Charles Bukowski
El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco

24-08-92

12.28 h.

Bueno, tengo 72 años desde hace 8 días y noches y nunca podré volver a decir lo mismo.

Ha sido un mal par de meses. Fatigado. Física y espiritualmente. La muerte no significa nada. Es andar por ahí con el culo a rastras, es cuando las palabras no salen volando de la máquina, ésa es la jodienda.

Y ahora tengo una hinchazón en el labio inferior y debajo del labio inferior. Y no tengo energía. No he ido al hipódromo hoy. Me he quedado en la cama. Cansado, cansado. Los domingueros son lo peor del hipódromo. Tengo problemas con la cara humana. Me resulta muy difícil mirarla. Me encuentro con la suma total de la vida de cada persona escrita allí, y es una visión horrible. Cuando uno ve miles de caras en un día, es agotador, desde el techo de la cabeza hasta los dedos de los pies. Y en todas las entrañas. Los domingos siempre hay mucha gente. Es el día de los aficionados. Chillan y maldicen. Rabian. Luego se quedan sin fuerzas y se marchan, arruinados. ¿Qué esperaban?

Me operaron de cataratas en el ojo derecho hace unos meses. La operación no fue en absoluto tan sencilla como me dieron a entender, equivocadamente, otras personas que afirmaban que les habían operado de los ojos. Oí a mi mujer hablar con su madre por teléfono: ¿”Y dices que no duró más que unos minutos? ¿Y que volviste luego en coche a casa?” Otro individuo, un tío viejo, me dijo: “Ah, no es nada, en cuanto te quieres dar cuenta se ha terminado, y vuelves a hacer vida normal.” Otros me hablaban de la operación quitándole importancia. Era un juego de niños. Y que conste que no pedí información sobre la operación a ninguna de esas personas; se limitaron a dármela ellos. Y después de un tiempo empecé a creérmela. Aunque seguía preguntándome cómo algo tan delicado como el ojo se podía tratar más o menos como si se tratar de cortar una uña del pie.

En la primera consulta, el médico me examinó el ojo y me dijo que había que operar.

—Muy bien —dije—. Vamos allá.

—¿Qué? —me preguntó.

—Hágalo ahora. ¡Déle caña!

—Un momento —me dijo—. Primero tenemos que pedir hora en un hospital. Y luego hay que hacer otros preparativos. En primer lugar, queremos pasarle una película sobre la operación. Sólo dura unos 15 minutos.

—¿La operación?

—No, la película.

Lo que hacen es sacarte el cristalino entero del ojo y sustituirlo por un cristalino artificial. El cristalino se sutura en posición y el ojo tiene que adaptarse y recuperarse. Después de unas 3 semanas te quitan los puntos. No es ningún juego de niños, y la

operación dura mucho más que “un par de minutos”.

En cualquier caso, después de que me operaran la madre de mi mujer dijo que ella probablemente se hubiera estado refiriendo a un procedimiento post-operatorio. ¿Y el tipo viejo?

—¿Cuánto tiempo te llevó recuperar la vista en condiciones después de la operación? —le pregunté.

—No estoy tan seguro de que me operaran —dijo.

Y a lo mejor a mí se me ha hinchado el labio por beber del cuenco de agua del gato.

Me encuentro un poco mejor esta noche. Seis días de hipódromo a la semana pueden quemar a cualquiera. Probadlo alguna vez. Y luego llegáis y os ponéis a trabajar en vuestra novela.

¿O será que la muerte me está enviando señales?

El otro día estaba pensando en el mundo sin mí. Ahí está el mundo, siguiendo con sus cosas. Y yo no estoy allí. Muy extraño. Pensar en el camión de la basura, que pasa a recoger la basura, y yo no estoy allí. O en el periódico, tirado a la entrada de mi casa, y yo no estoy allí para recogerlo. Imposible. Pero lo peor de todo es que algún tiempo después de mi muerte se me va a descubrir de verdad. Todos los que me tenían miedo o me odiaban cuando estaba vivo abrazarán de repente mi memoria. Mis palabras estarán en todas partes. Se crearán clubs y sociedades. Será como para ponerse enfermo. Se hará una película de mi vida. Me pintarán mucho más valiente de lo que soy, y con mucho más talento del que tengo. Mucho más. Será como para hacer vomitar a los dioses. La especie humana lo exagera todo: a sus héroes, a sus enemigos, su importancia.

Esos cabrones. Toma, ya me siento mejor. Maldita especie humana. Toma, ya me siento mejor.

La noche empieza a refrescar. Puede que pague el recibo del gas. Recuerdo que en el distrito Sur-Centro de los Ángeles le pegaron un tiro a una señora que se llamaba Love por no pagar el recibo del gas. La compañía quería cortarle el suministro. Ella se resistió. No recuerdo con qué. Quizá con una pala. Llegaron los polis. No me acuerdo de cómo fue. Creo que la mujer echó mano de algo que llevaba en el delantal. Dispararon y la mataron.

Está bien, está bien, pagaré el recibo del gas.

Me preocupa la novela. Es sobre un detective. Pero no hago más que meterlo en una serie de situaciones casi imposibles, y luego tengo que sacarlo de ellas. A veces pienso cómo lo voy a sacar mientras estoy en el hipódromo. Y sé que mi editor está intrigado. A lo mejor piensa que la obra no es literaria. Yo digo que cualquier cosa que haga es literaria aunque intente hacer que no lo sea. A estas alturas, ya debería fiarse de mí. Bueno, si él no la quiere, se la coloco a otro. Se venderá tan bien como cualquier otra cosa que yo haya escrito, y no porque sea mejor, sino porque es tan buena, y mis locos lectores la están esperando.

En fin, puede que si duermo bien esta noche me despierte por la mañana sin el labio hinchado. ¿Os imagináis que me acerque a la ventanilla, en el hipódromo, con el labio todo hinchado, y le diga al tipo “20 a ganador al caballo número 6”? Sí, claro. Ya lo sé. No se daría ni cuenta. Mi mujer me preguntó: “Pero el labio ¿no lo has tenido siempre así?”

La madre de Dios.

¿Sabíais que los gatos duermen 20 horas de cada 24? No me sorprende que tengan mejor aspecto que yo.

Charles Bukowski en The Captain is Out to Lunch and the Sailors Have taken Over the Ship

Black Sparrow Press - Santa Bárbara, [(1983) 1998]