59. Filosofía en la Edad Media

En el tema anterior llegamos a la conclusión que sí bien es cierto que lo predominante en el Edad Media fue la convulsión y la lucha entre las instituciones que intentaban determinar quién debía ostentar el poder, estando en suma la vida de la Edad Media occidental una vida sumida en la inestabilidad, esto no se refleja en absoluto en la filosofía, que se muestra ajena a los problemas objetivos que están determinando políticamente la Edad Media. Al contrario, la sensación es la de una calma general trabada de consensos tal que sólo se encuentra factores de perturbación en la dinámica de sus procesos internos. Llamaremos a este fenómeno la paradoja cultural de la Edad Media. Para establecer un diagnóstico del pensamiento de Occidente durante la Edad Media es crucial atender a esta paradoja.

Sólo se da pensamiento en uno de los tres segmentos sociales del medievo: aparece exclusivamente en la clase social de los oratores: en el clero. Ni en los bellatores (la nobleza, los guerreros) ni en los laboratores (campesinos) hay el menor atisbo filosófico. En el mundo nobiliario de la Edad Media no han faltado modos de proyección de ideas y de educación, pero no han tenido nada que ver con la filosofía. Su educación tiene mucho que ver con las virtudes feudales y caballerescas, propias de aquellos que hacen la guerra y obtienen los privilegios de la obtención de rentas de la tierra en virtud de obligación de defensa de la misma. Es una ritualización de comportamientos considerados buenos y convenientes en el régimen feudal (valentía, lealtad, y otras virtudes no extrapolables a los laboratores), que pertenecen al mundo de la educación, pero que son iletradas. En el universo de los laboratores tampoco encontramos expresión letrada alguna hasta que al final se fragüe el segmento social de los artesanos. Será en el contexto de los laboratores donde tenga lugar el surgimiento de la nueva vida cultural que explotará en el siglo XV con el Renacimiento, pero no en la época que estamos considerando.

Así las posiciones ideológicas desestructuran y desvertebran a la sociedad medieval en sus tres departamentos estancos. La Edad Media en Occidente es inestable y compleja, pero el desarrollo del pensamiento filosófico se expresa exclusivamente en los clérigos, lo que explica la aparente estabilidad que enunciábamos como paradoja cultural del medievo.

Como hemos repetido muchas veces, la Edad Media no surge propiamente hasta el siglo X, XI, cuando el mundo antiguo está completamente colapsado. La historia de la filosofía media es la historia de la pretensión de la iglesia al ejercicio del poder. Europa Occidental es el único lugar del mundo en el que ha sucedido este problema irresuelto: el fracaso de la filosofía en el mundo islámico o bizantino es fruto del éxito de uno de los dos poderes en cada lugar: el estado en Bizancio y la Religión en el Islam. En la Europa de Occidente, donde no se ha producido un triunfo claro ni de uno ni de otro, la posición de la filosofía es la posición de un arma de combate, una posición de parte. La propia generación del pensamiento teológico está fuertemente influida además por el kalam musulmán, se pretende igualmente un discurso de legitimación a través de la teología, pretensión que fracasa en el mundo islámico, pero que triunfa en Europa occidental debido a este equilibrio delicado y nunca vencido entre el ejercicio del poder por la Iglesia o por el Estado. La escolástica es un arma de combate que no logra sus objetivos porque la fuerza del arma opuesta, la del estado, siendo iletrada, le planta cara permanentemente. Siendo la pretensión de las instancias religiosas al ejercicio del poder el tema monográfico de fondo, esto explica la aparente estabilidad de la filosofía del medievo.

Tampoco en el interior de la Iglesia hay claridad de que este sea el sistema correcto de combate. La otra opción es el discurso netamente religioso, al modo adoptado finalmente por el mundo musulmán. Ni siquiera la respuesta es unitaria, sino que la Iglesia jugará ambas cartas. Si hubiera triunfado el segundo de los elementos, la historia de Europa se hubiera parecido mucho más al mundo del Islam. Y si hubiera triunfado el primero, se hubiera parecido mucho más al mundo estable bizantino. Fue el fracaso de ambos poderes el que definió la idiosincrasia propia de Europa. En el centro de la querella de las investiduras está la determinación de este poder político. El papado se apoya en las grandes órdenes como Cluny o el Císter en la defensa de su opción. Estas grandes y muy exitosas órdenes ejercieron con máxima eficacia el freno a la dispersión del modo cultural medieval, enucleando la organización de las sociedades conforme a las instrucciones cristianas. Sin embargo en el interior de estas órdenes monacales no hay filosofía, sino conservación del legado heredado, con una suerte de desdén que se convierte a veces en agresión hacia las construcciones teológicas, de modo curiosamente similar al que ocurrió en las agresiones musulmanas al kalam.

El secretario de Gregorio VII, san Pedro Damián (1007-1072) , en el momento más álgido del debate de las investiduras y benedictino miembro de Cluny, se pronunciará fuertemente en contra de la filosofía como un soberbio intento de la palabra humana de ponerse por encima de la palabra de Dios: "todos los cristianos tienen que vivir la locura de la cruz y apartarse de toda filosofía terrestre". El Císter posterior actuará de forma análoga.

Las escuelas episcopales como cuna de la filosofía medieval

La otra tendencia, proclive a crear una teología racional filosófica que sea arma de combate, será utilizada por la iglesia simultáneamente, jugando a dos bandas: existe también otra paideia cristiana, otra manera de defender la idea del predominio eclesial sobre el poder civil, que es la manera de las escuelas episcopales, o catedralicias. Son el otro instrumento eclesial, en medio de una política tentativa e incoherente, y en ellas ocurrió exactamente lo contrario a lo que ocurría en las instituciones monacales. Su función era formar al clero o incluso a la sociedad civil en algunos de sus segmentos más letrados. Fue importante la escuela catedralicias de Orleans por sus estudios de gramática, la de París se especializó en dialéctica y teología. En el curso de la Alta Edad Media fue muy importante la Escuela de Chartres, y en a bolonia al comienzo del siglo XI se funda la Escuela de Bolonia, dedicada principalmente al Derecho Canónico, y en Salerno a los estudios de medicina. Estas escuelas no trabaja pan en lugares apartados, como los monasterios, sino que estaban incardinados en los centros de urbes importantes, los profesores tenían una enorme movilidad, arrastrando muchas veces a los estudiantes que los persiguen: es el germen de las universidades.

En el período de los siglos XI y XII se crea rigurosamente hablando, la filosofía medieval en estas escuelas catedralicias. El ejercicio de la misma tendrá como límites a los laboratores, iletrados, a los siervos, en condiciones casi esclavistas, a las órdenes monacales que abominarán de la filosofía, y a la nobleza igualmente iletrada. Es decir, será un recurso socialmente minúsculo en circunstancias que nunca estará bien definido. Es un hilo delgado y majestuoso el que produce la continuidad de la filosofía antigua a través de los largos siglos del medievo, utilizando el estrecho quicio de posibilidad que le ofrece la circunstancia social especial de la Europa occidental medieval. La teología ni siquiera será el arma de la iglesia para defender el ejercicio del poder, será meramente un arma más.

El debate fundamental del período será el debate de los universales, un debate que no se puede entender si nos desentendemos de estas cuestiones sociales que estamos considerando. Los debates filosóficos están incardinados en problemas sociales, políticos, culturales y económicos de su momento. En el problema de los universales se trama todo el meollo del combate. El realismo no dice sólo que las ideas universales, o que los nombres universales, o que los universales tienen realidad, una forma de objetividad, sino que traduce mejor una defensa de la actitud cristiana frente al poder. Entendidos como teniendo una realidad objetiva, estos pueden ser trasladados como expresión de las ideas objetivas de Dios, que sirven de causas ejemplares de la creación de los seres individuales creados. No es sólo un discurso lógico, es el desembarco del agustinismo platonizante sobre la construcción de una filosófica con fines de justificación racional de la teología. Lo que ahí está en juego es la idea de que la mente de Dios, en cuanto que es expresada por las ideas de Dios, y éstas tienen realidad objetiva, expresan el mecanismo paradigmático del que por destinación o emanación neoplatónica se crea el mundo y con él un principio de jerarquía (que también integra un principio de racionalidad) según el cual Dios es la causa responsable de lo creado y por lo tanto quien vela por la creación debe ser la Iglesia como institución dedicada a Dios. Es, como se ve, un discurso racional justificador de los derechos de la Iglesia a gobernar el mundo. Inaugurado el gesto agustiniano platónico se puede contestar con argumentos dialécticos en la mano esgrimiendo la posición contraria, diciendo que los universales son tan sólo flatus vocis. Según esta segunda opción todo universal no es sino una operación abstractiva que no tiene más legitimidad que la capacidad de la mente humana para establecer clases de cosas en géneros mediante nombre convencionales. En la escolástica está esta tensión basal: quienes defienden la postura primera, agustiniana y platónica del realismo y quienes lo niegan. Es un problema troncal que sobre todo se refiere a cómo instrumentalizar el constructo teórico, y toda la filosofía medieval es la discusión de la gestión de este tipo de problemas. Además, los derechos de una racionalidad no necesariamente teológica estarán siempre acechando.

Una vez que se ha construido la teología surge su oposición, los derechos de una racionalidad que se vincula a la idea de la racionalidad humana, todo ello, a modo de círculos concéntricos:

1. Una sociedad en la que no están claros los círculos del poder.

2. Una sociedad en la que la filosofía se recibe sólo en un segmento.

3. Tal segmento tampoco es unitario, sino que se divide en dos, el de quienes la defienden como constructo a favor de la tesis del poder eclesial y quienes abominan del intento, refugiándose y sosteniendo el discurso tan sólo en la relevación, a modo musulmán, renunciando a la racionalidad.

4. Un círculo aún más restringido entre quienes están a favor de la racionalidad discursiva, en el que se pelean por cuál es el sujeto fundamental, si la mente de Dios o la mente humana, es decir, si construir una teología a partir de ella misma o a partir de algo que no es ella, de la razón del hombre.

Este es el conjunto de parámetros de disidencias y desequilibrios, incertidumbres en todo caso en la gestión del poder, que lleva el sello de nuestra cultura, una cultura de no triunfadores, de desequilibrio como condición de posibilidad de la filosofía. En estas condiciones se establecerán tres corrientes de pensamiento:

1. La coronación del agustinismo neoplatónico que será proclive a posicionamientos antifilosófica como el reseñado por san Pedro Damián

2. Los herederos de la razón humana, la teología racional que culminará con Santo Tomás de Aquino, en la que la teología se basará tanto en la revelación como en la racionalidad humana. Esta corriente tardará en llegar, porque necesita de un fenómeno que aún no se ha producido: la incorporación del aristotelismo. Se anuncia sin embargo en Abelardo. Esta idea platonizante entrega todos los derechos a la razón divina

3. Quienes aceptando la posición dogmática de los primeros, que es la mantenida en los monacatos, gestión en los asuntos religiosos desde una perspectiva filosófica con el concurso de la herencia filosófica clásica. Será el mundo de la mística especulativa. Esta idea aristotélica te reconstruye la razón divina a partir de la razón humana.

En suma: las disidencias internas en el seno de la iglesia no aparecen tan perturbadas como las cuestiones olímpicas en la sociedad general, y la filosofía hereda esa menor perturbación. Esta idea se dedica a la experiencia vivencial de la presentación divina. No hubo interrupción en la Europa de Occidente, lo que hubo es un decantamiento del quehacer filosófico en un sector de la población. Debemos a la teología está no interrupción. Hay una continuidad histórica que es la que salva finalmente también a la ciencia.

Los laboratores, sobre cuyas espaldas se constituirá el florecimiento de la filosofía postmedieval en este momento simplemente no se toman en cuenta para nada.