Charles Bukowski
El honor de tu madre...

6


Al día siguiente probé suerte y volví a mi oficina. Después de todo,

¿qué es un detective sin oficina?

Abrí la puerta y ¿quién estaba allí sentado? No era Céline. Ni el

Gorrión Rojo. Era McKelvey. Me dirigió una sonrisa dulce, falsa.

–Buenos días, Belane. ¿Qué tal los tienes?

–¿Por qué lo preguntas? ¿Quieres vérmelos?

–No, gracias.

Entonces se puso a rascarse los suyos bostezando.

–Bueno, Nicky, chico, un benefactor misterioso te ha pagado el alquiler

de todo el año.

Algo en mi interior me decía que la señora Muerte estaba jugando

conmigo.

–¿Es alguien que conozco? –le pregunté.

–He jurado por el honor de mi madre no decirlo.

–¿El honor de tu madre? Pero si tu madre se ha trajinado más pollos

que el tendero de la esquina.

McKelvey se puso de pie al otro lado de la mesa.

–Tranquilo –le dije–, o te convierto en una canasta de baloncesto.

–No me gusta que te metas con mi madre.

–¿Por qué? La mitad de los tíos de esta ciudad se la han metido.

McKelvey vino hacia mí rodeando el escritorio.

–Acércate más y te coloco la cabeza en el culo.

Se paró. Cuando me tienen hasta las narices se me pone un aspecto

temible.

–Muy bien –dije–, cuéntame. Ese benefactor... era una mujer, ¿verdad?

–Sí, sí. Nunca había visto una nena como ésa.

Tenía los ojos vidriosos, pero siempre los tuvo así.

–Venga, Mac, cuéntame. Dime algo más.

–No puedo. Lo he prometido. Por el honor de mi madre.

–¡Por Cristo! –suspiré–. De acuerdo, el alquiler está pagado, así que

largo de aquí.

McKelvey arrastró lentamente los pies hacia la puerta. Después se

volvió a mirarme por encima del hombro izquierdo.

–Está bien –dijo–, pero mantén esto limpio y ordenado. Nada de fiestas,

ni de juegos de mierda, ni de mierda. Tienes un año.

Se dirigió a la puerta, la abrió, cerró y desapareció.