Charles Bukowski

Lo que más me gusta es rascarme los sobacos:

John Fante

Si se le pregunta quién es su escritor preferido, el que más le ha influenciado, contesta: John Fante, un novelista neorrealista de los años 30, de origen italiano, pero nacido en Denver (Colorado) en 1911, que vive en Los Angeles, paralizado por la diabetes, en una silla de ruedas, después de haber publicado Wait Until Spring, Bandini en 1938, Ask the Dust en 1939, Dago Red en 1940 y Full of Life en 1952; pero si se le pregunta quién que­rría llegar a ser, responde dando el nombre de Hemingway con la misma humildad y la misma ambición con la que tiempo atrás decía este mismo nombre para res­ponder a la misma pregunta Norman Mailer. En cierto modo, se trata de un nombre que le conviene más de lo que puedan convenirle los de Henry Miller y de Jack Kerouac, con los que se le ha comparado a veces en los lanzamientos publicitarios. El corte de sus relatos y de sus narraciones es vagamente hemingwayano; y si su manera de beber tiene que parecerse a algo, es más a la de Generación Perdida que a la de la Generación Beat. Relacionar su nombre con el de Kerouac es poco pre­ciso, porque Kerouac es un poeta (casi intraducible) al que la perspectiva histórica reconoce cada vez mayores esplendores en una prosa que quedará entre las más des­lumbrantes de esta mitad de siglo americano; y sus con­tenidos, que describen el dramático equilibrio entre la-destructividad del alcoholismo y el impulso de una explo­siva energía vital, están formados, además de la melan­colía y la desesperación, por un atónito y asustadizo en­tusiasmo ante la belleza del mundo y de la vida, exacta­mente a la manera Zen, incluso cuando la vida sólo es maya, sólo ilusión y sólo el vestíbulo de la nada budista. Todas ellas son cosas ausentes en Bukowski, que sólo parece tener en común con Kerouac las borracheras; pero Bukowski habla del alcohol como hablaban los escritores de los años veinte, como un intermedio entre una brava­ta, una manera de «estar alegres» y un truco para evadirse. En suma, habla de él como un escritor maldito, exactamente como prefieren los europeos.

De idéntica manera es impreciso relacionar a Bukowski con Henry Miller, porque sólo parece tener en común con él las sagas de coitos. El amor por el cuerpo humano, que en Miller cubre todas las gamas, desde el triunfo del sexo hasta la tragedia de la enfermedad, está completamente ausente en Bukowski; y ni siquiera aparece en las poquísimas veces en que la atención del es­critor se dirige a observar el mundo natural.

Pero, en realidad, yo querría excluir estas semejan­zas tanto en clave negativa como en clave positiva. Que­rría tributar a Bukowski el cumplido de considerarlo absolutamente original, al margen incluso de escritores malditos como Céline y Artaud. Definir sus característi­cas, su personalísimo modo de escribir a través de las imágenes de la vida cotidiana transfiguradas bajo una colosal lente de aumento significa también definir un Es­tilo de Vida anárquico y demente, violento y brutal, visto siempre en clave de sarcasmo cruel y amarguísimo, sin espacio para concesiones al sentimentalismo y lleno de disgusto y de desconfianza hacia el género humano y la sociedad de los hombres.

Tal vez sea esto lo que en el actual momento de crisis dramática que atraviesa Europa ha llevado a los jóve­nes hacía él, precisamente cuando la moda de la rebelión punk ha propuesto el rechazo de cualquier indulgencia hacia las costumbres cotidianas. Se podría hablar de la complacencia de Bukowski y de los punk por esta inter­pretación completamente negativa de la vida; pero sería reducirlo a una dimensión de decadentismo a la que no me gustaría recurrir.

en Entrevista a Charles Bukowski por Fernanda Pivano  

18 de enero - 11 de febrero de 1982.