Aaron B. Lerner fue uno de los científicos más brillantes y transversales del siglo XX. Dermatólogo, bioquímico, neuroendocrinólogo y clínico formidable, transformó para siempre cómo entendemos la pigmentación y su regulación hormonal.
Estudió Medicina en la Universidad de Minnesota y pronto destacó por una curiosidad que excedía los límites clásicos de la dermatología. Su visión era molecular, fisiológica y experimental.
Durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en unidades del ejército estadounidense dedicadas a investigación biomédica.
Fue allí donde conoció a Thomas Fitzpatrick, otro joven médico con una mente extraordinaria. Ambos compartían guardias, laboratorio y una obsesión común por la luz, el color y la biología de la piel.
Esa coincidencia militar fue el germen de una amistad científica que cambiaría la historia de la dermatología.
Mientras trabajaba en Yale, Lerner aisló la melatonina, una hormona sintetizada en la glándula pineal que regula el sueño, los ritmos circadianos y múltiples procesos neuroendocrinos.
La descubrió precisamente intentando entender cómo la luz modulaba la pigmentación cutánea.
Fue uno de los descubrimientos hormonales más relevantes del siglo XX.
Lerner definió:
la fisiología del melanocito,
la síntesis de melanina,
el papel de tirosinasa,
la acción de hormonas melanotrópicas,
el mecanismo molecular del vitíligo.
Mucho antes de la genética moderna, Lerner ya planteaba que pigmentación y sistema inmune eran sistemas profundamente integrados.
Trabajaba en la intersección entre dermatología, neurociencia, endocrinología y bioquímica.
Su legado conceptual es la idea —hoy asumida— de que la piel es un órgano neuroendocrino dinámico.
Creador de escuela en Yale, formó generaciones de dermatólogos-investigadores. Su pensamiento es la base de lo que hoy entendemos como dermatología molecular.