Charles Bukowski
Tú y tu cerveza y lo grande que eres

Jack entró y cerró la puerta, se encontró un paquete de cigarrillos en la alfombra. Ann estaba echada en el sofá leyendo un ejemplar de Cosmopolitan. Jack encendió un pitillo y se sentó. Faltaban diez minutos para la medianoche.

—Charley dijo que no fumaras —dijo Ann, mirando por encima de la revista.

—Me lo he ganado. Ha sido una dura noche.

—¿Ganaste?

—Por puntos, pero vencedor. Benson era un tipo duro, con mucho estómago, pero ya está vencido. Charley dice que el próximo será Parvinelli. Si lo tumbamos, conseguimos el título.

Jack se levantó, fue a la cocina y volvió con una botella de cerveza.

—Charley me dijo que no te dejara beber cerveza —dijo Ann bajando la revista.

—Charley me dijo, Charley me dijo... ¡Estoy harto, entiendes! Gané la pelea, gano siempre. He vencido en 16 combates seguidos, tengo derecho a tomarme una cerveza y un cigarrillo.

—Se supone que debes mantenerte en forma.

—Bah, no importa. Puedo hacer papilla a cualquiera de ellos.

—Eres tan grande. Me paso horas oyéndolo cada vez que te emborrachas.  ¡Eres tan grande!  Me pones enferma.

—Es que soy grande. De 16 combates, 15 K.O. ¿Hay alguien mejor que yo?

Ann no contestó. Jack se fue con su cerveza y su cigarrillo al retrete.

—Ni siquiera me diste un beso al entrar. Lo primero que hiciste fue lanzarte a por tu botella de cerveza. Eres tan grande, oh, sí. Eres un gran borracho saturado de cerveza.

Jack no contestó. Cinco minutos más tarde apareció por la puerta del baño, con los pantalones y calzoncillos bajados hasta los zapatos.

—Pero, coño, Ann, ¿es que ni siquiera puedes poner un rollo de papel de water aquí?

—Lo siento.

Fue hasta el armario y le cogió un rollo de papel. Jack acabó sus asuntos y salió del baño. Acabó su cerveza y se fue a por otra.

—Estás aquí, viviendo con el mejor peso medio del mundo, y lo único que haces es quejarte. Hay miles de chicas que darían cualquier cosa por estar conmigo y tú todo lo que haces es estar ahí tumbada rompiendo los cojones.

—Sé que eres bueno, Jack, quizás el mejor, pero no sabes lo aburrido que llega a ser el estar aquí sentada escuchándote decir una y otra vez lo grande que eres.

—Ah, con que te aburres, ¿eh?

—Sí, coño. Tú y tu cerveza y lo grande que eres.

—Dime algún otro semipesado mejor que yo. Ni siquiera vas nunca a ver mis peleas.

—Hay otras cosas además de las peleas, Jack.

—¿El qué? ¿Estar ahí, tumbando el culo y leyendo Cosmopolitan?

—Me gusta cultivar mi mente.

—Sí, te sobra suficiente cabeza de chorlito para cultivar.

—Te digo que hay otras cosas aparte de las peleas.

—¿El qué? Vamos, dilas.

—Bueno, el arte, la música, la pintura, y cosas por el estilo.

—¿Hay algo de eso que tú hagas bien?

—No, pero lo sé apreciar.

—Mierda, yo tengo que ser el mejor en lo que hago.

—Siempre bueno, mejor, el mejor... Dios. ¿Es que no puedes apreciar a la gente por lo que es?

—¿Por lo que es? ¿Qué son la mayoría? Estafadores, chupa-sangres, dandies, enanos, chinos, negros, siervos, ladrones, idiotas...

—Tú siempre despreciando a todo el mundo. Ninguno de tus amigos es lo suficientemente bueno. ¡Eres tan grande!

—Ahí lo has dicho, nena.

Jack se metió en la cocina y salió con otra cerveza.

—¡Tú y tu condenada cerveza!

—Estoy en mi derecho. Ellos la venden. Yo la compro.

—Charley dijo...

—¡Que le den por culo a Charley!

—¡Eres tan condenadamente grande!

—Pues claro. Por lo menos Pattie lo sabía. Lo admitía. Estaba orgullosa de ello. Sabía lo que significaba. Tú todo lo que haces es romperme los cojones.

—Bueno, ¿por qué no vuelves con Pattie? ¿Qué estás haciendo conmigo?

—Eso es lo que me estoy preguntando.

—Bueno, no estamos casados, me puedo ir en cualquier momento.

—Eso es todo lo que consigo. Mierda, llego a casa con el culo muerto, agotado después de un duro combate de diez asaltos y ni siquiera te alegras de que lo haya ganado. Todo lo que haces es quejarte de mí.

—Mira, Jack, hay otras cosas además del boxeo. Cuando te conocí, te admiraba por lo que eras.

—Yo era un boxeador. No hay otras cosas aparte del boxeo. Eso es lo que soy: un boxeador. Es mi vida y además soy bueno en ello. El mejor. Aunque me doy cuenta de que a ti te gustan los segundones... como ese Toby Jorgenson.

—Toby es muy divertido. Tiene sentido del humor, un verdadero sentido del humor. Sí, me gusta Toby.

—Su record es 9, 5, y uno. Le puedo tumbar estando totalmente borracho.

—y Dios sabe que lo estás bien a menudo. ¿Cómo te crees que me siento en las fiestas cuando te quedas tumbado en el suelo totalmente pasado, o vas de un lado a otro gritando a todo el mundo: ¡SOY GRANDE, SOY GRANDE, SOY GRANDE! ¿Sabes que me haces sentir como un culo?

— Puede que sólo seas un culo. Si te gusta tanto Toby, ¿por qué no te vas con él?

—Oh, sólo dije que me gustaba, creo que es divertido, eso no quiere decir que me tenga que ir a la cama con él.

—Bueno, tú te acuestas conmigo y dices que soy aburrido. No sé qué coño quieres.

Ann no contestó. Jack se levantó, se acercó hasta el sofá, le cogió la cabeza y la besó, luego volvió a sentarse donde estaba.

—Mira, déjame que te cuente algo de este combate con Benson. Así te darás cuenta de que puedes estar orgullosa de mí. Me tumba en el primer asalto, un directo de derecha. Me levanto y le acoso durante el resto del asalto. Me vuelve a tumbar en el segundo. Me levanto tranquilamente al contar ocho. Lo acoso de nuevo. En los tres siguientes asaltos, lo canso haciendo juego de piernas. Lo domino claramente en el sexto, el séptimo y el octavo, le tumbo una vez en el noveno y dos en el décimo. Es una victoria clara. Los imbéciles tienen que contar puntos. Bueno, son 45 de los grandes. ¿Te das cuenta, nena? 45 de los grandes. Soy grande por mucho que te pese, soy grande, no puedo evitarlo.

Ann no dijo nada.

—Vamos, dime que soy grande.

—Muy bien, eres grande.

—Bueno, así me gusta. —Jack se acercó y la besó otra vez—. Me siento tan bien. El boxeo es una obra de arte, ya lo creo que sí. Hacen falta tripas para ser un gran artista y también hacen falta para ser un gran boxeador.

—Muy bien, Jack.

—Muy bien, Jack... ¿Eso es todo lo que sabes decir? Pattie se sentía feliz cada vez que yo ganaba. Eramos los dos felices durante toda la noche. ¿No puedes hacer tú lo mismo cuando hago algo bien? ¿Leches, estás enamorada de mí o estás enamorada de los perdedores, de los culos rastreros? Creo que serías más feliz si llegara aquí vencido.

—Yo quiero que ganes, Jack, lo que ocurre es que pones demasiado énfasis en lo que haces...

—Es mi manera de vivir, cojones, es mi vida. Me siento orgulloso de ser el mejor. Es como volar, es como volar a través del cielo y llegar hasta el sol.

—¿Qué piensas hacer cuando ya no puedas pelear más?

—Infiernos, tendremos tanto dinero que podremos hacer lo que nos dé la gana.

—Excepto soportarnos, quizás.

—Puede que yo aprenda a leer Cosmopolitan, a cultivar mi mente.

—Bueno, hay bastante espacio por cultivar.

—Vete a joder ese coño.

—¿Qué?

—Vete a joder ese coño.

—Bueno, eso es algo que tú no has hecho hace tiempo.

—Hay tíos a los que les gusta follarse mujeres rompecojones, a mí no.

—Supongo que Pattie no rompía los cojones.

—Todas las mujeres rompen los cojones. Tú eres la campeona.

—¿Bueno, por qué no vuelves con Pattie?

—Tú estás aquí ahora. Y yo sólo puedo mantener una puta a un tiempo.

—¿Puta?

—Puta.

Ann se levantó y se fue hacia el armario, sacó su maleta y comenzó a meter sus cosas en ella. Jack fue a la cocina y cogió otra cerveza. Ann estaba llorando, furiosa. Jack se sentó con su cerveza y se tomó un buen trago. Necesitaba un whisky, una botella de whisky y un buen puro.

—Volveré a por el resto de mis cosas cuando no estés por aquí.

—No te preocupes. Te las mandaré todas.

Ella se paró un momento en la puerta.

—Bueno, creo que esto es el final.

—Supongo que lo es —contestó Jack.

Ann cerró la puerta y se fue. Comportamiento clásico. Jack acabó su cerveza y se dirigió hacia el teléfono. Marcó el número de Pattie. Ella se puso.

—¿Pattie?

—Oh, Jack, hola, ¿cómo estás?

—Gané una gran pelea esta noche. Por puntos. Ya sólo me falta vencer a Parvinelli y consigo el campeonato.

—Los pulverizarás a los dos, Jack. Sé que puedes hacerlo.

—¿Vas a hacer algo esta noche, Pattie?

—Es la una de la mañana, Jack. ¿Has estado bebiendo?

—Un poco. Lo estoy celebrando.

—¿Qué pasa con Ann?

—Hemos acabado. Yo sólo voy con una mujer a un tiempo, ya lo sabes.

—Jack...

—¿Qué?

—Estoy con un tío.

—¿Un tío?

—Toby Jorgenson. Está en el dormitorio...

—Oh, lo siento.

—Yo también lo siento, Jack, yo te amaba... Quizás te amo todavía.

—Oh, mierda, vosotras las mujeres, siempre lanzando esa palabra por todas partes.

—Lo siento, Jack.

—Está bien. —Jack colgó. Se fue al armario a por su abrigo. Se lo puso, acabó la cerveza, bajó en el ascensor hasta el garaje, cogió su coche y se fue calle Normandie arriba, conduciendo a más de 80 kilómetros por hora. Paró en la tienda de licores de Hollywood Boulevard. Bajó del coche y entró. Cogió un paquete de puros de primera y unos sellos de Alka-Seltzer. Luego se fue hacia la caja y le pidió al encargado una botella de Jack Daniels. Mientras se lo envolvían todo, se acercó un borracho con dos paquetes de puros baratos.

—¡Hey, tío! —le dijo a Jack—. ¿No eres tú Jack Backenweld, el boxeador?

—Sí, yo soy —contestó Jack.

—Hostia, he visto la pelea de esta noche. Jack. Tú sí que tienes un par de cojones. ¡Eres realmente grande!

—Gracias, tío —le dijo al borracho, y entonces cogió la bolsa con sus cosas y se fue hacia el coche. Subió, se sentó, le quitó el tapón a la botella y se tiró un buen trago. Luego arrancó, bajó por West-Hollywood a toda velocidad, dobló en la esquina con Normandie y vio a una jovencita muy bien dotada bajando por la calle. Paró el coche, sacó la botella y se la enseñó gritando, vacilón.

—¿Quieres dar una vuelta?

Se sorprendió al ver que ella se metía en el coche.

—Le ayudaré a beber esa botella, señor, pero no intente cobrar intereses.

—Cristo, no —dijo Jack.

Bajó por la calle Normandie a 40 Km./h., un ciudadano respetable y el tercer semipesado del mundo. Por un momento pensó en revelarle a la muchacha quién era el tipo con el que estaba dando una vuelta, que se diera cuenta de lo que significaba, pero cambió de idea, extendió su mano hacia la chica y se la puso sobre una rodilla.

—¿Tiene un cigarrillo, señor? —preguntó ella.

El sacó uno y se lo alcanzó, presionó el encendedor del coche, y cuando saltó, le encendió el cigarrillo.