, 2008)

Una propiedad crucial de los procesos deliberativos es que el éxito del proceso deliberativo puede consistir en conseguir el mejor resultado posible para el colectivo aunque no lo sea para cada uno de los intervinientes en el proceso. Así, si cada agente deliberador atendiera a su razón personal, el resultado sería seguramente otro. Esta propiedad los diferencia de otros procesos argumentativos, y emana del hecho de que el asunto que se debate tiene una importancia que trasciende a los implicados en el proceso y alcanza a la sociedad civil.

Pero la deliberación, en el sentido práctico y público relevante aquí, se distingue por la importancia que cobran ciertos rasgos como los siguientes:

(i) El punto de partida es el reconocimiento de una cuestión de interés público, cuya resolución pendiente ofrece diferentes alternativas.

(ii) La discusión envuelve no solo proposiciones, sino propuestas de acción.

(iii) Las propuestas envuelven estimaciones y preferencias que descansan, a su vez, en consideraciones contrapuestas mixtilíneas y pluridimensionales, aunque la confrontación responda a un propósito común o apunte al mismo objetivo.

(iv) Las propuestas, alegaciones y razones puestas en juego tratan de inducir al logro consensuado de resultados de interés general.

Todo ello hace de la deliberación un proceso sumamente complejo, con problemas propios diferentes de los de otras formas de argumentación. En principio es factible listar unas condiciones mínimas deseables para una deliberación, considerando maniobras falaces todo intento de boicotear dichas condiciones:

Las condiciones deseables intentarán facilitar el flujo de la información y la participación, y buscar neutralizar unos factores de distorsión. Son tres:

(a) Publicidad, o accesibilidad e inteligibilidad de las razones en juego.

(b) Igualdad de las oportunidades de todos los participantes para intervenir en el proceso;

(c) Autonomía del proceso: negativa, como exclusión de coacciones o de injerencias externas, y positiva, en el sentido de mantener abierta la posibilidad de que cualquier participante se vea reflejado en el curso o en el resultado.

En consonancia con estos supuestos, serán falaces las maniobras discursivas, deliberadas o no, que atenten contra los tres puntos anteriores. Es decir, que conduzcan al bloqueo de la comunicación entre los agentes deliberativos, que repriman su participación libre e igualitaria o que sesguen de cualquier otro modo el curso o el desenlace de la deliberación en contra del interés común y en favor de intereses “siniestros”. Como advierte Vega Reñón (2005), son falacias nacidas del trato social y que han crecido y madurado con el desarrollo del discurso civil, y no debe extrañar que sean inmunes a los tratamientos e intentos de clasificación ordinarios.

Todo lo anterior demuestra que estamos ante una perspectiva nueva que no es cubierta por los tres puntos de vista clásicos. Como toda perspectiva nueva, trae consigo nuevas soluciones, pero también nuevos retos y posicionamientos. Mencionaremos dos posicionamientos al respecto, de distinto tipo.

1. Un maquiavelismo preventivo como el propuesto por Schopenhauer para salir bien librado de las malas artes de un antagonista en una discusión.

“Si existieran la lealtad y la buena fe, las cosas serían distintas. Pero como no se puede esperar esto de los demás, uno no debe practicarlas pues no sería recompensado. Lo mismo sucede en las controversias. Si doy al adversario la razón en el momento en que éste parezca tenerla, no es probable que él haga lo mismo en caso contrario. Más bien acudirá a medios ilícitos. Por tanto, yo debo hacerlo también”[1]

2. Los problemas de correlación y ajuste entre dos tipos de criterios: los que atienden a la calidad discursiva y los que atienden a la calidad democrática.

1. Criterios epistémico-discursivos, relativos a la calidad interna y al poder de convicción racional de los alegatos, las consideraciones y las propuestas aducidas. Son criterios de calidad discursiva.

2. Criterios ético-políticos, relativos a la conformación del marco social de interacción discursiva. Son criterios de calidad democrática.

La relación entre ambos criterios es una relación tensa y problemática. Para empezar, respetar criterios de calidad democrática no implica que se respeten los epistémico-discursivos, es posible un discurso sin la menor calidad argumentativa que sea respetuoso en el área ético-política.

Por otro lado, Vega Reñón (2008) mantiene la duda sobre si no-1 implica no-2. ¿Toda estrategia falaz supone o comporta la violación de alguna de las condiciones [2], como la transparencia o la reciprocidad de la interacción discursiva?

El Despotismo Ilustrado es un buen ejemplo de que un cumplimiento parcial de los criterios de calidad discursiva no implica lo mismo en los criterios de calidad democrática. El discurso puede ser formalmente impecable y despótico.

A pesar de todo ello, parece existir una correlación suave entre ambos tipos de criterios: tienden a reforzarse mutuamente en el sentido de que el cumplimiento de los criterios de calidad democrática parecen tender a favorecer el cumplimiento de los de calidad discursiva en la práctica de la razón y la deliberación públicas; y viceversa: la adopción e implantación como forma de uso público de la razón, podría favorecer a su vez la implantación de las condiciones democráticas.

Si este panorama levemente conciliador es correcto o meramente desiderativo es algo que tan solo una profundización mayor en la perspectiva deliberativa podría llegar a dilucidar.

3. LAS EMOCIONES EN LA ARGUMENTACIÓN

3.1. Planteamiento de la cuestión

A pesar del volumen de los trabajos en lógica informal publicados en los últimos cincuenta años, existen nuevos caminos aún casi sin recorrer, como la noción de coalescencia, propuesta por el investigador Michael A. Gilbert, de la Universidad de York, Toronto. En opinión de Gilbert, M. (2010), por debajo de cada razonamiento subyace un rizoma de actitudes, creencias, emociones e intuiciones del argumentador, de modo que cualquier intercambio de argumentos produce una coalescencia de motivos e impulsos, emociones y deseos. El concepto de argumentación coalescente se basa en la idea de que los argumentos pueden funcionar a través del acuerdo, en lugar del desacuerdo. Dado que el proceso argumentativo es una actividad humana diaria sujeta a las pulsiones diarias de los humanos, exhibe varios componentes denominados por Gilbert modos de argumentación, de enorme importancia porque son ubicuos y afectan tanto al argumento como proceso como al resultado del mismo. Dichos modos son:

1. El modo lógico. Este modo de argumentar se reduce al uso de reglas lógicas para inferir los resultados. Su naturaleza es deductiva, esto es, las premisas implican la conclusión.

2. El modo emocional. A diferencia del modo anterior en el modo emocional se recurre a los sentimientos, actitudes, filias y fobias para motivar la aceptación del mensaje trasmitido en el argumento.

3. El modo visceral. Este modo de argumentación implica el uso de emociones primarias que corresponden a estados físicos instintivos muy intensos, tales como la alegría, la ira y el miedo.

4. El modo kisceral. Este modo implica cuestiones intuitivas, místicas y religiosas. Incluye formas argumentales y datos que implican intuiciones, corazonadas, aquello que se denomina “el misterio”, lo numinoso, lo religioso y, en general, el conocimiento no-empírico (según la noción moderna).

La versión rizomática de coalescencia argumentativa de Gilbert sintoniza bien con la complejidad del proceso argumentativo real, en el que se involucran una variedad de modos comunicativos, lo cual hace que atendiendo a ello estemos más capacitados para encontrar puntos comunes entre posiciones y, por lo tanto, pasar del conflicto a la resolución. La propuesta de Gilbert, M. (2010) se centra en el acuerdo y las metas compartidas en todos los modos, en el que los argumentadores pueden unir posiciones diversas y distinguir más fácilmente entre las diferencias menores o no relacionadas y los desacuerdos principales. Esto permite una mayor libertad de acción para localizar creencias, valores y actitudes compartidas que conduzcan a la resolución de conflictos.

En los últimos cincuenta años se han conseguido unos modelos muy mejorados de la argumentación gracias a los avances en lógica informal, que ha sabido poner foco en aspectos que no habían sido tratados en las perspectivas tradicionales. Pero a pesar de ello hay aspectos que han sido poco o nada tratados; y uno de ellos en el papel de la emoción en el proceso argumentativo. Aunque hemos ido abandonando el chauvinismo deductivo denunciado por Robert Fogelin, y hemos ido adoptando visiones más integrales, el pensamiento crítico y la lógica informal siempre se habían dedicado a la promoción del argumento racional. Y ello por un motivo: subyace la idea de que es la razón la que debe llevarnos a la aceptación o no de un argumento. Prevalece la idea de que las emociones y las creencias basadas en la fe, la autoridad o en alguna opción similar, convierten los razonamientos en débiles e irracionales.

Ahora bien, los argumentos cotidianos de las acciones argumentativas diarias de las personas están normalmente expresados en lengua natural. Esto hace que se requiera una labor interpretativa para poder detectar su estructura lógica subyacente. Son lo que Perelman y Olbrechts-Tyteca llaman argumentos cuasi-lógicos. Hablaremos de argumentos lógicos, no racionales a la hora de referirnos a todos ellos. La tesis del artículo de Gilbert (2001) es bifronte:

1. La utilización de la emoción en los razonamientos es absolutamente racional.

2. La lógica informal sostiene un prejuicio contra el razonamiento emocional.

Toda comunicación y argumentación en particular, debe ser vista como la implicación de los cuatro modos mencionados más arriba, a menudo tan altamente entrelazados que sólo pueden ser separados por un ojo analítico. Estos modos son, como se ha dicho, el lógico, el emocional, el visceral y el kisceral. A pesar de ello los expertos se han centrado en cómo un argumento debe ser diagramado, analizado y evaluado, relegando incluso a lo falaz el área emotiva. Esa ha sido la tónica desde la lógica de Port Royal, y esa es la tónica que Gilbert desea ver superada. Antes de seguir conviene hacer dos advertencias:

1. La mayor parte de los autores reconocen la importancia de las emociones en la argumentación, y le otorgan cierta consideración, aunque de manera lateral. Mientras no molesten excesivamente en el proceso argumentativo, parecen querer decir.

2. La extrema consciencia de la importancia y presencia de las emociones en los procesos argumentativos reales nos evita entrar en consideraciones muy problemáticas sobre la naturaleza última de las mismas. Conviene ser consciente de que es un tema espinoso en el que la neurociencia tendrá, seguramente, la última palabra; y en el que no debemos enredarnos.

En resumen: se acepta que las emociones sí tienen realmente un papel a jugar en la argumentación, pero que hay que ser cuidadosos. En el campo de la pragma-dialéctica hay, de modo similar, un debilitamiento de la idea de que los “argumentos ideales” por sí mismos deben excluir componentes afectivos. En palabras de Gilbert, (2010)

La emoción, en todas sus formas, es una parte integral de la comunicación humana y, por consiguiente, de la argumentación humana. Podemos considerar los argumentos emocionales como intrínsecamente diferentes y distintos de los lógicos y, por consiguiente, suponer que sean tratados de diferente manera.

De ahí surge la opinión, bastante generalizada, de que los argumentos deberían ser expurgados de todo componente emocional antes de ser sometidos a análisis. Abunda en ello la idea de que los razonamientos emocionales son confusos, no son claros como los lógicos. Por el contrario Gilbert defiende que son tan o casi tan claros como los lógicos, y que el modelo de la lógica informal más difundido puede ser, con leves modificaciones, aplicado también a la argumentación emocional.

El problema es que modelos de lógica informal existen varios: el modelo griceano cooperativo, el modelo de la pragma-dialéctica, etc; Gilbert prefiere adoptar el modelo de comunicación lógica, que se presenta en diversos autores con distintos nombres:

1. Modelo de la relevancia-suficiencia aceptabilidad (RSA), para Johnson y Blair.

2. Modelo de aceptabilidad- relevancia-fundamento, de Govier.

3. Modelo de aceptabilidad-relevancia y suficiencia de Groarke -Tindale

Para entenderlo, veamos varios conceptos previos:

3.3. El acercamiento de la lógica informal

Hay tres criterios por los que se evalúa un argumento:

1.- La aceptabilidad de las premisas. ¿Son verdaderas, creíbles, aceptables según el contexto, etcétera?

2.- La relevancia de las mismas. ¿Es relevante la premisa para la tesis?, ¿Aumenta o disminuye nuestra adhesión a la tesis debido a la forma en que su contenido informativo se refleja en la tesis?

3.- La suficiencia de las premisas. ¿Son las premisas adecuadas a las razones que apoyan la conclusión? Dicho de otro modo: las premisas son aceptables y relevantes, pero, ¿la tesis se deriva realmente de ellas?

La lógica informal nos proporciona herramientas para evaluar el grado de cumplimiento de estos tres criterios en los casos concretos de procesos argumentativos. Pasaremos a estudiar las implicaciones de los tres:

3.3.1. Aceptabilidad

Una razón o premisa (no emocional) es aceptable cuando es verdadera o cuando encuentra las normas de aceptabilidad del campo particular en el que ocurre la discusión. El énfasis se pone en la verdad o en las normas. Las premisas deben ser reconocidas como verdaderas, más que ser verdaderas. Esto es importante, porque sustituimos así la noción fuerte, ontológica de verdad por la de aceptabilidad.

Las emociones por su parte no son ni verdaderas ni falsas, la verdad o falsedad concierne a las proposiciones que hacemos sobre ellas; las emociones lo que son es exactas, útiles; toda evaluación que podamos hacer sobre las emociones no se refiere a si son verdaderas o falsas, sino a si son genuinas o fingidas. Si son genuinas, son emociones, si son fingidas, no lo son.

Llamaremos expresión emocional a la manifestación física de una emoción en una argumentación. Hay múltiples maneras de expresar emociones en el curso de una argumentación: unas discursivas, como por ejemplo decir:"esto me pone muy triste", o de forma no discursiva, mediante alteraciones de la voz, gestos, signos posturales, etc. En el segundo caso la emoción es deducida por el oyente (mirada airada, sollozo, etc).

Cuando desde parámetros clásicos se afirma que las argumentaciones depuradas de contenido emocional son las mejores se suelen esgrimir para ello dos argumentos: primero, la dificultad para distinguir entre emociones genuinas y actuadas y, en segundo lugar, la escasa fiabilidad de las deducciones concernientes a las emociones deducidas de expresiones emocionales no discursivas.

Sin embargo Gilbert se apresura a recordar las sorprendentes conexiones entre las comunicaciones lógicas y emocionales: no podemos interpretar comunicaciones lógicas sin usar marcadores emocionales. La comunicación se desarrolla de modo holístico, desde las mismas palabras mencionadas, el contexto, el sentido intuitivo o claramente emocional, todo es importante. La hermenéutica de la información recibida se realiza en base a todo ello; y no puede ser soslayado. Sostener lo contrario ha sido denominado falacia logocéntrica. Gilbert lo expresa claramente:

La falacia logocéntrica es justo la suposición de que los pronunciamientos verbales tienen prioridad sobre otras formas y modos de comunicación, y esto es una falacia porque confiar en ello, a menudo, puede conducirnos a aceptar falsedades más que verdades.[2]

En una mirada apresurada y sin meditarlo mucho, es fácil aceptar que una afirmación emocional del tipo “estoy nervioso”, es de más difícil comprobación que otra que se limite a enunciar un hecho (“mi sueldo es de treinta mil euros al año”). No obstante, una reflexión más sosegada nos convence de que el número de cuestiones implicadas en la decisión de la aceptabilidad de las aserciones puede ir del examen de mi declaración fiscal, o de utilizar un medidor específico para otro tipo de afirmaciones como “tengo 1.82 m de altura”. ¿Pero no es equivalente a requerir un psicólogo para saber si Andrés está enfadado? Por otro lado, muchas afirmaciones sobre hechos son de muy difícil verificación, por lo que no tenemos más remedio que concluir que la cuestión de verificación no es bastante fuerte como para ubicar a las emociones en una categoría separada, aislada.

Más aún: de las emociones expresadas dentro de un argumento podemos extraer una información valiosa de cara a la aceptabilidad de alguna de las premisas, y con ello de la cogencia del argumento entero. De hecho, no por casualidad necesitamos que una declaración vaya acompañada de su correspondiente expresión emotiva para ser creída, pareciendo falsa e inaceptable si no es así, al menos en los casos en los que “sentimos” que tal expresión emotiva debiera estar presente; hasta el punto de que cuando ésta falta, nos vemos inducidos a investigar, a hurgar en la veracidad de esa premisa así enunciada sin emoción.

No podemos obviar la exageración de las emociones en los procesos argumentativos reales. Por supuesto, pueden ser fingidas o sobreactuadas, pero ello no indica que el sentimiento genuino no esté allí, sino que se ha provocado una manifestación interesadamente exagerada cuando se considera argumentativamente ventajoso. La exageración emotiva puede ser considerada como un movimiento retórico relativamente inocente, mientras que la mentira o falsificación es inaceptable. Lo interesante es que cuando sospechamos tal cosa intuimos que se debe indagar más, crecen las sospechas... y todo ello es parte natural del proceso de argumentación. De ahí que las emociones no puedan ser excluidas del proceso argumentativo.

En suma: la conclusión de Gilbert es que no es que las lecturas de las emociones sean confiables, es que comportan el mismo nivel de dificultades que otros modos considerados tradicionalmente como información.

3.3.2. Relevancia

La relevancia es un concepto de Lógica Informal de raíces clásicas. Parte de una definición probabilística;

Definición probabilística (clásica) de la Relevancia.

Denotaremos (P*Q) para indicar “P es relevante para Q”, Pr (Q/P) para indicar la probabilidad de Q condicionada a la ocurrencia de P y Pr (Q) es la probabilidad de Q sin tener en cuenta a Q. Con esta notación, diremos que P es relevante para Q, y lo notaremos (P*Q) si y solo si Pr (Q/P) ≠ Pr (Q)

Esto es, P es relevante para Q si la probabilidad de Q condicionada a P es diferente de la probabilidad de Q no condicionada. Dicho aún de otro modo: la probabilidad de ocurrencia de Q es diferente según tengamos en cuenta P o no lo tengamos en cuenta. En lenguaje de Teoría de la probabilidad si Pr (Q/P) = Pr (Q) diríamos que P y Q son variables aleatorias independientes. No obstante en lógica informal el énfasis no se realiza en las probabilidades, sino en el valor de verdad.

La pregunta relevante es: “¿la verdad de P (premisa) dicta un valor de verdad para C (la conclusión)?” hay general acuerdo en que esta cuestión no se puede desligar de su contexto: en un contexto C1 la respuesta a dicha pregunta puede ser de diferente signo que en otro contexto C2. En suma: la relevancia no es inherente a los enunciados, pero sí a la relación entre ellos, dado el juego de parámetros contextuales que sea el caso.

Supongamos un argumento con dos acontecimientos P y Q. Uno de los participantes se pregunta si realmente P es relevante para Q, y acto seguido decide argumentar el caso de que P sea relevante para Q. Es decir, la posibilidad de la relevancia surge en el proceso de argumentación cuando uno de los participantes hace una pregunta relevante sobre ello. Los argumento sobre la relevancia son a menudo sutiles y pueden constituir el foco de la argumentación hasta el punto de que descubierta la irrelevancia un argumento puede quedar en ridículo. De hecho, la discusión sobre la relevancia de P para Q puede convertirse en equivalente a la reclamación en disputa: si apoyo P porque afirmo Q, la afirmación de que Q es irrelevante para P equivale al intento de invalidación de mi argumento, pues la relevancia de P hacia Q es implícitamente afirmada, constituyendo de hecho la base de la argumentación inicial.

Ha quedado claro que descartamos que la información emocional sea irrelevante en una argumentación. Sin embargo, aún aceptando su relevancia, esto no implica que siempre lo sean. La pregunta de cuándo lo son y cuándo no sigue siendo perfectamente aceptable. Y por medio de un análisis más cuidadoso podremos discriminar consideraciones emocionales que son obviamente irrelevantes de otras que son obviamente relevantes, y aún otras que requieren consideración posterior. Para ver esto, Gilbert plantea un caso imaginado de argumentación entre dos personas, Mohit y Elaine, que explicamos a continuación:

Mohit y Elaine, jefes de personal de la empresa X están discutiendo sobre el ascenso de Catalina a un determinado puesto vacante al que optan Catalina y Harold. La discusión se centra en la posibilidad de dar a Harold como compensación un estímulo económico por no haber sido promocionada.

Ante este transcurso de la argumentación Mohit puede contestar que las directrices de la empresa no tienen en cuenta los sentimientos de sus empleados, sino sus rendimientos, méritos y proyección de futuro. A ello Elaine podría responder que ella, la propia Elaine se siente mal al no poder compensar a Harold. Llegados a este punto, lo crucial es comprender que si bien la relevancia de tales o cuales sentimientos no estaría probada en este caso, la realidad es que podemos discutir sobre ellos de manera similar a la discusión sobre cuestiones lógicas. Esto es: podemos integrarlos en la argumentación como un dato más, sobre cuya relevancia habrá que decidir.

La realidad es que hay un sinnúmero de circunstancias en las que las emociones son relevantes para el resultado de un argumento, y éstas son relevantes de la misma manera que lo son otros tipos de la información. Gilbert pone otro ejemplo muchísimo más claro:

Un matrimonio discute sobre la posibilidad de que uno de los dos asista a un congreso en una fecha que coincide con la del aniversario del enlace de ambos, lo que implica permanecer separados ese día, que puede ser importante, con la carga de tristeza que ello implica, sobre todo para el que permanece en casa. EN el planteamiento de las consideraciones entrará la oportunidad y beneficio profesional de la asistencia, el dinero que habrá que gastar… pero también la tristeza de ambos por estar separados durante aquel día especial. El grado del trastorno por tal cusa bien podría ser un factor relevante en la determinación de asistir o no asistir. Este tipo de consideraciones son muy comunes.

Nada de esto indica que las emociones sean relevantes en todo caso, como lo demuestra otro ejemplo imaginado: si un alumno le ruega a su profesor sea aprobado en un examen que sacó mala nota, manifestándole angustia por el suspenso, ¿debería aprobarle? En modo alguno, se responde Gilbert; puedo argumentar que su grado de angustia es irrelevante en el asunto: todo el que se dirige a un fracaso se siente mal, y no por eso todos pueden ser aprobados. Lo que haría razonable la conclusión es preguntarse previamente: ¿aplico una medida que está disponible para todos los alumnos? Al final, las discusiones sobre la importancia de las premisas en un argumento emocional no son tan diferentes que las premisas en los argumentos lógicos... ambas deben ser vistas en su contexto real, en ambas debe ser investigada la relevancia en caso de desacuerdo.

3.3.3. Suficiencia

El tercero es el más difícil de analizar. Es necesario reconocer que en cuanto abandonamos la estricta lógica deductiva, nos vemos inmersos en terreno pantanoso. La lógica informal tiene a su cargo ese trabajo: ¿las premisas de un argumento son bastante fuertes para apoyar la conclusión?

Responder a esta pregunta implica un estudio exhaustivo de las posibles falacias, así como de los procedimientos argumentativos de inducción, abducción, etc, etc. Es imposible estudiar todo ello en abstracto, desligándose de las prácticas argumentativas reales que ocurren en la vida real. Como explica van Eemeren, en “una discusión crítica”, se supone que uno no tiene ningún vínculo con el resultado; sin embargo

“la interacción humana real no está ‘naturalmente’ orientada a la resolución. La gente involucrada en el desacuerdo normalmente no está desinteresada en el resultado, sino que tienen un interés fuerte en un resultado o el otro” [3]

Nos advierte Gilbert de que cuando hablamos de la suficiencia, hablamos de las razones por las cuales las premisas aceptables y relevantes pueden garantizar una tesis. Esto tiene que ver con las relaciones lógicas entre ellas, así como con el peso emocional que se les da. Ya que la conjetura es que la aceptabilidad y los criterios de importancia ya han sido encontrados, la adecuación debe ser considerada en ese marco. En otras palabras, dado que las premisas son aceptables y relevantes ¿proporcionan razones suficientes para la tesis?

El quid de la cuestión es que la emoción es vista en estrecha relación con la necesidad de expresar algo, y no con lo que es expresado. Por eso la emoción siempre era relegada al dominio retórico en lugar del dialéctico. Así relegada, tiene que ver con las maneras en las que se expresa; según este esquema la persuasión y su sirvienta la emoción, son malas. Esto es absolutamente incorrecto, por varios motivos:

1. Los mensajes emocionales realmente portan la información no simplemente dan color a la información dialéctica contenida en ellos.

2. Aunque fuera factible la dicotomía entre convencer y persuadir, la información emocional es usada siempre que nosotros somos convincentes así como persuasivos.

Son las emociones y los sentimientos los que nos permiten llevar a cabo tales tareas argumentativas básicas, como seleccionar datos, elegir ejemplos, sopesar alternativas, y decidir si realmente estamos de acuerdo o discrepamos. Suponer de otra manera nos enredaría en un infinito número de decisiones que tendrían que ser tomadas antes de toda comunicación, como afirma Damasio en "El error de Descartes".

Pero prestemos atención a lo importante: la relación de las premisas con su tesis en todo argumento: ¿la presencia de una premisa emocional o la expresión de la emoción cambia los juicios de desahogo de manera esencial o radical? Dicho de otra manera; dadas las premisas como aceptables y relevantes a la tesis en cuestión, la pregunta crucial es esta: ¿puede la información emocional, es decir, los sentimientos que rodean la cuestión expresada directamente o indirectamente, ayudar en la formación de un argumento suficiente para garantizar una tesis?

Analizamos esta posibilidad con una extensión del caso ficticio de Mohit y Eliane expuesto más arriba:

Mohit y Elaine siguen su discusión. Mohit aún no está convencido de que Harold debería recibir un estímulo económico, ya que se supone que el estímulo se da a los más productivos. Elaine insiste, y el dialogo inventado por Gilbert se desarrolla aproximadamente así:

Elaine: El estímulo también puede ser usado como un incentivo, como un fomento o, como sugiero, para compensar el proseguir con una decisión que no te puede gustar.

Mohit: Bien, a Harold seguramente no le gustará la decisión.

Elaine: Además de esto, me siento mal porque vamos a hacer infeliz a Harold, y si le damos algún estímulo, al menos él sabrá que realmente nos sentimos mal. Y no tenemos que darle mucho. Solamente algo que remedie su orgullo. Piensa en ello como un bien para la moral departamental.

Mohit: ¿En cuanto a los demás?

Elaine: Todos ellos entenderán por qué lo hicimos, y pienso que ellos estarían de acuerdo. No es que parezca que nadie más conseguirá alguno.

Mohit: Supongo que tienes razón. ¡Ok!, hagámoslo.

En este ejemplo vemos que los interlocutores tienen en cuenta cuestiones emocionales a la hora de tomar una decisión, y esa consideración es tan minuciosa como cualquier decisión plenamente racional. Efectivamente, en esta discusión se ha tenido en cuenta tres hechos lógicos (1, 4 y 8) y cinco hechos emocionales (2,3,5,6,7):

1. Harold no consigue la promoción.

2. Harold se sentirá mal.

3. Elaine (y digamos Mohit) se sentirán mal de que Harold se sienta mal.

4. El estímulo puede ser usado para una variedad de objetivos.

5. La adquisición de algún estímulo hará que Harold se sienta menos mal.

6. El sentimiento de Harold de sentirse menos mal hará que Elaine y Mohit se sientan mejor.

7. El sentimiento de Harold de sentirse menos mal está bien para la moral en el departamento.

8. Las objeciones de otros no son previstas.

Es interesante que la premisa 4, que no es emocional, pero es la que permite entrar en el argumento a las premisas emocionales. Es una especie de engarce entre las premisas que no son emocionales con las que sí lo son.

Otro ejemplo: cuando a la hora de comprar una pieza para una reparación en una ferretería el empleado nos recomienda escoger también otra por seguridad, o una que sea más cara, para evitar accidentes, y nos cuela en el razonamiento:

¿quiere usted arriesgarse por ahorrar 10 dólares?

Aquí hay mucho más de lo que se muestra. El empleado no le dice al cliente lo que debe hacer, pero le coloca en la tesitura emocional de ver si vale la pena arriesgarse por sólo 10 dólares. Implícitamente le dice que no vale la pena. Considerando que la mayoría de las decisiones políticas, las decisiones sociales, y los argumentos de los cuales resultan, tienen una textura similar, es claro que la emoción es inherente en nuestras deliberaciones, y que si queremos atender a los procesos argumentativos tal y como se dan en la realidad, no lo podemos obviar de ninguna manera.

Hay que advertir que los resultados de estas argumentaciones no son claros, ni fijos: no todas las personas reaccionan igual ante un argumento emocional, en el ejemplo de la promoción de Harold podría haber ocurrido que Mohit fuera insensible a las premisas de Elaine y las considerara irrelevantes. Debemos reconocer que un argumento es suficiente cuando los motivos propuestos para la tesis son suficientes para convencer a los participantes de que, dadas sus creencias, valores, objetivos y criterios para la argumentación, la tesis ha sido garantizada. Y esto no depende sólo de los argumentos: es el marco, el campo conceptual social de los argumentadores en el cual una discusión ocurre lo que define los criterios que serán usados, y cuáles tendrán efecto argumentativo. En determinados contextos creencias falsas pueden dar lugar a argumentaciones emocionales que lleguen al éxito (creencias astrológicas en el ejemplo de Gilbert, que acaba afirmando: "uno puede oponerse a ello, aun ir más allá, pero suponer que un sistema externo a los demás puede ejercer una censura, es suponer una capacidad de resolución un tanto sospechosa y por lo menos epistemológicamente fascista")

3.3. Conclusión

Un buen argumento puede ser considerado como aquel en el que las premisas son relevantes y aceptables, y aquel que de manera conjunta proporcionan razones adecuadas para aceptar la conclusión. Ya que distinguimos entre argumentos buenos y malos, entonces no hay razones, ipso facto, para suponer que la presencia de la emoción o del contenido emocional es suficiente para etiquetar un argumento como inadecuado.

Existen normativas para el argumento emocional, que son similares a las del argumento lógico: veracidad, no exageración, justificación de las pruebas, anulación del sesgo, consideración de alternativas, etc. Asimismo la intimidación emocional es incorrecta, pero por ser intimidación, no por ser emocional. Un argumento ad báculum puede ser una falacia si está basado en amenazas lógica o emocionales.

Aceptar y denunciar la existencia del chantaje emocional no implica dejar de reconocer la importancia de las emociones en la argumentación; ignorar la emoción o desecharla puede ser tan argumentativamente engañoso como su uso excesivo. En una argumentación se entremezclan hechos, sentimientos, emociones, objetivos y valores, combinadas entre sí de tal manera que es a veces imposible su separación. Dicho esto, nos incumbe examinar el papel de los sentimientos y las emociones en lugar de pretender que éstos no existen.

BIBLIOGRAFIA

GILBERT, M. (2010) Emoción, argumentación y lógica informal. Versión, nº 24 pp. 95-122. MEXICO. UAM. Recuperado de https://es.scribd.com/doc/201981653/Gilbert-Emocion-argumentacion el 15-12-2016

VEGA REÑON, L.(2008) La argumentación a través del espejo de las falacias. En Cristián Santibáñez y Roberto Marafioti (eds.), De las falacias. Argumentación y comunicación. Buenos Aires: Biblos, 2008: 185-208. Recuperado de

http://www.filosoficas.unam.mx/~Tdl/11-1/0407Vega.pdf el 20-12-1016

VEGA REÑÓN, L. & OLMOS GOMEZ, P. (2011) Compendio de lógica, argumentación y retórica. Madrid. Ed. TROTTA

[1] SCHOPENHAUER, A. (1997), Dialéctica erística o El arte de tener razón expuesto en 38

estratagemas (1864), Madrid: Trotta, 2000 2ª edic. nota 3, 74-75

[2] Gilbert,M.A. (2002) “Effing the Ineffable: The Logocentric Fallacy in Argumentation”, Argumentation, núm. 16, pp. 21-32.

[3] Eemeren, Frans H. van, R. Grootendorst, Sally Jackson y Scott Jacobs (1993), Reconstructing argumentative discourse, University of Alabama Press, Tuscaloosa.