harles Bukowski

Lo que más me gusta es rascarme los sobacos:

El breve viaje a Europa

Mientras tanto, Bukowski se fue a Alemania a visitar a su viejo tío Heinrich, de noventa años, y a su tra­ductor alemán Cari Weissner (traductor también de William Burroughs, Alien Ginsberg, Bob Dylan) a quien sabe que debe su fortuna en Europa, aprovechando el viaje para hacer un reading en Hamburgo y para parti­cipar en una retransmisión televisiva en París.

El viaje duró poco, unos quince días, con una para­da en Niza para visitar a Serena (la madre de Linda) y una breve estancia en Mannheim, residencia de Cari Weissner, seguida de la visita a algún castillo (Schwet-zingen, Heidelberg), antes del reading de Hamburgo en el que se quedaron sin entrar trescientos espectadores después de que hubieran entrado mil doscientos para los ochocientos puestos disponibles. Acabado el reading, Bukowski se dirigió a Andernach, su ciudad natal y don­de reside su tío, para descubrir que su casa natal está en venta después de haber sido durante mucho tiempo un burdel; no dejó de ir a las carreras de caballos en Dus­seldorf y de visitar Colonia antes de tener una de sus típicas aventuras a base de billetes equivocados, trenes perdidos, visitas a amigos en el corazón de la noche y demás.

Este viaje carecería de importancia, dejando a un lado que es el único efectuado por Bukowski a Europa, de no haber inspirado al escritor uno de sus libros más conseguidos, una escueta autobiografía en primera perso­na, sin fanfarronadas sexuales, sin baladronadas alcohó­licas, y, en cambio, con una melancolía, una desespera­ción, un miedo que son, sin duda, las connotaciones más claras de su mundo poético.

El libro, publicado en 1979 por la City Lights con innumerables fotografías de Michael Montfort, tiene el sabroso titulo de Shakespeare Never Did This y narra paso a paso en veinticinco capítulos todos los movi­mientos de Bukowski y de Linda en el período trans­currido en Europa. La descripción incluye el escándalo producido en la televisión francesa cuando Bukowski fue alejado o, si se prefiere, violentamente expulsado como un molesto borracho cualquiera y no habla, sin embargo, de la manifestación organizada contra él por las feministas alemanas.

Sus páginas están llenas de anotaciones sobre la muer­te, a las que ya nos había acostumbrado en Women: los chicos en un bar «esperaban morir pero sin mucha prisa: tenían muchas cosas en las que pensar», «Si una mujer quiere vender una parte de sí misma, no creo que sea muy diferente a un violinista que se exhibe en un con­cierto: existe, en cualquier caso, un problema de super­vivencia, entendéis, la muerte llegará, pero es mejor ha­cerla esperar un poco con el truco que sea».

Como siempre, la imagen de la muerte unida a la del terror, del dolor y del horror: «La catedral casi me hizo confiar en la posibilidad de aceptar al Dios cris­tiano en lugar de a los diecisiete minúsculos dioses que me protegen, porque un Dios único me hubiera ayudado en medio de tanta porquería y terror y dolor y horror... Me habría ayudado a entender a las putas y a alguna de las mujeres con las que había vivido, los trabajos aburri­dos, la falta de trabajo, las noches de locura y de ham­bre... Yo no era un hombre que piensa, me arreglaba con lo que sentía y mis sensaciones se dirigían a los lisiados, a los torturados, a los condenados y a los perdidos, no por simpatía sino por camaradería, porque yo era uno de ellos, perdido, confuso, indecente, miserable, miedoso y cobarde... El Gran Dios poseía demasiadas armas para mí, era demasiado justo y demasiado poderoso. Yo no quería ser perdonado o aceptado o encontrado... La muerte tenía muy poco significado para mí. Era la úl­tima broma de una serie de bromas pesadas... era otra película... La muerte sólo creaba problemas a los que se quedaban... Alguno entra en el mundo rico pero to­dos se van de él pobres.»

en Entrevista a Charles Bukowski por Fernanda Pivano  

18 de enero - 11 de febrero de 1982.