Charles Bukowski - El Capitán Salió A Comer Y Los Marineros Tomaron El Barco 

16-04-92

12.39 h.

Mal día en el hipódromo. Mientras me dirijo hacia allá en el coche, siempre le voy dando vueltas al sistema que voy a utilizar. Debo tener 6 o 7. Y no cabe duda de que hoy he escogido el sistema equivocado. De todas formas, nunca perderé el pellejo ni la cabeza en el hipódromo. Sencillamente no apuesto tanto. Años de pobreza me han hecho precavido. Ni siquiera cuando gano es como para echar las campanas al vuelo. Sin embargo, prefiero acertar que equivocarme, sobre todo si se considera que estás sacrificando horas de tu vida. Uno llega a sentir cómo se asesina el tiempo allí fuera. Hoy se estaban acercando a la salida para empezar la 2.ª carrera. Quedaban 3 minutos para empezar y los caballos y jinetes se estaban acercando lentamente. Por algún motivo me pareció que tardaban una eternidad. Cuando has pasado de los 70 te duele más que alguien se mee encima de tu tiempo. Claro que, ya lo sé, yo me había colocado en una situación que hacía posible que me mearan encima.

Solía ir a las carreras nocturnas de galgos en Arizona. Allí sí que sabían lo que hacían. Te dabas la vuelta para pedir otra copa y ya había empezado otra carrera. Nada de esperar 30 minutos. Zas, zas, una carrera detrás de otra. Era refrescante. El aire de la

noche era frío y la acción era continua. No te daba la sensación de que alguien estuviera intentando serrarte las pelotas entre carreras. Y cuando todo había terminado, no estabas deshecho. Podías beber durante el resto de la noche y pelearte con tu chica.

Pero en las carreras de caballos es infernal. Yo me mantengo aislado. No hablo con nadie. Eso ayuda. Bueno, los cajeros me conocen. Me acerco a las ventanillas, uso la voz. Con los años, llegan a conocerte. Y la mayoría de ellos son bastante buena gente.

Creo que sus años de tratar con la humanidad les han dado cierta clarividencia. Por ejemplo, saben que la mayor parte de la especie humana es un gran pedazo de mierda. En cualquier caso, sigo manteniendo las distancias con los cajeros. Deliberando

conmigo mismo me mantengo alerta. Podría quedarme en casa y hacer lo mismo. Podría cerrar la puerta y distraerme pintando o con cualquier cosa. Pero de alguna manera necesito salir, y asegurarme de que casi toda la humanidad sigue siendo un gran pedazo de mierda. ¡Como si fueran a cambiar! No, tío, debo de estar loco. Y, sin embargo, hay algo allí fuera; quiero decir que no pienso en morirme, por ejemplo, cuando estoy allí, porque te sientes demasiado estúpido allí fuera como para poder pensar. A veces me he llevado una libreta, pensando, bueno, escribiré alguna cosa entre carreras. Imposible. El aire es plano y pesado, todos somos miembros voluntarios de un campo de concentración. Cuando llego a casa puedo pensar en la muerte. Un poco nada más. No demasiado. No me preocupa morirme, ni me arrepiento, ni nada de eso. Más que nada se parece a un trabajo pesado. ¿Cuándo? ¿La noche del miércoles que viene? ¿O cuando esté dormido? ¿O a consecuencia de la próxima horrible resaca? ¿Accidente de tráfico? Es una carga, es algo que tenemos pendiente. Y yo me marcho de aquí sin creer en Dios. Eso estará bien, puedo encajarlo de frente. Es algo que tienes que hacer, como ponerte los zapatos por la mañana. Creo que voy a echar de menos escribir. Escribir es mejor que beber. Y escribir mientras bebes, eso siempre ha hecho que bailen las paredes. Puede que exista el infierno, ¿eh? Si es así, yo estaré allí, y ¿sabéis una cosa? Todos los poetas estarán allí, leyendo sus obras, y yo tendré que escuchar. Me ahogaré entre sus pavoneos de vanidad, su desbordante autoestima. Si existe el infierno, ése será el mío: un poeta detrás de otro, leyendo sin parar…

En fin, un día especialmente malo. El sistema que normalmente me funciona no me ha funcionado. Los dioses barajan las cartas. El tiempo es mutilado y tú eres un estúpido. Pero el tiempo se hizo para malgastarlo. ¿Qué le vas a hacer? No siempre

puedes funcionar a todo vapor. Te paras y arrancas. Tocas techo y luego te hundes en un pozo negro. ¿Tenéis gato? ¿O gatos? Cómo duermen, tío. Pueden dormir 20 horas al día y siempre están guapos. Saben que no hay nada por lo que merezca la pena entusiasmarse. La siguiente comida. Y algo que matar de vez en cuando. Cuando siento que todas estas fuerzas me desgarran, me dedico a mirar a uno o a varios de mis gatos. Son 9. Miro a uno de ellos, dormido o medio dormido, y me relajo. Escribir es también mi gato. La escritura me ayuda a enfrentarme con todo esto. Me relaja. Aunque sólo sea por un momento. Luego se me cruzan los cables y tengo que empezar desde cero otra vez. No entiendo a los escritores que deciden dejar de escribir. ¿Cómo se relajan?

Bueno, en el hipódromo había hoy una atmósfera de aburrimiento y de muerte, pero aquí estoy, otra vez en casa, y lo más probable es que mañana vuelva a estar allí. ¿Cómo consigo hacerlo?

En parte tiene que ver con la fuerza de la rutina, una fuerza que nos sostiene a la mayoría de nosotros. Un lugar adonde ir, algo que hacer. Se nos adiestra desde el principio. Sal fuera, métete en el ajo. A lo mejor hay algo interesante ahí fuera. Qué sueño de ignorantes. Es como cuando ligaba con mujeres en los bares. Solía pensar, quizá ésta sea la que estaba buscando. Otra rutina más. Y sin embargo, durante el acto sexual, pensaba: ésta es otra rutina. Estoy haciendo lo que se supone que tengo que hacer. Me sentía ridículo, pero seguí adelante en cualquier caso. ¿Qué otra cosa podía hacer? Tendría que haberme parado. Tendría que haberme echado hacia atrás y haber dicho:

—Mira, nena, estamos siendo unos estúpidos. No somos más que peones en manos de la naturaleza.

—¿Qué quieres decir?

—Lo que quiero decir, nena, es que si alguna vez has visto dos moscas follando o algo de eso.

—¡ESTÁS LOCO! ¡YO ME LARGO DE AQUÍ!

No podemos examinarnos demasiado de cerca, o dejaríamos de vivir, lo dejaríamos todo. Como esos hombres sabios que se quedan sentados en una roca y no se mueven. Aunque tampoco sé si eso será tan sabio. Desechan lo evidente pero algo les hace desecharlo. En cierto modo son moscas que se follan así mismas. No hay escapatoria, ni en la acción ni en la inacción. No hay más remedio que darnos a nosotros mismos por perdidos: cualquier movimiento sobre el tablero conduce a un jaque mate.

En fin, que hoy ha sido un mal día en el hipódromo; acabé con mal sabor en la boca del alma. Pero volveré mañana. Me da miedo no hacerlo. Porque cuando llego luego a casa las palabras que se deslizan por la pantalla de este ordenador realmente fascinan mi cansado pellejo. Lo dejo para poder retomarlo. Claro, claro. Eso es. ¿No?

Charles Bukowski en The Captain is Out to Lunch and the Sailors Have taken Over the Ship

Black Sparrow Press - Santa Bárbara, [(1983) 1998]