Charles Bukowski
La Vida Agota A Un Hombre...

13


De vuelta en mi apartamento me lancé al pollo y la ensalada de patata. Tiré un pomelo que rodó por la alfombra. Me sentía frustrado. Todo se me ponía en contra.

Entonces sonó el teléfono. Escupí un ala de pollo medio cruda y contesté:

–¿Sí?

–¿El señor Belane?

–¿Sí?

–Ha ganado usted un viaje a Hawai –dijo alguien.

Colgué. Entré en la cocina y me serví un vodka con agua mineral más unas gotas de salsa de tabasco. Me senté con mi copa, le di un traguito y entonces oí unos golpecitos en la puerta. Aquella forma de golpear me daba mala espina, pero de todos modos dije:

–!Entre!

Me arrepentí. Era mi vecino, el del 302, el cartero. Los brazos siempre le colgaban de un modo gracioso. La mente, también. Nunca te miraba a ti sino a algún punto por encima de tu cabeza. Como si estuvieras más atrás de donde en realidad estabas. También hacía algunas otras cosas raras.

–Hola, Belane, œtienes algo de beber?

–En la cocina, sírvete tú mismo.

–Bien.

Entró en la cocina, silbando «Dixie».

Luego salió andando con mucha calma y con un vaso en cada mano. Se sentó frente a mí.

–No quería quedarme corto –dijo señalando los dos vasos.

–¿Sabes que eso se vende en muchos sitios? –le informé–. Deberías abastecerte.

–Dejemos eso... mira, Belane, he venido a hablar en serio.

Se acabó el vaso que tenía en la mano derecha y lo estrelló contra la pared. Eso lo había aprendido de mí.

–Mira, Belane, he venido para que tú y yo nos situemos en el camino de lograr la abundancia.

–Bien, bien, bien –le dije–, a ver, cómo es eso.

–Loco Mike. Corrió el otro día. Más rápido que la lengua de un leproso por la teta de una virgen. Hizo el primer cuarto en 21 segundos. Llegó como un rayo a la recta con 5 cuerpos de ventaja, al final sólo le sacaron cuerpo ymedio. De 20 mil dólares está bajando a 15 mil. A una liebre como ésa no le

verán más que el agujero del culo. El Racing Form le ha puesto 15 a 1. ¡Un robo! –Y vamos a medias, compañero!

–¿Por qué a medias conmigo? œPor qué no te lo llevas tú todo?

Se acabó la segunda copa. Luego miró a su alrededor. Levantó el vaso.

–¡Quieto ahí! –le dije–. Estrella ese vaso y tendrás dos agujeros en el culo.

–¿Ehh?

–Piénsalo.

El cartero posó su vaso suavemente.

–¿Hay algo más de beber?

–Ya sabes dónde. Sírveme otra a mí.

Fue a la cocina. Yo sentía que la paciencia se me estaba acabando.

Luego salió y me pasó uno de los vasos.

–¡Quieto! –le dije–, voy a beberme el otro.

–¿Y eso por qué?

–Está más cargado.

Me pasó el otro vaso y después se sentó.

–Y ahora, saca de correos, como te iba diciendo, ¿por qué a medias conmigo?

–Bueno, pues...

–Sí, sigue...

–Estoy un poco mal de pasta. No tengo con qué apostar. Pero después de dar en el blanco te podré pagar con los beneficios.

–No me gusta cómo suena eso.

–Mira, Belane, sólo necesito un pellizco pequeño.

–¿Cuánto?

–20 dólares.

–Eso es un montonazo de dinero.

–10 dólares.

–¿10 jodidos dólares?

–De acuerdo, 5 dólares.

–¿Cómo?

–2 dólares.

–¡Lárgate a hacer puñetas!

Se acabó su copa y se puso de pie. Yo me acabé la mía. Él seguía allí.

–¿Cómo es que están por el suelo todos esos pomelos? –me dijo.

–Porque a mí me gusta así.

Me levanté y me dirigí hacia él.

–Hora de irse, amigo.

–¿Hora de irse? Me iré cuando me dé la gana.

Las copas le habían envalentonado. Suele suceder.

Le lancé un puñetazo a la barriga. Llevaba puestas mis nudilleras metálicas así que a punto estuve de atravesarle.

Cayó al suelo.

Le pasé por encima y recogí algunos trozos de cristal roto que había por el suelo. Luego volví, le abrí la boca y se los metí. Luego le froté las mejillas y le di unos cachetes. Los labios se le enrojecieron aún más. 

Después seguí tomándome mi copa. Pasaron unos 45 minutos, calculo, y el cartero empezó a moverse. Giró sobre sí mismo, escupió un trozo de cristal y empezó a arrastrarse a cuatro patas hacia la puerta. Daba pena verlo. Se arrastró derecho hacia la puerta. Yo la abrí y salió arrastrándose pasillo

adelante hacia su apartamento. Tendría que observarle en el futuro.

Cerré la puerta.

Me senté y encontré en el cenicero medio puro apagado. Lo encendí, le di una calada, no tiraba. Lo volví a intentar. No estaba demasiado mal.

Me sentía introspectivo.

Decidí no hacer nada más durante ese día.

La vida agota a un hombre, le consume.

Mañana sería otro día.