Charles Bukowski
atrapado de nuevo en una encrucijada

y el de los pies grandes, un idiota, no se apartó

cuando crucé el pasillo; esa noche en el baile del pueblo

Elmer Whitefield perdió un diente en una pelea con el grandullón de

Eddie Green;

le robaremos la radio y el reloj, dijeron

mientras me señalaban, maldito yanqui; pero no sabían

que era un poeta loco y me quedé allí bebiendo vino

y devorando a las mujeres

con la mirada, y estaban asustados e intimidados

como pueblerinos

tratando de encontrar el modo de matarme

pero,

como tontos,

necesitaban un motivo; les podría haber dicho

que no hacía mucho

casi había matado sin motivo alguno;

pero al final cogí el autobús de las 08.15

a Memphis.