CRÓNICA DE LA RUTA
Escrita por Ángel Velasco y publicada en el foro de CMG.
¡¡Buenas!! Aquí estoy de nuevo para relatar lo acontecido durante el trekking del pasado fin de semana por tierras granainas. Se que algunos me tenéis ya muy leído y posiblemente agradeceríais un cambio, pero va a ser difícil mientras yo constituya el 50% del grupo. Las habilidades para la fotografía de Antonio Franco, el otro 50%, son sobradamente conocidas y me temo que si intercambiásemos papeles saldríamos perdiendo.
Salimos de Sevilla el viernes día 13 por la tarde y llegamos a Trevélez, en las Alpujarras, cuando ya era noche. Al día siguiente nos desplazamos hasta Busquistar, a unos 10 Kms, en cuya plaza habíamos quedado con un grupo de senderistas denominados “los Alpargateros de Motril” y que, en realidad, engloba a naturales de esa y otras localidades de la provincia, incluyendo la capital. En total, nos reunimos 17 personas, todas con muy buen ánimo y dispuestas a pasar un estupendo día de campo. Ellos eran los que en realidad habían convocado la ruta que dio comienzo sobre las 10 de la mañana aproximadamente. Para salir del pueblo tomamos un sendero descendente denominado de los “helechos” que, en seguida, conectó con otro medieval, prácticamente horizontal, que transcurría junto al río Trevélez por terreno sombrío con rica vegetación a base de castaños, cerezos silvestres, álamos, etc. Llegados un punto cruzamos el río a través de un pintoresco puente de piedra y comenzamos el ascenso por una ladera. Tras repostar un rato, continuamos subiendo por un cortafuegos hasta el paraje conocido como Portichuelo. Fue éste el único tramo (unos 200 m) en el que estuvimos expuestos al sol. Allí se nos unió un perro “abandonado” con evidentes dotes de malabarista que no dudó en acompañarnos el resto del camino. Este consistía en marchar durante unos 9 kms por un estrecho (30-40 cms) sendero que transcurre a lo largo de la acequia de Cástaras hasta llegar (en nuestro caso hasta volver) a Trevélez. Esta y otras acequias de la zona son obras de ingeniería árabe eficazmente diseñadas para conducir el agua del deshielo desde las cumbres de Sierra Nevada y a lo largo de las laderas de las montañas hasta terrenos bajos de secano. Como se podrá imaginar, en esta época del año y máxime después de un invierno como el que hemos tenido, iba bien provista de agua cristalina. Era la primera vez que yo visitaba las Alpujarras y por tanto se comprenderá que fuese como “extasiado”; aquella vegetación, el sonido alegre del agua y, sobre todo, levantar la vista y encontrarme con las cumbres aún nevadas de Sierra Nevada..Cuando me preguntaban qué me parecía aquello no acertaba a decir más que me alegraba mucho de estar allí..¡¡y tanto, no me lo habría perdido por nada del mundo!!. La ruta no tenía más complicación que andar en fila y mantener el equilibrio, pues el sendero discurría entre la acequia y la pendiente montañosa. Creo que ninguno llegamos a resbalar, pero si hubiese ocurrido, estaba claro lo que hacer: bañarse en la acequia como lo hacía continuamente nuestro amigo el perro. De vez en cuando nos encontrábamos con saltos de agua que parecían brotar de las rocas, pero en particular una cascada situada a mitad del trayecto nos dejó a todos con la boca abierta..¡¡Vaya sitio más bonito!!.
A eso de las 14:30 llegamos a Trevélez. Todo el mundo estaba deseando apagar la sed y “del tirón” nos fuimos a un bar ubicado en la plaza y regentado por un joven que resultó ser el dueño del perro que nos había acompañado durante las últimas horas y que, al parecer, llevaba varios días desaparecido debido a su costumbre de irse con cualquiera que pasara por allí. Bien fuera por agradecimiento o simplemente porque es su forma de atender a los clientes (yo diría que esto último) el caso es que ese joven nos proporcionó sin orden lógico alguno platos de lo más variados (“de to un poco pa to er mundo”), de una forma caótica (apenas sin cubiertos) y, según supimos después, sin que nadie hubiese pedido nada en concreto. Comimos, bebimos y, sobre todo, nos reímos cantidad. ¡Qué gente más competente los alpargateros, qué buen rollo tienen!. Antonio conocía a algunos pero yo a ninguno de ellos, y a ambos nos hicieron sentir como uno más del grupo. Allí estuvimos como 3 horas oyendo sus historias y experiencias pasadas y, por supuesto, sus chistes. La mayoría eran verdes y algunos tenían como protagonistas a sevillanos, de modo que estos los omito para no herir sensibilidades, pero permitidme que reproduzca uno, totalmente inocuo, contado por un compañero de Motril.
El taxista (de Motril, por supuesto) que le pregunta al pasajero (obviamente, granaino) que se acaba de sentar atrás: “¿Tu no serás de vomitá, no? y el otro le responde: “No, yo soy de vodafone”.
Avanzada la tarde subimos a un autobús de vuelta a Busquistar. Nos despedimos de los alpargateros que al otro día tenían ruta ciclista, con la seguridad de que pronto nos volveremos a ver en una de estas. Por nuestra parte, recogimos el coche y volvimos a Trevélez. Cenamos a lo grande, pero antes se nos ocurrió conocer el que se supone es el “pueblo situado a mayor altitud de la Península Ibérica”. Para ello seguimos una ruta urbana señalizada mediante azulejos. Todo lo que no habíamos subido por la mañana lo hicimos entonces. Para calles empinadas, sin lugar a dudas, las de Trevélez..las de San Francisco (USA) o Vejer (aquí al lado) son suaves inclinaciones comparadas con aquellas. ¡Todavía ando preguntándome cómo se las apaña el empleado de Butano para hacer el reparto!
A la mañana siguiente decidimos completar la experiencia con “algo” de montaña. Fuimos hasta Las Mimbres, un área recreativa muy “chula” situada dentro del parque natural de la Sierra de Huétor. Precisamente dejamos el coche en los límites del parque y caminamos por un sendero de tierra que discurre junto a un arroyo y varios prados verdes. En esta zona el camino asciende suavemente hasta llegar a Los Cortijos del Collado del Agua, donde encontramos caballos y otros animales domésticos. A partir de aquí el ascenso es más pronunciado. Aunque es posible continuar el amplio sendero señalizado y bordear varias formaciones, decidimos acortar camino. Para ello, subimos por una pendiente de apenas 100 m pero que en su última parte se hizo realmente dura por lo empinada y que, una vez superada, nos condujo de nuevo al sendero que habíamos abandonado anteriormente. Llegamos así a un extenso valle utilizado para el pastoreo, encontrándonos con varios grupos de senderistas. Estábamos a los pies de nuestro objetivo: el Peñón de la Cruz, un imponente macizo de 2032 m, el punto más elevado de la Sierra de Arana. Nuestra pretensión era subir hasta su cima, pues habíamos leído que desde allí es posible divisar la cara norte de Sierra Nevada en toda su extensión, desde Granada a Almería, así como parte de las sierras de Alhama y Baza. Todo ello, por supuesto, si el día está despejado y no hay bruma, etc. No fue el caso y ya adelanto que lamentablemente la concentración de nubes alrededor de las formaciones citadas nos impidió disfrutar de unas vistas que, de otro modo, habrían sido espectaculares. Aún así, ascendimos el Peñón de la Cruz, abordándolo por su cara oeste, a través de un terreno pedregoso y casi pelado de vegetación. Personalmente me costó lo mío y a ratos pensé que no podría conseguirlo y me quedaría allí estancado. Cuando llegamos arriba nos encontramos con un nutrido grupo de excursionistas alrededor del hito geodésico. Esta situación no es nueva; ya ha ocurrido anteriormente en otras rutas. Durante una dura subida uno espera ser recompensado alcanzando una cumbre solitaria. En su lugar, te das de morros con el bullicio de otros que se adelantaron o escogieron un camino más accesible. En realidad, es una cura de humildad: nada de lo que hacemos es totalmente original, otros lo hicieron antes. Ahora empezaba lo difícil para mi. Porque mejor o peor yo en las subidas me las arreglo, pero mi punto débil son los tobillos y en las bajadas se fastidian hasta el punto que le tengo pánico a las torceduras. En realidad ese era mi temor durante el ascenso, no paraba de pensar en cómo haría para bajar de allí. Pero llegado el momento me acordé de lo que Mario (¡recupérate pronto amigo!) me dice siempre: “cuando el terreno es pedregoso e inestable baja como si estuvieras esquiando, de lado”. Y eso hice, mientras Antonio tomaba unas fotos que espero no haga públicas nunca porque es seguro que en ellas debo aparecer en actitud poco digna. El caso es que logré bajar con mis tobillos intactos. ¡Qué alegría supuso llegar al valle y reencontrarme con las vacas que pastaban por allí!. Y sobre todo no me podía creer que hubiésemos ascendido a esa “mole”. Cuanto más la miraba, con ese porte gigantesco, más asombroso me parecía el hecho de haber estado allí arriba. Una sensación fabulosa.
Bueno, como se decía antes “así fueron las cosas y así se las hemos contado”. Ah, una cosa más. Quería decirle a los que lean esto que el senderismo es una actividad muy gratificante y animo a todos a participar en las rutas que se están convocando, algunas más duras, otras más suaves, pero todas interesantes. Volveréis a casa cansados y con agujetas como yo las tengo hoy, pero con la mente limpia y el corazón desbordado de alegría. Saludos.
Álbum de Google Fotos (recomiendo verlo en presentación de diapositivas)
Aquí está el track de la ruta:
"BUSQUISTAR - TREVÉLEZ POR ACEQUIA DE CÁSTARAS"
PANORAMAS (CLIC SOBRE LAS IMÁGENES PARA AMPLIARLAS)