Charles Bukowski
Lo que más me gusta es rascarme los sobacos:
El sexo
El libro contiene también su credo literario respecto al modo de tratar el sexo: a mitad del volumen hay una página de tono ensayístico que comienza (y las minúsculas son voluntarias): «el sexo es una cosa interesante pero no tiene una importancia decisiva. O sea es menos importante, desde el punto de vista fisiológico, que la defecación» y prosigue con la afirmación reveladora: «el sexo es obviamente tragicómico, no escribo de él como un instrumento obsesivo, escribo de él como una carcajada en un escenario sobre el que hasta vosotros tenéis que acabar por llorar, como en un intermedio, entre el primero y el segundo acto. Giovanni Boccaccio ha hablado de él mucho mejor, tenía estilo y desenvoltura, yo me encuentro todavía demasiado próximo al objetivo para alcanzar su gracia total, la gente piensa que yo soy un marrano, si todavía no habéis leído Boccaccio, hacedlo. podéis comenzar con el Decamerón. sin embargo, yo también he adquirido una cierta desenvoltura y, después de 2000 coños, en su mayoría no demasiado bonitos, estoy en condiciones de poder vivir de mí mismo y de la trampa en que he caído.»
Si se consigue superar la molestia de la puntuación anticuadamente rebelde, en esta posición que ve el sexo como realidad tragicómica se encuentra una clave que puede servir para la lectura de todos los libros sucesivos; y una clave análoga puede encontrarse para interpretar el despilfarro de alcohol que inunda todas sus páginas: «no puedo deciros por qué tenía que beber tanto, tal vez a causa de mi gran rabia o del gran dolor, o bien porque me faltaba un trozo del cerebro-alma, tal vez por culpa de ambas cosas.» El dolor reaparece, insistente, en todas las escenas, junto con la tristeza: «la falta absoluta de cualquier meta, la tristeza, el todo... encontré el último vaso de vino mezclado con las cenizas de la tristeza de cualquier cosa... me metí su pezón en la boca, sabía a tristeza, a goma, a angustia y a leche cuajada.»