TRAVESÍA DEL ALTO ATLAS - IGHIL M´GOUN
1ª ETAPA del trekking: Aït Bouguemaz - Plateau du Targueddit
Marruecos del 16/julio/2013
Tipo de sendero: Lineal Distancia: 19,7 Kms
Dificultad: Alta Desnivel máx.: 1.709m
CRÓNICA DEL DÍA 2º AÏT BOUGUEMAZ - PLATEAU DU TARGUEDDIT
Al día siguiente nos levantamos a las seis menos cuarto de la mañana. Sin duda alguna nos esperaban cinco fantásticos días de trekking por el corazón del Alto Atlas, una espectacular travesía circular que nos mostrará un caleidoscopio de imágenes: altas paredes de roca, bosques de coníferas, profundos barrancos, pintorescas aldeas bereberes y campos de cultivo aterrazados. ¿Qué augurios nos aguardaba esta inquietante aventura? ¡Que el Altísimo nos guie lejos de los caminos equivocados! Pero el cielo me tenía reservados malos designios.
Después de un copioso desayuno salimos al exterior del albergue o guites, que significa, casa de guías de montaña adaptada para recibir huéspedes. Las casas de este pueblo estaban construidas de adobe, eran casas biodegradables que requieren mucho mantenimiento, como todas las que veríamos por el camino. Habíamos ascendido a 1.800 metros de altitud. Observé cómo unos trabajadores restauraban un edificio, me parece que construían otro guites. Advertí que habían levantado unos pequeños pilares de hormigón, y mi sorpresa fue cuando oteando aquella obra pude descubrir un palet de cemento ensacado, que me resultaba familiar, ponía en el saco: Holcim Maroc. Recordé que la cementera multinacional donde he dejado de trabajar, tiene una fábrica en Casablanca. Nos acercamos a Brahim que había extendido unos grandes mapas sobre el capot de un todoterreno, aparcado frente a la puerta de nuestro albergue, había desplegado tres grandes mapas para nuestro trekking, donde nos explicaba el itinerario que deberíamos seguir durante esos cinco días. En este lugar se produce nuestro primer encuentro con el equipo de muleros. Siete mulas y siete muleros nos esperaban junto a un viejo autobús amarillo que había aparcado en un solar. Los serones donde se cargarían nuestras mochilas estaban esparcidos por el suelo y los muleros se afanaban en los preparativos del resto de fardos y utensilios que portearían durante la expedición. En nuestra primera etapa nos dirigimos al campamento base del M´Goun, situado en los prados de montaña de Targueddit, a 2.900 metros de altitud.
Empezamos a caminar a la siete de la mañana retomando la dirección del rio Aarous en dirección de la meseta de Tamezrit, sus aguas tienen un color achocolatado por el arrastre de sedimentos del terreno. Tras varias horas de marcha, llegamos a la zona pastoril de Aarous, atravesando la pequeña aldea de Aarous, todas sus casas están construidas de adobe, maderas y paja, estos arrabales parecen dientes cariados de un paisaje del mismo color, confundiéndose con él. Las ventanas tienen unas rejas forjadas con decorativas figuras geométricas, aquí vimos los primeros niños bereberes, todos ellos de muy corta edad, vestidos algunos con harapos. Con grandes ojos y profundas miradas llenas de asombro, nos solicitaban con excesiva insistencia que le diéramos algún regalo. Una compañera fue la primera en obsequiarles con algunos caramelos.
Franqueamos la segunda aldea, Ait Said, donde observamos algunos nogales, enebros, sabinas y arboles frutales, como el manzano, en este pueblo aparecerán muchos niños, sus padres desde lejos nos vigilaban. Se respira tranquilidad y dignidad en estos pequeños poblados, a pesar de su acentuada pobreza. Se cruza una mula con un arriero por nuestro camino, es la primera que vemos, en adelante este hecho será algo común, nos parecerá que hemos retrocedido en el túnel del tiempo. En estos terrenos no existen carreteras, ni pistas, todo el transporte se realiza a lomos de mulas, el 4x4 bereber. Cruzamos un cementerio bereber, no tiene nombre, no tienen ataúdes, las tumbas son excavaciones en el suelo, se reconocen por una especie de pedestal de piedras sueltas y ramas en su parte superior. La segunda generación no conoce a sus difuntos. En la fiesta del cordero acuden al cementerio para rezar a sus muertos. Con el tiempo se degradan estos enterramientos. El difunto descansa sobre su brazo derecho y su cuerpo está orientado hacia La Meca. Transcurridos cuarenta años se renuevan las tumbas. Más adelante pasamos por una necrópolis que data quinientos años, son pequeñas oquedades irregulares excavadas en la parte superior de una pared rocosa de color rojizo. Nos encontramos con los primeros arbustos de bojes (buxus), ya los encontraremos a menudo en nuestra ruta. Más adelante distinguimos tres tipos de enebros. Las gentes de estos parajes lo mezclan con agua y alcohol y el ungüento resultante se lo aplican en la cabeza para aliviarse de la fiebre.
Seguimos nuestro camino y ascendemos por un segundo valle, donde corre el río Assif. Nos comenta Brahim que el último león que vivía por estos parajes, lo cazaron los franceses en los años veinte. Antaño estos leones inspiraban un permanecerte terror a los pobladores del Atlas. ¿Cuántas veces no habrían sido devorados algunos de sus habitantes por estos animales salvajes? ¿Cuantas veces los arrieros habrían desviado su camino por la sencilla razón de que los leones acababan de diezmar una caravana de mercaderes? Descansamos en el Café-Bar Atlas, este nombre aparece pintado en una tabla colgada sobre la puerta de aquel refugio, situado en un valle con un verdoso césped, es como un pequeño oasis para hacer una pequeña parada para poder descansar. Éste lugar se llama Ikkis N´Aarous. Es una antigua construcción en piedra de mampostería cubierta con un techo aterrazado, abierta sólo en verano para los agricultores, arrieros y aventureros, que tienen la osadía de adentrarse por estos contornos inhóspitos del Alto Atlas. Miguel, que es como se llama el ventero, pone las bebidas a refrescar debajo de un caño de agua que trae del rio por un pequeño canal. Compramos algunos refrescos, pues no encontramos cervezas por todo el Alto Atlas que recorrimos, y nos sentamos debajo de un cobertizo al amparo de los rayos de un sol de justicia. Bebimos nuestros refrescos y comimos algunos frutos secos para reponer fuerzas. Algunos compañeros compraron ese largo turbante bereber, con esta prenda podrán resguardase del sol sofocante que cae por estos lares, mucho mejor que con nuestros sombreros de trekking.
Continuamos subiendo por ese amplio valle, donde pudimos observar otro albergue de montaña compuesto por varias jaimas bereberes adornadas con dibujos geométricos y unos barracones de adobe. Por nuestro camino se cruzaron varios arrieros con sus pequeñas mulas cargadas de arcilla que excavan en los márgenes del río y fardos de paja. Algunas mujeres, apostadas en cuclillas, segaban trigo que crecía en pequeñas parcelas esparcidas por el valle. A media altura del valle por donde ascendíamos, hicimos una parada junto a un manantial. El agua brotaba bajo unas rocas, era un agua fresca y clara. Algunos no pudimos resistirnos el deseo de beber esta refrescante agua, llenamos nuestras cantimploras y comimos frutos secos, higos, nueces y dátiles. ¿No ha dicho el Profeta: haced lo que os resulta fácil y no busquéis inútilmente la dificultad? Pero el destino cambia más que la piel de un camaleón. Otras aprovecharon el momento para sumergir sus cabezas en aquella refrescante pila bautismal a modo de bautizo bereber, como suele hacer nuestra reina alpargatera. Nos descalzamos y nos refrescamos los pies. Perecíamos unos adoradores del agua, pues era el primero y el único manantial donde bebimos directamente de sus aguas frías y cristalinas. Seguimos ascendiendo por inmensas laderas, cortejando nuestra ascensión la cumbre del M´Goun, donde espectaculares barrancos se transformaban en grandes valles. Aparecen los primeros piornos pues nos estamos acercando a los 3.000 metros de altitud. Ascendemos una fuerte pendiente donde las rocas cambian de color, pasando de las tonalidades rojizas y ocres a un verde oliva, son rocas volcánicas desparramadas por las laderas que contrastan con un suelo rojizo. Dios es misericordioso y su paciencia no tiene límites, la bendición de Alá cayó sobre nosotros con una fina lluvia de pequeñas gotas frías que nos aliviaron del cansancio. Finalmente coronamos un collado. Es un pequeño prado donde nos esperaban tres muleros y el cocinero. Una vez llegamos arriba, mientras descansábamos, se levantó un fuerte viento, volteando algunas sillas y colchonetas y demás objetos. Dos mulas pacen por el collado y la tercera acémila se acerca a nuestras mesas ramoneando por el terreno. Después de darnos una tregua aquel viento, mientras me encontraba escribiendo en mi cuaderno, escucho un ruido extraño, su fuerza va aumentando. Es un viento que sube velozmente desde el fondo de un barranco que tengo a mis espaldas. Una corriente de aire que sube rápidamente rozando los piornos, haciendo ese ruido desconocido. Asciende a gran velocidad hasta que sobrepasa el collado donde estamos instalados, lanzando sillas que ruedan por el suelo y empujando con fuerza nuestros cuerpos, volteando colchonetas que los muleros se apresuran para posarse sobre ellas evitando así ser disparadas por el barranco por donde hemos subido. A la una y media Brahim grita: todos a la mesa. Hoy el menú consiste en una tortilla bereber, ensalada, plátano y whisky bereber, es decir, té verde.
Dos mulas se escaparon ladera arriba persiguiendo un rebaño de ovejas, los muleros corrieron tras ellas para rescatarlas. El resto de compañeros empezaron a ponerse los chubasqueros, pues el cielo se está nublando. Caigo en la cuenta que el mío no lo llevo en mi mochila, pues me lo dejé olvidado en mi equipaje que transportan las otras cuatro mulas que van por delante para montar el campamento en los prados de Targueddit. La temperatura desciende rápidamente, nos abrigamos con los forros polares. El terreno está plagado de piornos de cojín de monja de color azul y piornos de crucecitas con florecillas amarillas, matorrales que crecen en sustratos calcáreos, como los existentes en Sierra Nevada.
En este lugar, una de las compañeras, la que será nuestra enfermera oficial, se queja de una contractura muscular de los cuádriceps, pues le impide seguir avanzando collado arriba. Tiene molestias para seguir ascendiendo, se detiene continuamente y da unos pasos muy cortos, apenas avanza, continuamente tenemos que esperarla. Otro compañero la acompaña. Pasa una mula delante de ella, queda la última más abajo. Barajamos la posibilidad de que viaje subida al lomo de la acémila que quedaba por debajo de nosotros, aunque ésta iba sobrecargada. Pero el remedio a este contratiempo viajaba en mi mochila. Alá todopoderoso me ha revelado la solución. Recordé que llevaba una abrazadera rotuliana, creo que así se llama. Me acerqué a la compañera y coloqué la abrazadera por encima de su rodilla, apretándosela con fuerza. El invento funcionó pues pudo llegar con sus propios pasos hasta el campamento base.
Llegamos al collado de Aghrouy a 3.300 metros de altitud, hemos subido 1.800 metros de desnivel. Al frente se divisa una espléndida vista de la cima del M´Goun, el macizo más antiguo del Alto Atlas Central, alineado sobre una extensa cresta donde se elevan varias cumbres por encima de los cuatro mil. A la derecha, a lo lejos, se puede observar el Toubkal, (4.167) la cima más alta del Alto Atlas, una bella montaña de forma piramidal. Hemos subido hasta aquí a paso de ramadán, es decir, a paso lento, pero seguro para todos los que integramos esta expedición, gracias a la paciencia y sabiduría de Brahim. Al menos cuatro veces se pone a llover, el agua de lluvia es fría y nos azota un fuerte viento que sube desde los barrancos. Cuatro veces me pongo el forro polar y cuatro veces me lo vuelvo a quitar.
Rasca un viento frío con mucha humedad cuando comenzamos a bajar hacia el Targueddit. Viento, lluvia y sol, tres elementos naturales que se combinan al mismo tiempo para producir el milagro: dos arcos iris superpuestos, uno encima del otro, dos diademas con su paleta de colores engalanando las montañas del Alto Atlas. Distintas tonalidades de malvas, rojos, ocres y verdes se difuminan como finos mantos de seda que cubren con una suavidad asombrosa los prados de montaña del Targueddit, un gozo para nuestros sentidos con tan espectacular fenómeno de la naturaleza, una visión mágica que a todos nos sobrecogió y que nadie olvidará. Una compañera llegó a emocionarse al sentirse rodeada de esta belleza de la naturaleza.
Por fin llegamos al campamento base, situado cerca de una fuente de agua, chapoteando por un prado encharcado por la lluvia. Sigue lloviendo y todos nos ocultamos dentro de la tienda comedor que ya habían instalado el resto de los muleros. Una vez dejó de llover, trasladamos las colchonetas, nuestras mochilas y equipaje a las seis tiendas de campaña para descansar un poco antes de engullirnos una formidable cena. Estábamos a unos 2.900 metros de altitud, hemos recorrido catorce kilómetros de montaña, mañana sólo ascenderíamos 1.100 metros, pero recorreremos un largo trayecto.
Estábamos todos sentados a la mesa en la tienda comedor, a la luz de unas velas, cundía la expectación, la animación y las risas no cesaban en ningún momento, habíamos superado nuestras expectativas, incluso nuestra compañera se había curado de su contractura muscular, aunque por precaución mañana no subiría con nosotros al M´Goun, se iría con los muleros al siguiente campamento, donde allí nos esperaría.
El pachá sevillano, haciendo muestra de su autoridad, se dirige a la reina alpargatera, que estaba sentada frente a él, y le ordena que trajera las cervezas que había comprado en Azilal, las cuales colocó bajo el caño de agua de la fuente. De repente, pasó un ángel por la tienda, y se produce un silencio en aquel minúsculo comedor. Todas las voces callaron. Éramos conscientes que había estallado una pugna de poderes, entre el pachá y la reina. Con temple y dominio de la situación la reina alpargatera le dirige una mirada fulminante al pachá, a la vez que levantando y estirando su dedo índice, y sin mover ni un milímetro de su pequeño pero seguro puño, lo balancea de manera magistral de izquierda a derecha, formulando sólo dos palabras: ¡No, No!. Tras el silencio inicial se producen las carcajadas de todos los comensales allí reunidos. La reina alpargatera había vencido este combate mantenido con el pachá. Desde ahora en adelante podía ordenar lo que quisiera, ella era la autoridad y así había quedado plasmado en aquel trascendente acto. ¡Que el Altísimo le prolongue la vida y le conceda la victoria sobre sus enemigos! Otro compañero se levantó para traer aquellas cervezas de la discordia, pero con la fatalidad de que unas sanguijuelas deambulaban por las anillas de sus tapas. El pachá nos las ofreció, pero ninguno aceptó su gentil invitación. A continuación cenamos a palo seco el siguiente menú: sopa de maíz con leche, espaguetis a la boloñesa aliñados con jengibre, espinacas bereberes, macedonia de frutas y té con hierba luisa para relajarnos un poco de aquella tensión del momento. Existen otros campamentos en estos prados de montaña del Targueddit. Es un paraje parecido a la tundra de Mongolia con esas estepas abiertas y llanas de clima subglacial y subsuelo helado, falto de vegetación arbórea, con el suelo cubierto de musgos, líquenes y pantanoso, donde instalan la yurta los nómadas mongoles.
Nos acostamos a las nueve y media de la noche, pues mañana teníamos que madrugar. Una mula empieza a rebuznar cerca de mi tienda antes de dormirme, otras resoplan, empiezo a oír algunos ronquidos de mis compañeros, las acémilas descansan y pacen junto a nuestras tiendas. Nos abrigamos esta noche, hace frio y humedad en este lugar. Se toca diana a las tres, ya que deberemos descender del M´Goun a las diez de la mañana, que es la hora cuando empiezan a formarse las tormentas.
Crónica escrita por Miguel
Álbum de Google Fotos (ven en presentación de diapositivas)
Aquí tienes el track de la ruta: