Harvey Crompton Mohs es uno de los nombres más influyentes de toda la historia de la dermatología quirúrgica.
No descubrió una molécula, no creó una escala diagnóstica, no aisló una hormona.
Hizo algo quizá más revolucionario: inventó una técnica que literalmente cambió la supervivencia del cáncer cutáneo.
Mohs no fue solo un cirujano hábil: fue un ingeniero de procesos, un innovador obstinado que transformó la resección tumoral en una disciplina científica basada en control microscópico absoluto.
En 1936, cuando era aún estudiante, Mohs desarrolló el principio que definiría su carrera:
“Extraer el tumor en capas, mapear cada una, analizar toda la periferia y el fondo, y continuar hasta que no quede tumor.”
Este concepto —ridículamente simple en apariencia, extraordinariamente complejo en ejecución— inauguró:
el control de márgenes en 360º,
la resección tissue-sparing,
la correlación inmediata entre cirugía y histología,
la tasa de curación superior al 99% en tumores localizados.
Todo ello 40 años antes de que “oncología de precisión” fuera un término.
La primera versión de la técnica (1930–1950) usaba:
pasta de cloruro de zinc para fijar el tejido in vivo,
capas seriadas eliminadas como “chemosurgery”,
secciones histológicas en fresco mapeadas en papel milimetrado.
Era dolorosa, lenta y agresiva… pero funcionaba con una eficacia nunca vista.
Más adelante, la técnica evolucionó a:
Mohs micrographic surgery con tejido fresco,
criostatos, cortes horizontales,
tinción inmediata,
mapas tridimensionales extremadamente precisos.
Hoy la técnica moderna tiene poco que ver con la versión inicial…
pero el principio inventado por Mohs sigue intacto.
Harvey Mohs tenía una cualidad que lo hacía único:
era incapaz de aceptar márgenes inciertos.
Para él, “cáncer probablemente extirpado” equivalía a fracaso.
Un milímetro importa.
Cada fragmento tumoral residual es una bomba de relojería biológica.
La cirugía debe ser cuantificable.
Nada de “márgenes empíricos”. Solo microscopia real.
El control del proceso es tan importante como el bisturí.
Su técnica es una coreografía entre cirujano, mapa, técnico y microscopio.
En áreas críticas (párpados, nariz, labios, orejas, dedos), Mohs permitió:
resecar menos,
curar más,
preservar función,
evitar deformidades.
Mohs es el origen conceptual de múltiples técnicas reconstructivas modernas.
Antes de la técnica de Mohs, el CBC infiltrativo era:
recurrente,
localmente agresivo,
mutilante,
a menudo infradiagnosticado.
Después de Mohs, los índices de recurrencia a 5 años pasaron a ser:
<1% en tumores primarios,
<5% en recurrencias — cifras sin precedentes.
La técnica permitió resecciones más precisas en tumores:
mal diferenciados,
con invasión perineural,
en labios o pabellón auricular,
en inmunodeprimidos.
Hoy el manejo del CEC de alto riesgo sería impensable sin Mohs.
Mohs exigía equipo multidisciplinar —
microscopía, mapeo, cirugía, enfermería, reconstrucción—, lo cual es la base de los centros de excelencia contemporáneos en cáncer cutáneo.
Harvey C. Mohs no era carismático en el sentido tradicional.
No era Fitzpatrick. No era Ackerman.
Era:
metódico,
introvertido,
paciente hasta el extremo,
obsesivo con el rigor.
Su personalidad era un espejo perfecto de su técnica:
silenciosa, lenta, exacta, implacable.
Dirigió durante décadas el “Mohs Clinic” en la Universidad de Wisconsin, donde formó a los primeros cirujanos micrográficos del mundo.
Durante años, la comunidad dermatológica y quirúrgica consideró su técnica:
excéntrica,
innecesariamente lenta,
un “artefacto académico”.
Los cirujanos generales y plásticos la rechazaban por “anti-intuitiva”.
Muchos dermatólogos clínicos la veían como una rareza.
El tiempo —puro resultado clínico— dio la razón a Mohs.
La cirugía micrográfica de Mohs es:
el estándar de oro para CBC de alto riesgo,
imprescindible para CEC de alto riesgo,
aplicable a DFSP, lentigo maligno selectivo, mucosa periocular,
una de las pocas técnicas quirúrgicas con curvatura de aprendizaje clínica y científica.
Y sigue siendo la cirugía con:
mayor tasa de curación,
menor pérdida de tejido,
mayor control científico del acto operatorio en toda la oncología cutánea.
Harvey C. Mohs no buscó fama, ni dejó frases célebres, ni creó escuelas gigantescas como Fitzpatrick.
Creó algo aún más poderoso:
Una técnica quirúrgica que salva vidas cada día, en cada país, en cada hospital con una unidad de cáncer cutáneo.
Su legado no es conceptual como el de Ackerman, ni hormonal como el de Lerner, ni clínico-fotobiológico como el de Fitzpatrick.
Su legado es procedimental.
Inventó un método.
Ese método funciona.
Y probablemente seguirá funcionando dentro de 200 años.
Harvey Mohs no necesitó cambiar la dermatología en voz alta.
La cambió en silencio…
capa a capa, corte a corte, mapa a mapa.