Charles Bukowski - El Capitán Salió A Comer Y Los Marineros Tomaron El Barco 

22-10-91

16.46 h.

La vida peligrosa. He tenido que levantarme a las 8 de la mañana para darles de comer a los gatos, porque el técnico de Westec Security había quedado en venir a las 8.30 para empezar a instalarme un sistema de seguridad más sofisticado. (¿Era yo el que solía dormir encima de cubos de basura?) 

El técnico de Westec Security llegó exactamente a las 8.30. Buena señal. Le llevé por la casa indicándole ventanas, puerta, etc. Bien, bien. Les iba a conectar cables, iba a instalar detectores de roturas de cristal, emisoras de ondas bajas y de ondas cruzadas, aspersores de extinción de incendios, etc. Linda bajó a hacerle algunas preguntas. Se le da mejor que a mí. 

Yo sólo pensaba una cosa: “¿Cuánto tiempo va a llevar esto?” 

—Tres días —dijo el técnico. 

—Dios —dije. (Dos de esos días estaría cerrado el hipódromo.) 

Así que cogimos un par de cosas y dejamos al técnico allí, diciéndole que volveríamos pronto. Teníamos un vale de regalo de 100 dólares para los almacenes I. Magnin, que alguien nos había regalado por nuestro aniversario de boda. Y yo tenía que ingresar un talón de derechos de autor. Así que nos marchamos al banco. Firmé el talón por detrás. 

—Me gusta mucho su firma —dijo la chica. Otra chica se acercó y miró la firma. 

—Su firma cambia constantemente —dijo Linda. 

—Me paso la vida firmando libros —dije. 

—Es escritor —dijo Linda. 

—¿Ah, sí? ¿Qué escribe? —preguntó una de las chicas. 

—Díselo —le dije a Linda. 

—Escribe poemas, cuentos y novelas —dijo Linda. 

—Y un guión —dije. El borracho

—¡Ah! —dijo una de las chicas, sonriendo—. Ésa la vi. 

—¿Te gustó? 

—Sí —dijo con una sonrisa. 

—Gracias —dije. 

Luego dimos media vuelta y nos marchamos. 

—Cuando hemos entrado, he oído a una de las chicas decir: “Sé quién es ese señor” —dijo Linda. 

¿Veis? Éramos famosos. Nos metimos en el coche y fuimos a comer algo al centro comercial, cerca de los almacenes I. Magnin. 

Nos sentamos a una mesa y nos comimos unos sándwiches de pavo, con zumo de manzana para beber, y luego tomamos unos capuccinos. Desde la mesa podíamos ver buena parte del centro comercial. El lugar estaba prácticamente vacío. Los negocios iban mal. Bueno, nosotros teníamos un vale de cien dólares para fundir. Ayudaríamos a la economía. 

Yo era el único hombre que había allí. El resto eran mujeres, sentadas a las mesas, solas o en parejas. Los hombres estaban en otra parte. No me importaba. Me sentía seguro con las señoras. Estaba descansando. Mis heridas se estaban cicatrizando. Me iría bien un poco de sombra. No podía pasarme la vida tirándome por precipicios. Quizá después de un descanso pudiera lanzarme al abismo otra vez. Quizá. 

Terminamos de comer y fuimos hasta los almacenes I. Magnin. 

Necesitaba camisas. Estuve mirando camisas. No encontré ni una maldita camisa que me gustara. Parecían diseñadas por retrasados mentales. Pasé. Linda necesitaba un bolso. Encontró uno, con un descuento del 50%. Costaba 395 dólares. No tenía pinta de valer 395 dólares. Más bien 49 dólares con 50. Linda también pasó. Había 2 sillas con cabezas de elefante en el respaldo. Guapas. Pero costaban miles de dólares. Había un pájaro de cristal, guapo, a 75 dólares, pero Linda dijo que no teníamos dónde ponerlo. Lo mismo ocurría con el pez de rayas azules. Yo me estaba cansando. Mirar cosas me cansaba. Los grandes almacenes me desgastaban y machacaban. No había nada en ellos. Toneladas y toneladas de basura. No me la llevaría ni regalada. ¿No venden nunca nada atractivo?

 Decidimos dejarlo para otro día. Fuimos a una librería. Yo necesitaba un libro sobre mi ordenador. Necesitaba saber más. Encontré un libro. Fui a la caja. El dependiente registró la cantidad. Pagué con tarjeta. “Gracias”, me dijo. “¿Sería tan amable de firmarme esto?” Me entregó mi último libro. Ya veis, era famoso. Reconocido dos veces en el mismo día. Dos veces era suficiente. Tres veces o más y ya tienes problemas. Los dioses me estaban poniendo las cosas en su justo punto. Le pregunté cómo se llamaba, escribí allí su nombre, le garabateé una dedicatoria, se la firmé y le hice un dibujo. 

Al volver a casa nos paramos en una tienda de informática. Necesitaba papel para la impresora láser. No tenían. Le agité el puño al dependiente. Aquello me recordó los viejos tiempos. El dependiente me recomendó un sito. Lo encontramos a la vuelta. Allí encontramos de todo, a precios de saldo. Compré papel de impresora como para durarme dos años, y sobres, bolígrafos y clips. Ahora lo único que tenía que hacer era escribir. 

Llegamos a casa. El técnico de la empresa de seguridad se había marchado. El albañil había venido y se había ido. Había dejado una nota: “Volveré a las 4.” Sabíamos que el albañil no volvería a las 4. Estaba loco. Infancia problemática. Muy trastornado. Pero buen baldosista. 

Guardé las compras arriba. Ya estaba listo. Era famoso. Era escritor. 

Me senté y puse en marcha el ordenador. Abrí el programa de JUEGOS ESTÚPIDOS. Y empecé a jugar al Tao. Cada vez se me daba mejor. Raras veces me ganaba el ordenador. Era más fácil que ganarles la partida a los caballos, pero de algún modo no tan satisfactorio. Bueno, estaría otra vez allí el miércoles. Apostar a los caballos me apretaba las clavijas. Era parte del esquema. Funcionaba. Y tenía 5.000 hojas de papel de impresora que llenar.

Charles Bukowski en The Captain is Out to Lunch and the Sailors Have taken Over the Ship

Black Sparrow Press - Santa Bárbara, [(1983) 1998]