MONCAYO POR COLLADO DE CASTILLA

   El día que había amanecido nublado y ventoso en Cintruénigo, igual que lo había hecho los días anteriores aunque sin lluvia, no invitaba a hacer la ruta de ascensión al Moncayo, cumbre que todo montañero aragonés aunque sea de adopción, debe haber realizado incluyéndola en su currículum, y que yo tenía pendiente.

   Sobre la sierra se acumulaban las nubes que habían cubierto las cimas ininterrumpidamente durante los dos días anteriores, azotadas por el fuerte y frío cierzo, que tan poco había echado de menos desde que dejé de vivir en Aragón, y que como una pesadilla revivida había estado presente durante todos esos días. Para colmo, las páginas que predecían la meteorología no eran nada alentadoras, y aconsejaban no subir a la montaña. A pesar de tener todo preparado para la ascensión, la evidencia de lo que estaba viendo, determinaron que decidiese abandonar y salir con destino a Murgia, base para las rutas en el parque natural de Gorbeia.

   Ya en carretera, me detuve para contemplar en la distancia la sierra del Moncayo, que como dije estaba cubierta por la boina de nubes, y que por el cierzo que soplaba, evolucionaba despejando parcialmente por momentos, alguna de las cumbres. Esto me hizo pensar que quizás la meteorología a lo largo de la mañana podría mejorar, y esto unido a que el cielo circundante se mantenía completamente limpio de nubosidad, además de mi innegable deseo de subir, me hicieron cambiar de opinión y con enorme entusiasmo me di media vuelta con el claro objetivo de ascender al Moncayo. Si bien esta indecisión me hizo perder parte de la mañana, no tenía ninguna duda, ¡yo ese día subía al Moncayo!

   Una vez llegué al aparcamiento de Haya Seca, de entre las dos rutas de que tenía preparadas, escogí la más corta, que es la circular que ascendiendo por el collado de Castilla conduce a la cima, y desciende por la senda de Glaudioso, pasando por el santuario del Moncayo. Así pues comencé a caminar, desviándome a la derecha por un sendero muy bien señalizado, y que asciende por el pinar de forma progresiva rodeando la mole montañosa hacia el barranco de Agramonte, que hace de límite regional entre Castilla-León y Aragón. El solitario camino andado por el pinar no tiene ninguna dificultad, y únicamente el viento que soplaba y movía con fuerza los grandes pinos, creaban algo de inquietud, haciéndome dudar sobre si la decisión de hacer la ruta había sido acertada o no, pero tozudamente seguí adelante. Con la altitud, el pinar se pierde, y aparecen las vistas del entorno más cercano sobre el precioso hayedo que lucía sus colores otoñales. Hacia el norte, se perdía la vista en el horizonte claro y despejado de la inmensidad del valle del Ebro.

   En este tramo, únicamente cabe destacar la existencia de un hito, el desvío hacia peña Nariz que se encuentra a escasos metros de la senda principal, pero como el tiempo apremiaba no me asomé a este mirador natural. Llegando al barranco de Agramonte, reaparece nuevamente el pinar, donde encontré los muros de la ruina de una caseta que quizás en el pasado hubiera servido de refugio, pero que en la actualidad se encuentra totalmente malogrado. Pasado el torrente que no llevaba agua, el barranco abierto y amplio se encuentra despejado de arbolado, encontrando en él, la senda que desviándose a la izquierda inicia la decidida ascensión hasta el collado de Castilla. Este remonte largo y monótono, no presentaba ninguna dificultad, siendo el único tramo de mi ascensión donde pude encontrarme con algún solitario montañero que habiendo madrugado más que yo, descendía de la montaña.

   Cuando llegué al collado de Castilla, el viento soplaba con mucha más fuerza, y la niebla hizo acto de presencia, depositando sobre mi cara y ropa,  gotitas de agua debido a la humedad. Aquí existe un mojón que marca el puerto, y a la izquierda se encuentra el sendero que asciende el tramo cimero del Moncayo, siguiendo el imaginario límite regional, caracterizado por discurrir sobre terreno pedregoso y con una maraña de sendas, unas más marcadas que otras, pero que todas llevan al mismo lugar. Si bien la niebla era persistente, la visibilidad era buena y no creaba inseguridad, aunque la temperatura era cada vez más baja, y la sensación térmica de frío debido al viento, si hacían que la situación fuera algo comprometida. Cuando menos lo esperaba, me di cuenta que ya había llegado a lo más alto, y frente  a mí, entre la difusa niebla distinguía la silueta de grupos de montañeros y del vértice geodésico que marca la cima, por lo que la sensación de seguridad y éxito se apoderaron de mi. Aproveché que por momentos el viento abría la niebla, y los rayos de sol iluminaban con intensidad la escena para hacer alguna foto, aunque al quitarme los guantes para manejar mejor la cámara, sentí el intenso frío que casi congelaron mis dedos.

   Después de pasar por el citado vértice geodésico del Moncayo o también llamado pico de San Miguel (2.314m), existe otro hito cercano con la imagen de la virgen del Pilar coronando el punto más elevado de la provincia de Zaragoza, lugar de obligada parada para hacerse la fotico con la Pilarica. Como las desapacibles condiciones atmosféricas de frío viento y niebla, no permitían contemplar el paisaje, invitaban a abandonar el lugar cuanto antes, por lo que seguí la senda que discurre por la cuerda de la sierra hacia el este, y pasando por el collado del Alto de las Piedras, llegué a otra de las cimas conocida como cerro de San Juan, que no es más que el morrón que corona el flanco derecho del circo de origen glaciar, hoya de San Miguel. Si proseguimos caminando, encontraremos un mojón monumental de piedras muy bien construido, que marca el punto en el cual debemos de iniciar el descenso siguiendo la senda de Glaudioso.

   El camino que para mí era de descenso, suele ser el normal de ascenso que muchos montañeros suelen tomar para acceder de forma más rápida a la cima, por eso me lo encontré tan concurrido, pues el tránsito de personas en ambos sentidos era constante. Esta senda está muy bien marcada sobre el terreno, discurriendo en zigzag por la loma que separa los circos de origen glaciar de San Miguel a la izquierda y de Gaudioso a la derecha. Afortunadamente, la visibilidad al llegar por debajo de la línea de nubes era clara y permitía contemplar el espléndido panorama que nuevamente se abría ante mis ojos, con el colorido hayedo otoñal, el verde bosque de pinos, así como los campos de cultivo del amplio valle del Ebro. También los cortados verticales del profundo circo de San Miguel, coronado por las omnipresentes nubes que el viento movía con rapidez sobre las cimas. Cuando la senda llega al arroyo por donde desagua el circo, nos encontramos con los primeros pinos del bosque por el que se adentrará el camino, pero antes era obligatorio detenerse para contemplar el circo de San Miguel que se abría impresionante a nuestra espalda.

   Ya solo quedaba caminar el tramo de bosque, hasta descender a un claro sobre unas rocas, bajo las cuales se levanta el santuario del Moncayo, donde finaliza la senda. Aquí, me detuve para descansar y tomar el picnic que había preparado para la ruta, aunque en el santuario existe un restaurante donde podría haber comido. Reanudé la marcha para recorrer el camino carretero que une el santuario con el parking donde se encontraba estacionado mi coche, disfrutando de las vistas sobre el hayedo del Moncayo, que gracias a la intensa luz del sol presentaba un colorido espectacular.

Panorama hacia el norte del Moncayo, durante el descenso por la senda normal.

Llegando al santuario del Moncayo.

Hayedo del Moncayo.