Charles Bukowski - El Capitán Salió A Comer Y Los Marineros Tomaron El Barco 

31-10-91

12.27 h

Un día terrible hoy en el hipódromo, no tanto en dinero perdido, porque puede que incluso haya ganado algún centavo, sino en que la sensación que tenía allí era horrible. Nada se movía. Era como si estuviera condenado y, bueno, ya no me queda mucho tiempo. Las mismas caras, la misma comisión del 18 por ciento. A veces me siento como si estuviéramos todos atrapados en una película. Nos sabemos el diálogo, hacia dónde caminar, cómo actuar, sólo que no hay cámara. Y, sin embargo, no podemos escapar de la película. Y es una mala película. Conozco a todos los cajeros del hipódromo demasiado bien. A veces tenemos pequeñas conversaciones cuando hago mis apuestas. A mí me gustaría encontrar a un cajero indiferente, uno que se limitara a darme mis resguardos sin decir nada. Pero, finalmente, a todos les da por hacer conversación. Están aburridos. Y están en guardia, también: muchos jugadores están un poco desquiciados. Muchas veces se producen confrontaciones con los cajeros, suenan timbrazos y los de Seguridad vienen corriendo. Hablando con nosotros, los cajeros nos pueden tantear. Se sienten más seguros de esa manera. Prefieren a los jugadores amigables. 

Con los jugadores la cosa me resulta más fácil. Los habituales saben que soy una especie de chiflado y que no deseo hablar con ellos. Siempre estoy trabajando en un nuevo sistema, y a menudo cambio de sistema sobre la marcha. Siempre estoy intentando encajar los números con la realidad, intentando codificar la locura para convertirla en un sencillo número o un grupo de números. Quiero entender la vida, los sucesos de la vida. Leí un artículo en el que se decía que desde hace mucho tiempo, en el ajedrez, un rey, un alfil y una torre se consideraban iguales a un rey y dos caballos. En Los Álamos pusieron a trabajar una máquina, equipada con 65.536 procesadores, en un programa. El ordenador resolvió el problema en 5 horas, tras considerar 100 mil millones de jugadas, empezando por la posición ganadora y avanzando hacia atrás. Se determinó que el rey, la torre y el alfil podían ganar al rey y dos caballos en 223 jugadas. Esto es algo que me deja completamente fascinado. Sin duda alguna supera al pesado y chapucero juego de apostar a los caballos. 

Yo creo que trabajé demasiado tiempo, a lo largo de mi vida, como trabajador manual. Trabajé como tal hasta los 50 años. Esos cabrones me hicieron acostumbrarme a ir todos los días a un sitio y quedarme allí durante muchas horas y luego regresar. Me siento culpable mariposeando por ahí. Así que acabo en el hipódromo, aburrido y, al mismo tiempo, volviéndome loco. Reservo las noches para el ordenador o para beber o para las dos cosas. Algunos de mis lectores creen que me encantan los caballos, que la acción me emociona, que soy un jugador entusiasta, un verdadero tipo duro, profesional de las apuestas. Me llegan libros por correo sobre caballos y carreras de caballos y sobre historias del hipódromo y etc. Me importa un carajo todo eso. Voy al hipódromo casi a regañadientes. Soy demasiado idiota como para pensar en otro sitio adonde ir. ¿Dónde, dónde, durante el día? ¿Los Jardines Colgantes? ¿Al cine? Demonios, que alguien me ayude, no puedo hacer vida social con las señoras, y la mayoría de los hombres de mi edad están muertos, y si no están muertos deberían estarlo, porque sin duda lo parecen. 

He intentado alejarme del hipódromo, pero me pongo muy nervioso y me deprimo, y esa noche no tengo savia que infundirle al ordenador. Supongo que sacar mi culo de aquí me obliga a mirar a la Humanidad, y cuando miras a la Humanidad TIENES que reaccionar. Es sencillamente demasiado, un continuo espectáculo de los horrores. Sí, me aburro allí, y aquello me aterroriza, pero también soy, hasta ahora, una especie de estudioso. Un estudioso del infierno. 

Pero ahora mismo, son las caras de los jugadores, caras de cartón, horribles, malvadas, vacías, avariciosas, caras agonizantes, día tras día. Rompiendo sus resguardos, leyendo sus diversos periódicos, mirando los cambios en el cartel de las apuestas mientras los van reduciendo a menos y a menos, mientras yo estoy allí con ellos, mientras yo soy uno de ellos. Estamos enfermos, somos los pringados de la esperanza. Nuestras pobres ropas, nuestros viejos coches. Nos movemos hacia el espejismo, nuestras vidas malgastadas como las de todos los demás.

Charles Bukowski en The Captain is Out to Lunch and the Sailors Have taken Over the Ship

Black Sparrow Press - Santa Bárbara, [(1983) 1998]