Charles Bukowski
Me abandona el alma
suena el teléfono.
acabo de comerme un pomelo.
es el editor de una de las principales
revistas de sexo de toda la nación.
«¿Charles Bukowski?», pregunta.
«¿sí?».
«mire, nos gustaría que nos escribiera un
cuento, no sabíamos de usted
desde hacía mucho, ¿qué ha estado haciendo?».
le doy un mordisco a una tostada, con mucha mantequilla,
dejo que oiga que la
mastico:
«guiones, caballos, bebiendo, sí».
él me dice: «pues envíenos algo pronto,
¿de acuerdo?».
le contesto: «sí», vuelvo a dejar el teléfono en el
soporte.
ahora tengo que idear alguna fantasía
realista de violación homicida para
hacer feliz a la gente.
no me agrada.
abro un par de latas de comida de gato y
les doy de comer a los gatos.
uno come sólo atún
el otro vacuno y corazón.
ambos se inclinan sobre los platos y me muestran
sus bocas secas y ridículas.
en fin, ¿qué carajo?
¿me voy al hipódromo o plagio
una historieta de sexo por mil dólares?
en la autopista abro el techo solar y
mis cabellos de escritor vuelan en el viento
californiano a 75 millas por hora.
esta noche puedo escribir la historia.
mientras tanto
voy a inspeccionar a las putas en el bar
del hipódromo.
ahora todas llevan vestidos con abertura,
una abertura hasta la cadera.
algunas llevan bragas.
las mejores
no.
llego al aparcamiento vigilado.
todos los guardas me conocen.
uno de ellos me da el resguardo,
me pregunta: «¿cómo estás, campeón?».
gruño, le hago una señal con la cabeza, salgo del coche,
me estiro,
muevo el hombro derecho
y me voy muy despacio hacia el
club de tribuna.