Charles Bukowski
Dentro y fuera de lo oscuro
a mi mujer le gustan los cines, las palomitas de maíz y los refrescos, el
acomodarse en las butacas; encuentra en placer infantil en
ello y eso me hace feliz. pero yo, la verdad, yo debo de venir
de otro planeta, debo de haber sido topo en alguna vida
anterior, un ser que construye su madriguera y se esconde en soledad:
la gente apiñada en las butacas, tan cerca y tan lejos, me inspira
sentimientos desagradables; quizá sea estúpido, pero ahí
está; y luego
llega la oscuridad y después las
caras gigantescas y los cuerpos que se desplazan por la pantalla:
ellos hablan y nosotros
escuchamos
de cien películas hay una que no está mal, otra que es buena
y noventa y ocho que son pésimas.
la mayoría empiezan mal y continúan
peor;
si te resultan creíbles las acciones y los diálogos de los
personajes
es que eres capaz de creerte que las palomitas de maíz que te estás
comiendo
albergan también algún
significado
(bueno, puede que la gente vea tantas películas
que cuando por fin ve alguna que no es
tan mala como las demás la considera
magnífica. un Premio de la Academia significa que no hueles tan mal
como tu primo)
se acaba la película y ya vamos por la calle a coger
el coche; “bien”, dice mi mujer, “no es tan buena
como dicen”.
“no”, digo, “no lo es”
“aunque tiene partes buenas”, replica.
“sí”, contesto.
ya hemos llegado al coche, subimos y –yo conduzco-
salimos de aquel barrio; contemplamos la noche:
es hermosa.
“¿tienes hambre?”, pregunta.
“sí. ¿y tú?”
paramos en un semáforo. observo la luz roja.
sería capaz de comérmela: cualquier cosa, cualquier cosa
con tal de llenar el vacío; millones de dólares gastados para crear
algo que es peor que la vida real de
la mayoría de los seres vivos; nunca deberíamos sacar
entradas para el infierno.
el semáforo cambia y huimos
hacia adelante.