Charles Bukowski
La gran farra

sentado en un porche del primer piso a las 1:30 de la madrugada

mientras

contemplo la ciudad.

podría ser peor.


no hace falta que alcancemos grandes logros, sólo

nos hace falta llevar a cabo las cosillas que nos hacen sentir

mejor o

no tan mal.


como es natural, a veces el detino no

nos lo

permite.


entonces, debemos burlas el destino.


tenemos que ser pacientes con los dioses.

les gusta divertirse,

les gusta jugar con nosotros.

les gusta ponernos a prueba.

les gusta decirnos que somos débiles

y estúpidos, que estamos

acabados.


los dioses necesitan diversión.

somos sus juguetes.

mientras estoy sentado en el porche un pájaro empieza a

darme la serenata desde un árbol cercano en

la oscuridad.


es un ruiseñor.

me encantan los ruiseñores.


lanzo algo parecido a trino.

él aguarda.

luego los repite.


es tan bueno que me echo a reír.


con qué poco nos contentamos,

todos nosotros, las cosas vivas.


ahora empieza a caer una fina

llovizna.

me caen gotitas frescas sobre la

piel caliente.


estoy medio dormido.

estoy sentado en una silla plegable con los

pien en la barandilla

mientras el ruiseñor empieza

a repetir cada gorjeo

que ha oído

hoy.


eso es lo que hacemos los viejo

para divertirnos

los sábados

por la noche:

nos reímos de los dioses,

ajustamos viejas cuentas pendientes con

ellos,

rejuvenecemos

mientras las luces de la ciudad

parpadean a nuestros pies,

mientras el árbol oscuro

que da cobijo al ruiseñor

vela por nosotros,

y mientras el mundo,

desde aquí,

tiene mejor aspecto

que nunca.