CRÓNICA DE LA RUTA
Las previsiones eran ciertamente infaustas: frío, viento, lluvia... de esas que, en caso de haber tenido que salir de mañana temprano, te hacen taparte por encima de la cabeza, aovillarte cálidamente en la cama, continuar durmiendo y desistir de cualquier actividad senderista. Por fortuna salíamos el viernes por la tarde, aunque sin duda esas condiciones debieron influir en que sólo fuésemos un grupo de tres: Susana, Antonio y yo. Un grupito pequeño, de esos en los que la afición compartida a la naturaleza, un similar nivel de forma física y , sobre todo, el común entendimiento de sus integrantes hacen innecesarias muchas palabras y redundan en una agradable sintonía y en un mayor disfrute de lo que se hace.
Así pues, dispuestos a afrontar lo que la meteorología nos deparase y a conectarnos por unas horas con la esencia de la vida en forma de montes y bosques, partimos hacia Granada llegando a Alhama a buena hora para reservar nuestro alojamiento en el hotel rural El Ventorro y para ir a degustar al pueblo las exquisiteces de la zona, despachadas en el bar Ochoa: lomo de orza al estilo antiguo, deliciosas setas, jamón a la plancha con roquefort, berenjenas fritas con miel, una tapita de morcilla, excelente vino de la tierra, todo ello al amor de la lumbre que ardía en el hogar y... bueno, no sigo que ya veo rodar por vuestra mejilla una lágrima de envidia y arrepentimiento por no haber venido ¿o es que por ventura pensabais que sólo a sufrir vamos a las montañas?
A la mañana temprano no tuvimos tanta suerte con el desayuno y hubimos de conformarnos con café y magdalenas, ya fuera por que era demasiado pronto, o bien porque no es Alhama lugar de oficinistas sino de recios trabajadores de la tierra que, de asomar a esas horas por el bar camino del tajo, lo hacen para flagelarse rápidamente con un copazo de anís o coñac y no para entretenerse con tostadas ni otras fruslerías.
Nos situamos ya en el punto de partida de nuestra ruta, un pinar donde los trabajos forestales tenían de cuerpo presente a un buen puñado de árboles, mientras sus congéneres vegetales los velaban en un respetuoso silencio sólo roto por los suaves gemidos del viento entre sus ramas. Tras descender un poco, enseguida comenzamos a subir ligeramente en medio de un día gris y ventoso, donde la nota de color la poníamos nosotros tres, equipados de rojo, amarillo y azul como si fuésemos fichas de parchís o anuncio de tintorería.
La vegetación raleaba en ocasiones hasta limitarse a los aromáticos tomillo, lavanda, romero... o bien aparecían arbustos espinosos y almohadillados perfectamente adaptados a las duras condiciones en estos picos. Una neblina que el viento traía y llevaba entre las rocas creaba el escenario perfecto para una película de suspense, sin que ello hiciese la menor mella en nuestro ánimo ni en nuestro paso. Aproximadamente hacia el collado del contadero cambiamos de dirección en un ángulo de noventa grados y aquí un viento helado y fortísimo comenzó a fustigarnos sin piedad y a zarandearnos como peleles, obligándonos a asegurar bien todas las amarras de nuestro equipo y cada una de las entradas y aberturas de nuestros ropajes, así como a caminar encogidos y ensimismados hasta que pudimos dar esquinazo al pérfido eolo.
Pronto alcanzamos un segundo collado desde el que atacamos con relativa facilidad el ascenso al punto geodésico del Malas Camas. Lamentablemente las densas nubes impedían la visión de la que, en un día despejado, es una estupenda panorámica del Parque Natural de las Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama, además, en una cruel burla hacia estos aventureros, no bien hubimos descendido algunos cientos de metros cuando el viento juguetón despejó por unos minutos el pico recién abandonado y el sol lo coloreó con sus pinceles de oro, lo cual lejos de molestarnos simplemente nos hace emular en nuestro fuero interno al general Douglas MacArthur en las Filipinas y prometer ¡volveremos!
Continuamos el descenso a lo largo de un camino zigzagueante hasta el cortijo Haza de Aguadero, donde un robusto nogal nos ofrece un precioso mosaico en forma de musgos y líquenes verdes, amarillos y pardos. Más adelante Antonio descubre una semioculta cascada doble en lo que parece haber sido una antigua caverna, ya que quedan algunos restos de estalactitas, la cual se convierte en el punto ideal para un buen montón de fotos y para reponer fuerzas junto al agua con las viandas que cada uno lleva.
El siguiente trecho del recorrido, realmente bonito y divertido, casi sería más apto para barranquistas que para senderistas, ya que avanza encajonado en un vallecito a lo largo de un riachuelo al que hay que vadear constantemente de una a otra orilla, mientras sorteamos graveras y derrubios de grandes rocas como si fuésemos cabras monteses, de las que vimos un par de ellas. Cada detalle, cada hoja, cada piedra invita a detenerse, a contemplar, a fotografiar y así nos rezagamos y nos adelantamos en perfecta armonía mientras Susana, GPS en mano, controla tiempos y distancias para acabar antes de que nos atrape la noche.
El tramo final que cierra este anillo casi perfecto discurre entre vegas y choperas vestidas con esplendorosos amarillos otoñales, en las que los árboles y el aire recién lavados con las ligeras lloviznas caídas, la luz que declina y el silencio que señorea los campos hacen rememorar los lejanos albores de la humanidad y llenan nuestros espíritus de esa paz que tanto anhelamos los habitantes de las modernas urbes.
Álbum de Google Fotos (ver en presentación de diapositivas)
Web del Grupo Extremo - Pasos Largos, con más información.
Aquí puedes tienes el track de la ruta: "MONTE MALASCAMAS"
PANORAMAS (Clic sobre las imágenes para ampliarlas)