65. Introducción

Como hemos visto repetidamente, el pensamiento se coloca con una autonomía respecto a la historia, pero hunde sus raíces profundamente en el hecho histórico. Las dos tradiciones filosóficas que se dan entre la difícil relación Iglesia-Imperio son la de san Buenaventura (agustinismo platonizante, representado por los franciscanos) y la de santo Tomás (aristotelismo racionalista, representado por los dominicos).

Al final del siglo XIII y todo el siglo XIV supondrán una crisis global de magnitud inmensa en la que el equilibrio medieval de la final construcción de un mundo europeo relativamente conciliado y finalmente conseguido, se viene abajo. Los motivos no sólo serán externos, sino también debidos a insatisfacciones internas.

Europa occidental al final del siglo X conoce un período de incremento demográfico y maduración económica, vinculados a la extensión de Cluny y el Císter. Se da una intensificación de la producción agraria y una ocupación de espacios cada vez más amplios. En el siglo XIII se llega a la frontera climática en la que la producción agraria europea deja de ser factible, y no se puede ir más allá. Lo que cabe esperar tras ello es una declinación, una decadencia, que se adivina ya al final del XIII, en pleno cenit del esplendor. La civilización occidental ha llegado a su límite natural, no se puede expandir más y tan sólo es esperable una nueva forma de economía más centrada en las ciudades y en los artesanos. También se intensifica la producción en los territorios ya existentes hasta que se agostan y se tornan baldíos.

Desde 1280 en adelante comienzan las revueltas ciudadanas que prueban esta torsión económica que da lugar a bolsas de pobreza muy grandes. El final del siglo XIII y todo el XIV es tormentoso, turbulento y pleno de malestares. Desde el año 1000 no había habido hambre en Europa. En el siglo XIV vuelven las hambrunas, los asuntos internos se llenan de guerras entre naciones y surge un problema inédito desde el siglo IV: la peste negra en 1348, en la colonia genovesa de Kaffa, que se extiende por doquier. Es una forma de peste desconocida: la peste bubónica o negra, que se presenta en el momento de máximo esplendor del siglo XIII, y que marcará el cambio de tendencia, la paralización económica y las guerras devastadores. La mentalidad de aquellas generaciones quedaría marcada por el espanto de tal pesadilla, de la que surgiría la necesidad imperiosa de un nuevo modo de entender el mundo.

Sobre esa base material infortunada, la Edad Media hace balance de sí misma y comienzan los atisbos de una nueva manera de organizar el pensamiento. Se crearán nuevas condiciones de insatisfacción de la cultura europea que exigirán la novedad como característica más ubicua de la cultura occidental, que en ninguna parte del mundo se ve con tal claridad y terquedad. El fracaso general de las formas de vida del siglo XIV será el germen de tales nuevas formas de pensar.

El cristianismo había sustituido al Imperio de un modo positivo, provocando la continuidad de los gestos pedagógicos y teóricos de la antigüedad, ahora sin embargo lo que tenemos es una desgarradura, una ruptura mucho más fuerte, que implicarán la ruptura con los parámetros anteriores. Las grandes conquistas científicas de los siglos XVI y XVII serán las herederas de esta ruptura con tal éxito que la modernidad estará satisfecha de sí misma hasta el XX. La crisis del XIV es la agonía del paradigma entero de pensamiento universal iniciado en el siglo IV a.C. y que a través de Grecia, el helenismo, el Imperio Romano y la Iglesia medieval ha tenido una accidentada continuidad. La modernidad es algo totalmente nuevo que nace de aquí, de la sensación fundadas de que el final de la Edad Media es el final de un espíritu de una era, dando paso a algo totalmente nuevo.

El siglo XIV, como decimos, es dramático, comienza con una guerra en el interior de Europa. Se trata de la Guerra de los Cien Años, que en realidad dura unos 130 años. Su novedad es que por primera vez se perfilan los Estados bien delimitados, más allá de sus monarquías: Inglaterra, Francia y Castilla. La guerra de los Cien Años es una guerra de devastación interno: los monarcas luchan por tierras en el norte de Francia. La nueva dinastía francesa de los Valois utilizarán el sistema plenamente feudal de exigir la eliminación del poderío inglés sobre los territorios ocupados, con lo que nacen las místicas nacionalistas, las fiscalizares centralizadas y los ejércitos nacionales. El arte militar caballeresco desaparece y adquiere nuevas formas modernas. La Guerra de los cien Años establece un horizonte histórico nuevo, en el que la idea de que enemigo único es el sarraceno queda obsoleta. Asimismo, el Papa y el emperador dejarán de tener capacidad de resolución de conflictos. Este mundo incipiente es el que nada más nacer es castigado por la peste. Muere un tercio de la población europea, y por primera vez decrece la demografía de tal manera que no se recuperará hasta el XVIII en plena ilustración.

La peste introduce un factor de espanto, y entra en crisis la idea de la Providencia y del cuidado de Dios por sus criaturas. Los campos quedan despoblados y sin mano de obra se abandonan cosechas, aldeas y pueblos enteros desaparecen. La guerra con su política de tierra quemada se alía con la peste, llevando a otro fenómeno nuevo: las migraciones masivas de los campos a las ciudades. Por si todo esto fuera poco, comienzan las revoluciones populares la jacquerie, las revoluciones de Flandes, etc asolan aún más el panorama.

En las ciudades comenzarán a germinar nuevas formas económicos desligadas de la agricultura, absorbiendo mucha mano de obra de artesanos, lo que generará nuevos desequilibrios, con grandes masas de pobreza y pocos enriquecidos desmedidamente. Surge el capitalismo en Génova y la emisión de crédito bancario. Y lo más importante de todo: se produce la decadencia de las grandes institucionalizar que han determinado la estabilidad de la vida medieval.

A partir del Concilio de Letrán, Imperio y Papado llegan a un entente, basado en las tesis anteriores de Concordato de Worms. Las condiciones de este equilibrio son lo suficientemente inestables como para que queden muchos huecos en los que se producirán nichos de racionalidad. Ello explica la existencia de filosofía en el siglo XIII. Esos elementos de la identidad cultural que han determinado el equilibrio de la Edad Media son los que se hunden en el siglo XIV. La Guerra de los cien años supone la desaparición práctica de la importancia del Imperio. Las monarquías nacionales ya no necesitan de esa institución supranacional. El Sacro Imperio Romano Germánico deja de mantener la potestas, arrastrando en su caída el poder del Papa. El Papado se hunde en una decadencia tan inmisericorde que marca las horas más bajas de la institución en su historia. Dos periodos marcan esta crisis:

1. El Cautiverio de Avignon (1309-1377). El Papa ya no está seguro en Roma y tiene que instalarse en Avignon. El último Papa que mantiene la idea de poderío papal es Bonifacio VIII, y con él se derrumbará la figura omnipotente del Papa. Su sucesor es Clemente V, francés que es promovido por el bando francés (lo que da idea de la fuerza que van tomando las monarquías nacionales), y se refugia en Francia bajo tutela de Francia. El Papado de Aviñón fue un periodo de la historia de la Iglesia católica, entre 1209 y 1377, en el que siete Obispos de Roma residieron en la ciudad de Aviñón, a saber: Clemente V (1305–1314), Juan XXII (1316–1334), Benedicto XII (1334–1342), Clemente VI (1342–1352), Inocencio VI (1352–1362), Urbano V (1362–1370) y Gregorio XI (1370–1378). La política papal es indistinguible ahora de la política de la monarquía gala, y el deterioro de la imagen del Papa es inmensa, mostrando ahora la faz más decadente posible: la de un pobre obispo en una zona francesa, sometido al rey de Francia.

2. El Cisma de Occidente (1378-1417). Se trata de un escándalo que marca las horas más bajas del Papado. A la muerte de Gregorio XI, dieciséis de veintinueve cardenales se reunieron en cónclave en Roma para la elección de su sucesor. Presionados por el pueblo romano, que temía que al elegir un extranjero se llevaran de nuevo la Sede Pontificia fuera de Roma, eligieron al arzobispo de Bari, Bartolomeo de Prignano, quien tomó el nombre de Urbano VI. Descontentos por la elección y por la actitud recia del nuevo pontífice, un grupo de cardenales franceses, junto a los que habían permanecido en Aviñón, se reunieron en cónclave en esa ciudad, donde declararon nula la elección de Urbano VI y eligieron un nuevo papa, que en contraposición al papa de Roma en la historia de la Iglesia se le llama anpipapa. El antipapa tomaría como residencia la ciudad de Aviñón, causando así formalmente lo que sería según los historiadores católicos el Cisma de Occidente. En un momento hay dos Papas enfrentados que luchan por el poder. El cisma era ya un hecho consumado, y durante cuarenta años la cristiandad protagonizó el triste espectáculo de afirmar su lealtad a dos y hasta tres papas rivales. Fue la crisis más peligrosa que la Iglesia haya experimentado. Ambos papas declararon una cruzada contra el otro. Cada uno de los papas reivindicaba el derecho a crear cardenales y confirmar arzobispos, obispos y abades, por lo que existían dos colegios de cardenales y en muchos lugares existían dos reclamantes a los altos cargos en la Iglesia. Cada papa trató de acaparar todas las rentas eclesiásticas, y cada uno excomulgaba al otro con todos sus seguidores Termina imponiéndose la idea de que el a concilio es superior al Papa, por lo que hay que elegir un Papa que líderes una idea nueva: la eliminación de la teocracia que elimine la idea de un pontificado como una especie de monarquía eclesial absoluta. El concilio estar llamado a obligar a los dos Papas existentes para que se imponga una solución definitiva. Aquí está la semilla del desgarro profundo que supondrá la ruptura de la Unidad de la iglesia con el cisma protestante por venir.

Lo que más interesa es ver que el siglo XIV está habitado por los pensadores de un mundo nuevo, ven desaparecer su mundo conocido, vislumbran una Europa entre dos épocas y piensan y exigen imperiosamente la imaginación de un tiempo nuevo. Cuando declina todo un modo de entender el mundo se hace preciso imaginar un mundo nuevo que será el de la modernidad.