Charles Bukowski
El sexo es una trampa...

9


Un golpe en la puerta. No, eran 5 golpes en la puerta, fuertes,

insistentes.

Siempre logro sacar conclusiones por la forma de golpear una puerta. A

veces, si me da mala espina, no contesto.

Aquella forma de golpear sólo me dio media mala espina.

–Entre –dije.

La puerta se abrió de pronto. Era un hombre de algo más de cincuenta

años, rico a medias, nervioso a medias, los pies demasiado grandes, una

verruga en la parte superior izquierda de la frente, ojos marrones, corbata, 2 coches, 2 casas, sin hijos, piscina y aguas termales, jugaba a la Bolsa y era bastante patoso.

Se quedó allí de pie sin hacer nada, sudando un poco y mirándome

fijamente.

–Siéntese –le dije.

–Soy Jack Bass –dijo– y...

–Ya sé.

–¿Qué?

–Usted cree que su mujer se acuesta con otro o con otros.

–Sí.

–Ella tiene unos 20 años.

–Sí, quiero que usted me dé pruebas de que lo hace y luego pediré el

divorcio.

–¿Para qué molestarse, Bass? Divórciese simplemente.

–Sólo quiero pruebas de que ella... ella...

–Olvídelo. Ella conseguirá la misma cantidad de dinero de cualquiera

de las dos maneras. Es la Nueva Época.

–¿Qué quiere decir?

–Es lo que llaman el divorcio sin culpable. No importa lo que cada uno

haga.

–¿Cómo es eso?

–Agiliza la justicia, despeja los juzgados.

–Pero eso no es justicia.

–Ellos creen que sí.

Bass se quedó simplemente sentado en la silla, respirando y

mirándome.

Yo tenía que resolver el asunto Céline y encontrar al Gorrión Rojo y

allí estaba aquella bola fofa de carne preocupado porque su mujer estaba

echando un polvo con alguien.

Por fin habló.

–Sólo quiero saberlo. Sólo quiero saberlo por saberlo.

–No salgo barato.

–¿Cuánto?

–6 dólares la hora.

–No me parece mucho.

–A mí, sí. ¿Tiene una foto de su mujer?

Rebuscó en su cartera, encontró una, me la pasó.

La miré.

–¡Dios mío! ¿Es realmente así?

–Sí.

–Se me está poniendo dura sólo de verla.

–Eh, no se pase de listo.

–Perdone, pero tengo que quedarme la foto. Se la devolveré cuando

acabe.

La metí en mi cartera.

–¿Ella sigue viviendo con usted?

–Sí.

–Y usted ¿se va a trabajar?

–Sí.

–Y entonces, a veces, ella...

–Sí.

–¿Y qué le hace pensar que ella...?

–Cosas, llamadas de teléfono, voces dentro de mi cabeza, sus cambios

de comportamiento, gran número de cosas...

Empujé un cuaderno de notas hacia él.

–Escriba la dirección de su casa y de la oficina, y el teléfono de casa y

de la oficina. De ahí lo sacaré todo. Le pillaré el culo contra la pared.

Descubriré todo el asunto.

–¿Qué?

–Acepto el caso, señor Bass. Tras su cumplimiento, le informaré.

–¿Cumplimiento? –preguntó–. Oiga, ¿está usted bien?

–Yo estoy normal. ¿Y usted?

–Oh, sí, estoy muy bien.

–Entonces, no se preocupe. Soy su hombre. Le pillaré el culo.

Bass se levantó lentamente de la silla. Fue hacia la puerta y luego se

volvió.

–Barton le recomienda mucho.

–¡Ah, ya entiendo! Buenas tardes, señor Bass.

La puerta se cerró y él se fue. El bueno del viejo Barton.

Saqué la foto de la cartera y me quedé allí sentado mirándola.

So puta, pensé, más que puta.

Me levanté y eché la llave a la puerta. Después descolgué el teléfono. Me

quedé allí sentado, tras mi escritorio, mirando la foto.

So puta, pensé, te voy a pillar el culo. ¡Contra la pared! ¡No habrá

piedad para ti! ¡Te voy a coger en medio del asunto! –Te voy a coger! So puta, so zorra, so puta.

Empecé a respirar entrecortadamente. Me bajé la cremallera. Y entonces

comenzó un terremoto. Tiré la foto y me refugié debajo del escritorio. Era

uno de los fuertes. Tendría una intensidad 6. Debió de durar un par de minutos.

Después paró. Salí de debajo del escritorio a gatas, aún con la

cremallera bajada. Recogí la foto, la volví a poner en mi cartera, me subí la

cremallera. El sexo es una trampa, un engaño. Es para los animales. Yo era

demasiado sensato para ese tipo de mierdas. Volví a colgar el teléfono, abrí la

puerta, salí, cerré con llave y me dirigí al ascensor. Tenía trabajo que hacer.

Yo era el mejor detective de Los Angeles y Hollywood. Apreté el botón y

esperé a que el jodido ascensor subiera.