Charles Bukowski
Pinreles pesados con zapatos de cemento
hago lo que puedo para evitar
que la gente entre aquí.
la gente
nunca
me ha hecho ningún bien,
sobre todo su
conversación.
después de escucharla
durante horas
llego a la conclusión de que sus palabras
no tienen nada que ver con
nada
que son personas solitarias y
cobardes
y que sólo necesitan
expulsar sus
gases espirituales
para que
yo
los huela.
por mucho que intente
mantenerlos alejados
algunos
se cuelan
por lo general con el pretexto
de que
me han hecho algún
favor y deben
ser recompensados.
ningún favor
ningún favor
pueden hacerme
a menos que me lo haga yo
a mí mismo.
pero en ocasiones
descubro que
me muestro amable con ellos
por algún
capricho tonto que no puedo explicar
y entonces
me los encuentro allí
enfrente de mí
rodeándome.
esta misma noche
después de pasar horas
escribiendo a máquina
bajé la escalera y
encontré esos rostros
sin
nombre
reunidos alrededor de la
mesita para servir el café
hablando de cosas aburridas.
esta noche en particular
empezaron con Céline (saben
que me gusta
Céline).
«Céline se volvió loco», comenta
uno de ellos.
en fin, ya se sabe que
cuando un hombre pierde la cabeza
a veces significa que
hace o dice cosas
que parecen muy peligrosas
para aquellos que creen y actúan
de manera distinta.
nunca considero que un hombre
se ha vuelto loco
cuando discrepa o actúa
en contra de
las pocas cosas que yo creo
que tienen valor.
sólo considero
que es
un tipo
tonto y aburrido
al que hay que evitar
más
que atacar.
en fin
esta noche
no paraban de charlar
era un grupo muy
liberal y concienzudo
adiestrado
en decir lo que debe decirse después de estudiar
Humanidades
y le eché un vistazo
a mi gato
y
pensé que
mi gato parecía
mejor
sabía más
y era el que mejor comprendía;
no tiene que
fingir nada
defender nada
o creer en
nada.
«Céline», les dije,
«escribía mejor que
habláis cualquiera
de vosotros».
«pero iba
perdiendo la cabeza
por días»,
insistieron.
«si así fuese», les dije,
«al menos tuvo que tener antes
alguna cordura
que perder».
y eso era lo
que querían:
una reacción:
encabronar
al vejete
calentar
al vejete.
(intentas hablarles
y te transformas en uno de
ellos.)
me
callé y
seguí bebiendo
de Céline pasamos
a otro asunto.
alguien mencionó a Kerouac,
pero aquello cayó en saco roto.
y entonces alguien mencionó El guardián
entre el centeno,
y después
todos supimos
todos supimos
algo.
Ginsberg salió
a colación
se le mimó
y se le despreció.
Burroughs aún
estaba bien
pero ya
casi no
interesaba.
Mailer, sí joder,
ese sí que publica,
y Olson, ya sabéis, bueno,
aquellas pausas de respiración
estaban anticuadas
pero encontrarse con él
resultaba agradable: tenía
una simpatía
tan natural
que asustaba.
Ferlinghetti estaba siempre dormido
en la habitación del fondo
¿y quién
puede leer a
Tolstoi?
Poe fue un éxito de ventas
en Europa y
a Hemingway lo
llamarían marica
hoy en día y
¿sabéis que a
William
Saroyan
le escribieron
sus cuentos
otros tipos
durante los últimos años de su vida?
Henry Miller, en fin,
murió.
por la mañana
cuando me desperté
estaba
malo y
me giré para mirar por la
ventana
una grasa amarilla lechosa de
mañana
quemándome
los ojos.
junto a mí en la cama
allí estaba ella.
me dijo: «anoche
no te mostraste
muy amable
con aquella gente».
«¿se han ido?»
«¿que si se han ido? ¡sí, da
por seguro que sí!»
«¿cómo están los gatos? ¿les hemos
dado de comer?»
me levanté de la cama y fui
al
baño
no había
nadie
en el baño
sólo
yo.
fue una
sensación de lo
más agradable
y decente.
hice lo que tuve que
hacer
y salí.
ella estaba
incorporada en la
cama
esperándome.
«lo único que haces es beber», dijo,
«no dejas de beber.
eres incapaz
de enfrentarte a la gente».
«es verdad»,
le dije.
«¡dios mío!»,
exclamó reclinándose sobre
la almohada.
me metí en la cama
a su lado.
y ella salió
de la
cama y
se fue al baño
y yo me quedé allí y
pensé que
la gente se había
ido
que todo el mundo se había
ido
que podía respirar y
estirar las
piernas
y que nadie
hablaba
sobre nada.
y desde mi posición
en la cama
pude
mirar por la
ventana
y ver la
copa de los árboles y
el encantador
puente
y daba la impresión de que hacía un día muy bueno
bastante aceptable
y real
y tiré
de las mantas
y me tapé
y me estiré satisfecho y libre por fin
hasta que oí la
cisterna.