Charles Bukowski
El Perro Sediento...

12


Seguí la Autopista del Puerto hasta el final. Llegué a San Pedro. Seguí Gaffey abajo, giré a la izquierda en la calle 7, pasé unas cuantas manzanas, cogí a la derecha en Pacífico, seguí conduciendo y vi un bar, El Perro Sediento, parqué y entré. Dentro estaba oscuro. La tele estaba apagada. El camarero era un viejo, parecía tener unos 80 años, todo blanco, pelo blanco, piel blanca, labios blancos. Había otros dos viejos allí sentados, blancos como la tiza. Parecía que la sangre hubiera dejado de circular por todos ellos. Me recordaron a las moscas en una tela de araña, ya secas después de que les hubieran chupado hasta la última gota. No se veía ninguna bebida. Todos estaban inmóviles. Una quietud blanca.

Yo me quedé de pie en la puerta mirándoles.

Por fin, el camarero pronunció un sonido:

–¿Est...?

–¿Ha visto alguien a Cindy, a Céline o al Gorrión Rojo? –pregunté.

Se quedaron mirándome. Uno de los clientes apretó los labios hasta formar un orificio húmedo. Estaba intentando hablar. No lo consiguió. El otro bajó la mano y se rascó las pelotas. O el sitio en el que las había tenido.

El camarero siguió inmóvil. Parecía una silueta de cartón. Una silueta vieja. De pronto me sentí joven.

Fui andando hacia dentro y me senté en un taburete de la barra.

–¿Hay alguna posibilidad de que me pongan una copa? –pregunté.

–Est... –dijo el camarero.

–Un vodka 7, no hace falta que le ponga lima.

Y ahora, a reposar el culo cuatro minutos y medio y a olvidarse del asunto. Eso es lo que le llevó al camarero ponerme el vodka.

–Gracias –le dije–, y ahora, por favor, vaya poniéndome otro, aprovechando que está en movimiento.

Le di un sorbo a mi copa. No estaba mal. El camarero tenía mucha práctica.

Los otros dos viejos seguían allí sentados mirándome.

–Bonito día, ¿verdad, amigos? –les pregunté.

No contestaron. Me dio la sensación de que no respiraban. ¿No se supone que hay que enterrar a los muertos?

–Escuchad, amigos, ¿cuándo fue la última vez que uno de vosotros le bajó las bragas a una mujer?

Uno de los viejos empezó a decir:

–Je, je, je, je.

–Ah, œanoche?

–Je, je, je, je.

–¿Y estuvo bien?

–Je, je, je, je.

Me estaba deprimiendo. Mi vida no conducía a ninguna parte. Necesitaba algo, los destellos de las luces, el glamour, alguna maldita cosa, y allí estaba, hablando con los muertos.

Me acabé la primera copa. La segunda estaba preparada.

Dos tipos entraron por la puerta con la cara cubierta con medias.

Deposité mi segunda copa sobre la mesa.

–MUY BIEN! –QUE NADIE HAGA TONTER¸AS! –LAS CARTERAS, LOS ANILLOS Y LOS RELOJES SOBRE LA BARRA! –AHORA MISMO! –gritó uno de los tipos.

El otro saltó a la parte de dentro de la barra y fue corriendo hasta la caja registradora. Empezó a aporrearla.

–EH, ¿CÓMO SE ABRE ESTA JODIDA MÁQUINA?

Miró a su alrededor, vio al camarero.

–EH, ABUELO, –VEN AQU¸ Y ABRE ESTO!

Le apuntó con su revólver. De pronto el camarero sabía moverse. En un segundo estuvo junto a la caja y la había abierto.

E l otro tipo estaba metiendo lo que habíamos dejado sobre la barra en un saco.

–COGE LA CAJA DE LOS PUROS! –DEBAJO DE LA BARRA! –le gritó a su compañero.

El tipo que estaba por dentro de la barra iba echando el dinero de la caja en un saco. Encontró la caja de los puros. Estaba llena. La echó al saco y saltó por encima de la barra.

Entonces los dos se quedaron allí de pie unos instantes.

Estoy como loco –dijo el tipo que había saltado la barra.

–Déjalo, nos vamos –dijo el otro tipo.

–ESTOY COMO LOCO –gritó el primero. Apuntó con el revólver al camarero. Hizo tres disparos. Todos al vientre. El viejo dio tres sacudidas.

Luego cayó al suelo.

–JODIDO LOCO! ¡PARA QUÉ HAS HECHO ESO? –le gritó su

compinche.

–NO ME LLAMES LOCO! –TE MATARÉ A TI TAMBIÉN! –dijo a voces, y se volvió hacia su compañero apuntándole con su pistola. Pero era demasiado tarde. Un disparo le atravesó la nariz y le salió por la nuca. Cayó arrastrando consigo un taburete de la barra. El otro tipo salió corriendo por

la puerta. Yo conté hasta cinco y después salí corriendo detrás. Los otros dos

viejos seguían vivos cuando me largué. Creo.

Llegué a mi coche enseguida. Salí del arcén, recorrí una manzana, giré a la derecha y bajé por una lateral. Luego reduje la velocidad y seguí conduciendo. Entonces oí una sirena. Encendí un cigarrillo con el mechero del salpicadero y puse la radio. Había música rap. No entendía lo que el tipo estaba rapeando.

No sabía si volver a mi casa o a la oficina.

Acabé en un supermercado empujando un carrito. Cogí 5 pomelos, un pollo asado y un poco de ensalada de patata. Una botella de vodka de 1/4 y papel higiénico.