Charles Bukowski - El Capitán Salió A Comer Y Los Marineros Tomaron El Barco 

18-01-92

01.18 h.

Bueno, me muevo entre la novela y el poema y el hipódromo y sigo vivo. No ocurre demasiado en el hipódromo; simplemente tengo que aguantar a la humanidad, y allí estoy. Luego está la autopista, para ir hasta allí y volver. La autopista siempre te recuerda lo que es la mayoría de la gente. Estamos en una sociedad competidora. Quieren que tú pierdas para que ellos puedan ganar. Es algo que está enraizado muy adentro y en gran medida aflora en la autopista. Los conductores lentos quieren bloquearte, los conductores rápidos quieren adelantarte. Yo me mantengo en 110, así que adelanto y me adelantan. No me importan los conductores rápidos. Me quito de su camino y los dejo pasar. Son los lentos los que te irritan, los que van a 90 por el carril rápido. Y a veces te puedes quedar atrapado. Y ves lo suficiente de la cabeza y el cuello del conductor que tienes delante como para poder hacerte una idea de cómo es. Y la idea que te haces es que es una persona con el alma dormida, y al mismo tiempo amargada, burda, cruel y estúpida. 

Oigo ahora una voz que me dice: “Eres estúpido si piensas así. El estúpido eres tú.” 

Siempre habrá quienes defiendan a los subnormales de la sociedad, porque no se dan cuenta de que los subnormales son subnormales. Y no se dan cuenta porque ellos también son subnormales. Tenemos una sociedad de subnormales, y por eso la gente actúa como lo hace, y se hace lo que se hace. Pero ése es asunto suyo y a mí no me importa, a excepción de que tengo que vivir con ellos. 

Recuerdo una vez que salí a cenar con un grupo de gente. En una mesa cercana había otro grupo de gente. Hablaban en voz alta y no dejaban de reírse. Pero su risa era completamente falsa, forzada. Se reían y se reían. 

Finalmente les dije a los de nuestra mesa: 

—Es bastante insoportable, ¿verdad? Uno de los de nuestra mesa se volvió hacia mí con una dulce sonrisa y dijo: 

—Me gusta que la gente sea feliz. 

No respondí. Pero sentí que un agujero oscuro y negro se me abría por dentro. Ah, qué demonios. 

En las autopistas ves cómo es la gente. En las mesas de los restaurantes ves cómo es la gente. En la televisión ves cómo es la gente. En le supermercado ves cómo es la gente, y etc., etc. Es siempre lo mismo. ¿Qué hacer? Agacharte y aguantar. Echarte otro trago. A mí también me gusta que la gente sea feliz. Sólo que no he visto a muchos que sean felices. 

En fin, he llegado hoy al hipódromo y he buscado un asiento. Había un tipo con una gorra roja puesta del revés. Una de esas gorras que regalan en los hipódromos. Día de Regalar Cosas. El tipo tenía el formulario de carreras y una armónica. Ha cogido la armónica ya ha empezado a soplar. No sabía tocar. Se limitaba a soplar. Y tampoco se trataba de la escala de 12 tonos de Schoenberg. Era una escala de 2 o 3 tonos. Se ha quedado sin resuello y ha recogido el formulario de carreras. 

Delante de mí había 3 individuos que se pasaban toda la semana en el hipódromo. Un tipo de unos 60 que siempre llevaba ropa de color marrón y un sombrero marrón. Al lado de él había otro tipo, más viejo, de unos 65, de pelo muy blanco, blanco como la nieve, de cuello torcido y hombros caídos. Junto a él, un oriental de unos 45 que no paraba de fumar. Antes de cada carrera hablaban del caballo al que iban a apostar. Eran jugadores asombrosos, muy parecidos al Loco Gritón del que ya os he hablado antes. Y os diré por qué. Llevo sentándome detrás de ellos desde hace dos semanas. Y ninguno ha escogido todavía un ganador. Y eso que apuestan a caballos con posibilidades, quiero decir con puntos de ventaja que pueden oscilar entre 2 a 1 y 7 u 8 a 1. Eso son, pongamos, unas 45 carreras, multiplicadas por 3 selecciones, sin un solo ganador. Ésa es una estadística verdaderamente asombrosa. Pensadlo. Con que cada uno de ellos se limitara a escoger a un número, como el 1, el 2 o el 3, y apostara siempre a ese número, acabaría ganando por la fuerza. Pero como no paran de cambiar de selección, de alguna manera se las arreglan, juntando todos sus conocimientos y su potencial cerebral, para perder una y otra vez. ¿Por qué siguen viniendo al hipódromo? ¿No se avergüenzan de su ineptitud? No, siempre habrá una siguiente carrera. Algún día lo conseguirán. A lo grande. 

Entenderéis, entonces, por qué el ordenador me parece tan estupendo cuando regreso del hipódromo y de la autopista. Una pantalla limpia en la que colocar palabras. Mi mujer y mis 9 gatos me parecen los más grandes genios de este mundo. Lo son.

Charles Bukowski en The Captain is Out to Lunch and the Sailors Have taken Over the Ship

Black Sparrow Press - Santa Bárbara, [(1983) 1998]