Charles Bukowski

Lo que más me gusta es rascarme los sobacos:

Puritarismo

Bajo esta luz se puede reinterpretar todo Bukowski y aceptar su denuncia, como católico, del puritanismo: «La idea del sexo como cosa prohibida me excitaba», y «Yo soy muy puritano. Y con frecuencia los puritanos se divierten más que todos los demás». Pero el fondo constante del libro sigue siendo el horror, la miseria, el pánico: cuando le ofrecen la mezcalina prometiéndole «una sensación de terror», Bukowski contesta: «Yo ya la he sentido sin la ayuda de la mezcalina», cuando des­cribe el sol, éste es «amarillo y doloroso», cuando el sol aparece, aparece «entre persianas sucias», cuando siente latir el corazón, late «con un sonido triste», cuando una mujer le devuelve un beso se lo devuelve «como si se sintiera muy sola», en Navidad «hay más suicidios que en cualquier otro día del año».

Desolación y miedo, honor y vacío, pánico y cinismo autodefensivo llenan estas páginas que narran la histo­ria de muchos polvos y muchas desesperaciones alegra­das únicamente por la aparición «amable» de Sara-Linda.

¿Y las mujeres? ¿Qué piensa Bukowski de las mujeres? El capítulo 94 expone su credo con un título en cursi­va: «Mujeres: me gustaban los colores de sus ropas... la crueldad de algunos rostros... estaban por encima de nosotros, planeaban mejor y se organizaban mejor. Mien­tras los hombres veían el fútbol o bebían cerveza o ju­gaban a los bolos, ellas, las mujeres, pensaban en nos­otros, concentrándose, estudiando, decidiendo, si acep­tarnos, descartarnos, cambiarnos, matarnos o simplemen­te abandonarnos... hicieran lo que hicieran, acabábamos locos y solos.»

Este duro a lo Humphrey Bogart, este macho a lo Hemingway, este Don Quijote de las camas de matrimo­nio, este Casanova sin bolitas de oro que meter en la vagina, se desenmascara, se revela como un pobre se­ñuelo de Tuerzas mayores que él. Es sincero cuando no entiende la furia que suscita en las feministas, cuando dice que en realidad no es él quien trata a las mujeres como objeto, sino que son las mujeres las que le tratan a él como un objeto, tanto en sus libros como en su vida. En esta novela, definida como «soberbia» por un crítico norteamericano, las mujeres siempre aparecen retratadas de manera irreverente pero también con una participación que describe su personalidad, más allá del cuerpo, sin renunciar nunca a la frialdad y a la lucidez ofuscadas con frecuencia en otros escritores, en el transcurso de descripciones semejantes, por sentimentalismos o por de­formaciones. Bukowski las contempla con la distancia del que sabe jugar a las carreras de caballos y las describe con su prosa suelta y nítida: su insensibilidad respecto a su pareja está sublimada en la autoironía, pero al mar­gen de esta insensibilidad limitada al momento de la re­lación sexual Bukowski siente por ellas una piedad y una compasión que sólo un macho muy experto puede tener: «Tenía que probar a las mujeres para conocer­las... no conseguía inventar a las mujeres sin conocerlas antes. De este modo las exploraba lo mejor que podía y encontraba dentro de ellas unos seres humanos... Cuan­do una historia acaba mal, el hombre entiende que quie­re decir estar realmente solo y, por consiguiente, lo que debe afrontar cuando llegue su final.»

en Entrevista a Charles Bukowski por Fernanda Pivano  

18 de enero - 11 de febrero de 1982.