Charles Bukowski
El chico volador

tenía 8 años y la cosa no iba

bien.

mi padre era un bestia y mi madre

su sirvienta.

no caía bien a los chicos

del vecindario.

tenía un escondite.

era en el tejado del garaje.

allá arriba hacía mucho calor

así que me desnudaba y tomaba el sol.

decidí broncearme y ponerme

cachas.

hacía flexiones y sudaba

al sol.

el tejado estaba cubierto de gravilla

blanca que se me clavaba en la

piel,

pero no llegué a broncearme, sólo

se me puso la piel de un rojo

idiota.

aun así, seguía en el tejado.

era mi escondite.

entonces se me metió en la cabeza que podía

volar.

no se cómo surgió, fue

gradual, la idea de que podía

volar.

pero conforme pasaba el tiempo la idea

iba cobrando cada vez más

fuerza.

no sabía a ciencia cierta por qué quería

volar

pero la idea me dominaba

cada vez más.

me encontré encaramado al

borde del tejado

varias veces

pero siempre reculaba.

entonces llegó la tarde en que

decidí que iba a volar.

de pronto, tuve la seguridad de que podía.

estaba eufórico.

salí al borde del tejado,

di un salto y aleteé con

los brazos.

caí a plomo y me di

un buen golpe contra el suelo.

al levantarme vi que me

pasaba algo raro en

el tobillo derecho.

apenas podí andar.

cojeé hasta llegar a casa, lo gré

llegar al dormitorio y me

acosté.

una hora después tenía el tobillo

hinchado,

inmenso.

me quité el zapato.


mis padres llegaron a casa

más o menos entonces.

—Henry, ¿dónde estás? —preguntó

mi padre.


—estoy aquí.


entraron los dos, mi

padre primero y mi madre

detrás.


—¿qué te ha pasado en el

tobillo, Henry? —preguntó mi madre.


—un accidente.


—¿un accidente? —preguntó mi padre—. ¿qué

clase de accidente?


—intentaba volar, pero no ha dado resultado.


—¿volar? ¿cómo? ¿desde dónde?


—desde el tejado del garaje.


—así que ahí es donde andabas

escondido últimamente, ¿no?


—sí.


—¿te das cuenta de que habrá que

pagar un médico?

—¿te das cuenta de que no

tenemos dinero?


—no me hace falta ningún médico.


—¡los médicos cuestan dinero!

¡vete al baño!


me levanté y fui dando saltitos hasta el

cuarto de baño.


—¡bájate los pantalones!

¡los calzoncillos!


lo hice.


—¡los médicos cuestan dinero!


cogió el suavizador de la

navaja.

noté el primer

mordisco.

me estalló

en la cabeza un fogonazo.

volvió a darme con el

suavizador.

el ruido que hizo

contra mi piel fue

horrible.


—¡putos médicos!


el suavizador volvió

a alcanzarme

y entonces supe por qué

había querido

salir colando... volando

a través de las paredes,

salir volando

por la

ventana,

a cualquier sitio lejos de

allí.